El 18 de julio de 1936 se paró el reloj de toda España. 1000 días de fuego y sangre que constituyeron un amargo paréntesis en la rutina de un país pobre y atribulado como el nuestro.

El deporte no fue una excepción y pronto, como el resto de los españoles, los deportistas se dividieron, apoyando a cada uno de los bandos en liza, bien por convicción o bien porque el estallido de la guerra les había sorprendido en uno u otro sitio.

A lo largo de estas líneas intentaremos arrojar un poco de luz sobre estos hombres cuyas trayectorias se vieron, de un modo u otro, afectadas por el enfrentamiento fratricida y comprobaremos que no siempre la victoria en el campo de batalla aseguró un laureado provenir deportivo.

ANTECEDENTES: EL FÚTBOL DE PREGUERRA

aquellos futbolistas del 36

Rafael Moreno Aranzadi «Pichichi», posa con el pañuelo que vestían los delanteros para rematar de cabeza sin lastimarse

Contrariamente a la dictadura balompédica que vivimos hoy día, la España de los años 10 y 20 se caracterizaba por el enfrentamiento acérrimo entre “taurinos” y “balompedistas”, siendo vistos éstos últimos como unos advenedizos e indecentes, que se exhibían en paños menores en público, de un modo impúdico.

Sin embargo, apoyados por los sucesivos gobiernos y, especialmente, en la etapa de la Dictadura de Primo de Rivera, los balompedistas ganaron terreno: se produjo una fiebre de construcción de campos de “sport” y de fundaciones de equipos, más o menos exitosos.

La popularidad y la cobertura periodística crecieron mucho y hacia primeros de los años 20 se planteó la necesidad de crear una liga profesional, contra la que se manifestaron algunos puristas, defensores del “amateurismo”.

Debido a esto, la liga se formó tardíamente, en 1928, tras varios años de profesionalismo marrón o encubierto.

A pesar de esto, numerosos ídolos del público fueron brotando como setas: Zamora, Samitier, Bosch, Alcántara, Pichichi, Kinké, Adolfo, Eizaguirre, “Manos Duras”… algunos de los cuales serán protagonistas de nuestra historia.

Hasta la creación de la Liga, ya mencionada, el calendario futbolístico comprendía numerosas competiciones regionales, cuyos campeones confluían en el llamado “Campeonato de España”, actual Copa del Rey. En estos campeonatos el público, siempre vibrante y arrojado veía un deporte en el que se identificaba y al que era barato jugar: con un balón se entretenían 22 personas.

Sin embargo, si repasamos la nómina de los futbolistas de los primeros años, veremos que la gran mayoría pertenecían a familias acomodadas de la burguesía o incluso de la nobleza, que disponían de tiempo libre para entrenar y jugar partidos; un perfil muy alejado del pobre chico de barrio humilde prácticamente analfabeto de hoy día. Con el avance del profesionalismo numerosos talentos surgidos de la clase obrera iban a rivalizar con los primitivos señoritos burgueses y a copar las plantillas de los clubes, en detrimento de sus ociosos antecesores.

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Juan Armet de Castellví «Kinké» constituye el prototipo de futbolista proveniente de familias acomodadas: su madre era condesa. No era un caso raro en la época

Esto no obstaculizó el desarrollo del deporte, creando un potente combinado nacional que hizo su debut en los Juegos Olímpicos de Amberes en 1920, alcanzando la medalla de plata y forjando la leyenda de la “Furia Española” (que no Roja, que es un invento reciente), que, sin embargo, no iba a volver por sus fueros hasta el Mundial de 1934 en la Italia de Mussolini, ya que se decidió no participar en el Mundial de Uruguay de 1930.

Allí fue apeada de la competición tras una serie de polémicos partidos contra Italia, entre los que destacó la “Batalla de Florencia”, que acabó con 7 lesionados y con un partido de desempate posterior que España perdió por la mínima.

Entre tanto, la Liga se organizó, como dijimos, en la temporada 1928-29, contando con diez equipos de Primera División (aquellos que habían sido campeones de España o finalistas) y una Segunda División con otros tantos conjuntos. El dominio geográfico de conjuntos del País Vasco, Madrid y Barcelona era más que evidente: tan sólo el Racing de Santander no era de alguna de estas regiones. Le acompañaban en Primera el Real Madrid, el Athletic de Madrid, el Athletic de Bilbao, Arenas de Guecho, Real Unión de Irún, Real Sociedad, Barcelona, Español y Europa (un equipo barcelonés del barrio de Gracia).

EL ESTALLIDO DE LA GUERRA Y DESPUÉS

El 18 de julio, en medio de una huelga de camareros, se produce la sublevación  militar que dará lugar a la Guerra Civil. Esta pilla a muchos futbolistas de vacaciones o de camino a sus lugares natales, cosa que influirá grandemente en su suerte posterior. Poco tiempo antes, en el último partido oficial antes de la Guerra, el Madrid había ganado la Copa del Presidente de la República al Barcelona en un vibrante encuentro disputado en Mestalla. Allí Zamora, “el Divino”, hizo su última parada como profesional, valiendo el título para el conjunto merengue.  A partir de ahí, tres años de parón con ocasionales partidos benéficos y varios torneos no reconocidos por la federación después de la guerra.

