“El bombardeo empezó a las diez de la mañana. Inmediatamente vimos un gran número de aviones volando hacia el centro de la ciudad lanzando bombas. Todo estaba ardiendo, la gente gritaba […] Mientras un adulto era capaz de entender que era la guerra ¿qué podíamos entender nosotros, que éramos solo unos niños?”[1]

 

Población civil rusa en Stalingrado

Todos hemos oído hablar de la batalla de Stalingrado como una de las batallas más devastadoras que jamás se haya librado en la historia de la humanidad. Documentales, propaganda, libros de historia, todos en mayor o menor medida, mencionan la importancia de Stalingrado como un antes y después en el devenir de la Segunda Guerra Mundial. A partir de Stalingrado –seguido muy de cerca por la batalla de Kursk- la maquinaria de guerra nazi. La cual había sido capaz de conquistar media Europa, se vería atrapada en medio de una lucha por su supervivencia, la cual se prolongaría durante dos largos años hasta que un 8 de mayo de 1945, las tropas soviéticas al mando del mariscal Zhukov penetrasen en el corazón del Reich que estaba llamado a durar mil años, poniendo fin a una guerra que acabaría con la vida de más de 60 millones de personas[2].

Sin embargo, la historia de los individuos, de los testigos de las atrocidades que el ser humano fue capaz de cometer en nombre de una u otra ideología, han ido siendo olvidados en la medida que sus cuerpos se fueron apagando por el paso del tiempo.

Con este artículo pretendemos arrojar un poco de luz sobre como vivieron y murieron, los cientos de miles de soldados alemanes que movidos por múltiples razones en aquel verano de 1942, debieron acabar sus días entre polvo, sangre y escombros de una ciudad que en nada les pertenecía ni en nada les importaba, pero que unos dirigentes totalitarios movidos por sus ansias de poder,  decidieron convertirla en el mayor campo de batalla de todo el siglo XX.

Los orígenes de Stalingrado: La Operación Barbarroja

22 de Junio de 1941, Hitler iniciaría la campaña militar más grande de la historia con la invasión de la Unión Soviética, cuyo nombre en clave era Operación Barbarroja. En aquel día de verano, más de dos millones de soldados de la Wehrmacht y sus aliados, penetraron en terreno soviético, poniendo fin de golpe y “bombazo” –si se me permite la licencia literaria- con la hasta entonces fructuosa alianza nazi/comunista, fraguada desde el 23 de agosto de 1939 con el pacto Molotov-Ribbentrop.

A pesar de lo que se cree, la decisión de Hitler no fue tomada para nada al azar. Existían sospechas razonables por parte de los alemanes para creer que Stalin estaba armándose a la espera de atacar a Alemania. Sin duda, esto era bastante plausible puesto que lo que más necesitaban los soviéticos era tiempo para recomponerse, sobre todo después de las grandes purgas efectuadas por Stalin en los años 30 las cuales mermaron considerablemente la estructura de mando del Ejército Rojo.

Por ello, los soviéticos aceptaron colaborar con tan insospechado aliado. En 1939 sin duda alguna les convenía a ambos países asegurarse que en caso de una conflagración europea – y por ende mundial- las dos potencias no se agrediesen entre ellas, ya que los alemanes, aún no habían demostrado ni de lejos su potencial bélico que asombraría al mundo tan solo un año después. De ahí, sus intenciones de evitar al menos por el momento una guerra con el gigante ruso.

La debilidad de uno y el miedo del otro, hicieron que el pacto germano/soviético se hiciese realidad. Este matrimonio de conveniencia estaba destinado a fracasar. Así, el 22 de Junio de 1941, una Alemania dominadora de gran parte del continente europeo, decide cambiar sus planes sin pedir permiso al hasta entonces aliado Stalin. Hitler se sentía fuerte, siendo su única molestia una aislada Gran Bretaña la cual si exceptuamos la batalla de Inglaterra, había sido incapaz de infligir una derrota seria al ejército nazi.

Por ello, ¿por qué esperar a que la URSS, ese gigante con pies de barro, se fortaleciese y atacase primero?

Por otro lado, Rusia representaba una tierra rica en materias primas, especialmente en petróleo elemento esencial para que las Divisiones Panzer funcionasen y continuasen con las conquistas alemanas a lo largo y ancho del mundo.

Es fácil leer en muchas libros de historia, la estupidez cometida por el Tercer Reich al atacar Rusia. Sin embargo, esta visión falta a la verdad histórica. Hay que tener en cuenta primero, que en aquella época se contemplaba al ejército nazi como una máquina de guerra perfecta totalmente invencible. Si a esto le sumamos la debilidad aparente del Ejército Rojo el cual en la Guerra de Invierno frente a la pequeña Finlandia (1939-1940) fue incapaz de obtener la victoria, junto con las teorías nazis basadas en la superioridad racial germánica y el desprecio a la raza eslava – denominados por estos como “untermensch”– comprenderemos, que se dio el caldo de cultivo perfecto para que los alemanes esperasen obtener la victoria, otra más.

