DÍA 3 (que es lunes 11 de noviembre pero como si no)

El señor Hao es el jefe del trabajo remunerado con que puedo permitirme actividades no remuneradas como escribir sobre el SEFF. El caos personal del señor Hao se extiende como la peste por los burdeles de la Europa medieval, así que finalmente el lunes se expandió en todas direcciones, con su restaurante tailandés como epicentro, alcanzándome de lleno y provocando que no pudiera asistir a dos de los tres pases previstos para ese día. En cambio, puede que después de todo tenga que agradecerle al señor Hao obligarme a merodear por las distintas sedes del festival sin entrada ni posibilidad de acceso alguna.

Por ejemplo, gracias al señor Hao he podido constatar lo aburrido que es en sí mismo el desarrollo de un festival de cine. De ahí que se celebren conciertos por la noche, que los voluntarios parezcan al borde del brote psicótico o que los directores jóvenes sugieran al público de la sala donde presentan su película “comentarla esta noche en el concierto”. En resumidas cuentas, este acontecimiento no es tan especial ni estimulante como mi subconsciente ha creído en algún momento que era o, mejor dicho, que debía ser. ¿Cómo ha llegado esa frágil y maleable parte de mí a responsabilizar con semejante objetivo a un evento que en sí mismo no tiene la finalidad de estimular ni entretener por sí mismo? Prueben a ver tres películas de cine independiente europeo (mayormente) seleccionadas de manera aleatoria todos los días durante tres semanas y sabrán a qué me refiero. Por no hablar de lo anodino que es en sí misma la mecánica de un asistente promedio a cualquier festival de cine: se saca (o no) un abono, lo canjea, consigue entradas a amigos y familiares y conocidos, hace cola, entra en la sala, ve película, sale, repetir. A veces me pregunto qué pensarán todos esos buenos sevillanos de a pie a quienes el SEFF les da un poco lo mismo cuando pasan junto a las colas de las taquillas del Cine Avenida o pasean con sus hijos por el centro comercial Plaza de Armas. A muchos se les puede ver la confusión en el rostro. No está teniendo lugar nada especial. Asistir a proyecciones elegidas más por intuición que por la poco fiable descripción del programa de mano no es una fiesta precisamente. Muchas películas se quedan a medio camino de una serie de intenciones que ojalá se explotasen más valientemente en demasiados casos. Pocos son los seres humanos genéticamente superiores a los que puede verse con la mente y el cuerpo intactos tras dos películas, con una tercera prevista para la noche. Y, no obstante, algo incrustó en mi subconsciente esa dichosa idea de que el festival tiene la responsabilidad de ser entretenido o estimulante.

Sospecho que tiene que ver con la promoción del evento, con el entusiasmo ajeno, con las expectativas de otros mezcladas con las propias, con el esfuerzo de unos y las ganas de otros.  O con la búsqueda de un público. Me siento agobiado, así que consigo una entrada para Post-Koniac, la exhibición de diez cortos de animación procedentes de las vanguardias del este (de Europa). Al menos el lunes no se ha perdido.

Algo falla en cualquiera que sea el soporte en que van a proyectar los cortos. Los voluntarios encargados del pase trotan de un lado a otro del vestíbulo con un walkie talkie en la mano. Da la impresión de que la escena va a terminar con un atestado o con una ambulancia del 112 en la puerta del cine. Mientras tanto, en la cola, una chica comenta a viva voz que está harta de los hombres y que menudo momento para hartarse porque su compañera de piso ha invitado a un chico africano muy atractivo[1] y que si su novio, que en realidad ya no es su novio, quiere volver, tiene que demostrarlo por sí mismo y no porque ella le diga que tiene que demostrarlo (lo cual se deduce que ya hizo resumiéndole que no tiene que decirle que lo demuestre). Necesito ver los cortos pero la espera se está volviendo claustrofóbica. Reconozco al director de personal de la FNAC de Sevilla, acompañado de la jefa de la sección de música, los dos empleados de la tienda encargados de realizar las entrevistas grupales de trabajo. Los identifico porque me han rechazado dos veces y creo que el Dir. De Personal, que ha acumulado tanta comida que bien podría estar esperando el fin del mundo, también sabe quién soy aunque no está seguro. Los problemas con los cortos persisten y la cola fuera de los cines aumenta. Justo delante se ha formado un corro de cinco estudiantes que pasan el rato comentando lo que han visto. Dato al azar: uno de cada cinco componentes de un grupo de veinteañeros estudiantes tendrá aproximadamente una década más de vida que el resto.

Una de las chicas dice que Borgman, otra película que el señor Hao ha eliminado de mi plan de asistencia, “lo tiene todo”.

