Para proteger sus territorios de las violentas tribus de pictos, el emperador Adriano levantó un muro en Britannia. Roma marcaba su territorio. En unas islas que poco tenían que ver con la calidez del Mediterráneo, lo mejor era mantener al enemigo tras sillares de piedra. Se empezaban a fijar los límites de una historia con tantos nexos como enfrentamientos. Al sur, God Save the Queen. Al Norte, Flower of Scotland. Pero, ¿y en la cercana isla de Irlanda?

Los irlandeses son un pueblo con gran capacidad para implantar sus costumbres donde van. Tanto es así que, casi mil novecientos años después de que Adriano levantase su muro, han abierto un pub irlandés en la calle de la antigua Híspalis que lleva su nombre. A pocos kilómetros de la que fue un tiempo Itálica gloriosa, cuna de toda una estirpe de emperadores. Al final, Rodrigo Caro llevaba razón. La grandeza pasa. Al Arenal que recibía plata de las Indias en el siglo XVI ya solo llegan guiris con sandalias y puretas de trago largo. Sic transit gloria mundi.

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El problema, después de todo, no tiene un cariz tan existencial. Ni tampoco es tan grave. El O’Neills (así se llama el local) permite la conversación en un ambiente de fair play, acento inglés y pantallas de plasma. Ausentes los aromas a col rehogada y a limpiadores con vinagre típicos de las tabernas anglosajonas, ¿qué más se puede pedir? Colonizaciones más deshonrosas hemos sufridos los españoles y nadie se ha quejado.

Con todo, hay cosas que en este país futbolero no hemos interiorizado. Una de ellas es el rugby. Atolondrados con las banalidades del Barcelona y el Madrid, nunca hemos acabado de entrar en este hermano mayor del balompié. Quizás sea el balón oval o la complejidad de las reglas. O a lo mejor la falta de zafiedad y de injusticias (“la polémica es la salsa del fútbol”, dicen). El caso es que en España el rugby es un deporte residual. Hecho que no le quita el sueño al dueño del pub, que sigue poniéndolo en televisión cada vez que puede. Y que mejor momento para echar rugby que durante el Seis Naciones.

El Seis Naciones (con sus predecesores, el Cuatro y el Cinco Naciones) tiene más antigüedad que cualquier club de élite del fútbol español. Nacido en 1883, este torneo que se convirtió en campeonato en 1996 cumple este año su 113ª edición. Y aunque se ha modernizado y adaptado a las exigencias del mercado, sigue emanando tradición en cada detalle. Incluso en la derrota. A falta de una hora para el gran partido de la jornada, Escocia e Italia luchaban por evitar la cuchara de madera, el título que se daba a los alumnos más flojos de Cambridge y que acabó por convertirse en una metáfora del fracaso[1].

Esta vez el fracaso, como la venganza, se sirve frío. Y con una pizca de crueldad. En Roma, donde nació el emperador que separó las islas Británicas con su muro, un drop en el último minuto de Duncan Weir daba la victoria al 15 del cardo. En el estadio Olímpico, un puñado de escoceses con faldas de cuadros y camisetas amarillas brincaban incrédulos de felicidad. Los italianos enmudecían. En el Arenal, una camarera de corazón escocés celebraba la victoria entre la indiferencia general. Cuestión de minorías.

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La muchedumbre llegaría después, con uno de los partidos estrella de esta edición. Inglaterra, la selección más laureada del Hemisferio Norte[2], se enfrenta a Irlanda, el enemigo pobre que ha resurgido en los últimos años. Una rivalidad que trasciende los límites del deporte. Para explicarla con precisión deberíamos remontarnos a la Edad Media, a la Act of Union de 1800 o a la fundación del Irish Republican Army. Parnell, Éamon de Valera o Liam Lynch son algunos de los nombres que jalonan un proceso conflictivo que aún colea en el Norte. Para dar más morbo al asunto, las cuatro provincias (Connacht, Leinster, Munster y Úlster) compiten juntas. Lo que el rugby ha unido, que no lo separe Dios.

En el pub había mayoría inglesa, aunque los irlandeses (legítimos y adoptados) se hacían notar más por el verde de sus camisetas. El O’Neills era una prolongación de Twickenham. Saltaban los equipos y las banderas hondeaban. La cruz de San Jorge bañaba el graderío mientras la bandera de las cuatro provincias y el trébol sustituía en el verde a la tricolor irlandesa, como suele ocurrir cuando Irlanda juega lejos de casa. Rugía Twickenham. También las entrañas de la calle Adriano. Sorprendentemente, en medio de la algarabía, se hacía el silencio. Iban a sonar los himnos. Primero, cuatro voces cantaban el Ireland’s Call [3] en medio de un respeto absoluto (¡cuánto debemos aprender todavía en España!). Después, una hermosa mujer vestida de rojo entonaba el mítico Dios Salve a la Reina. El eco en Twickenham era ensordecedor. En la barra del pub sevillano, un hincha se dejaba llevar por el momento (o por la nostalgia, quién sabe) y vociferaba la parte del Long to reign over us: God save the Queen. La fórmula funciona: 62 años lleva Isabel II en el trono.

