El verano es fecha propicia para ciertos estrenos que animan a acudir al cine en familia, y así de paso huir del calor que, sobre todo, sufrimos los que nos encontramos en las latitudes más meridionales de nuestra España. Son películas para pasar un buen rato y pensar poquito, que las neuronas con el calor se reblandecen; de salir de la sala con la sensación de haber pagado más por no sentir el Sol sobre nuestras cabezas que para ver una obra maestra… A fin de cuentas, para tener la satisfacción de haber pagado por pasar unas buenas (y fresquitas) dos horas.

Así que, los productores de Hollywood, que saben mucho acerca de la forma de vendernos las cosas, han planeado junto con las distribuidoras que, agosto de 2016, sería una fecha más que apropiada para programar el estreno de una película de esas que cumplen con la labor social descrita más arriba; y si encima, con la aparente crisis de originalidad que están sufriendo los guionistas del otro lado de ese charco llamado “Atlántico” desde hace varios años en cuanto a películas se refiere; el producto que nos presentan es una revisión de lo ya hecho anteriormente, pues originalidad que se ahorran, oiga, que el verano es muy malo para ciertos esfuerzos. De modo que, por obra y gracia de Columbia Pictures durante este mes se estrena en España la revisión de uno de los grandes clásicos ochenteros; y como a nosotros lo clásico nos gusta y no nos escondemos, les invitamos a compartir ciertas consideraciones acerca de una de las cintas más conocidas de esa década: Los Cazafantasmas.

cazafantasmas

A principios de la década de los ochenta, el televisivo Dan Aykroyd tenía la idea de desarrollar un proyecto que le permitiese tratar sobre uno de los temas que más le apasionaban: el ocultismo y todo lo relacionado con lo paranormal. Dicho proyecto básicamente giraría en torno a unos tipos que se dedicaban a cazar fantasmas y estudiarlos como ocupación principal; y tendría a su querido amigo John Belushi, con el que ya había trabajado en la icónica The Blues Brothers (John Landis, 1980), como extensión del dúo cómico que ambos interpretaban desde mediados de los setenta en el Saturday Night Live; como coprotagonista. La fatalidad, y la vida de Belushi, acabaron con la vida del cómico en 1982, y Aykroyd se quedaba compuesto y sin pareja para su proyecto.

Aun así, Aykroyd seguía creyendo en su historia, así que con idea de sustituir a Belushi, habló con otro conocido, Bill Murray, para que junto a Eddie Murphy conformara el trío protagonista de la posible película. Juntos consiguieron presentar el proyecto a un popular director de comedias, Ivan Reitman, que había trabajado ya con Bill Murray en Los incorregibles albóndigas (1979) y El pelotón chiflado (1981); y, tras algunas reticencias, consiguieron que diera el “sí, quiero” a la película. Una de las solicitudes del director eslovaco con pasaporte canadiense fue la inclusión en el proyecto de Harold Ramis, al que ya conocía de El pelotón chiflado y que podría ayudarles a reescribir el guion.

Ya estaba conformado el núcleo fundamental de la película, que previa presentación a Columbia Pictures y a cambio de treinta millones de dólares de presupuesto, comenzó a rodarse con la condición de que el trabajo de rodaje y postproducción no excediese a un año. Aunque todavía quedaba un inconveniente por solventar, y no era otro que la caída de uno de los protagonistas del film, ya que Eddie Murphy no se subió, finalmente, al carro del proyecto; decantándose por participar en una película donde sería el único protagonista, y que le reportó fama y fortuna, estrenada, precisamente, en el mismo año que la película que nos ocupa: Superdetective en Hollywood (Martin Brest, 1984). Ese mismo año, Murphy y los protagonistas de Los Cazafantasmas, pugnaban por convertirse en uno de los grandes éxitos de 1984.

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Éxito que, sin duda, Los Cazafantasmas cosecharon en taquilla, obteniendo más de doscientos millones de dólares de recaudación y convirtiéndose en un auténtico fenómeno en Estados Unidos y fuera de su país.

