¿Vamos a ser simplistas? Vamos a ser simplistas. La culpa de los atentados es de los Reyes Católicos. Y de Arabia Saudí. Y de la falta de hombría de Occidente. Y ya.

A partir de aquí empieza la parte no simplista del artículo.

SIMPLISMO Nº 1: LA CULPA ES DE ARABIA SAUDÍ

Cada vez son más los que aseguran que la culpa de todo radica en que Arabia Saudí está financiando mezquitas y mandando imanes que difunden el wahabismo. Es una doctrina fundamentalista que, efectivamente, fomenta una visión rigorista y excluyente del Islam. Sin embargo, no basta para explicar el asunto entre otras cosas, como veremos, porque Arabia Saudí está bastante lejos de financiar al ISIS-Daesh por motivos de luchas internas dentro del Islam. Veamos por qué.

Uno de los vectores clave de la situación es la guerra interna que vive el Islam desde hace siglos. No es una guerra al uso, sino que estalla de vez en vez en forma de conflicto armado o diplomático en función de otros vectores externos e internos que calientan el asunto. Todo se remonta a la Batalla de Siffin en el 657 cuando surgen los chiíes, los suníes y los jariyíes. A partir de ahí, empezaron a surgir enormes diferencias entre las diferentes confesiones del mismo modo que ha sucedido con otras religiones que también han tenido sus más y sus menos. La diferencia es que en el llamado Occidente (un término geopolítico tan erróneo como impreciso) la disolución de los grandes valores morales en el esencialismo nacionalista trajo que el volkgeist desplazara esta guerra a otros ámbitos fundamentalmente económicos. No obstante, explicar las guerras mundiales en términos económicos sería motivo para otro artículo diferente.

La cuestión es que el Islam estaba relativamente en paz consigo mismo durante la etapa postcolonial hasta la aparición del Irán de Jomeini. Por primera vez emerge una república chií con potencial económico y capaz de desestabilizar ideológicamente a sus vecinos pérsicos. Tanto es así que su mejor aliado en la zona es Armenia, un país de cultura cristiana cuyo principal rival en la zona es la suní Azerbaiyán. La existencia de Irán, que ha financiado a Hezbollah, perturba enormemente a Arabia Saudí. Tengamos en cuenta una cosa: Hezbollah “sólo” ha atentado contra intereses israelíes. Es un grupo armado que no ha exportado terrorismo a ninguna otra región, pero al luchar contra Israel ha convertido a todo lo que toca Irán en el paradigma de todo fundamentalismo.

En cambio Arabia Saudí era el amigo de Occidente. Luego hablaremos de la neofeudalización de toda la península arábiga pero ahora centrémonos en esto: a las monarquías arábigas les importa poco lo que les pase a los palestinos porque no son de su doctrina. El wahabismo del que tanto se habla a raíz de la ola de atentados es una interpretación libre y rigorista surgida en el siglo pasado convertida en dogma de Estado. De hecho, está atestiguada la financiación de células terroristas por ejemplo en Argelia atentando contra intereses franceses y españoles desde hace décadas. Incluso la ONU ha publicado un informe donde se revelaba que los jeques saudíes habían soltado 500 millones de dólares para financiar células de Al Qaeda.

No obstante, no es tan fácil como pensar que sin dinero o sin esas mismas monarquías neofeudales se acabaría el problema del terrorismo yihadista. Es más, una caída de golpe al modo de la Primavera Árabe en la región podría resultar aún peor al desestabilizar la zona de una forma totalmente impredecible. Asimismo, es una falacia decir que Arabia Saudí financia a ISIS: es justo lo contrario. Una cosa es que los imanes sean wahabistas y otra que sean partidarios del mal llamado Estado Islámico.

SIMPLISMO Nº 2: TODO VIENE DE LA GUERRA DE IRAQ

Pues miren, no. Es cierto que la Guerra de Iraq de 2002 fue un total desacierto entre otras cosas porque se hizo por motivos espurios sin ningún tipo de planificación sobre la postguerra, ignorando las tensiones internas del Islam y procurando únicamente el cerco energético a China. Las tropas de EEUU se retiraron en 2006 de Iraq llevándose sus informes de inteligencia y dejando un estado débil que no podía hacer frente a un montón de exsoldados iraquíes expulsados del ejército e islamizados de forma acelerada en las doctrinas de Sayyid Qutb. Para este pensador islámico hay jahilíes, musulmanes ignorantes de la fe, a los que hay que erradicar. Ése es el motivo que desde entonces la mayor parte de los atentados (alrededor del 80%) hayan tenido lugar en países musulmanes e incluso con la destrucción de numerosas mezquitas de por medio.

