Anochecía sobre París. Juana de Arco, asomada a su pedestal, vigilaba la penúltima curva antes de la meta. Con el obelisco de Luxor como eje, el hotel Crillon quedaba atrás por última vez. Picando hacia arriba, los Campos Elíseos. Era el final. Después, solo el honor de haber sobrevivido a la batalla y la gloria de los vencedores. Una gloria que, 3.404 kilómetros y 21 etapas después, merecía estar enmarcada por el Arco del Triunfo, el monumento que Napoleón mandó construir tras vencer en la batalla de Austerlitz. Ayer, un ejército de ciclistas encabezados por el británico de origen keniano Chris Froome, retomaba el sentido primero de la construcción: homenajear a los combatientes. Acababa la edición número 100 del Tour de Francia.

El Tour de Francia es un gigantesco mito escrito a base de esfuerzo, orgullo y pequeñas grandes historias. Por eso, y pese al descrédito que el dopaje ha supuesto para el ciclismo, el Tour de Francia sigue siendo una cita fundamental del deporte mundial. Todo empezó en 1903, cuando a Henri Desgrange y a Geo Lefevre, del periódico L’Auto, se les ocurrió la idea de dar la vuelta a Francia en bicicleta. Lanzaron la propuesta en el mencionado diario y, tras subir la cuantía de los premios y aplazar el inicio un par de veces, vieron cumplido aquel estrambótico sueño. El 1 de julio de 1903 60 corredores tomaban la salida en hotel Reveil Matin de París. Su primer destino, Lyon, a 467 kilómetros. Era el inicio de una primera edición donde se acabarían completando 2428 kilómetros en seis etapas. Una auténtica odisea que acabó coronando a Maurice Garin, deshollinador de profesión, como primer ganador del Tour de Francia. Desde entonces hasta hoy, 100 ediciones en 110 años y múltiples leyendas hechas realidad.

Con el tiempo, la carrera fue ganando en popularidad y los héroes fueron adquiriendo nombres propios. Garin, Pottier, Petit Breton o Trousselier eran figuras admiradas, surgiendo los primeros duelos entre aficionados, que preferían a Garrigou antes que a Georget o  a Lapize en lugar de al luxemburgués Faber. Luego llegó la supremacía belga, que tuvo como principal exponente al Philippe Thys[1], el rearme francés, la aparición de Sylvere Maes y la eclosión del genial Gino Bartali, un escalador de raza cuya carrera fue interrumpida por la II Guerra Mundial. El gran símbolo del Tour, el maillot amarillo, se había creado ya, en 1919.

Tras la II Guerra Mundial la carrera renace con la refundación del diario, ahora denominado L’Equipe[2]. El Tour se consolida definitivamente en estos años: vuelve a la carretera Bartali, apodado “el monje volador”, surgen caras nuevas como las de Fausto Coppi, Bobet y Bahamontes, el primer español en ganar el Tour, y se sube por primera vez la ascensión al Alpe d’Huez y sus 21 giros. La rivalidad entre el elegante Anquetil, primer ganador de cinco Tours, y el eterno segundón Poulidor no hacen más que confirmar la resonancia del Tour de Francia a nivel popular y deportivo. Y la lista de ciclista de fábula no se detiene: Gimondi, Aimar, Pingeon y Janssen son dignos vencedores donde la televisión irrumpe con fuerza.

Y si hablamos de entradas impactantes, no podemos dejar de mencionar a Eddy Merckx, que en su primera participación en 1965, consigue la victoria en la clasificación general, el Gran Premio de la Montaña, de la clasificación por puntos y, con sus compañeros del Faema, de la clasificación por equipos. El Caníbal, como se le apodaba, ganó cuatro tours más, siendo el español Ocaña el único capaz de discutir su reinado. Reemplazaría a Merckx en el estrellato Bernard Hinault, ganador también de cinco tours. El Caimán, estuvo a punto de convertir a Zoetemelk en el nuevo Poulidor[3], pero este consiguió ganar una edición con treinta y cuatro años, resarciéndose de sus seis segundos puestos. Laurent Fignon, el irlandés Stephen Roche, Greg Lemond, Sean Kelly serán otros ganadores de los ochenta, años en los que España vibró con un escalador tan espléndido y valiente como despistado, Perico Delgado. Tras ganar en Alpe d’Huez y perder el Tour de 1987 por una diferencia exigua, en 1988 se desquitó ganando con autoridad con un ciclismo agresivo y valiente. Luego vino aquel descuido en el prólogo de 1989, cruz de un ciclista de fortísima personalidad.

