El Hombre que Susurraba a las Integrales (I)

El Hombre que Susurraba a las Integrales (II)

Ella II

 

María José estaba desconcertada. Se sumía en el silencio mirando al resto de comensales. Supuestamente la cena iba a ser sólo de compañeros para celebrar el fin del segundo trimestre, pero, de repente, había aparecido un muchacho, Juan, amigo del de matemáticas y una muchacha, Brígida (aunque le había dicho que la llamara Briyit o algo parecido), que conocían a todos los asistentes excepto a ella. Ambos eran antiguos trabajadores de la academia. Además, María José se había podido dar cuenta que, a partir de llegar al local, tanto el chico nuevo como Alberto se estaban comportando de una manera un tanto extraña. No entendía nada.

Pero eso no era lo único que campaba por su mente. Mientras se desarrollaba todo esto, no paraba de echar miradas de soslayo al móvil buscando algún mensaje de Abraham.

Tenía que quedarse en su casa esta noche para evitar coger el coche a las tantas, pero se habían despedido de una manera fría. Su novio no quería que ella hubiera ido a la cena. “Llevas poco tiempo trabajando allí”, le había puesto como primera excusa, seguido de “para un fin de semana que podemos pasar juntos” como segunda y terminando por “esta noche estoy solo en casa…”. 

María José pretendía que su novio le echara mas cuenta. En las últimas semanas se había vuelto un tanto monótona su relación, quizás producto de verse con mayor frecuencia. Ya se sabe que a veces no es lo más positivo para ciertas relaciones que tienen “mucho” futuro.

La salida a cenar era la excusa oportuna para mostrarse como una persona independiente y segura de sí misma. La idea de provocar que el hombre estuviera detrás de ella, sin exagerar claro está, le gustaba bastante y le aumentaba el amor propio.

Así que le dejó claro que ella era completamente libre para decidir dónde ir y que hacer y que tenía claro que no se perdería la cena bajo ningún concepto. Le invitó, sin mucho ímpetu, a que la acompañara. Y cuando el hombre se negó, cogió las llaves del coche, su abrigo y se fue.

La red estaba desplegada y el cebo reposando en el centro de ella, ahora sólo tenía que esperar a su presa. Estaba prácticamente segura que su novio enviaría un mensaje para aliviar la tensión y que terminaría yendo a donde estuvieran ellos después de la cena. Con un poco de suerte no tendría que conducir ni siquiera hasta la casa del chico.

Mientras repasaba mentalmente su diabólico plan, su atención a las primeras conversaciones en la mesa estuvo variando entre el desinterés y la apatía.

– ¡Chiquilla, María José! Di algo, que llevas callada desde que llegasteis.- dijo repentinamente Lalo, situado a su derecha (protagonista como es ella (sí, ella, muy ella) presidiendo la mesa).

– Ahí, perdona Lalo, estoy un poco cansada y me distraigo fácil – mintió.

– Pues toma- le dijo pasándole la carta del restaurante (pegajosa como el suelo de un bar de copas a las 3 de la mañana)- Mira a ver que te gusta. Vamos a pedir tapas y unas raciones para picar todos en el centro. ¿Y de beber tú qué quieres?

– Empezaré por una coca cola light.

– Pues anda que empiezas fuerte- añadió Alberto. El muchacho estaba sentado frente a ella. Con eso de estar pendiente del móvil no se había dado cuenta de donde se sentaba cada uno- así no nos emborrachamos… ¡pídete una cerveza!

– ¡Jesús! Como empiece con la cerveza ya, en cinco minutos estoy contenta.

– Como debe ser. Estamos aquí para celebrar estas mini vacaciones. La idea es pasar un rato… alegre…

– Pero no tan pronto, chiquillo. Tú déjame que ya me tomaré algo más adelante.

– Eso, tú deja a la pobre muchacha, no seas pesado- dijo de repente Brígida desde el otro extremo de la mesa y por encima de dos conversaciones mas que se estaban desarrollando entre el resto al mismo tiempo. – Si la chica no quiere beber no te metas con ella.- “y tan chica, comparada con ella parezco una niña de teta”, pensó María José- Además, ¿qué nos quieres emborrachar a todas?

