La democracia, en teoría, representa una gobernabilidad plural. El lema de los EEUU sigue siendo, por ejemplo, De pluribus, unum (de muchos, uno). Las elecciones en Andalucía parece que quieren  mostrar una situación contraria y fragmentar la sociedad y al votante. Sin embargo, esta fragmentación no parece producirse en función de unas ideologías determinadas sino en la existencia en el seno de la sociedad de diferentes tendencias que no tienen que ver con la habitual división en izquierdas, derechas, muy izquierdas, muy derechas, centrismos, regionalismos, etc.

Las elecciones andaluzas tienen mucho que ver con el modelo más exitoso de gobierno que se haya conocido hasta ahora: la teocracia. Cualquier fórmula basada en otra cosa que no sea revestir los poderes de identidades sagradas, imposibles de combatir desde la razón o incluso desde la costumbre (el cambio de éstas), acaba convirtiéndose en un poder inestable. La partitocracia del PSOE en Andalucía es un muestrario perfecto del caciquismo decimonónico impuesto desde nuevas reglas que mantienen las estructuras viejas.

El caciquismo que ejercieran en la Restauración los gobiernos de entonces mediante pucherazos y compra de votos se ha transformado en un caciquismo del miedo. Allí donde pisa el caballo de Atila, llámenlo Susana Díaz, se gritan las consignas habituales para crear la incertidumbre del dogma: Podemos, PP o Ciudadanos van a quitar el PER, van a privatizar (lo que toque según donde sea el mitin de turno) o van a acabar con el paraíso en la tierra que es Andalucía. Las altas tasas de paro, tanto el juvenil como el estructural, el alto fracaso escolar, el alto número de embarazo adolescente, todo eso es culpa del último gobierno popular y no de tres décadas de haber abandonado el proyecto de crear electorado en Andalucía en favor de generar una masa clientelar.

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El auténtico problema al que se enfrentan todos los partidos que una y otra vez tratan de derrocar al PSOE es que lo intentan mediante votantes. Todos tienen electorado mientras los socialistas tienen clientes. Los tienen entre los padres de unos hijos a los que regala ordenadores y ahora destina una partida de 9 millones de euros para tablets (hagan cuenta de a cuánto sale cada tablet para hacerse la idea del chanchullo) mientras sigue recortando en profesorado. Tiene clientes entre todos aquellos beneficiarios de ayudas a los que no obliga a demostrar que realmente las necesitan o no hacen un uso alegal de las mismas. Reparte dádivas en forma de favores según quien gobierne en cada ayuntamiento y siembra de medias verdades sobre sus rivales en una sociedad tradicionalista hecha a golpe de televisión pública deficitaria y ruinosa.

Es la ventaja de la historia. En un momento determinado entre el final de los 70 y el comienzo de los 80 el PSOE supo canalizar la corriente del andalucismo que el propio PA no acababa de cuajar. Conforme el regionalismo andaluz fue perdiendo fuelle, el socialismo se presentó como el único garante de unos valores esencialistas. Sobre todo, el socialismo de Chaves se construyó, al igual que gran parte de otros nacionalismos periféricos, bajo la idea de que “Madrid nos roba”. A pesar del AVE, de conseguir que Andalucía fuera Región 1 en Europa y percibiera más fondos que nadie y un largo etcétera que solo fueron aprovechados para desindustrializar la comunidad y convertirla en un nido de empleo precario y terciario no cualificado.

Durante mucho tiempo Andalucía era una mina. Por todas partes ese paraíso vendido a los extranjeros permitía inflar una burbuja inmobiliaria que vulneraba leyes de costa o financiaba irregularidades desde Mercasevilla a Marbella. Sobornos, cohecho, prevaricación, todo al amparo de un falso bienestar social en una comunidad donde el fracaso escolar y educativo (ambas cosas pueden ir por separado, se pueden tener muchos alumnos formados pero muy mal educados y viceversa) eran directamente proporcionales a la cantidad de coches alemanes que se vendían y de hipotecas que se concedían. Andalucía era una fiesta y hasta la cocaína, como luego se ha sabido, corría por doquiera.

En mitad de esto el PP siempre buscó votantes. Como ahora Podemos o Ciudadanos. Nunca entendieron que en Andalucía hay que buscar clientes. Por eso ofrecen unicornios. Ofrecen, precisamente, que van a acabar con el clientelismo. Cuentan que se van a poner a enseñar a pescar, hablando de esos andaluces que no gustan de la economía de mercado sino de la de los favores; en lugar de hablar para los andaluces, muchos, que sí están deseando que se fomente el emprendedorismo en lugar de ponerle zancadillas y excusas de quién manda en cada sitio.

