Cuando la familia Aznavourian, de origen armenio, llegó a París, Francia no era ni mucho menos el mejor lugar del mundo para vivir. La fiesta donde Hemingway fue muy pobre y muy feliz junto a Scott Fitzgerald, Gertrude Stein, James Joyce, Erza Pound y toda una legión de calaveras alcohólicos estaba lejos de ser el paraíso utópico que ellos mismos narraron. Azotada por los destrozos de la Primera Guerra Mundial y la constante debilidad gubernamental, más preocupada por terminar de hundir a Alemania que por generar estabilidad propia, entre 1919 y 1940 Francia era una República decadente con una prosperidad limitada (el crecimiento financiero logrado por Raymond Poincaré dependía en gran medida de los préstamos de Estados Unidos y del clima de euforia de los años veinte) y una realidad social precaria (los avances legislativos del Frente Popular de Blum chocaron con una férrea oposición de la derecha). Este escenario no escapaba a nadie, ni siquiera a las familias exiliadas de Europa del Este. La tierra de las oportunidades ya no era la mustia Europa sino los Estados Unidos. Ese era el sueño de Micha Aznavourian: América. Pero su visado no llegaba. Obligado por las circunstancias, retomó el oficio familiar de cocinero y montó un restaurante de inspiración rusa en la Rue Champollion. Se llamaba Le Caucasse. Asentado junto a su esposa Knar en el 5e arrondissement parisino, Micha entrenaba su voz de tenor entre plato y plato amenizando a los parroquianos, en su mayoría emigrantes nostálgicos que añoraban oír el aire de su tierra. El talento culinario y las dotes de comediante de Knar deberían haber hecho el resto. No fue así. El negocio no acabó de prosperar. La atmósfera musical no daba para cubrir gastos así que Micha plegó sus coplas populares y se mudó a la rue de Cardinal-Lemoine, donde abrió un café más humilde frente al Collège Rognoni, escuela de espectáculos para la formación de niños artistas. En ese micro-universo se crio Charles Aznavour.

Para ser rigurosos, Charles Aznavour no se llama Charles Aznavour sino Shahnourh Varinag Aznavourian. La matrona de la clínica religiosa donde vino al mundo un 22 de mayo de 1924, incapaz de escribir correctamente su nombre armenio, tiró por la calle de en medio y lo inscribió como Charles, mucho más francófono y católico. Lo de acortar el apellido fue una simple cuestión comercial. Con el espectáculo en las venas y un centro de formación en la acera de enfrente, el pequeño Charles mostró pronto su ansia por ser actor. A los nueve años ya estaba subido a un escenario y simultaneaba su formación con las actuaciones en el Théâtre du Petit Mond, donde cobraba tres francos, seis menos que el resto de los miembros de la compañía. Por entonces, para tener referencias, el once años mayor Charles Trenet, considerado el padre de la canción francesa, ejercía trabajos de poca monta en un estudio cinematográfico y su mentora Edith Piaf aún no había alcanzado el éxito con Les Mômes de la cloche. Una carrera meteórica que, sin embargo, se ralentizó por su aspecto físico (bajito y no especialmente agraciado) y por la II Guerra Mundial.

En mayo de 1940 el Oeste de Europa estaba engañosamente tranquilo. Pese a las declaraciones de guerra todavía se mantenía la errónea esperanza de evitar un enfrentamiento directo con la Alemania nazi. Las invasiones de Noruega y Dinamarca, en abril, fueron el primer aviso de que el choque sería ineludible. El 10 de mayo, el ejército germano sorprendía con un golpe relámpago sobre Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Francia que los aliados no pudieron detener. París era ocupado el 13 de junio, Verdún el 22 del mismo mes. Con un gobierno dividido, un pueblo roto y la parte septentrional del país ocupada por la Wehrmacht, la III República quedó como un régimen autoritario colaboracionista presidido por el anciano Mariscal Petain y el cínico Pierre Laval. Mientras tanto De Gaulle, símbolo huido de la Francia libre, pronunciaba discursos desde los micrófonos de la BBC en Londres para alentar a las tropas: Quoi qu’il arrive, la flamme de la résistance française ne doit pas s’éteindre et ne s’éteindra pas.[1] Eran malos tiempos para todos, también para los artistas.