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Zamora detiene el lanzamiento de Escolá. Fue su última parada en España, poco antes de la guerra

Entre ellos cabe destacar dos intentos de la República en guerra de mantener una apariencia de vida normal para elevar la moral de la población que le era leal, vapuleada por las continuas derrotas en el frente. Así surgieron la Copa de la España Libre, jugada en 1937 por equipos de la zona levantina, verdadero sostén del gobierno republicano, y la Liga Mediterránea, con equipos del mismo ámbito (Barcelona, Hércules, Elche, Levante etc.), aunque sus plantillas estaban muy mermadas y la competición dependía de las circunstancias de la guerra y sus operaciones. Resultaron vencedores el Levante de la Copa y el Barcelona de la Liga.

En el territorio controlado por los nacionales fueron frecuentes los partidos benéficos destinados a recaudar fondos para las tropas, Falange o el Auxilio Social, en el que tomaron parte jugadores que se encontraban allí a 18 de julio, algunos de ellos cercanos a la retirada o ya con las “botas colgadas”.

Sin embargo también se animaron a crear campeonatos de fútbol paralelos, aprovechando los mismos mimbres que su contrapartida republicana. Así, a pocos meses de finalizar la guerra, hubo una serie de campeonatos regionales en las zonas controladas por ellos, cuyos ganadores jugaron la I Copa del Generalísimo justo al terminar la guerra.

Como el deporte siempre ha sido un instrumento poderoso de propaganda, la guerra propició la creación de conjuntos futbolísticos con fines propagandísticos. Uno de ellos fue la Selección de Euzkadi (según grafía de la época), formada por jugadores partidarios del nacionalismo vasco, que se dedicaron a hacer giras para recaudar fondos para el Gobierno Vasco. Jugaron en la URSS, Francia y América Latina, donde, ya caída Bilbao tras la Campaña del Norte muchos de ellos encontraron acomodo en equipos locales. Constituían un conjunto de calidad, con profesionales de primera línea, como los hermanos Regueiro, Lángara, Blasco, el bético Aedo o Gorostiza.

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Una formación de la Selección de Euzkadi

En el lado nacional, un grupo de militares del arma de aviación formaron un equipo con compañeros de armas y soldados que habían sido futbolistas anteriormente: el Aviación Nacional, que pasó a ser un potente equipo, itinerante por las operaciones de la guerra y que iba a resultar ganador del campeonato regional de Aragón  y cuartofinalista de la Copa del Generalísimo. Al terminar la guerra se fusionaría con el Athletic de Madrid: uno ponía los futbolistas y otro la estructura de club y el campo de juego, surgiendo el Atlético-Aviación, dominador del fútbol nacional de la inmediata posguerra.

A esto hay que añadir la disputa ocasional de partidos entre soldados en las horas muertas de los frentes estáticos, unas veces entre ellos y otras contra equipos del otro bando, en flagrante violación del código militar.

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El Aviación Nacional, conjunto vinculado al Ejército «nacional»

Con el estallido de las hostilidades, los futbolistas se repartieron entre ambos bandos o tomaron el camino del exilio, dando lugar a historias bastante interesantes que no podemos recoger aquí por problemas de espacio.

LOS FUTBOLISTAS TOMAN LAS ARMAS

Se sabe que, durante los primeros compases de la guerra, se formó en Madrid una serie de batallones de voluntarios prestos a defender la capital contra el asalto de las tropas rebeldes. Entre ellos aparece un denominado Batallón Deportivo, formado por deportistas de cualquier disciplina y que contaba con numerosos futbolistas de equipos madrileños como el Madrid, el Athletic, el Racing de Madrid y el Deportivo Nacional. En sus filas había profesionales contrastados, como Quesada, defensa del Madrid, y al parecer, el ex bético Simón Lecue. Otros jugadores procedían del Valladolid y el Salamanca. Uno de los mandos fue el árbitro Tomás Balaguer, veterano de la Guerra de África.

Este batallón se fogueó en la zona del Tajo y en la batalla de Usera y organizó varios partidos benéficos.

Aislado en su Asturias natal, el delantero sevillista Guillermo Campanal se alistó en un batallón de voluntarios asturianos, en el que combatió hasta caer prisionero durante la Campaña del Norte. Desde allí, y por mediación de la directiva sevillista fue enviado a Sevilla, eludiendo así un destino incierto.

En idéntica situación se encontró en Madrid Ricardo Zamora, detenido acusado de conservador, fue salvado in extremis del fusilamiento por un miliciano que le reconoció y le sacó de la fila, alegando que le había ayudado cuando necesitaba comida algún tiempo antes. Refugiado en la embajada argentina, logró huir a Francia, donde pasó el resto de la guerra.

