Busquen cualquier titular sobre Europa en los medios de comunicación. Casi una cuarta parte incluyen la palabra “lentitud” en ellos. La burocracia europea ha pasado de ser, desde que estalló la crisis, de un mito sarcástico a una realidad preocupante. El Presidente de los EEUU llamaba hace unos días a poner en marcha en Europa medidas urgentes para manejar la situación de crisis que se ha situado en sus fronteras. No solo en ellas, porque todos esos miles de refugiados se dirigen hacia Alemania a la que contemplan como un paraíso de oportunidades. Lo es si tenemos en cuenta que vienen de estar siendo bombardeados y atacados. Obama se quejaba de la excepcional lentitud de Europa para tomar decisiones de semejante calado lo que, en última instancia, está revelando la auténtica naturaleza del problema: Europa tiene sobrepeso.

El ISIS lleva en Siria oficialmente desde abril de 2013. En junio de ese año al menos once rehenes occidentales fueron ejecutados con imágenes terribles en televisión. Eran crudas, pero no sirvieron más que para unos cuantos titulares veraniegos entre una ola de calor y las playas llenas de la Malvarrosa. No es fácil encontrar referencias al niño que fue asesinado frente a su madre, supuestamente por blasfemar. Pocos meses después el ISIS alcanza una zona cercana a la frontera con Turquía. En otro tiempo aquello podría haber sido directamente frontera política europea pero parece que precisamente eran este tipo de cosas las que intentaban evitarse en Bruselas.

Cuando tu contexto geopolítico es tranquilo puedes permitirte el lujo de vivir una vida llena de comodidades, esperando la llamada del amigo americano. Sin embargo, expandir las fronteras hasta alcanzar zonas de riesgo puede llevar a la necesidad de mayor autonomía. A Ucrania se le ofreció un acuerdo comercial especial, pero nada de hablar de integración cuando se sabía que existían regiones tan prorrusas que podrían provocar un conflicto serio. Imaginen que los ucranianos hubieran llegado a estar en espacio Schengen cuando Rusia invadió Crimea.

Aun así, Europa siguió manteniendo unas relaciones bastante estables y fuertes con la Turquía de Erdogan, tanto como para regalarnos imágenes deliciosas con Rajoy entrando en un mitin del mismo. Los yihadistas campaban a sus anchas en aquellos días del verano de 2013 en las rutas entre Estambul y Kilis y Gaziantep, en la frontera con Siria. De allí partían para “iniciarse” en la guerra, muchas veces en ambos bandos. Se registraban en los hoteles, departían en los cafés, no se ocultaban. Tanto es así, que en julio de ese año se registró un incidente en la frontera cuando un caza del gobierno sirio bombardeó un convoy de armas ¡ucranianas! con destino a Ahrar al-Sham, uno de los numerosos grupúsculos rebeldes vinculados a Al-Qaeda en Siria. Los turcos negaron que era imposible que semejante convoy hubiera atravesado su territorio, pero lo cierto es que un medio turco, el Cumhuriyet, publicó fotos con municiones y armas con caracteres cirílicos encontrados en el lugar del incidente. Erdogan, por supuesto, actuó como se esperaba, acusando al editor del periódico de intentar derrocar al gobierno.

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La pasividad tanto de las autoridades turcas como de la UE respecto a lo que estaba pasando en sus inmediaciones resultaba pasmosa. Yihadistas del ISIS viajaban a Turquía para tomarse unas vacaciones del conflicto en septiembre de ese año e incluso eran entrevistados por periodistas americanos. Esto permitió que un halo de romanticismo fuera poco a poco extendiéndose respecto a estos “luchadores” entre la juventud de las culturas más proclives a ello. A Occidente parecía que se le había olvidado un invento propio: Internet. Los perfiles de Facebook y Twitter de estos salvajes se llenaban de imágenes y comentarios donde la guerra era una especie de juego que, en el peor de los casos, podía llevarte a morir por una idea, y eso te ofrecía en bandeja un paraíso lleno de vírgenes. Europa seguía al ritmo de su burocracia mientras el ISIS se movía a más de 30 megas por segundo y los turcos aprovechaban la situación para bombardear a los kurdos que, paradójicamente, luchaban contra el ISIS en la frontera.

Es agosto de 2015. Un camión aparece en Austria con 71 cadáveres de refugiados del conflicto. Unas semanas después nos conmueve la imagen de un niño ahogado en una playa turca. Europa sigue debatiendo cuotas de refugiados, planes de actuación, cantidades, y permanece anclada en la tramitación de sí misma. Thierry Repentin, antiguo ministro de Asuntos Europeos de Francia se preguntaba al respecto: “¿cómo podemos tolerar por más tiempo este drama humano que está en las puertas y al suelo europeo e igualmente la incapacidad de reunirnos para elaborar una política común que nos lleve a una gestión común de nuestras fronteras? (…) es necesaria una política de inmigración y de hospitalidad europea justa, lúcida y protectora”.

Repentin también deja caer algunas ideas interesantes sobre el conflicto de Siria, y es que, al igual que la crisis económica, demuestra que Europa es una entelequia que apenas se sostiene en cuanto soplan vientos desfavorables. Muestra, por ejemplo, que el aliado fundamental que hace décadas perdió la UE era Rusia. En el mismo verano de 2013 los rusos pidieron a Europa la celebración de una cumbre de paz conjunta con EEUU y el gobierno sirio para dar una salida a la situación. Los socios europeos se limitaron a hablar de intercambios económicos con Rusia.