La retirada de EEUU de Iraq dejó también a la mayoría suní del país en manos de la minoría chií que había sido tradicionalmente hostigada por estos. El resultado es un panorama de purgas en la administración, vetos en los cargos de todo tipo e incluso persecuciones que llevaron a muchos a unirse a Abu Bakr al Baghdadi en el entonces naciente ISIS, Daesh o como quieran llamarlo. Una organización protoestatal basada en el pensamiento de Qutb porque éste es excluyente y qué mejor que abrazar ideologías que te acogen para explicar por qué otros te expulsan del Estado al que pertenecías.

Siria, en realidad, tiene más que decir en el complejo panorama que estamos viendo. Con la Primavera Árabe se pretendió expulsar a Al Assad del poder. La explicación simple nos llevaría a decir que por tirano, dictador, represor, etc. Eso a EEUU y los gobiernos europeos les ha dado igual tradicionalmente, como es sabido. Pero Siria se convirtió en un estado de mayoría suní con un gobierno apoyado por el chiísmo, enfrentado a Turquía (con la ya conocida deriva fundamentalista de Erdogan, todo un suprematista suní), Arabia Saudí y Qatar. El interés en derrocarlo por parte de estos tres, apoyados por sus aliados occidentales, es evidente. Quien no quería que eso sucediera era, y es, Rusia que con 15 millones de suníes en su propio territorio no quiere en absoluto ver cómo crecen potencias suníes en su área de influencia.

El escenario, por tanto, es sumamente complejo. Sirios bombardeados por los rusos que no quieren un poder suní en la región. Sirios bombardeados por EEUU y sus aliados que no quieren a Al Assad y sus apoyos chiíes. Y dentro del término “sirios” entran yaziríes, alauíes, cristianos, suníes y chiíes. Algunos buscando refugio en una odisea hasta Europa y otros buscándolo en grupos armados.

Sin embargo, ahora viene lo que a lo mejor puede hacer estallar la cabeza a más de uno: el escenario original de todo este conflicto es la Guerra Fría. En efecto, el modelo procede de un laboratorio de pruebas de la yihad como fue el Afganistán de los 80 donde EEUU ensayó su pretendido “cinturón verde” del fundamentalismo islámico frente a la URSS. La idea trazada por la administración Carter (Premio Nobel de la Paz, por cierto) y su secretario de seguridad nacional, Zbigniew Brzezinski, era que los soviéticos tuvieran en Arabia Saudí, Afganistán y Pakistán una serie de poderes estratégicos que contrapesaran su influencia sobre las llamadas izquierdas árabes que se imponían en algunos países como la propia Siria o Iraq.

La caída de la URSS propició la creación de un discurso que nunca antes se había producido: el islamismo había derrotado a un poderoso enemigo y la yihad era un método que funcionaba. Además, como Lyotard señala, había que buscar un nuevo enemigo tras el colapso soviético y ése era el enemigo terrorista. Frente a los chiíes, que tenían en Irán su centro estatal estratégico, el yihadismo suní era un fenómeno típicamente globalizador que pronto vería en las guerras de Afganistán e Iraq a partir de 2001 su mejor propaganda. No olvidemos que precisamente a raíz de estas rápidas invasiones Siria abrió la puerta a la llegada de combatientes a Iraq con el fin de establecer una zona de defensa ante un eventual ataque americano. Mejor tenerlos entretenidos con el germen del ISIS que facilitarles el camino de llegada.