Muchos fueron los futbolistas de primer nivel que abrazaron la causa nacional, aunque no llegaron a formar unidades similares al Batallón Deportivo, sino que combatían a nivel individual. Uno de ellos fue el meta sevillista Guillermo Eizaguirre, que se alistó en la Legión, con gran pánico de la directiva local. Al finalizar la guerra era capitán de dicho cuerpo y se afincó en Madrid.

Otro caso similar fue el de Guillermo Gorostiza, delantero del Bilbao, que enrolado en la Selección de Euzkadi abandonó la expedición, cambió de bando y se alistó en la artillería nacional, sobreviviendo a la guerra.

Algunos no tuvieron tanta suerte: Alfonso Olaso, vasco jugador del Atlético de Madrid murió en la Batalla de Teruel como oficial del requeté. La misma suerte corrió el delantero canario del Barcelona Ángel Arocha, muerto en el frente en septiembre de 1938.

Tampoco fueron ajenos a la represión los futbolistas, siendo muchos de ellos bárbaramente ejecutados a sangre fría o encarcelados sin más acusación que pertenecer a un partido político.

Uno de los casos lo constituye “Perico” Escobal, defensa del Madrid, el Racing de Madrid, Deportivo Nacional y Logroñés: afincado en su Logroño natal, fue despedido de su trabajo de ingeniero por pertenecer a Izquierda Republicana y posteriormente encarcelado y vejado por ser “rojo y masón”. Logró huir de España, amparado por la familia de su mujer y acabó ejerciendo de ingeniero en Nueva York, en una de las más apasionantes odiseas de la guerra, publicando unas memorias en inglés, traducidas con el título de “Las Sacas”.

En el otro lado de la balanza, Eugenio Moriones, que pasó por el Madrid y el Nacional, se encontraba junto a los defensores del Cuartel de la Montaña de Madrid, en su condición de falangista. Capturado por los milicianos tras la toma del cuartel, fue fusilado en Paracuellos del Jarama, destino en el que le acompañó otro célebre jugador de la época, “Monchín” Triana, monárquico de familia acomodada al que su popularidad no le salvó del pelotón de fusilamiento.

Poco antes de la guerra, el bohemio José Padrón, simpatizante del POUM y asiduo de la noche decidió hacer las maletas y emigrar a Francia, donde siguió jugando hasta cerca de cumplir los 40 años en clubes de la Costa Azul, como el Cannes y otros equipos franceses como el Stade Reims . Alistado en el maquis contra los alemanes, su pista se perdió en Francia hasta que se dio noticia de su fallecimiento, desahuciado, en 1966.

Todos ellos, de un bando o de otro vieron su carrera alterada por la guerra, forzando muchas retiradas anticipadas, de tal manera que el aspecto de los equipos y la liga de posguerra en poco se parecían al de julio de 1936.

GALERÍA: Éstos son solo algunos ejemplos que rescatamos como característicos de la época y la temática del artículo

 GUILLERMO EIZAGUIRRE OLMOS: Perteneciente a una familia carlista sevillana, el “ángel volador” fue uno de los jugadores más famosos del panorama nacional durante los años 20 y 30. Enrolado en la Legión al comenzar la guerra, el guardameta sevillano llegó a capitán y se afincó en Madrid, donde pretendió fichar por el Madrid o el Atlético, aunque por supuestas presiones de la directiva sevillista, el traspaso no se llevó a cabo. Fue integrante del equipo técnico que llevó a España a la cuarta plaza en el mundial de Brasil 1950.

JOSÉ PADRÓN MARTÍN: Habilidoso delantero canario, fue figura en el Victoria, el Español de Barcelona, el Sevilla y el Barcelona. Asiduo a la noche y al poco entrenamiento y simpatizante del POUM, un pequeño partido comunista disidente, decidió marchar a Francia, donde siguió jugando al fútbol y acabó ingresando en el maquis, para posteriormente, llevar una existencia de vagabundo hasta su muerte, mediada la década de los 60.

PAULINO ALCÁNTARA RIESTRÁ: Hijo de un militar español y una dama de la aristocracia tagala, fue apodado “romperredes” por su gran capacidad goleadora con el Barcelona (sólo ha sido superado por Messi). El hispano-filipino, retirado ya cuando estalló la guerra y dedicado a su profesión de médico, era simpatizante falangista. Logró huir de Barcelona y se enroló como médico militar en unidades carlistas y en las “Flechas Negras”, una unidad hispano-italiana. Hoy día es un mito incómodo para un gran sector del barcelonismo.

SIMÓN LECUE ANDRADE: Gran centrocampista, con depurada técnica y gol, pasó por el Alavés, el Betis, el Madrid y el Valencia, para acabar su carrera profesional en el Zaragoza a fines de los años 40. Cuando estalló la guerra, la directiva del Madrid, presidida por Sánchez Guerra, lo protegió.  Al parecer, sirvió en las fuerzas republicanas en el seno del Batallón Deportivo. Finalizada la guerra fue un puntal básico del Madrid de posguerra y posteriormente, del Valencia

Ricardo Rodríguez (@ricardofacts)