Hace tres semanas escribí a un amigo en respuesta a una carta suya relativa al cambio educativo. He pensado que podría ser motivo de reflexión para otros, aunque soy consciente de que en la misma se dan por supuestos temas como el de la previa existencia de la iniciativa del gobierno de Franco, que fue quien inició la transformación que ha llevado hasta el punto actual, cuando estableció la Educación General Básica (E.G.B.) y duplicó el sueldo de los enseñantes de Secundaria y Primaria (por este orden), luego de que estos últimos se pusiesen en huelga para que se les equiparase en la subida a los primeros, obteniendo la victoria en sus pretensiones. Notemos, sólo a título recordatorio, que entonces a la Escuela Normal de Magisterio se podía acceder con 14 años, luego de haber aprobado la reválida del Bachillerato elemental y para realizar 3 años de estudios; y los profesores titulares de Secundaria habían de superar la reválida del Bachillerato Superior y el curso Preuniversitario y luego los cinco años de una carrera Universitaria, normalmente de Ciencias o de Filosofía y Letras. O sea, cinco años más. Con este y otros matices que se podrían añadir, mi pensamiento al respecto de la situación actual es el siguiente:

Querido amigo:

 Hace unos tres años puse en el foro lo que yo entendía que era la desafortunada raíz de todo el problema educativo: el hecho de que desde mediados de los 60, aprovechando el despegue económico, se pusieran institutos en todos los pueblos donde antes no los había (en Écija, el mío, que es grande, por ejemplo). Se desplazaba así la figura del maestro de la triada de autoridad (junto al poder del alcalde) que solía ser básica: cura-médico (y/o boticario)-maestro.

Los maestros, que habían de formar una base importante del recién nacido PSOE, iniciaron entonces una lucha igualatoria respecto a los profesores de instituto, buscando rebajar a éstos mejor al tiempo que procuraban su propia subida. Su fuerte fue la pedagogía (la que a ellos más les interesaba) que era lo que no se estudiaba -ni se estudió luego-en las Facultades de Ciencias o de Filosofía y Letras. Las propias Escuelas de Magisterio (donde estudió mi hermana) se convirtieron, a base de bajar los niveles, en Facultades de Ciencias de la Educación. Como por otro lado ello iba a favor de la corriente neoconservadora que arrancó de los años 80, no sólo se les dejó hacer sino que se les fomentó desde un partido, el PSOE, que apostó por la pedagogía a falta de ideología propia (destierro del marxismo con González). Contra la represión franquista en la que todo parecía que eran obligaciones, se impuso la política permisiva de los derechos del niño, de la mujer y de todo lo que oliese a reprimido, sin mirar los límites.

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 La cultura se convirtió, de una forma exagerada, en espectáculo, abandonando su sentido profundo de represión y encauzamiento de las pulsiones naturales. Además, eso encajaba muy bien con nuestro espíritu antiguo, católico, de rechazo del trabajo (tripalium) como una virtud. El cabrón de Franco, que hizo trabajar a nuestros padres y no dejaba fornicar libremente, debía quedar desterrado de la memoria histórica. Con su muerte, pues, llegaron el destape, el célebre cambio de las tres C (coche, casa y coño) -que hizo famosa a esa primera generación de gobernantes de la democracia inventada por Willy Brand- y las subvenciones para llevar las cosas a su justo cauce católico: el mantenimiento de los lazos clientelares multiseculares, aunque cambiando parcialmente a los señoritos antiguos por otros más benévolos y a la Iglesia por la Banca.

El sistema educativo sirvió perfectamente a ese fin: el Afeminamiento General Básico de la población, que debía de gozar y no pensar, y no como con el maldito Franco, que al nacer llegábamos a un valle de lágrimas donde había que ganarse el pan con el sudor de la frente propia y las mujeres debían de parir con dolor y ser sumisas con sus maridos. Afortunadamente el desarrollo de los anticonceptivos también jugó a favor de la nueva pedagogía educativa (y por supuesto de los Mercados, a los que les hacía el caldo gordo por el camino constitucional de la progresía). ¿Quién no cayó en esa trampa?

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Afortunadamente teníamos crédito y pedimos prestado durante años. Luego se cambió en el sentido de que hubo que vender las empresas nacionales para pagar la deuda (PP) y así poder empezar otra vez. A los alemanes les venía bien y nos ofrecieron meternos en el marco doble (ahora llamado euro) para que le compráramos sus cosas con el crédito de sus bancos, pensando ingenuamente que teníamos intención de devolver lo prestado con la ayuda de los fondos estructurales. Ingenuos: la moral de trabajo había desaparecido por completo, y en lugar de resucitarla nos dedicamos a traer 4 millones de extranjeros para que trabajaran mientras, en los años de mayor auge económico, manteníamos 2 millones de parados subsidiados. Apuntarse al paro era la ilusión de los chavales que tenían que haber estado siendo llevados al fastidioso estudio (cosa que no era políticamente correcta), pues les permitía tener moto o coche, botellonas y polvos de todo tipo.

 Evidentemente la Universidad no había de ser una barrera para ello y no lo fue. De ahí que cuando Europa nos ha impuesto una reforma (Plan Bolonia) ésta, que yo procuré desarrollar por mi cuenta en cuanto a metodología durante 20 años, no pudo tomar otra forma que la de volver a marcar el paso dentro de un sistema plenamente burocratizado del que siempre había procurado huir. Y huí en cuanto me ofrecieron la oportunidad de irme a mi casa pagándome como si estuviera dentro. Al fin y al cabo a ellos no les interesaba la docencia ni la investigación más que como medio (para cumplir con las apariencias) y no como objetivo. No sé si las cosas hubiesen podido ser de otra manera, pero te puedo decir que yo, en el entreacto, he disfrutado con la docencia más que con la investigación (a la que ahora me dedico casi en exclusiva por mi cuenta), y también he padecido, como profesor y como padre, viendo la degradación progresiva de todo el sistema.

 Ahora ya no quedan por vender, para pagar la última deuda (como los argentinos), más que los aeropuertos y las loterías (que nadie puede negar que siguen siendo rentables, pues todo el mundo invierte en suerte ya que no en creación de verdadera riqueza), y nos disponemos a hacerlo mientras que negamos la evidencia: de que vamos a ser intervenidos y obligados a trabajar por los que ya se han hartado de pagar nuestras fiestas. Sólo la enormidad de nuestra deuda (privada más que pública) podría salvarnos.

Ya sé que no te he contado nada que tú no hayas vivido igual que yo (pertenecemos incluso a la misma clase trabajadora del franquismo, que nos ofreció el salto hacia arriba a cambio de nuestro esfuerzo) pero he sentido la necesidad de desahogarme y te he cogido como confesor involuntario. Perdona el tostón, pues.

Genaro Chic García

Ha prestado servicio como profesor en las Universidades de Córdoba, Cádiz y Sevilla. Desde 1980 fue profesor de número de los cuerpos docentes del Estado, primero, con el número 1 de su promoción, como Profesor Adjunto (cuerpo al que hoy se denomina de Titulares) y, desde 1989 a 2009 como Catedrático de Historia Antigua. En la actualidad se encuentra jubilado pero mantiene su actividad investigadora al tiempo que participa en Congresos, Masters, conferencias, etc. Asimismo es autor de decenas de artículos y varias monografías entre las que destaca «El comercio y el Mediterráneo en la Antigüedad» publicado por la editorial Akal.  

NOTA: las palabras que contienen este artículo fueron escritas en 2010, a pesar de lo cual siguen estando de plena actualidad.