Septiembre de 2014, Mohra Ferak, de veintidós años de edad y en su último año en la Universidad de Dar Al-Hekma, en la ciudad portuaria de Jeddah en Arabia Saudí, recibió una petición, un llamamiento para un consejo, por parte de una mujer que había oído que ella estudiaba Derecho. La mujer era directora de una escuela primaria para niñas, y dijo a Ferak que había crecido frustrada por su incapacidad para ayudar a las niñas a su cargo que han sido violadas. Por lo visto, a lo largo de los años, ha habido muchos de estos casos entre sus alumnas. Independientemente de que el violador haya sido un pariente o el cabeza de familia, los padres de la víctima siempre se niegan a presentar cargos. El honor de una familia saudí se basa, en gran medida, en su capacidad para proteger la virginidad de sus hijas. Los padres, por temor a las perspectivas de arruinar el matrimonio, eligen el silencio, lo que significa que los hombres que habían violado a niñas tan jóvenes (apenas ocho años) quedaron impunes, y pueden actuar de nuevo. Para alguna de las chicas, el secreto sólo aumenta el trauma. Por eso le preguntó a Ferak si había algo que ella, como directora, podía hacer para ayudarlas.

En 2004, Arabia Saudita introdujo reformas permitiendo a los colegios y universidades ofrecer estudios de Derecho a las mujeres. Las primeras estudiantes de derecho se graduaron en 2008, pero, desde hace varios años, se les prohíbe a comparecer ante el tribunal. En 2013, se concedieron licencias de abogados a cuatro mujeres, incluyendo Bayan Mahmud Zahran. Los periodistas y juristas en Occidente se preguntaban si un nuevo contingente de abogados femeninos iba a defender los derechos de las mujeres. Pero, de las decenas de mujeres abogados y licenciados en derecho que han salido desde entonces, sólo dos han admitido interés en la expansión de los derechos de las mujeres saudíes. Hasta el momento, el mayor efecto de las reformas parece ser una creciente toma de conciencia, entre las mujeres saudíes, de los derechos legales que tienen, y una creciente voluntad de reclamar estos derechos, incluso mediante la búsqueda de reparación legal, si es necesario.

Los abogados reconocieron que, según los estándares internacionales, estos derechos podrían no parecer como tales. De acuerdo con la ley saudita, que se basa en la sharia, el testimonio de una mujer saudí en los tribunales tiene, con pocas excepciones, la mitad de valor del de un hombre. Un caso de homicidio, por ejemplo, normalmente requiere el testimonio de dos testigos varones; si sólo uno está disponible, dos testigos femeninos pueden ser sustituidos por el otro. El sistema es tal que el pariente varón con responsabilidad sobre una mujer saudí puede llegar a ser su propio hijo adolescente.

Una mujer saudí no puede salir de su casa sin cubrirse el pelo y ponerse una abaya. No pueden conducir coches ni ir al médico sin permiso. Desde 2013, las mujeres han sido autorizadas a ir en bicicleta, pero sólo en los parques designados y áreas recreativas, teniendo además como carabina a un pariente cercano varón. Los matrimonios de las mujeres sauditas están generalmente dispuestos de antemano, y sigue siendo muy difícil para las mujeres obtener divorcios. Los maridos, por el contrario, pueden casarse hasta con otras tres mujeres, y en algunos casos pueden poner fin a su matrimonio simplemente repitiendo tres veces “me divorcio de ti” aunque sea por mensaje de texto.

Mark Spiltzner cuenta en su libro sobre Arabia Saudí el impacto que le causó en 2007 visitar el país y conocer en profundidad su cultura. Cuenta durante sus dos meses de estancia en Riad, observó un verdadero apartheid del que nadie parece hacerse cargo en el mundo. “Mientras que muchos fueron los que levantaron la voz hace décadas por la segregación racial en Sudáfrica, elevando a Mandela a la categoría de un ídolo del rock de la política, a nadie le importa que existan lugares donde la marginación de la mujer las relega a objetos”.