– A ti seguro que no…- se escuchó levemente en este lado de la mesa. María José no sabía si lo había dicho Juan o Alberto. Ambos se miraron de manera cómplice. Ambos sonrieron antes de Alberto contestara ya en voz alta.

– No tranquila, que aún no soy accionista de Cruzcampo y además no tengo el más mínimo interés en emborracharte, digo… emborracharos. Sólo vamos a disfrutar de la noche… ya está… un par de cervecitas…

– Pues si que te ha dado por la  cerveza últimamente. Que cuando estábamos juntos no bebías nada. No como ahora que te bebes las cervezas de cuatro en cuatro. Así estás más gordito.- “¿¿¿esta tía ha estado con este muchacho??? Tendrá dinero la familia…o sería hace mucho tiempo…”. Para María José, Brígida aparentaba ser bastante mayor para Alberto. Por no decir que, después de la impresión que le había dado la chica, no parecían tener muchas cosas en común.

Alberto encajó bien el golpe y respondió con tranquilidad mientras miraba a Brígida.

– Mis kilitos de ahora son producto de la tranquilidad, cosa que antes no tenía. A ti en cambio veo que el régimen te ha ido bien, ¿cuánto has perdido en estos dos años? ¿20 kilos?

– Que exagerado eres – dijo mientras le asomaba una pequeña sonrisa para aparentar dignidad. De lo cual daba la impresión que carecía por completo. Una sonrisa enseñando los dientes apretados no es natural ni en los anuncios de dentífricos- No estaba tan gorda antes, no sé si he perdido 5 o 6.

– Pues aparentaban mucho más – matizó Juan.

María José se dio cuenta de cómo Alberto y Juan hacían frente común con la muchacha. La historia que había detrás de ella la empezaba a intrigar. Alberto parecía ser un chico tímido, muy prudente y buen muchacho. Esta nueva dimensión que ofrecía de… de… “cañero” ofrecía una nueva cara que la empezaba a recordar esa primera impresión que tuvo cuando lo conoció. Una impresión que había ido cambiando durante este mes debido a que había sido un poco pesado con tanta conversación de pasillo que alguna vez que otra le había impedido llegar a tiempo a sus clases.

Lalo, que atendía a la escena disfrutando, decidió atraer la atención de toda la mesa para agilizar las comandas de bebida y comida. Esto calmó al personal que se centraron y pudieron pedir todo con la mayor normalidad y rapidez.

Al servir las bebidas, Salva, el propio Lalo y Helena se levantaron para salir a la puerta del bar, junto con su cerveza, para fumarse un cigarro. Juan empezó a hablar de fotografía (algo desconocido para María José) con Laura bajo la atención de Brígida, que ponía cara de no tener ni idea pero se esmeraba por hacer largos comentarios. La quinta persona en que quedaba la mesa, Alberto, miraba fijamente al vaso de cerveza mientras la sujetaba con ambas manos.

En ese instante María se quedo mirándolo. Se había cortado el pelo para la cena, ya que por la mañana tenía el flequillo por la nariz y todo un “casco” de pelo lacio que rodeaba la cabeza mientras que ahora lo tenía ligeramente de punta.

– Te sienta bien el corte.- se sorprendió a ella misma hablando en voz alta, ya que simplemente debía ser un pensamiento.

– Gra… gracias -parecía sorprendido por el comentario.- ya estaba cansado del pelo tan largo. Era incómodo tanto pelo.

– Pero a ti te tiene que sentar bien el pelo largo. Tienes el pelo muy liso.

– Todo el mundo me lo dice. Pero la verdad es que me da tela de pereza. Así estoy más fresquito. Además, no me corte antes porque no tuve un hueco libre entre semana.

– Anda. Si con un ratito que tengas,  te acercas a la primera peluquería que haya cerca de tu casa y listo. Los chicos lo tenéis muy fácil. Las chicas somos más delicadas para eso. Yo nada más que voy a mi peluquera de toda la vida. Y por el horario de este primer mes, si que no voy a tener tiempo de nada. Entre las clases y que tardo una hora en ir y otra en volver. Por no hablar del dinero. Que con tanto kilómetro se me va un pastón en gasolina.

– Pues múdate por aquí – “/a mi casa por ejemplo…”.

– Si claro. Para que me echen a la calle pronto y me quede colgada.

