Me estoy volviendo progresivamente gilipollas conforme mi juventud continúa su azarosa e imparable marcha hacia la treintena. Es un hecho. Desearía que no fuese así, pero de tanto en tanto descubro una evidencia incuestionable de ello, así que no me queda más remedio que admitirlo y, en un acto igualmente gilipollas, resignarme a lo inevitable.

Uno de esos síntomas fue el reciente descubrimiento de que me interesaba la actualidad general. En este caso tengo más o menos clara la causa: todos esos profesores de la facultad y profesionales del periodismo empeñados en autojustificarse cual pareja coloca-cornamentas, asegurando que si uno no está al día, si no se nutre de información, si no contrasta, si no se mantiene al tanto, está perdido, abandonado a la manipulación, la explotación y el magreo general por parte de Los Grandes Poderes. Quizá eso sea cierto, no lo sé.
Lo que si sé es que esta misma mañana, mientras me pimplaba el desayuno con el canal 24Horas de fondo, sopesé con elucubraciones colgantes la viga del techo de mi cuarto (en efecto, mi habitación cuenta con un travesaño de madera al más puro estilo No Puedo Creer Que Esto Sea La Edad Media). Resulta que en el futuro más inmediato no habrá pastuqui para los tratamientos contra el cáncer, que la gente de Oriente Medio va a seguir convirtiéndose en fitopláncton para los peces del Mediterráneo, que el solidario proyecto europeo nacido del trauma de la II Guerra Mundial ahora soborna a los vecinos del extrarradio para que manden a hacer gárgaras a los refugiados, que la corrupción está a un paso de ser en la política nacional lo que la violencia física y verbal supo ser en el sadomaso, que hay más posibilidades de cultivar un tumor incurable que de alcanzar la meta final de una hipoteca, que date con un bloque de mármol de Carrara en los piños si tu puesto de trabajo no está siendo enseñado en frías y ultrasecretas escuelas de robots, que, jaja, tienes puesto de trabajo, que, jaja, la mitad de tu sueldo aun no desviado al mantenimiento de un robot se escurre a la cuenta donde pagas el alquiler, que, jeje, el amor ya no existe en tu generación, el compromiso es un guiñol del pasado y disfrutar de la app social es el nuevo no-va-más social.

Así, hundido y tiritando en posición fetal sobre el suelo de mi cuarto, se me ocurrió que, bueno, es normal la abundante proliferación de festivales de música. Porque, ¿a qué va uno a un festival de música?
Uno va a huir de las profecías, a buscar un presente eterno que se va a agotar el domingo por la tarde, a que los tímpanos se despidan agitando el pañuelo mientras el hígado baila el chachachá con los intestinos.

Cantidad de periodistas aun no fagocitados por un ERE tratan de ofrecer sesudas teorías socio-económicas que explican con mucha autoridad y muchos sinónimos de Word por qué vamos camino de contar con un festival de música por cada diez habitantes.
Al no ser del gremio, puedo limitarme a presentarles una breve pero concisa explicación neo-kantiana del asunto:
Todo es una puta mierda, así que uno necesita perderse y llegado cierto punto hasta nos la trae al pairo quién y cómo agarra la guitarra, quien se dedica a dar tumbos por el escenario sin ton ni son, cuánto cuesta la entrada, cómo colaremos la ginebra y los Jagger y los terrores ilegales de un padre.
Porque gracias a ser gilipollas y haber abrazado la actualidad, sé que todo va mal.
Y desde que el mono se hizo hombre y el hombre atizó una caña contra un tronco hueco, cuando todo va mal, no se tienen explicaciones propias y sobran las soluciones ajenas, lo único que queda es un puñado de música y, con suerte, bailar.

Lo que nos lleva a…

COSAS QUE VI EN EL PRIMAVERA SOUND, EL EVENTO CAUSA Y ORIGEN DE LA ANTERIOR Y PEREGRINA REFLEXIÓN SOBRE LA EXPANSIÓN VÍRICA DE LOS FESTIVALES DE MÚSICA Y DECIBELIOS MENEAESQUELETOS VARIADOS (COMENTADO DESDE UN PUNTO DE VISTA EXCLUSIVAMENTE PERSONAL, COMO LAS DECENAS DE MILES DE CRÓNICAS ARROJADAS EN RACIMO ESTOS CINCO DÍAS, PERO CON NULO CRITERIO MUSICAL PUES EL ÁMBITO DE ESPECIALIDAD DE ESTE REDACTOR ES…ES… BUENO, COSAS QUE VI EN EL PRIMAVERA SOUND)

· He visto muchas barbas, cientos de miles de hectáreas cuadradas de capilaridad aferrada a mentones. Curiosamente, el índice de bigotes fue bastante bajo aunque la escasez quedó compensada con mostachos esculpidos con filigrana miguelangelina. También vi un bigote Hitler.