-Gore, humor absurdo…

Y ya no capto nada más porque por fin podemos entrar a la sala. Borgman ha proporcionado a su público (o al menos a esta joven estudiante) lo que esperaba. Entonces caigo en la cuenta de que (aunque sea evidente, claro) ser público no es lo mismo que ser espectador. Como tampoco es lo mismo hacer una película para un público que para un (tipo de) espectador. Caigo en la cuenta de que muchas de las películas que me dejan indiferentes parecen diseñadas para ese extraño lobby abstracto contra el que ya se quejaba Kierkegaard, no para un tipo de individuo sentado en la butaca. Nadie quiere excluir ni nadie quiere ser excluido.

¿Puede aplicarse esto a la elaboración de un festival?

De los cortos de animación no puedo pedirles más que le dediquen más atención que la que suele prestarse a este género. Si quieren una recomendación personal, visiten esta sala de exposición virtual http://plasticyetstillin-between.com/, donde encontrarán la vanguardia no asumida como tal en esto de imaginar movimiento y contar (o no) algo con ello. Por lo demás, la vanguardia del este no es tal: un par de cortos remiten tanto en el ritmo como en la esencia a esa gran alegría de fin de semana que es Hora de Aventuras, otros continúan con un modelo de dibujo que juega a referenciar el trazo granuloso y los colores chillones pero desvaídos de la era soviética. Es difícil hablar de avanzadilla salvaje cuando mucha de la animación comercial emitida en canales de televisión en abierto o la misma red rebosa de un campo tan fértil como el de la experimentación con figuras y aberraciones paridas con Autodesk Maya.

Al menos me he reído y ni he hiperventilado al salir del cine asfixiado por la certeza de que o soy demasiado estúpido para encontrar nada duradero en lo que acabo de ver o realmente no se trata únicamente de mis capacidades como espectador. Realmente, de lo más honesto que pueden ver en el SEFF-FCES.

DÍA 4 (algo similar al martes 12 de noviembre)

Salto temporal: la noche del martes, este articulista volverá a casa, sacará su cena del frigorífico, le quitará la capa de film protector al sándwich, encenderá la tele y lo primero que vea, en el canal autonómico que también tiene el hocico metido en el festival, será al tótem andante de Canal Sur, Juan Imedio, proclamando que la juventud está sobrevalorada. Quiero creer que no ha querido decir lo que ha dicho, que del contexto se puede deducir que se ha hecho un lío retórico tratando de defender a los mismos viejos que hablan a viva voz en la película que vi esa tarde o que, confiados en sus derechos adquiridos por la edad, como la prioridad de los asientos en los autobuses, emprenden maniobras de placaje despiadadas. Esa tercera edad que crece como champiñones en este festival puede estar indefensa, pero no por ello es más respetable ni su (si existe) infravaloración debe minusvalorarme a mí. Concretamente, esa misma tarde, durante la proyección de Costa da Morte, el gerontocidio sobrevoló la sala. Poco después de la declaración del tótem, el señor Hao considera que las 12:46 AM es una buena hora para hablar de negocios. Ninguno de los dos lo saben, pero Juan Imedio y el señor Hao se han encontrado espiritualmente en menos de diez minutos.

Fin del salto temporal.

Como no puedo asistir a la primera película de la tarde, me dedico a esperar rondando por la sede del festival comiéndome un polvorón. En el vestíbulo la actividad no es tan frenética como otros años. Puede que tenga que ver con el hecho de que el año pasado Gonzalo García Pelayo y su equipo de fútbol familiar se apalancaron día y noche en los sillones del vestíbulo del hotel, entre apáticos y desconfiados de lo que les esperaba tras la puerta giratoria. Este año vuelven para estrenar la película (Alegrías de Cádiz) que hace justo un año aseguró haberse animado a hacer tras su retrospectiva. A cambio, en lugar de los Pelayos, la fauna periodística ha marcado su territorio en los sillones más pegados a la barra del bar. El número de grupos y subgrupos es casi de manual de bacteorología:

· Están los periodistas encargados de cubrir el SEFF con camisas de tela capaz de refractar la luz y pantalones ajustados, que son los mismos que ocupan directamente los taburetes de la barra del bar. Entre ellos se encuentra el pelo y el hombre bajo el pelo que presenta un famoso programa de cine en Radio 3, que no lleva camisas refractarias sino un jersey. Parece que todos se conocen o quieren conocerse.

· Están los periodistas encargados de cubrir el SEFF a los que no les llega para comprarse camisas refractarias, más esporádicos. No se quedan en el vestíbulo sino que salen y entran. Si quieren ser testigos del comportamiento de alguno, busquen en los bares y cafeterías aledaños a los cines.