– Anda ya. No te van a echar.

– Tú que sabrás. Los niños ponen unas caras mientras les explico… más raras…además que se me han ido un par de cosas… el otro día tuve que rectificar una pequeña cosilla que les expliqué en la clase anterior porque no me acordaba bien del todo.

– Eso lo hacemos todos – mintió Alberto – . Si no les  gustara tu forma de dar clase no llevarías un mes. Nuestros jefes lo tienen muy claro. Los profes que no valen no aguantan ni dos semanas.

– ¿Cuánto tiempo llevas tu allí?

– Cerca de cuatro años. No pensaba que estaría tanto tiempo y fíjate. Y empecé igual. Pensando si seguirían contando conmigo. Dales tiempo a los críos. No me cabe duda que te los ganarás. Se te ve ese aire…

– ¿Qué aire?

Alberto la miró pretendidamente a los ojos.

– Ese aire de persona que se adapta a todas las situaciones. De no ahogarse en un vaso de agua. Del tipo que termina triunfando en lo que sea. Estoy seguro que al final de curso estarás más segura en las clases y disfrutarás en ellas.

Sonrojada bajó la mirada. ¿Por qué le decía esas cosas? Se sentía bastante extrañada de que aquel muchacho la intentara confortar de esa manera, aunque la cuestión era que se estaba sintiendo cada vez más cómoda. Volvió a subir la mirada y se encontró en el mismo sitio esos ojos marrones contemplándola, en este caso acompañados por una pequeña sonrisa del chico.

– Alberto- rompió el momento Brígida- ¿Cómo estás en tu piso nuevo? Bueno, y con la independencia y eso. Que hace tiempo que no nos vemos.

Alberto bajó la mirada y contestó después de unos segundos.

– Bien, no me puedo quejar. Es un tercero con ascensor. Tiene balcón a la calle, así que se airea mucho mejor que el otro en el que estuve unos meses. Lo mejor de todo es que está cerca del curro. Y respecto a vivir sólo, pues… todo es acostumbrarse. Soy mayorcito para hacer de todo. Es cierto que lo hago a mi ritmo pero más o menos llevo todo para delante.

– A ver si me invitas a ver tu piso- añadió la chica rubia. Esa última frase activó un pequeño resorte en María José. No sabía el por qué pero no le agradaba esa chica para nada.

– Bueno… ya haré una comida o algo para todo el mundo…- medió Alberto.

– Brígida- interrumpió María José, ahora le tocaba a ella interrumpir conversaciones.

– “Briyit”, recuerda que me gusta que me llamen “Briyit”- añadió la chica rubia a modo de escudo demostrando que la batalla podía ser encarnizada.

– Eso sería si hubieras nacido en Francia – fustigó Juan mientras sonreía de oreja a oreja- que mas quisiéramos todos estar a orillas del Sena ahora – “para ahogar a alguna en él” tuvo el fugaz pensamiento María José.

Haciendo un leve gesto de desprecio con la cara al comentario de Juan, Brígida miró a María José esperando algún comentario de la muchacha.

– Si… que te iba a preguntar que cuando estuviste en la academia- pregunta cuya respuesta carecía completamente de interés para todos incluida la demandante, pero que, debido a la pequeña escalada de tensión que se estaba produciendo, optó por realizar para suavizar las cosas. No era cuestión de ganarse una enemiga antes de cenar…quizás más adelante.

La respuesta a dicha pregunta se produjo mientras los fumadores volvían a la mesa, los camareros traían las primeras tapas, se pedía otra ronda de cervezas a gritos y el móvil vibraba en el bolso. Así que obviamente no se enteró absolutamente de nada. Y como le importaba un pimiento la respuesta, María José se dedicó a asentir esperando que la otra muchacha cerrara la boca definitivamente, algo que tardó cerca de 5 minutos en hacer. Los demás estaban inmersos en otras conversaciones desde hacía bastante rato.

Aprovechando la excusa, real, de que se enfriaba el solomillo al whisky, recién servido, pudo evitar alargar la conversación con Briyit. Y pudo sacar disimuladamente el móvil para ver el motivo de la vibración. Al ver la llamada perdida, pidió disculpas a los demás y se levantó para llamar por teléfono fuera.

Luís Díez