“Drácula de Bram Stoker” (Francis Ford Coppola)

 Estamos en el mes de Halloween, en el mes en el que se recuerda a los difuntos; así que es tan buena excusa como cualquier otra para recordar al “no muerto” más famoso del cine, y con él una de mis películas favoritas: Drácula de Bram Stoker.

Tras el fracaso absoluto que en muchos sentidos sufrió Francis Ford Coppola en 1990 tras su vuelta a la maravillosa saga de El Padrino, con El Padrino parte III; produjo mucho temor y duda el anunciado como próximo proyecto del genial director: una versión de uno de los personajes más manidos de la historia del cine; ni más ni menos que Drácula, el personaje que creó el escritor irlandés Abraham Stoker en 1892 y que se ha convertido, por méritos propios, en todo un subgénero cinematográfico, dando lugar a algunas de las mejores y más emblemáticas películas ligadas a mitos del cine (Terrence Fisher, Bela Lugosi, Christopher Lee, Murnau…) y a algunas de las peores  (Blácula, 1792; Brácula (Condemor II), 1997…).

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Las previsiones no eran nada halagüeñas: un director que era capaz de dar una de cal y otra de arena; una protagonista impuesta por el director (Winona Ryder y Coppola habían llegado al acuerdo, tras romper éste uno previo por el que Sofía Coppola había sustituido a Ryder en el Padrino III, por el cual la próxima película del director sería protagonizada por dicha actriz); un casting de actores para el papel protagonista muy amplio (Gabriel Byrne, Armand Assante, Andy García, que rechazó el papel por el alto contenido sexual, bajo su punto de vista, de la historia) que al final consiguió Gary Oldman. Todo ello en medio de la auténtica revolución de los efectos especiales que había iniciado James Cameron en Terminator II un año antes; y que continuaría Spielberg con Parque Jurásico un año después del estreno de la película que nos ocupa (1993). Con todos estos mimbres, la duda que se cernía sobre Coppola y su savoir faire era grande.

Dudas que se disiparon completamente desde el estreno de la película en 1992. A pesar de que en la promoción se vendió como la única adaptación del famoso vampiro fiel al relato original, al ver el resultado (si hemos leído la novela) nos damos cuenta de que no es completamente así. Si bien es cierto que se mantiene el tono epistolar, que es una de las señas de identidad de la obra de Stoker, no lo es menos que, evidentemente, el cine tiene otro tipo de lenguaje, otro ritmo de narración… y a pesar de que los puristas no acabaron especialmente contentos con el resultado, el film de Coppola para por ser, para un servidor y para buena parte de la crítica, como uno de los más redondos filmados por él y una de las grandes obras de la década de los noventa.

¿Qué es lo que hace a este Drácula de Bram Stoker una película tan redonda? Podríamos señalar como respuesta a este interrogante varios motivos fundamentales:

  1. La historia en sí: el Drácula que nos presenta Coppola es muy diferente al que se había filmado muchas otras veces en la historia del séptimo arte. Para comenzar se nos presenta el origen, a modo de introducción, de la caída al Abismo de Vlad Tepes, al que por primera vez se le identifica con el mítico monstruo. En una introducción extraordinaria rodada con sombras chinescas como homenaje al Cine, que por aquellas fechas cumplía 100 años, Coppola nos narra el origen del hombre que se vio arrastrado a maldecirse a sí mismo por amor. Además, se le da un giro a la típica historia rodada decenas de veces, y Drácula aparece como un monstruo vengativo, pero también atormentado por su amor incondicional a Elisabetha, su amada reencarnada en la figura de Mina Harker. Los poderes y las debilidades del vampiro, sus odios y sus miedos son excepcionalmente puestos en escena en esta película. De tal modo que, sin lugar a dudas, es una auténtica “biografía” del mito vampírico, con un final redentor que deja un regusto extraordinario y bellísimo.
  2. El elenco de actores: decir que los protagonistas y actores de reparto de Drácula de Bram Stoker están extraordinarios en todas y cada una de las escenas no hace justicia a la realidad. Pocas veces se encuentra un casting tan acertado para la historia que se nos quiere narrar. Empezando por Drácula, interpretado por un Gary Oldman que interpreta al ¿monstruo? en todas las formas posibles. Una Winona Ryder (Mina Harker) que deja por un momento de ser mediocre para estar a la altura. Sir Anthony Hopkins, interpretando al mejor Van Helsing de la historia, y que es capaz de hacer real lo que otros ni tan siquiera soñarían. Y algunos secundarios, como es el caso de Sadie Frost (Lucy Westenra) que da auténtico pavor…
  3. Los recursos artísticos: el vestuario de  Eiko Ishioka, que forma parte de la colección permanente del MOMA de New York y que es de los más  sobresalientes que he visto en mi vida, porque es capaz incluso de aterrorizar o mostrar una sensualidad fuera de lo común; la música de la banda sonora escrita por el polaco Wojciech Kilar, y que puede llenar de romanticismo una escena y de terror la siguiente, con piezas bellísimas; algunos de los diálogos, que son una obra maestra (“he cruzado océanos de tiempo para encontrarte” le llega a decir Drácula a su  amada). Y el montaje, en el que se usan artes propias de los inicios del cien, que nos envuelve durante las dos horas de película (que se pasan en un suspiro) en un ambiente onírico a menudo, como si estuviéramos por momentos ebrios de absenta que beben los personajes; donde no distinguimos si lo que viven los personajes es una realidad o es una auténtica pesadilla (espeluznantes los minutos en Jonathan Harker en Transilvania y las  escenas del sanatorio mental). En esto último incluyo la escena de la vampiresa Lucy Westenra, que pasa  por ser una de las más terroríficas que he visto en el cine.
  4. La sensualidad: Drácula es una historia de amor, no una película de terror al uso, pero donde el erotismo está muy presente; a veces de forma velada, otras veces de un modo más explícito. Todo en Drácula es sensualidad, exaltación de los sentidos al convertirse al vampirismo, erotismo en las concubinas del vampiro (especial mención a Mónica Bellucci) y todo ello en un ambiente oriental que ayuda a crear esa atmósfera buscada por el director. Llegados a tal punto, somos capaces de plantearnos si dejaríamos que estos vampiros nos diesen un buen mordisco…

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Drácula me recuerda a mi adolescencia, a estar sentado en el sillón de mi casa una noche, y no ser capaz de terminar de ver esa película que estaban emitiendo, pero sentir el aguijonazo del vampiro en mi propia yugular y quedar infectado, para siempre, de la película. Años más tarde, la busqué y la conseguí para convertirme sin duda en un adicto (¿no es eso un vampiro acaso?) de este extraordinario film.

Ahora que se celebra Halloween y el vampiro por excelencia vuelve a estar de moda por una nueva película; no lo duden, déjense morder por una de mis películas favoritas…

Carlos Corredera (@carloscr82)