Sin más preámbulos, la batalla comenzaba llena de intensidad. Inglaterra presionaba y, tras ver justamente anulado un ensayo, se adelantaba con un drop. 3 a 0 para los ingleses, que con el físico estaban consiguiendo controlar la calidad irlandesa. Fue una primera parte dura para los irlandeses, cuyo éxito se limitaba al consumo de alcohol: casi todos los clientes del bar degustábamos una Guinness en vaso de pinta tallados con el arpa gaélica. La colonización irlandesa volvía a dar sus frutos. Solo resistía a la tentación un gentleman con zapatos ingleses, chalequillo de pata de gallo y corbata. For God and the Empire. Siempre hubo clases.

-Bombay Saphire and tonic, please.

En la segunda parte Irlanda resurgió. La coronada como generación de oro del rugby irlandés, esa que ganó un Gran Slam sesenta y un años después, consiguió darle la vuelta al marcador con un ensayo de Rob Kearney. Pesaban los galones de un equipo que aún conserva al penúltimo héroe nacional irlandés, el genial Brian O’Driscoll. El quince de la rosa sufría. Un irlandés mollatoso que venía del servicio saltaba de alegría. El sevillano con la elástica del trébol apalancado en la barra también. El rígido sistema de venta de entradas no le ha permitido nunca asistir a un partido de Irlanda en Dublín. Por eso saca su localidad en un taburete de esta taberna. Pero no por ello su sentimiento menos puro. Ni su fidelidad más débil.

-No hay que confiarse. Me he bajado el Seis Naciones de 2009 e Irlanda, pese a ir ganando por una amplia diferencia, casi termina perdiendo con Inglaterra-, nos advierte temeroso.

No le faltaba razón. La organización táctica, la fuerza y la disciplina defensiva acabaron dando la victoria a Inglaterra. Ventajas de tener un entrenador apellidado Lancaster, como la rosa que luce su equipo en el pecho. En el minuto 57 Care culminaba un ataque de Brown para poner a Inglaterra 13-10. El músculo inglés hizo el resto. Irlanda caía víctima de sus errores. La organización y la entrega suplen la falta de recursos. Al pitido final, Twickenham levantaba los brazos. En Adriano, mientras el irlandés sevillano se hundía en el último trago de su cerveza negra, el gentleman del gin & tonic lo celebraba por dentro. Sin aspavientos, con total naturalidad, contenía el júbilo reflejado en sus ojos. Y como la condición humana está por encima de los sentimientos, se acercó para consolar al guerrero rendido.

-Smile-, le decía con una sonrisa sincera.

-Congratulation-, respondía el sevillano de la camiseta de Irlanda en perfecto inglés.

Había sido un partido antológico, una gran tarde de rugby donde se había mezclado deporte, historia, filosofías de vida y buenos modales. Si hoy levantasen un muro para proteger al mundo civilizado de los bárbaros, quién sabe a qué lado estaría la calle Adriano.

Francisco Huesa (@currohuesa)


[1] La cuchara de madera se entrega al equipo que pierde todos sus partidos en el torneo.

[2] Inglaterra ha ganado el Seis Naciones en 36 ocasiones, diez de ellas compartidas (cuando era torneo), habiendo conseguido 10 Grand Slams. Además, es la única selección del Hemisferio Norte que ha ganado un Mundial (2003).

[3] Antes de 1995 y al ser el combinado representativo de territorios de diferente soberanía, el God Save the Queen (Dios Salve a la Reina), himno británico, era tocado en Belfast antes de los partidos, y el irlandés, Amhrán na bhFiann (La Canción del Soldado) en Dublín. Desde 1995 y para solventar este problema, la Unión de Rugby irlandesa encargó un himno que pudiera ser utilizado en los encuentros fuera de Irlanda, Ireland’s Call (La Llamada de Irlanda), que también está siendo usado en casa tras el himno nacional. Ireland’s Call ha sido trasladado a otros deportes como cricket, en los que los dos territorios, la República de Irlanda e Irlanda del Norte juegan juntos.

Fuente: Wikipedia; Voz Selección de rugby de Irlanda.