Contrario a la ocupación nazi, Micha Aznavourian se enroló en la resistencia desde los comienzos. Por el contrario, su hijo Charles pasó la guerra alistado en la compañía teatral Jean Dasté, el eslabón perdido de la Nouvelle Vague dedicado por aquel tiempo al teatro. Surcaron durante más de año y medio la zona norte de la línea de demarcación actuando en cabarets, locales y pequeños teatros. En la anormalidad cotidiana de la guerra, cada noche les aguardaba un público de soldados alemanes, colaboracionistas, miembros infiltrados de los aliados, prostitutas y borrachos aburridos que pretendía encontrar un entretenimiento para olvidar por un rato las tensiones del frente. Es en aquel momento cuando Aznavour forja su dúo con el pianista Pierre Roche, con quien aparece anunciado por error en un cartel para una función, viéndose obligados a actuar juntos. De ahí surge una prolífica relación que Aznavour todavía recuerda en sus conciertos cuando interpreta el swing Le feutre taupé, una canción compuesta por el propio Charles. Inocente, en cierta manera naif, el tema es un reflejo de sus primeras creaciones, todavía con poco carácter y muy sujetas a su contexto. Y es que Aznavour, entre actuación y actuación, había comenzado a componer, actividad que fue el verdadero trampolín de su carrera. Con todo, a Aznavour le quedaban aún unos años para saborear el éxito. La guerra es difícil lugar para la gloria de un autor de canciones.

La paz cambió las perspectivas de la población. La Liberación suscitó un optimismo general en la sociedad francesa, que experimentó un ciclo ascendente en los conocidos por Roger Prince[2] como las treinte glorieuses. La guerra había terminado y, pese a las pérdidas materiales por los destrozos (el PIB del país galo cayó casi un 50% de 1938 a 1945), el enorme estímulo aportado por la reconstrucción, la liberación del comercio internacional y la inversión pública motivaron un rápido crecimiento, provocando cambios estructurales en la economía y la sociedad (con sus inevitables y repetidas crisis de adaptación). Las fuerzas sociales y económicas eran muy fuertes y ni siquiera la desunión de la izquierda y la cuestión colonial, que se llevó por delante a la IV República, frenaron la instauración de un generoso Estado del Bienestar. Francia, tras la austeridad de la postguerra, conocería unos niveles de vida inéditos hasta entonces.

Este relevante cambio económico fue acompañado por una transformación en las mentalidades y en las relaciones sociales, coexistiendo las innovaciones tecnológicas con rasgos del pasado. Las generaciones que compartieron el periodo que va de 1945 a 1975 tuvieron una percepción diferente de los acontecimientos, asimilándolos desde una perspectiva distinta influida en gran medida por la experiencia acumulada en los años de formación. Así, quienes se habían desarrollado durante Gran Guerra, muy vinculados al mundo rural, representaban la parte más conservadora de la sociedad. Serían sus hijos, marcados por la vivencia de la II Guerra Mundial y la parca postguerra, quienes verdaderamente rompieran con la tradición de la “Francia Eterna” emigrando a las ciudades. Padres del baby boom, tras ellos llegaron los niños que no habían sufrido la guerra y que cuestionaron los valores morales y religiosos como parte de una revolución de “las inclinaciones y las expectativas”[3].

Charles Aznavour, que pertenecía al segundo grupo, hizo de puente intergeneracional. Y el primer eslabón de la cadena fue Edith Piaf. La Môme Piaf fichó para su gira de 1947 por Francia y Estados Unidos a Aznavour y a Roche, en principio teloneros de la cantante francesa y de les Compagnons de la Chanson. Pero Piaf vio en Aznavour algo más que a un mero extra: Tras dos años de éxitos en Montreal explotando como autónomo su dúo con Roche, Edith disuade a Charles de continuar actuando en Canadá, nombrando regidor de su compañía y primera voz. Roche, enamorado de una mujer llamada Aglaé, se queda en Norteamérica.

Durante los ocho años siguientes a 1950 Aznavour se convirtió en el hombre para todo de Piaf. Fue su secretario, su chófer, su asistente personal, su confidente y su pareja. Ser el acólito inseparable del ruiseñor de París le permitió, además de compartir con ella sus glorias y miserias, proyectarse como compositor. Tal vez por ello Charles Aznavour siempre la ha honrado y nunca ha hecho leña de sus vicios y sus desvaríos sentimentales. Gracias a ella el público escuchó Plus bleu que tes yeux, una romántica canción que en el tronar de la garganta de Edith Piaf se volvió un clásico en el repertorio de la artista. Luego llegarían Jezebel y un amplio ramillete de canciones menos conocidas aunque de gran nivel. Consagrado como creador, antes de finiquitar su relación con Edith Piaf escribió gran parte del repertorio de Gilbert Bécaud, cuyo entusiasmo en la interpretación casaba muy bien con las creaciones de Aznavour.