· Están los periodistas a los que les han encasquetado cubrir el festival. Se les ve ligeramente desorientados, a la espera de que ocurra algo que nunca va a pasar, pensando en la conexión de la noche o la pieza para la radio o el artículo de un párrafo para el día siguiente. Cuando se les observa más de un minuto no se puede sentir otra cosa que piedad.

Y luego están los periodistas aspirantes al grupo de periodistas de camisas refractarias. Yo ni siquiera soy periodista, así que imagen lo bajo que se encuentra mi escalafón.

Los aspirantes a periodistas de camisa refractaria merodean por el vestíbulo antes de atreverse a asaltar al prestigioso articulista de revista de cine. Están nerviosos, temblando como Michael J. Fox hasta arriba de cafeína (los aspirantes, no los de las camisas refractarias). Por lo general el esquema consiste en:

1)      Agradecimiento del aspirante al periodista con camisa brillante por existir y por lo que le ha enseñado.

2)      Interés (genuino o cortés) del periodista de camisa brillante por el medio de carácter colectivo y amateur del aspirante.

3)      Balbuceo entrecortado del aspirante donde puede traducirse algo parecido a una súplica ahogada por ser apadrinado dentro del mundillo (porque hay un mundillo y unas categorías y unas trincheras y etc.)

4)      Posibilidades tautológicas que pueden derivar en: a) el profesional con camisa brillante le advierte de que la cosa está muy mal y que debe seguir intentándolo //  b) el profesional de camisa refractaria facilita un correo electrónico al aspirante.

5)      Despedida y cierre.

Esto es lo más cercano a un mercado que explícitamente demuestra tener el festival. Lógicamente, nadie puede distinguir a un distribuidor a simple vista. Los productores independientes se confunden con los miembros del jurado no universitario y los directores se camuflan a las mil maravillas entre el público. Este es otro motivo por el que el transcurso en los márgenes del proceso de embotamiento película tras película tras película resulta tan soporífero: en el fondo no da la impresión de que esté ocurriendo nada. Hay charlas, hay ruedas de prensa, algunas a rebosar y otras un poco por caridad. Ocurre lo que debe ocurrir pero un poco a baja intensidad.

Da lo mismo, por fin puedo entrar a ver una película. O no, porque el señor Hao me reclama cinco minutos antes de que comience. Durante todo el día me he preguntado cómo debe ser poder dedicarse exclusivamente a este trabajo. Es la era de la revolución industrial cultural y como tal hemos partido de los mismos niños explotados doce horas, las mismas factorías saturadas e insalubres y los mismos obreros alcoholizados de pura pena en sus reductos domésticos u hoteleros. Poco a poco.

A fin de cuentas tampoco tengo derecho a quejarme. No soy periodista ni me molesto en merodear. Luego le llamo señor Hao.

Costa da Morte podría pasar por la secuela de Arraianos, premiada el año pasado en este mismo festival. Lois Patiño, director de la primera, hasta cita en los agradecimientos al director de la segunda, Eloy Enciso[2]. Si en Arraianos contemplábamos en plano medio y primer plano la vida en la Galicia rural, entre recitados de ancianos y planos fijos del paisaje, en Costa da Morte contemplamos la Galicia de esta parte concreta del litoral, en fantásticos planos totales donde diminutas motas de polvo con forma humana conversan entre sí la más de las veces o tratan de refugiarse de las olas tras una roca mientras recogen percebes. El efecto es hermoso; la composición, abrumadora. El elemento eternamente incontrolable del cine, la naturaleza, se desata para el espectador gracias a la precisa elección de Patiño de cada plano. Se nos habla de la cultura del fuego, de la inmensidad forestal, de mitos y leyendas (urbanas), se nos habla con la incansable (de oír) cadencia gallega. Ya no sé si me refiero a la una o a la otra e ignoro si incluso parte de todo esto ha sido planificado o no por los directores, como una misma película con un mismo y poderoso efecto de sugestión, una mirada de cerca y otra mirada que contempla lo que se es cuando se es ese punto diminuto en el paisaje del fin del mundo.  Hacer de la contemplación una experiencia intrigante y cautivadora en el sentido aún no manoseado del término, como si en lugar de haber sido invitados a observar fuésemos nosotros quienes creemos haber llegado por nuestra propia cuenta hasta las secuencias de la película, la satisfacción de coronar la cima de un monte tras una larga caminata justo como los senderistas que en determinado momento creen haber dado con la entrada a una cueva paleolítica. Y sin embargo, como espectador, colocarte frente a esas imágenes y esas sensaciones no ha sido decisión tuya. Lo sabes pero al mismo tiempo no.

Eso sí que es un logro de narices

Isaac Reyes


[1] Tal vez se tratase de una metáfora algo rebuscada para hablar de una dieta a base de verdura. No hubo más investigación periodística al respecto.

[2]  Quien me facilitó su correo electrónico. Y su productor también.