Como bien dice Yasin al-Haj Saleh, antiguo miembro del Partido Comunista de Siria, “ISIS se constituyó como estado en Siria, y en ella controló un territorio con un control firme y extenso, y en ella también desarrollo sus especifidades como un régimen colonialista de ocupación que se basa en atraer a colonos emigrantes y establecerlos en residencias cuyos dueños han sido expulsados contra su voluntad o han huido de ellas, en Raqa especialmente. Esos son jihadistas, es cierto, pero ellos se benefician económicamente (viviendas y esposas, no solo salarios) de un modo que no es comparable con los jihadistas de Iraq después de la ocupación americana. Si consideramos que ISIS es una mezcla de organización nihilista terrorista, de estado fascista y de un régimen colonialista de ocupación, es posible decir que su característica imperialista se desarrolló en el laboratorio sirio, mientras el embrión del estado fascista se remonta al estado de Iraq islámico que estableció Abu Musab Azarqaui, en tanto el elemento de la organización terrorista se remonta al laboratorio afgano.”

SIMPLISMO Nº 3: LOS QUE SE RADICALIZAN SON GENTE SIN RECURSOS

Evidentemente, no. Este simplismo suele ir asociado a un cúmulo de ideas vagas que tratan de explicar por qué las segundas o terceras generaciones de inmigrantes abrazan un radicalismo sui generis basado más en una mitología particular que en la profundización de ningún texto coránico.

De entrada hay que valorar dos datos. El primero es que se estima que han sido más de 12 mil los que se han marchado de Europa-EEUU al Estado Islámico, alrededor del 20% de sus componentes. En cambio, como era de esperar, casi en un 90% los ataques perpetrados en suelo europeo han sido realizados por nativos o asimilados. Es decir, casi nadie viene de allí para atacar aquí. Mucho menos si tiene que arriesgar la vida cruzando el Mediterráneo.

La explicación, por tanto, al radicalismo tiene que estar en la confluencia de los dos vectores antes analizados y en otro de índole interna. La cuestión que escuece en esto es que al analizar los motivos internos chocamos con una serie de incómodas realidades que la sociedad euroccidental no está generalmente dispuesta a afrontar. La identidad, por ejemplo.

La gran lucha del postmodernismo filosófico y político ha sido tratar de reivindicar la existencia de numerosas identidades. Cada una de las fragmentaciones a las que se llegó tras el triunfo del individualismo posicionaron, como bien dice Baumann, al ser humano en una multitud de identidades diferentes. Algunas de esas identidades tenían que ver con opresiones de tipo racial, económico, social, sexual, de género. El triunfo de la socialdemocracia (una izquierda domesticada) y los modelos económicos del Estado del Bienestar (una clase media neoliberal pero subvencionada) arrinconaron cualquier reivindicación de clase: los nuevos oprimidos ya no eran obreros.

Pero en esa lucha por las identidades (el querer ser) en vez de por los intereses comunes del grupo (el querer poder) diluyó los horizontes mentales que habían fraguado el modelo de Estado-Nación. Si la identidad es una forma de responder a la pregunta “¿quién soy?” respecto a “¿quiénes son los otros?”, la búsqueda de esa respuesta se subsumió al hecho de ser víctima de algún colectivo contra el cual había que luchar. Los totalitarismos al fin y al cabo habían supuesto para las sociedades europeas el punto álgido de todo anti-individualismo, y cuando terminó aquella gran “fiesta” en la borrachera fascista, nadie quería asumir el disparate del Estado-Nación. Se sentaban las bases para pasar del volkgeist al öikonogeist: no es el “pueblo” el que mueve su destino, sino la forma en la que genera su riqueza.

La estructura de los estados, no obstante, su administración, los derechos de esas minorías que iban adquiriendo forma, no se adaptaron a los nuevos horizontes mentales sino que trataron de responder con el único modo que el capitalismo neoliberal conocía: más riqueza. La asimilación de riqueza a satisfacción, a bienestar, se impuso por encima de la posibilidad de encontrar consenso en la estructura de los estados que deben responder a la propia estructura de sus sociedades.

Les copio parte de un artículo ya publicado en esta misma revista que resume bien este aspecto: “El Estado Líquido Europeo acepta en el final de la postmodernidad la existencia del estado nación vinculado a normas cada vez más ambiguas para aceptar la existencia de múltiples culturas a las que despoja de identidad para que las aristas de cada una de esas culturas no impida el encaje de las leyes comunes.