· He visto como una piadosa entidad divina provocaba el colapso del equipo de sonido de Tame Impala, lo que le vino de perlas a la banda australiana, que pudo salvar un concierto bastante plomo regresando de entre las sombras en el punto exacto donde se cortó una canción que no era Elephant. Sé que no era Elephant porque, junto con Feels like we only go backwards es la única que no me suena a la amalgama general de descapotable por las costas de Sydney que es la discografía de Tame Impala.

· He visto chavales de veintimuchos y treintaypocos drogándose con suma discreción, pasando mayormente del tabaco y reuniéndose en camarillas alegres, joviales, tan sanas que daba la impresión de que, efectivamente, habían ido al Primavera única y exclusivamente por amor a la música. Incluso, en un acto tan revolucionario que daban ganas de hincarse de rodillas y llorar de emoción, a uno le pedían disculpas al mínimo empujón. Lo que coloca al Primavera en un estado de civilización incomparablemente mayor que existir por las calles de Madrid.

· He visto chicas con luces de Navidad colgándoles del cuerpo.

· He visto que la única forma en que más de cinco personas ingieran cantidades masivas de Heineken es encerrándolas en un recinto donde la alternativa son gintonics tamaño vasito de Frenadol a siete pavos y medio.

· He visto que los genitales aceptan una cantidad considerable de presión, especialmente cuando se trata de botellas tamaño mini-bar de hostal pacense.

· He visto a un público entregado a Los Chichos capaz de corear sus letras en un acto no irónico, para trémulo y vergüenza de quienes acudieron al concierto con la ceja musical enarcada.

· He visto el mar, que es lo mejor que se puede ver. Siempre.

· He visto a LCD Soundsystem, que es lo segundo mejor que se puede ver cuando James Murphy se revela a la humanidad en alguna zona con mar y propaga el evangelio de la melancolía sin drama, la socarronería sin sobredosis de ironía deshumanizadora, la emoción privada, personal, tan directa que es intransferible, esa que se llora, se baila, se desata y se ríe por dentro y, con suerte, termina por pillarte desprevenido y desbordar una vez bien empaquetado en la cama.

· He visto gaviotas. Nunca recuerdo lo peligrosa y contundentemente grandes que son. Podrían arrancarle la cabeza a un perro y llevarla como trofeo a su reino flotante sobre el océano.

· He visto que jamás seré músico y que eso me deprime y que Alan Palomo, también conocido como Neon Indian, me confesó cómo quiso dedicarse al cine pero todas esas reuniones, filtros, más reuniones y batallas creativas con terceros acabaron por arrastrarle a la música, más sencilla, directa y rápida a la hora de sacudir las entrañas del público. Además, “soy un poco vago, así que me viene de perlas.” Eso me llegó. Por alguna razón, Palomo se había agenciado una bata de trabajo de esas azul marino de los expertos en lavadoras que salen en los anuncios de Calgonit.

· He visto colombianas gritándome que no puede ser que sea español, que mi cara no es de español, que deje de fingir que soy español y hablo español. Contaba que había perdido a sus amigos entre la muchedumbre enfebrecida al ritmo de Moderat, que se había quedado sin batería y que, por el amor del santo cielo, no podía ser español.

· He visto hordas de jóvenes extremadamente rubios, altos y arios mascullando expresiones de un mundo nórdico e indescifrable.

· He visto un concierto desde la rejilla de un baño portátil. Los baños portátiles del Primavera Sound poseen un grado de limpieza e higiene sorprendentemente por encima de la media, al menos la media donde se incluyen todos los bares de Cádiz a Soria dando un rodeo por Valencia. He visto papel higiénico en esos baños, detalle que, de nuevo, los coloca por encima de la media de todos los baños de facultades, bibliotecas, cortesingleses y fnacses del planeta.

· He visto niños con protectores de oído aeroportuarios bailando al son de grupos machacones, recibiendo la educación musical de padres tan sincera y hermosamente felices que es lo tercero mejor que puede verse en una zona con mar donde LCD Soundsystem hará acto de presencia para difundir La Palabra.

· He visto pedazos diminutos de Barcelona distinguiéndose entre sembrajos de turistas.

· He visto a un cowboy con sombrero tejano blanco dando una vuelta al escenario cada tres canciones marcándose un riff mientras miraba fijamente al público, tan lynchiano que el propio Lynch hubiera dicho: eso es muy lynchiano.

· He visto cómo tres días seguidos de música, no sé si buena, no sé si peor, bastan para contener la desalentadora carga radioactiva de ruido de fondo de opinadores en mayúsculas, expertos de la sugerencia vital en minúscula, cinismo con nómina y cinismo con derecho a una copa, fracasos, éxitos desviados y alineación personal. Y cuando se ve algo así uno ya no puede dejar de mirar.

Isaac Reyes