Spiltzner cuenta que conoció a Sarah, estudiante de derecho, y que gracias a ella conoció a varias personas más, todas estudiantes, del mundo universitario saudí. Resulta deliciosa su narración de cómo las propias chicas, universitarias todas, discutían cuando iban a ver una película en casa de alguna de ellas acerca de si debían cubrir sus ojos en las escenas de beso o incluso si salía Colin Firth a caballo, con el fin de evitar un daño irreparable a su prestigio como mujeres. También cuenta cómo esperaba que las chicas estuvieran preocupadas porque en Arabia Saudí les dejan estudiar Derecho pero no les conceden licencias (en 2007 no se podían obtener, hoy con dificultad) para ejercer como abogadas. En lugar de ello, aquellas jóvenes saudíes tenían como preocupación principal las bodas entre sus amigas de la secundaria, algunas de las cuales tuvieron sus primeros hijos no mucho más allá de los trece años.

Sarah y muchas otras estudiantes expresan cierta esperanza de que las mujeres puedan ser autorizadas a solicitar licencias de derecho “en el momento en que nos graduemos, si no antes.” Pero muchas parecen haber estudiado Derecho con en el mismo espíritu de curiosidad intelectual que pudiera conducir a un estudiante universitario occidental a especializarse en Cultura Clásica. Cuando son preguntadas acerca de por qué han elegido el campo del Derecho, la mayoría dice que es porque los programas para las mujeres eran atractivos para convertirse en pioneras de algo, sin tener que luchar por ello.

Hoy en día, hay miles de mujeres sauditas con títulos de abogadas, y sesenta y siete tienen licencia para practicar, según cifras del Ministerio de Justicia saudí. En 2011, cuando Mohra Ferak entró en el Departamento de Derecho en el Dar Al-Hekma, su familia le apoyó inmediatamente, pero otros estaban horrorizados. Dos de las empresas de Jeddah, donde Ferak ha solicitado puestos de trabajo en los últimos meses indican interés, pero luego le dicen que carecen de la licencia del Ministerio de Trabajo que autoriza a una empresa para que las mujeres trabajen en su oficina. El Ministerio exige a las empresas que empleen a mujeres para construir áreas separadas para las trabajadoras, que les permite comunicarse con sus colegas masculinos, sin el riesgo de ser visto por ellos.

En los supermercados, que han empleado mujeres desde 2013, los espacios semipúblicos son monitoreados por los miembros del Comité para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio, la policía religiosa del reino, a través de las cámaras de vigilancia. Pero las empresas que operan desde lugares de trabajo cerrados, como oficinas, se enfrentan a regulaciones más estrictas. Un resultado de estas restricciones es que, en la actualidad, sólo las más grandes firmas de abogados saudíes emplean mujeres.

A pesar de sus frustraciones, los esfuerzos de las mujeres para ganar más respeto e influencia en la vida pública saudí han progresado bastante rápido, teniendo en cuenta la relativa juventud del país, y sobre todo teniendo en cuenta la cultura tribal, profundamente tradicional de la Península Arábiga. Al fin y al cabo, lo que más se teme es que el enemigo sea sabio, más que sea experto. Cuando las primeras escuelas saudíes abrieron sus puertas a las mujeres en los 60, hubo una oposición feroz (también por parte de algunas mujeres) porque se creía que esto atentaba contra la moral básica.

Tener a las mujeres en condiciones de analfabetismo absoluto garantizaba el control sobre éstas. Con el tiempo se dieron cuenta que lo mejor era garantizar un sistema completo: si una mujer es consciente de que puede educarse desde niña a adulta, se convertirá en una experta en un área, pero se minimiza el posible impacto de que piense por sí misma. Es lo mismo que sucede en los sistemas educativos occidentales, ni más ni menos.