Se redujo el estado durkheiniano a una fragmentación falsaria donde se apostaba en sociedades como la francesa por reducir la identidad a la esfera de la intimidad. A la Europa que rechazaba su pasado (y lo sigue haciendo con el “complejo del gran hombre blanco” por el cual todo producto de la cultura europea se observa como un atentado contra el resto del planeta a lo largo de la historia) llegaron etnias y religiones procedentes de aquellas colonias y territorios sobre los que se había ejercido una gran influencia, expolio o presión en décadas precedentes. Gentes que huían de su arraigo llegaban a una tierra en pleno proceso de destruir todo hilo que unía al pasado con el presente.

A aquellos que llegaron no se les dio una identidad, se les dijo que podían preservar la suya cuando ésta había sido destruida en el mismo momento de la huida. El gran crimen fue impedirles a las generaciones ya nacidas en Europa que las reglas sociales de la comunidad en la que nacían no eran para ellos, y se les expulsó de esa forma de la comunidad. A veces se hizo como rechazo pero otras veces porque las propias comunidades de los países a los que llegaron, de lo cual Francia es paradigma, no tenían ningún interés en tener continuidad con la identidad pasada. Franceses que son tratados como extranjeros en el país que nacieron y como turistas en el que nacieron sus abuelos.

El Estado Líquido Europeo aceptó sin miramientos que la identidad dejaba de ser algo sólido, estanco, para tornarse en algo fluido, que se tomaba y se dejaba al compás del consumo. Ser religioso los domingos o los viernes, deportista en el gimnasio, familiar cuando el trabajo te lo permita y ciudadano para las parcelas a las que se restringe serlo. Pero he aquí la piedra angular de todo: la ciudadanía dejó de ser identidad cuando la religión del dinero especificó qué tipo de ciudadanía se tenía. Cuando dentro de un mismo país se distinguía a unos de otros en base a la capacidad de consumo. La pobreza reduce esa capacidad de fluidez de la identidad para poder escoger y lo reduce solo a una identidad de humillación.”

La crisis del Estado-Nación trajo el “euro-estado”, basado en una Comunidad Económica sin identidad alguna. Diluyó las ideologías con el “euro-comunismo” y pretendió hacer lo mismo con el “euro-islamismo”. Pero se topó con sus propias contradicciones. Sin identidad las generaciones criadas en el desarraigo son carne de cañón para quienes sí tienen, como Daesh, una marca firme. Les ofrecen una identidad, no necesitan conocer el Corán, ni siquiera hablar árabe: les basta con obedecer al líder y compartir una estructura cultural con unos compañeros, mientras Europa sigue confundiendo (intencionadamente en muchas ocasiones) identidad con moda.

SIMPLISMO Nº 4: ESTO SE ARREGLA CON BOLARDOS Y EL EJÉRCITO EN LA CALLE 

El debate en torno a los bolardos es bastante significativo. La necesidad del europeo de acotarlo todo, restringir, poner fronteras, nos devuelve a una serie de atavismos clásicos. La democracia exige sentido de comunidad, de ahí que las ideologías asociadas a la derecha no hayan confluido históricamente en partidos y, ahora que la democracia es poco menos que una entelequia, sí que han conformado grandes estructuras de partido para extraer recursos comunes a intereses particulares.

Los nacidos de segunda o tercera generación cuyas raíces no se encuentran en culturas de corte democrático euroccidental han tenido una inmersión cultural lo suficientemente fuerte como para saber bien lo que es la participación en las instituciones, el asociacionismo reivindicador, etc. El discurso de disminuir la democracia mediante el aumento de restricciones o pérdida de derechos es tan absurdo como el axioma contrario de “más democracia”. No puede haber más o menos democracia, o la hay o no la hay. El reforzamiento de que hay más democracia conforme tu identidad está más reconocida en oposición a las del resto (un posicionamiento de la izquierda clásica) ha acentuado históricamente el discurso victimista llevando a quienes se sienten atacados (aunque no lo estén) a extremos de revulsión violenta frente a toda estructura. No es ya una agrupación de iguales, sino de diferentes. Es decir, no se unen por lo que tienen en común, sino por lo que otros no son respecto a ellos.

Es hora de asumir que el ciclo iniciado en 1789 está llegando a su fin. La única forma de redefinir la nueva realidad hacia la que estamos abocados es plantear quizá un nuevo modelo de Estado, pero sobre todo un verdadero modelo de sociedad donde el proyecto de lo común no desprecie al individuo, pero tampoco el individuo acabe con lo que nos une.

Fernando de Arenas