Quizá, una de las mejores cosas que se puedan decir de Los Cazafantasmas es que consigue, con creces, lo que se propone; y no es otra cosa que no nos tomemos el film demasiado en serio. Desde el inicio de la película, comenzando la trama ya con cierta acción, que no decae durante toda la misma, juega, constantemente, con esa especie de dicotomía entre la seriedad (una película con elementos de terror como son los espíritus) y lo pretendidamente cómico; y ese matiz de “pretendidamente” se convierte en un eje fundamental de la trama, que convierte a la película en una “comedia sobrenatural” que consigue moverse bien entre las pantanosas aguas de la indefinición de un género y otro. Dicotomía reflejada, posiblemente, por los paradigmas antagónicos de un Dan Aykroyd fervientemente convencido en lo sobrenatural y un Harold Ramis científico y racional en su vida real; y que consiguen trasladar a un guion que anda siempre de puntillas entre la línea de la evidencia y la creencia. Tanto es así que los protagonistas no son ni más ni menos que cuatro tipos que con inventos científicos cazan fantasmas…

Todo lo mencionado anteriormente convierte a la película en una especie de cómic audiovisual en muchas partes, puesto que construye sus bases sobre falsos supuestos y argumentos pseudocientíficos (contenedores de ectoplasma, unidades alimentadas por energía nuclear…) que nos recuerdan a algunos de los mejores cómics de los años sesenta y setenta en la concepción de sus héroes, con un origen científico, como sería el caso de Spiderman, Los Cuatro Fantásticos o Hulk, por citar algunos de ellos.

Dicha “ciencia” que se encuentra presente en toda la película, convertirá a cuatro tipos normales en una especie de “héroes de andar por casa” con unas características muy definidas; he aquí otra de las virtudes de la película. Peter Veckman (Bill Murray); Ray Stantz (Dan Aykroyd); Egon Spengler (Harold Ramis) y Winston Zeddemore (Ernie Hudson) son totalmente reconocibles en nuestro vecino: la palabrería de Veckman, la simpleza de Stantz, la racionalidad de Spengler o la bondad de Zeddemore son completamente normales y típicas en usted o su amigo. Y eso siempre gusta al espectador, porque consigue que rápidamente nos identifiquemos y seamos capaces de ver las bobadas del otro a pesar de no ser capaces de reconocer las nuestras. Estos “héroes de pacotilla” tendrán que hacer frente no simplemente a fantasmas “de medio pelo” que pululan por toda Nueva York, sino a todo un demonio mesopotámico, Gozer, que quiere destruir el mundo regresando a la Tierra.

Como personajes secundarios de toda esta trama, aparecen Sigourney Weaver y Rick Moranis, que añaden cierto toque de romanticismo y comedia absurda, respectivamente, a las subtramas de la película. Si a estos argumentos, los acompañamos con su dosis justa de un tema musical machacón pero tremendamente reconocible, y unos efectos especiales notables para la época (trabajo que le debemos a Richard Edlun, autor que posee en su curriculum trabajos como la trilogía original de Star Wars o En busca del Arca perdida)  no hace falta mucho más para comprender que se convirtiera en una de las comedias más taquilleras de la década de los ochenta; y, posiblemente, la más popular sin duda alguna.

Tras su estreno, comenzaron a cosecharse los éxitos: dos nominaciones a los premios Oscar (en los apartados de Mejores Efectos Especiales y Mejor Canción Original), tres nominaciones a los Globos de Oro, así como dos nominaciones a los BAFTA, amén de una extraordinaria taquilla. Incluso después de su estreno, el fenómeno Cazafantasmas siguió recaudando dinero con el merchandising de la película, y dio lugar a una segunda parte: Los Cazafantasmas 2 (Ivan Reitman, 1989) así como a videojuegos y series de animación durante la década de los noventa. Pero quizá su mejor premio fue el convertirse en una película recordada por todos, en un clásico que nació sin intenciones de serlo; tanto es así que fue seleccionada por la Biblioteca Nacional del Congreso de Estados Unidos para su conservación por su impacto cultural.

Querida y vilipendiada a partes iguales, Los Cazafantasmas ha conseguido traspasar las barreras del tiempo para convertirse en uno de los clásicos más simples e infantiloides de todos los tiempos. Algunos argumentan que la película no ha aguantado bien el paso del tiempo; otros, sin embargo, fascinados por el espíritu de los ochenta glosan sus virtudes… en el fondo, todo depende de la experiencia vital  que cada uno de los espectadores haya tenido al visionar, por primera vez, la película. A un servidor, personalmente, le encanta, porque ¿qué niño no ha deseado hacerse con una mochila de protones y salir a salvar el mundo…? Éste que les escribe, cuando fue niño, hasta jugó a hacerlo. Y volver a ver la película es volver a disfrutar, durante casi dos horas, de ese viaje que solo nos pueden conceder la memoria y los sentimientos…

Sea como fuere, les guste la película o no, Los Cazafantasmas se ha convertido en un mito; y los mitos no se tocan, se contemplan, se acerca uno a ellos con respeto a una distancia prudencial y se disfrutan; sobre todo se disfrutan…

Carlos Corredera (@carloscr82)