Además, debemos tener en cuenta que para un hombre saudí de valores tradicionales hay cosas que son incuestionables. Los nombres de las mujeres de su familia, por ejemplo, son privados, no se pueden decir en voz alta. Él nunca se refiere a sus familiares mujeres en público. Incluso entre los miembros de una familia muy unida, estos asuntos pueden ser sensibles. En los círculos conservadores de Arabia Saudita, un hombre es poco probable que vea la cara de la mujer de su hermano o escuche su voz. En 2008, el rey Abdullah, que murió en enero de 2015, consternó a algunos de sus súbditos cuando anunció que la Universidad de Riad para la Mujer cambiaría el nombre por el de la princesa Nora bint Abdul Rahman, en memoria de una tía favorita. A pesar de su ejemplo, la práctica no ha alcanzado gran popularidad; la universidad es la única institución importante en el país que lleva el nombre de una mujer.

Resulta interesante observar cómo las juristas saudíes afirman que las leyes del país son “perfectas”, que lo que falla es el sistema jurídico y una mala aplicación de las leyes. Mencionan por ejemplo que aunque exista la violencia de género, lo que hay que hacer no es cambiar las leyes sino educar a las mujeres sobre los derechos que tienen dentro de la estructura existente. Esta postura resulta chocante para nosotros desde Occidente y nos lleva a plantearnos el cristal desde el cual a veces se mira a otras culturas.

Las afirmaciones que con frecuencia se realizan sobre las condiciones de vida de otras culturas se basan en información fragmentada, por un lado, y en la falta de comprensión de esa cultura, por otro. Al no estar dentro de ella, es difícil para la mentalidad occidental entender que una mujer saudí no crea que la raíz del problema esté en la estructura legislativa sino en el desconocimiento de la misma. Piénsese por ejemplo en España, con leyes específicas para luchar contra la violencia de género y una falta total de eficacia de la misma, ¿quizá también por falta de educación en el aprovechamiento total de los derechos? No son pocos los que señalan que, por ejemplo, antes que reforzar o crear una Ley de Violencia de Género hubiera sido más eficaz educar desde la infancia a la universidad en valores de igualdad, equilibrio y, sobre todo, respeto y valor de la persona.

Lo que uno aprende de profundizar en un país como Arabia Saudí es que al final la ley que se aplica es la costumbre. Su sistema legal ha ido creciendo en sus escasos 83 años de existencia, con normas que llegan a contradecirse entre sí. El garante final de todas las leyes es el Jefe del Estado, y ello lleva a que los altos tribunales (religiosos) de última instancia puedan recurrir a su opinión, o de sus consejeros, sin necesidad del precedente judicial. La consecuencia inmediata del poder por goteo desde arriba es la conversión de jueces y policías en pequeños tiranos que viven de su red de intereses.

La justicia es a menudo situación; la ley es lo que una persona en una posición de poder decide que es. Si los musulmanes devotos cuestionan abiertamente la enseñanza islámica, son vulnerables a las acusaciones de herejía, que es un crimen capital en Arabia Saudita. Y los riesgos de cuestionamiento han crecido en los últimos meses. El actual rey saudí, Salman, llegó al poder tras la muerte del rey Abdullah. Desde entonces, las acusaciones de herejía y de apostasía-también un crimen capital -han sido cada vez más dirigidos contra los críticos del gobierno. Ashraf Fayadh, un conocido artista local y poeta, fue condenado a muerte después de que un juez considerara algunos de sus poemas blasfemias.

El aumento repentino en el número de ejecuciones en 2015 aumentó la ansiedad general. El tercer día de Salman como rey, supervisó su primera decapitación, la de un presunto violador. A principios de noviembre, el reino había llevado a cabo más ejecuciones, al menos cincuenta más que en cualquier otro año desde 1995. A finales de noviembre, dos periódicos saudíes informaron que el estado pronto ejecutaría al menos cincuenta prisioneros más, todos condenados por terrorismo. Ahora bien, la ley saudí contempla como terrorismo también dañar la reputación de Arabia Saudí o de su rey; los cargos de terrorismo se utilizan con frecuencia para juzgar no sólo a los yihadistas, sino también a los bloggers y los abogados.