Sin embargo, la Historia tenía otros planes. A pesar de que en tan solo dos semanas de combates más de dos millones de soldados soviéticos perecen, el Ejército Rojo incomprensiblemente para el mundo, continúa resistiendo decidido a no dar ni un paso atrás.

El cerebro de la Operación Barbarroja, el generalmajor Erich Marcks estableció dos objetivos fundamentales para conseguir doblegar a la URSS. El primero, evitar a toda costa que el enemigo fuese capaz de replegarse hacia el interior por lo que para ello, era necesario destruirlo principalmente en los puestos fronterizos. El segundo, consistía en la toma de la capital soviética. Por ende, era necesario actuar con celeridad, con el objetivo de lanzar un ataque relámpago que consiguiese destruir a la mayor parte de las fuerzas soviéticas para dirigirse acto seguido a la capital, consiguiendo así al mismo tiempo, un golpe de efecto tanto desde el plano militar como desde el político.

Pero como una vez dijo Colin Powell, “ningún plan sobrevive al contacto con el enemigo”. Así, los alemanes en su endemoniado avance hacia Moscú, iban dejando tras de sí numerosas bolsas de resistencia enemiga. O lo que es lo mismo,  cientos de miles de soldados enemigos capaces de retrasar el que en un principio debía ser un rápido avance hacia Mocú. Debido a esto, y ante el riesgo que suponía alargar en exceso la línea de suministros del ejército alemán, Hitler dio la orden de asegurar el terreno conquistado deteniendo pues prácticamente todo avance alemán.

Esto fue sin duda un enorme error estratégico por parte de Hitler, ya que de nada serviría poseer para el Tercer Reich cientos de miles de hectáreas de terreno enemigo sino se era antes capaz de acabar con él, tal y como se había fijado en el plan inicial. Este cambio de a última hora, propició una oportunidad magnífica al Ejército Rojo y al propio Stalin el cual, se hallaba totalmente aislado del mundo en su dacha a las afueras de Moscú, esperando la inevitable victoria nazi, de recobrar el aliento y reorganizarse.

Así mismo, el retraso que supondría acabar con las bolsas enemigas antes de reemprender  avance alguno, permitiría que las lluvias del otoño ruso anegasen e hiciesen intransitables los caminos –en Rusia prácticamente no había carreteras de asfalto- con lo que el objetivo de apoderarse de Moscú y acabar con la URSS en tan solo unos meses, se esfumó absolutamente. La Operación Barbarroja había fracasado.

Para remediar este fracaso, se prepararía para el verano siguiente, una nueva operación militar. Esta se llamaría Operación Blau y estaba diseñada para convertirse en el golpe definitivo que el Tercer Reich propinase a su enemigo bolchevique, ¿sería capaz la Wehrmacht de conseguirlo?

Un paso más  cerca de Stalingrado: La Operación Blau

Ya ha pasado un año desde el inicio de la guerra en el frente ruso. Los alemanes han avanzado cientos de miles de kilómetros dentro del corazón soviético, pero este continúa latiendo. Hitler se ha metido el mismo en una ratonera, aunque ni él ni sus generales todavía lo sepan. Nadie se atreve a objetar que la victoria rápida que debía de obtenerse frente a Stalin no se ha conseguido. Nadie del bando alemán, parece reflexionar acerca de los cientos de miles de muertos que por siempre jamás han hecho de las estepas rusas su última morada.

Porque el soldado germano aunque no lo crean, también muere. Sin embargo, a pesar de ver a los camaradas caer uno tras otro, el combatiente nazi no alberga dudas y continúa sintiéndose superior a sus adversarios. Así, el veterano de guerra Helmut Walz, perteneciente al 305 de Infantería y participante en la Operación Blau, describe el sentimiento general de la tropa:

“Todos nosotros creíamos al cien por cien en la victoria. Nadie emitía ningún tipo de queja, absolutamente nadie. Teníamos confianza en la victoria, ya que todos los días avanzábamos y avanzábamos. Así que nos sentíamos superiores a los bolcheviques. Teníamos este sentimiento de superioridad ya que podíamos sentir que el nacional socialismo era mucho más poderoso que el comunismo. Además, junto con  las buenas noticias que nos llegaban desde otros frentes, no podíamos ser otra cosa que optimistas”.

Con este optimismo, los alemanes se dirigen hacia su nuevo objetivo; el Cáucaso. Necesitan apoderarse de los pozos petrolíferos de Maykop, Baky y Grozy, los cuales representan el 90% de las reservas de la Unión Soviética.

Mapa que refleja los avances alemanes a lo largo de la Operación Blau

Así, en el verano de 1942 al fin las tropas alemanas atisban los yacimientos del Cáucaso. Sin embargo, Hitler decide en el último momento modificar los planes establecidos y ordena dividir en dos el Ejército Sur el cual tenía por objetivo, apoderarse de las fuentes de petróleo soviéticas en dos partes; parte A y parte B.