Entonces llegaron los noventa y con los noventa llegó Miguel Induráin. Uno de los mejores deportistas de la historia de España, Induráin modernizó el ciclismo incluyendo la estrategia de carrera y una exhaustiva y minuciosa preparación. Su brutal potencia, su dominio de la contrarreloj y sus terroríficas ascensiones a ritmo le valieron cinco tour consecutivos, algo que nadie ha vuelto a repetir. O sí.

Lance Armstrong llegó a dominar la ronda gala durante siete años consecutivos, entre 1999 y 2005. Sin embargo el TAS y la organización del Tour de Francia le han retirado sus victorias al descubrirse una elaborada red de dopaje de la cual el texano era el centro. Dichas ediciones han quedado desiertas, no habiéndose cortado la dinámica del dopaje, habiendo sido diferentes ciclistas despojados de sus victorias en la ronda gala por cuestiones de dopaje.

Pero el Tour es más que una lista de ganadores. Es el orgullo de un país que se muestra en todo su esplendor durante las veintiuna etapas que dura la carrera. Porque en Francia, que el Tour pase por tu localidad es una fiesta. Y no digamos ya que sea final de etapa. La gente se vuelca con la carrera, llenando las cunetas de pancartas y amenizando con disfraces las retrasmisiones. En las etapas de montaña, con puertos legendarios como el Tourmalet, el Mont Ventoux, La Madeleine o el Alpe d’Huez, cientos de personas llenan la carretera de roulottes, creando pasillos de gente que se abren al paso de los ciclistas como las aguas del Mar Rojo ante Moisés. La televisión francesa, sabedora de la espectacularidad, se esmera es la realización para deleitar con planos impresionantes y la organización, con más o menos tino, diseña en recorridos bellos e interesantes. Mención especial merece la contrarreloj de este año en el Mont Saint Michel, cuya teatralidad en la llegada, con la abadía al fondo, es un canto a la exquisitez. O la etapa final en París, que para esta edición se ha hecho de noche para mayor gracia de la ciudad de la luz. Y es que el Tour es el orgullo de un país hermoso y sabio como Francia. Por eso lo cuida tanto como lo presume.

Sin embargo, el Tour también es una experiencia con uno mismo, una manera de emocionarte con la grandeza y el afán de superación del género humano. Todos tenemos en mente una etapa, una gesta, una ascensión, una contrarreloj, un ataque que se nos ha quedado grabada. Cualquier español recuerda los ataques a tumba abierta de Perico o las contrarrelojes de Miguel, habiendo quedado para la historia la eclosión definitiva de Induráin en Val Louron, con Chiappucci pegado a su rueda. O la etapa ganada por Fernando Escartín, ese ciclista desgarbado que parecía descoyuntarse en la bicicleta. Y seguro que hay muchas más, tan famosas como sorprendentes. Como la agónica victoria de etapa de Javier Ochoa en Hautacam. O el sorprendente triunfo de Juan Manuel Gárate en el desierto blanco del Mont Ventoux. Con todo, me gustaría cerrar el artículo recordando al malogrado Marco Pantani, cuyas ascensiones tanto me hicieron disfrutar. Poseedor del record de ascensión al Alpe d’Huez, jamás olvidaré la gesta de Grenoble – Les Deux Alpes, donde metió casi nueve minutos a Jan Ullrich. Eso le valió al Pirata para ganar un Tour donde la hegemonía la tenían los contrarrelojistas. Porque me gusta seguir pensando que, pese a todo lo que vino después, su clase sobrenatural está fuera de toda duda. Porque hazañas así están por encima de todo.

Por cierto, se me ha olvidado preguntarles. ¿Cuál es la etapa del Tour que más le marcó? Seguro que tienen alguna. Porque el Tour es el mito más íntimo del deporte.

Francisco Huesa (@currohuesa)

 


[1] Philippe Thys ganó tres ediciones del Tour de Francia, en 1913, en 1914 y en 1920. Hoy, muchos especialistas se preguntan cuál sería su palmarés de no haber mediado la I Guerra Mundial.

[2] Ante las acusaciones de colaboracionismo, los propietarios del diario L’Auto decidieron cambiarle el nombre, poniéndole al nuevo periódico el nombre de L’Equipe, que actualmente se sigue editando.

[3] Poulidor, tres veces segundo y cinco tercero, es conocido como el eterno segundón, pues no logró ganar nunca el Tour de Francia. Les emplazo artículo de Ricardo Rodríguez en esta misma revista para conocer más sobre Poulidor: http://revistadistopia.hol.es/?p=452.