El reino también ejecuta un número inusualmente alto las mujeres, en comparación con otros países que practican la pena de muerte. Esto se explica por lo general por el hecho de que hay muchos crímenes no violentos que son castigados con la muerte bajo la ley saudí. Pero algunos activistas saudíes sugieren que también se debe a que la lista de delitos capitales incluye varios que son “crímenes de mujeres.” Ellas suelen ser acusadas ​​de adulterio con más frecuencia que los hombres, por ejemplo. En noviembre, en un caso de adulterio, una mujer casada fue condenada a muerte por lapidación; el hombre recibió cien latigazos.

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Grupos internacionales de derechos humanos han expresado su alarma por el creciente número de mujeres extranjeras, típicamente empleadas domésticas, que son llevadas a juicio por brujería. La hechicería es una gran preocupación en el país, de tal manera que, en 2009, la Comisión para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio creó una unidad especialmente capacitada para llevar a cabo investigaciones de brujería. Se anima a los ciudadanos saudíes a reportar sospechas de brujas y hechiceros de forma anónima, a una línea telefónica. La primavera pasada, en Riad, diez agencias gubernamentales participaron en un taller de “conciencia sobre la magia” organizado por el Estado.

Aunque el rey Abdullah fue criticado por grupos internacionales de derechos humanos, con él incluso los sectores conservadores alentaron abiertamente la discusión pública de la reforma social, en particular en materia de derechos de las mujeres. Varios activistas señalan sin embargo que hoy, bajo el reinado de Salman, esta discusión ha cesado abruptamente. La opinión pública sobre el progreso se ha redirigido a la fuerza, y ahora está restringido a la tecnología y el espíritu empresarial, un énfasis que, si bien no del todo retórico, parece calibrado para impresionar a los observadores extranjeros.

De esta forma, el debate sobre el apartheid femenino de Arabia Saudí parece limitado a unos pocos mensajes desde organizaciones occidentales y poco más. Ni siquiera de la mayoría de sus partidos políticos. En el país del petróleo, sin embargo, algunas firmas de abogados están empezando a contratar mujeres aunque no puedan ejercer en el tribunal para que estén, al menos, como asesoras ya que, según dicen algunos de estos bufetes, “pueden entender la emoción y traducirlo en algo válido para la corte”.

Algunos abogados también afirman que las mujeres insisten cada vez más en estar representadas cuando las herencias están divididas. A principios de octubre, el Ministerio de Justicia saudita anunció que en los últimos doce meses se habían producido un aumento del 48% en los casos de khula, divorcios iniciados por mujeres. Un periódico saudí informó que tales divorcios ahora constituyen un “asombroso” 4,2% del total. La mayoría de las mujeres no tienen éxito en sus esfuerzos, y las que tienen éxito deben, como mínimo, pagar sus dotes a sus antiguos maridos; a veces también tienen que pagar a los hombres por el dinero gastado en ellas durante su matrimonio.

En esa sociedad obsesionada con la privacidad, con débiles tradiciones de derechos individuales, muchas mujeres saudíes siguen luchando para obtener información legal. Salwa al-Khawari, profesora saudí de visita por España, afirmó hace poco “nuestras leyes relativas a los derechos de las mujeres se encuentran entre los mejores del mundo”. El verdadero problema, añadió, era la falta de acceso a la información. Tras muchos años enseñando, de hecho, Khawari ha profundizado en el conocimiento de las leyes islámicas sobre las mujeres y ha terminado sus estudios sobre Trabajo Social. Desde la pasada primavera, dejó su trabajo como profesora para dedicarse plenamente a informar a las mujeres sobre la totalidad de sus derechos. Queda aún saber si realmente tendrá algún efecto.

Fernando de Arenas