Reconocido dentro de los círculos de la exigente chanson française, el parisino de raíces armenias seguía teniendo la espina clavada de no hacer carrera en solitario. La crítica se mostraba inmisericorde con él, resaltando con maldad sus defectos físicos y musicales. Los complejos le llevaron a operarse la nariz en Nueva York, hecho que no mudó la opinión de los especialistas sobre su figura. Pese a agenciarle aplausos con sus obras, la Compagnons de la Chanson lo rechazó como sustituto de Marc Herrand reprochándole falta de personalidad. El joven Charles jamás olvidó estas reprobaciones, interiorizándolas como parte esencial de su biografía. En unas memorias editadas en 1970 refería como sus profesores le desaconsejaban cantar [4] y como sus detractores enumeraban los hándicaps que, según ellos, le impedirían ser una estrella. En su noventa cumpleaños, con motivo de un concierto en Madrid, decía: “Fui muy criticado en mis comienzos, dijeron de todo sobre mí, cosas horribles. Nunca respondí. Seguí. Sólo podía seguir. Yo no soy Julio Iglesias, ¿me entiende, verdad? Físicamente no soy como él. Así que tuve que buscar otra cosa, otro lugar para mí”[5].

El inquebrantable tesón de Aznavour terminó por dar sus frutos. Tras debutar en la televisión francesa en un especial en Cannes, Charles Aznavour se presenta en el legendario teatro Olympia con Sur ma vie. Aunque la crítica continuaba destrozándolo, la acogida del público fue excelente, volviendo a repetir por aclamación en el Olympia apenas tres meses después. Sería en otro escenario mítico, L’Alhambre, tras una primera actuación fría que estuvo a punto de hacerle abandonar, donde despegara definitivamente como solista tras una noche memorable. Era 1960. A partir de ahí, sus triunfos se suceden: Tu t’laisses aller (1960), Il faut savoir (1961), Les comédiens (1962), La mamma (1963), Et pourtant (1963), Hier encore (1964), For Me Formidable (1964), Que c’est triste Venise (1964), La Bohème (1965), Qui? (1966),  Emmenez-moi (1967), Désormais (1969)… Sus canciones pasan a ser propiedad del imaginario musical de toda Francia y su nombre uno de los más cotizados de la canción gala. Con igual éxito, Aznavour continuaría escribiendo para otros. Sylvie Vartan, el icono femenino de la música comercial francesa del momento, estrenaría La plus belle pour aller danser en 1963, convirtiéndose en número uno. Quien sería más tarde esposo de ésta, Johnny Hollyday, había grabado dos años antes otra canción compuesta por Aznavour, Retiens la nuit. El rockero parisino escrutaba nuevos caminos más allá de su registro habitual en plena moda yeyé y escogió una delicada balada que lo colocó en la cima del escalafón de ventas. Detrás de ambos estaba el talento de Aznavour.

La consagración internacional de Charles Aznavour resultó de su debut en el Carnegie Hall neoyorkino, donde se estrenaría cantando en inglés, bien versionando a Maurice Chevalier, bien traduciendo sus propias canciones (práctica ésta muy común en su carrera, habiendo cantado en varios idiomas, entre ellos el español). Para ser justos hay que indicar que el cantante de raíces armenias no era un extraño para los estadounidenses, pues su papel como Édouard Saroyan en la película de François Truffaut Tirez sur le pianiste ya lo había hecho famoso como actor. Con este historial y una expectación inusitada, ni siquiera una dura huelga de los trabajadores del teatro evitó el lleno. Tras un recital de una hora el público acabó levantado de sus butacas, culminando una velada histórica en la vida del intérprete. Curiosamente, el concierto se hizo disco más de medio siglo después con motivo de la salida a la venta de Aznavour, l’anthologie en 60 CD, una caja que recoge su obra completa.

Desde los años setenta Aznavour es una estrella mundial que disfruta de la admiración de artistas, productores, público e, irónicamente, de la crítica. Los reconocimientos a lo largo de su trayectoria han sido excelsos. Cuenta, entre otros muchos premios y honores, con un León de Oro de la Mostra de Venecia por la versión en italiano que hizo para el film Mourir d’aimer, es premio nacional de las Artes y las Letras de Francia, posee un Cesar honorífico (su carrera de actor es prolífica aunque menos conocida), tiene el título de Comendador de la Legión de Honor y ha sido nombrado embajador de Armenia ante la ONU (actualmente lo es en Suiza, donde vive). El aprecio de sus colegas de profesión queda patente en la gran cantidad de dúos realizados, habiendo cantado con artistas de todas las épocas. Especialmente curiosa es la adoración que le procesa el rapero Shy’m, que se considera heredero de sus letras. Unas letras más comprometidas y afiladas de lo que podría presuponerse al escogido por la revista Time mejor artista de variedades del siglo XX.