Andalucía era una fiesta porque era, y es, un cortijo inmenso donde el inmovilismo se ha fomentado desde la televisión a las aulas, desde las costas al interior. Se abrieron las puertas sindicales para que fomentaran una cohorte de paniaguados en todos los sectores públicos que a fecha de hoy siguen aguantando a pesar de tanto maltrato. La propia administración es la primera en explotar a sus trabajadores poniéndolos a llevar a cabo trabajos muy por encima de su remuneración. O, incluso, cambiándoles las reglas del contrato, laborales o de salario, como haría cualquier empresa, de esas a las que supuestamente deberían criticar un supuesto partido de una supuesta izquierda.

Estén atentos porque las elecciones ratificarán un panorama desolador: vencerán las clientelas por encima de los votantes. Porque se menciona el 62% de paro en Cádiz pero no tanto de las financiaciones públicas encubiertas mediante publicidad institucional en el carnaval. Se critica a Sevilla por el supuesto centralismo de la Junta pero no se menciona cómo se sostiene artificialmente el ruinoso aeropuerto de Almería construido para que puedan viajar los diputados de la zona.

No obstante, no le echen toda la culpa a Susana Díaz, que es solo un producto de partido, socialista de carné de toda la vida y hasta antigua catequista en Triana, y miren a sus rivales. Y a los rivales de los anteriores. Siempre han buscado votantes, y estos son exigentes. No aceptan unicornios, sino resultados. No toleran que se les mienta, o que se les manipule, porque para eso prefieren las clientelas.

La única manera de entender el voto en Andalucía es disociarlo de lo que pueda suceder en las Generales porque la naturaleza del devenir socio-económico andaluz es diferente. Si acaso parecido a Valencia en su estructura. Cualquiera que aspire a un cambio al modo de la II República (ganar unas elecciones solo moralmente y que el rival renuncie aun teniendo mayoría) no lo conseguirá nunca.

Es el problema de aspirar a democracia en una sociedad teocrática. Lo es no solo en su forma de entender la política sino también las relaciones sociales. El vínculo clientelar es algo sagrado, casi místico, basado antes en el verbo que en la palabra escrita. Eso lo vuelve sagrado pero, al mismo tiempo, hace que la palabra no pueda ser dogma y donde dije que iba a hacer esto, hago lo otro.

Se puede decir, por ejemplo, “velamos por los servicios públicos mientras se recortan”. También “lo importante son los andaluces” mientras se mira de reojo a la secretaría del partido en Madrid de cara a presentarse a las Generales. Palabra del Señor. Te alabamos Susana.

Moreno Bonilla no es alternativa porque no sabe cómo convertirse en patrono. Podemos y Ciudadanos tan solo tienen unicornios. En un electorado fuertemente religioso (que no católico, esto también puede ir por separado) que tiene redes de miedo, favores o incluso que vota por tradición y costumbre, en un electorado irracional, el racionalismo que diseña campañas y mítines dirigidos a votantes no tiene eficacia.

No se menciona, generalmente, que esto acontece en sociedades envejecidas. Andalucía ha conjugado unos ingredientes muy particulares para este concepto sagrado de la política y la gobernabilidad. Llegó de la Dictadura con una enorme tasa de analfabetismo que, a pesar de haberse mitigado con el voluntarismo de las Escuelas de Adultos (por cierto, sistemáticamente torpedeadas por la Junta a lo largo de tres décadas), ha generado una enorme masa electoral de votantes de Tercera Edad con un nivel cultural bajo. Eso va de la mano de una esperanza de vida por encima de la media española. Pero, también, se une a un nuevo analfabetismo funcional fruto del creciente fracaso escolar. Una sociedad envejecida en sus extremos y joven únicamente en el centro de su pirámide de población.

Se es conservador cuando se tiene algo que conservar, y en el electorado andaluz los únicos que no tienen nada que perder con el cambio real son las generaciones nacidas en los 80. El resto vive bajo la teocracia del miedo, de perder ayudas a las que realmente no pueden concurrir (pero se publicitan aunque luego se les denieguen sistemáticamente porque los requisitos son leoninos) o de que unas supuestas hordas de otros partidos van a quitarlo o privatizarlo todo.

Porque Andalucía tiene unos gobernantes anclados en el lampedusismo, en “cambiar lo justo, para que todo siga igual”. A imagen y semejanza de la inmensa mayoría de su sociedad.

 Fernando de Arenas