Van Rompuy entonces dejó caer que dentro de la UE no existía una postura común respecto a Siria por un hecho fundamental: mientras que algunos países habían decidido dejar de suministrar armas a los rebeldes (lo que incluía al ISIS), otros como Francia o Reino Unido “se mantenían a la expectativa”. Es decir, que para qué iban a celebrar una conferencia de paz si, en un proceso de ciclo económico ascendente como el de sus países, podían seguir obteniendo pingües beneficios de la venta de armas. Imaginen la cara de Putin al reunirse en Irlanda del Norte solo con Van Rompuy y Catherine Ashton si ambos no tenían ningún tipo de posibilidad de influir en las decisiones reales de los países de la Unión.

El conflicto sirio empezó en 2011, y cuatro años después, tras varios intentos de EEUU y Rusia por implicar a la UE, seguimos estancados en la actuación. Hace un año hasta un 4% de los refugiados sirios habían acudido a Europa. Con una población de cerca de 670 millones, apenas suponían 123.600 personas. Entretanto, Líbano, con 4,4 millones de habitantes había acogido ya a 1,1 millones. Estaba claro hace un año que la situación iba a reventar por algún lado.

Ese mismo verano del año pasado el Grupo de Alto Nivel sobre Cargas Administrativas de la UE advertía de la necesidad urgente de reducir la burocracia europea en la toma de decisiones. Un grupo que se constituyó en 2007 y ha tardado siete años en sacar sus conclusiones en un informe de 15 páginas. Tiene mérito, desde luego, haber escrito una media de dos páginas por año para concluir en lo evidente: que la Unión tiene una cintura política de hierro.

¿Cuál es la clave? que la UE no existe. Se trata de un cuerpo con 28 brazos, 28 cabezas, otras tantas piernas, y así hasta conformar un monstruo donde unos pertenecen, otros asienten, unos pocos contradicen y Alemania ordena. Fíjense precisamente en cómo se ha regulado el caso que nos traen los medios estos días. El 30 de noviembre de 2009 el Consejo Europeo adopta un «Documento orientado a la acción sobre la intensificación de la dimensión exterior de la Unión en materia de actuación contra la trata de seres humanos: Hacia una acción mundial de la UE contra la trata de seres humanos», que a su vez adaptaba una Decisión marco de julio de 2002, remitiendo a una Directiva de 2004 que se complementa después con otra en 2011. A fecha de hoy la Unión carece de mecanismos de respuesta inmediata para el tráfico de personas, su gestión y protocolos de actuación en crisis de refugiados después de llevar casi quince años sacando directivas, documentos marco, etc.

Cada vez que hay una crisis de algún tipo la UE muestra su sobrepeso. No se puede culpar a Hungría de haber intentado canalizar este fenómeno a través de una valla, sino a Bruselas por haber percibido siempre que las fronteras de la Unión no parecían ir más allá del Sarre, el Canal de la Mancha o lo que era Prusia Oriental. Ya Carlos V, belga sin saber que lo era, se dio cuenta al repeler a los turcos en Viena que Europa tiene sus fronteras bien cerca de Oriente Próximo.

Para evitarse esos problemas, de hecho, los países centroeuropeos sacaron adelante la iniciativa del llamado Mecanismo de Dublín por el cual el país que debe ayudar a un refugiado es aquel donde éste ha puesto su pie por primera vez. Resulta complicado que alguien que huye de una guerra y por tanto sale del país sin papeles oficiales pueda llegar a uno de estos países sin pasar por los países limítrofes de la UE. España, Italia, Grecia y Hungría son los más afectados, mientras que muchos otros están dejando de lado sus deberes respecto a las directivas antes mencionadas.

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No es solo que Alemania asuma como de hecho está haciendo una parte importante de los refugiados, es que obligue al resto de socios europeos que no están por la labor a hacer lo propio. Porque quizá no nos hayamos nunca planteado que el problema de la Unión es la gran siesta que se han dado los alemanes durante algunas décadas de crecimiento económico y hegemonía continental. ¿Cuándo fue la última vez que un alemán vio un muerto cerca de su territorio? Apenas unos cuantos soldados propios en Afganistán, poco más. Ahora, sin embargo, sus playas favoritas del Sur de Europa empiezan a llenarse de cadáveres de refugiados.

En alemán existe una palabra, “Menschenverachtung” que no existe como concepto en ninguna otra lengua. Someramente puede traducirse como “desprecio por la humanidad”. Si una lengua revela el espíritu de un pueblo (volkgeist), una situación debe revelar su propósito de enmienda. La UE no puede ceñirse a los corsés nacionales de cada una de sus naciones en particular aunque Merkel tenga que lidiar con su realidad cultural y su masa de electores cada día.

En Der Spiegel, Christoph Schult lo expresaba del siguiente modo: la cuestión griega, Ucrania y la crisis migratoria han consolidado la posición alemana, ahora le toca a Alemania demostrar si es de verdad un líder o simplemente un jefe. A fin y al cabo, el problema que se encuentra es precisamente que todos aquellos apoyos que había recabado para amenazar a Grecia con echarla de la unión monetaria, esos mismos países ricos y algunos de la antigua área de influencia soviética se revuelven en su contra en el ánimo de construir una coalición para solucionar la crisis. Mientras no existan como en EEUU leyes de carácter federal que afecten a todos los estados miembros, cada decisión de la UE dependerá de juegos de poderes, decisiones, calendarios electorales, protocolos, instituciones sin fin y sin función.

Fernando de Arenas