La parte A del Ejército Sur, debe continuar su marcha hacia el Cáucaso, pero a la parte B se le encomienda cubrir el flanco de A, por lo que para ello es imprescindible que se apoderen de Stalingrado. Esta parte B, estaba constituida principalmente por el VI Ejército a las órdenes de general Paulus y sus fuerzas aliadas –rumanos, húngaros e italianos- los cuales cubrirían los flancos de las fuerzas alemanas.

Con este cambio de última hora, Hitler como ya hiciese anteriormente con Barbarroja, altera el destino de la campaña y sin duda, de la guerra. Estos dos objetivos estratégicos simultáneos, suponían para la Wehrmacht alargar sus líneas en exceso y esto era más de lo que esta podía dar. El poder simbólico de Stalingrado fue suficiente para seducir a Hitler y llevarle a cometer el último error que sepultaría a sus ejércitos en Rusia.

Por fin en Stalingrado: La Guerra de las Ratas 

Los alemanes llegaron a Stalingrado a finales de un caluroso mes de Agosto. Las cubiertas metálicas de los tanques Panzer resplandecían bajo el sol ruso, levantando enormes nubes de polvo las cuales cubrían los rostros de la infantería germana.

Stalingrado, la ciudad de Stalin. Ejemplo de ciudad industrial comunista por antonomasia. Ubicada a orillas del Volga, antes del inicio de la batalla albergaba más de 600.000 almas entre sus entrañas. Sin embargo, pasaría a la historia al desarrollarse en ella un nuevo tipo de guerra, conocida por los propios soldados como “Rattenkrieg” o “guerra de las ratas”.

Esta nueva forma de barbarie, consistiría en una lucha brutal callejera en la cual cada pedazo de terreno costaba cientos de vidas para ambos bandos.  Cada escombro, cada casa derruida se convertirían en auténticas trincheras, nidos de muerte perfectos para ejecutar emboscadas y desangrar así al imbatible ejército alemán. Paradójicamente, fueron los ataques aéreos de la propia aviación nazi –“Luftwaffe”- los que facilitarían este nuevo tipo de lucha. Debido al alto grado de destrucción material que ocasionaron sus bombardeos, el ejército rojo rápidamente aprovechó este factor para transformar los escombros procedentes de los edificios, en improvisadas barricadas dificultando así cualquier avance por parte de la infantería enemiga.

Los alemanes se encaminaban a un tipo de guerra que no podían ganar, a pesar de lo que sus propios soldados expresasen en las cartas enviadas a casa.  Así, el soldado del 371º Regimiento de artillería Johannes Weichs escribía en los albores de la batalla a su primo lo siguiente:

“Muchos de nosotros llevamos en Rusia desde Junio de 1941 y aún no hemos estado en casa. Los que estuvieron en Francia en 1940, ya han tenido permiso pero sinceramente ¿quién quiere volver a casa? El final está cerca y todo el mundo quiere estar presente cuando la resistencia se hunda”[3].

Estamos a finales de Agosto de 1942. Stalingrado previsiblemente ha de caer. La Luftwaffe, machaca sin contemplaciones los barrios de la ciudad, levantando con sus bombas nubes de fuego y muerte. La población civil en su mayoría no ha sido evacuada ya que esto podría desmoralizar -bajo la perspectiva comunista- el espíritu de combate del soldado soviético.

Stalingrado

Fotografía aérea de Stalingrado. Apréciese las columnas de humo provocadas por los ataques aéreos.

 Si los alemanes confían en una victoria rápida como ya hiciesen en el pasado, Stalin en cambio, está decidido a no ceder ni un ápice de terreno. Apenas unos meses atrás, se encargó de publicar la Orden nº 227, la cual pasó a la historia por introducir un conjunto de medidas draconianas con el objetivo de impedir que la resistencia soviética decayese.

Literalmente, no se podía dar ni un paso atrás. Así por ejemplo, se ordenaba el arresto inmediato –y posterior envío a Siberia- de la familia del soldado que cayese prisionero o desertase. Por otro lado, era deber de todo soldado soviético “que se encuentre en el cerco enemigo luchar hasta el final […] infligiendo con ello la derrota a los perros fascistas”.

No debe de haber piedad, se debe luchar y morir en el puesto. Ya no se lucha contra seres humanos, sino contra “cosas” despreciables que han de ser aniquiladas. Estas mentalidades presentes en ambos bandos, explican el grado de violencia alcanzado en Stalingrado.

José María García Núñez

[1] Palabras de Valentina Krutova, quién al comienzo de la batalla de Stalingrado tenía tan solo once años.

[2] Datos procedentes de http://www.nationalww2museum.org

[3] P.16 Desperta Ferro