La dolorosa y un tanto fúnebre canción La mamma es una buena prueba de esta predilección por temas comprometidos. Narrar el fallecimiento de una madre, despedida por la familia en su lecho de muerte con toda la crudeza de los últimos momentos, y trasmutar la crónica del triste suceso en un clásico de su repertorio no resulta nada fácil. Tampoco lo es tratar la homosexualidad con seriedad y alejado de  estereotipos en 1972, año en que publica Comme ils disent. Parte del álbum Idiote, je t’aime, la canción es la historia de un muchacho que vive con su madre realizando tareas domésticas y trabajando durante el día pero que por la noche es un artista del travestismo que se divierte sin perjuicios con un grupo de amigos. Ignorando los desaires del mundo de lo establecido, el protagonista lucha contra una naturaleza impuesta por la sociedad para poder ser él mismo. Al menos hasta que amanece y vuelve a su casa para sumirse en la tristeza, incapaz de confesar su drama. Nul n’a le droit en vérité/ de me blâmer, de me juger[6]. Y es que, pese a la pregonada liberación sexual, historias así seguían siendo polémicas tras mayo de 1968, lo que no evitó que se vendieran 300.000 ejemplares del single en un mes.

El tono reivindicativo de Aznavour es una cara más del complejo prisma de su carrera. El parisino es un miembro típico y a la vez ectópico de la chanson française. Con un dominio del escenario portentoso que soporta el vacío con una camisa lisa y un blazer clásico, su figura poliédrica recoge el inevitable tono melancólico de su escuela intercalándolo con la tradición de los espectáculos de variedades donde dio sus primeros pasos. Al primer grupo pertenecerían, entre muchas otras, Hier encore, Sa jeunesse o Que c’est triste Venise, cantos invadidos por la nostalgia del amor perdido y del ayer que jamás regresará. De las segundas cabría resaltar Les comédiens, For Me Formidable y J’aime Paris au mois de mai, que grabó por colleras con Zaz para coronarla como heredera de Piaf. Junto a las dos líneas mencionadas, una lista de canciones llenas de fuerza vocal donde reluce la velocidad de su voz y el impulso de sus estribillos. Relatos autobiográficos, declaraciones de fidelidad eterna e himnos de lucha personal irreductible que transmiten una descarga de energía contenida a quien las oye. En Désormais, Emmenez moi o Et pourtant está la prueba.

Con todo, el tema por excelencia de Aznavour, el más versionado y el que sintetiza mejor su perfil, es La Bohème. En él desarrolla toda su capacidad interpretativa jugando con un pañuelo que arruga como metáfora de un pasado destruido, quedando este abandonado bajo el foco al final de la interpretación mientras el cantante se pierde entre bastidores. Compuesta mano a mano con Jacques Plante, hecha originalmente para Georges Guétary, la canción mantiene un clima apesadumbrado que se acentúa con la acidez de los violines y toma calor en la reverberación de la voz de Aznavour, que la sitúa entre la desazón, el estoicismo y la belleza. Pero más allá de cuestiones artísticas, La Bohéme consiguió reunir los sentimientos de tres generaciones de franceses, permitiendo a todos, incluso a quienes vendrían después, identificarse con la letra. Porque, ¿quién no ha soñado una juventud en las cuestas de Montmartre? ¿Quién no se ha imaginado haciendo castillos en el aire con París en el horizonte? ¿Quién no ha añorado el tiempo en que se curaba el hambre con versos?

Probablemente ese es el don que convierte a Aznavour en un mito de la música internacional: su capacidad para poner en palabras y revestir con acordes los sentimientos de la gente. Historias sencillas con la que varias estirpes de franceses y no franceses podían (y pueden) identificarse. En plena eclosión de una sociedad de mercado que deshumaniza a las personas clasificándolas por los productos que consumen, las canciones de Charles Aznavour apelan a los sentimientos comunes, permitiendo la reconciliación del ser con la vida. No importa que sea por la vía de la tristeza o por los senderos de la felicidad. La cuestión es encontrar un camino común hacia la emoción propia y compartida. Y siempre con una elegancia innata que le ha elevado al Olimpo de los grandes intérpretes de la canción. Quien lo escuchó lo sabe.

Francisco Huesa (@currohuesa)

[1] Pase lo que pase, la llama de la Resistencia Francesa no debe apagarse y no se apagará.

[2] PRINCE, Roger: Historia de Francia. Madrid, 2016. Pág. 313.

[3] RIOUX, Jean-Paul: La Cuarta República. Cambridge, 1987.

[4] AZNAVOUR, Charles: Aznavour par Aznavour. París, 1970.

[5] HERMOSO, Borja (25 de marzo de 2015). “Charles Aznavour: Soy política y poéticamente incorrecto”. El País. http://cultura.elpais.com/cultura/2015/03/25/actualidad/1427312480_163131.html

[6] Nadie tiene la verdad absoluta/ como para censurarme, para juzgarme.