Hace poco tenía ganas de reír. No, corrijo. Hace muy poco necesitaba reír. Y entonces no se me ocurrió mejor idea que volver a ver, por cuarta o quinta vez una obra maestra del cine: Con faldas y a lo loco.

Hay películas que decepcionan con el paso de los años. Las ves de pequeño, o en un momento de tu vida, y como es lógico, las asocias a ciertos recuerdos. El problema es cuando, en otro momento las vuelves a ver, y claro, ya no eras el de antes. Añoras el tiempo perdido y te das cuenta de que esa película que te fascinó hace años no ha soportado nada bien el paso del tiempo. Con las películas de Billy Wilder a un servidor le ocurre justamente lo contrario: cada vez que las veo me gustan más, porque has visto más cine, has leído más, te has informado mejor… y el señor Wilder, que tenía un sentido del humor finísimo, te apabulla con sus diálogos y ocurrencias.

En 1959, de la mano de uno de los tándem más imaginativos y creativos de la historia del cine, I.A.L.Diamond y Billy Wilder, se estrena la película Some like it hot (“A algunos les gusta caliente”, sería la traducción literal, porque no tiene traducción literaria; teniendo en cuenta que el hot es un tipo de jazz que abraza la improvisación), conocida en España como Con faldas y a lo loco, y en Hispanoamérica con un título más peculiar aún: Una Eva y dos Adanes. Básicamente, la película narra cómo dos músicos de jazz, que han presenciado un asesinato por parte de la mafia, para salvar la vida deben travestirse para tocar en una orquesta de mujeres que tiene contrato en Florida.

Con faldas y a lo loco, además de ser un éxito de taquilla, se convertirá en una película de culto casi desde el mismo instante de su estreno. Con este film, Wilder realiza dos grandes homenajes bajo mi punto de vista: el primer homenaje es al cine mismo, ya que la película se encuentra plagada de pequeños guiños al llamado séptimo arte. El principio, que desencadena toda la trama, es un auténtico inicio al más puro estilo del cine negro: gansters, Ley Seca, contrabando, la matanza del Día de San Valentín en Chicago… para ir virando la película hasta convertirse en, casi, una comedia del subgénero de las screwball comedies (comedias muy populares entre los años treinta y cuarenta llenas de persecuciones, numerosos enredos y malentendidos…), pasando por un homenaje claro a los Hermanos Marx y su escena del camarote de Una noche en la ópera cuando Jack Lemmon monta una pequeña fiestecita en su compartimento del tren que lleva a la orquesta de chicas a Florida.

El otro gran homenaje de Wilder en este film es a la vida misma: es una película hecha por y para divertirse. Habla de jazz, de amor, de relaciones, de mentiras y medias verdades… es decir, muestra la vida. Poco nos importa que, a ojos de muchos espectadores actuales, Jack Lemmon y Tony Curtis no pudieran pasar por mujeres en realidad; o que nadie se crea que pueden engañar a la directora de la orquesta para que las contrate. Wilder no nos engaña, él quiere contar una historia divertida. Y, sin duda, lo consigue con creces. Además de regalarnos momentos únicos que estarán en nuestra memoria para siempre: la primera aparición de Marilyn en el andén con su vestido negro y más tarde cantando I wanna be loved by you; el final con su lapidaria frase; o la escena del tango entre Jack Lemmon y Joe E. Brown (la más divertida de la película para mí).

La película tuvo que lidiar con los problemas típicos de la censura de la época, pero claro, para “pillar” al maestro Wilder había que tener una inteligencia de la que carecen, el noventa por ciento de las veces, los censores. No debemos olvidar que se estrenó a finales de la década de los cincuenta, y habla sin pudor de travestismo, de relaciones sexuales, y tiene unos diálogos con muchísimo doble sentido; e incluso, en muchas ocasiones, los guionistas obvian el doble sentido para ser poco sutiles en algunos de ellos.

Con todo lo narrado anteriormente, y el trabajo magnífico de tres actores principales: Tony Curtis, excepcional interpretando a Josephine y al rico heredero que quiere conquistar a Marilyn Monroe: Shell Oil, Jr. (sin comentarios). Un Jack Lemmon que inicialmente no estaba pensado para el papel, y que se acabó convirtiendo en el actor fetiche del director, y que nos regala uno de los papeles más divertidos de su carrera, la contrabajo Daphne. Y Marilin, una actriz que tenía un don especial para la comedia, y que, a pesar de ciertos problemas que trajo al rodaje (su vida personal hacía estragos en la profesional), aportaba ese “algo” que quería Wilder. Famosos son sus tardanzas, sus olvidos del guión y sus constantes problemas. Sobre estos episodios, Wilder diría: “Sobre la impuntualidad de Marilyn debo decir que tengo una vieja tía en Viena que estaría en el plató cada mañana a las seis y sería capaz de recitar los diálogos incluso al revés. Pero, ¿quién querría verla?… Además, mientras con todo el equipo esperamos a Marilyn Monroe, no perdemos totalmente el tiempo… Yo, sin ir más lejos, tuve la oportunidad de leer “La Guerra y la Paz” y “Los Miserables”…”. Grande y genial el maestro, como siempre. Más un secundario de lujo: Joe E. Brown, interpretando al personaje más conocido de la película Osgood Fielding III, que se enamora de Daphe/Jerry (Jack Lemmon) consiguieron no sólo varias nominaciones y un premio Oscar, sino crear, según el American Film Institute la “mejor comedia americana de todos los tiempos” y estar entre las cien mejores películas americanas de la historia del cine, según ese mismo organismo.

Con faldas y a lo loco es pura diversión, un canto a la libertad de pensamiento y sentimiento, y una comedia loca que, además de hacernos pasar un buen rato, nos deja ese poso de amargura al final del film porque no lo sabemos, pero intuimos que la historia de esos personajes no será tan feliz con el paso del tiempo como parece. Aunque claro, hay que aprovechar el momento. Ya sabemos que nadie es perfecto

Carlos Corredera (@carloscr82)