El modelo de gestión de la Federación Española de Baloncesto ha sido brillante durante los últimos 16 años. Nadie como ellos han conseguido rentabilizar a una generación doble ganadora mundial. Ni la liga ACB ni sus clubs de origen consiguieron enganchar tanto al público como lo ha conseguido la selección.

El primer equipo, cabeza visible del entramado sustentado por José Luis Sáez, se ha convertido en una máquina perfectamente engrasada de generar dinero. Los ingresos llegan todos los veranos como si una lluvia monzónica barriera sin pudor cualquier otro acontecimiento deportivo convirtiéndose en el objetivo número uno de las marcas. Anuncios, giras y camisetas generan ganancias para la federación que, verano tras verano, llena de ilusión las canchas nacionales y pone delante de la pantalla a millones de españolitos deseando de ver a sus estrellas.

Esas marcas importantes no pierden la ocasión de ser relacionadas con una generación de deportistas bien considerados por el gran público, aquellos que convierten en alegría campeonato tras campeonato. Los jugadores resplandecen convirtiéndose en esos novios que toda chica pudiera desear y esos yernos que todo suegro rezaría por tener.

Una pléyade de estrellas, amigos por encima de todo, que son conscientes de la magnitud de la responsabilidad que recae sobre sus hombros y muestran su cara más comprometida cuando se unen anualmente.

Las medallas fueron cayendo por calidad, compromiso y eficiencia y, con cada una, aumentaba un poco más el caché de la FEB, capaz de gestionar el mejor momento de la historia del baloncesto, eso sí, dejando claro que cualquiera que alzara su voz en busca de mayor protagonismo era descartado ipso facto.

Con este modelo fuimos los reyes del mundo en Japón y de Europa dos veces consecutivas en Lituania y Polonia. Fuimos admirados en Pekín y Londres. Se elevó el juego de la selección a los altares donde EEUU mira por encima de los demás en su soledad celestial, astro inalcanzable para los mortales. Pese a algún revés puntual en Turquía y Eslovenia, la credibilidad de esta selección estaba por encima de los resultados.

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La prensa, la federación y el equipo estaba confiado en tener alas de acero como un Boeing 747 para alcanzar en el mundial de España su sitio regente junto con la todopoderosa selección americana. Pero en el partido ante la siempre incómoda Francia, nos dimos cuenta que esas alas eran de cera y del mismo sopapo que se metió Ícaro hemos topado con la realidad. El ciclo se ha acabado.

Atrás quedarán partidos para el recuerdo, imposibles de eliminar de nuestra retina, llenos de matices que han hecho únicos a esta generación en la que se han concentrado los dos mejores jugadores de baloncesto jamás nacidos en nuestro país. Pau Gasol y Juan Carlos Navarro se han acompañado de magníficos secundarios que por potencial aun pueden escalar a ese tercer peldaño del ranking imaginario luchando con el recuerdo del difunto Fernando Martín.

Los Rudy, Garbajosa, Calderón, Marc Gasol o Rubio pasarán a ser como aquellos mágicos Corbalán, Romay o Villacampa, jugadores inmunes al paso del tiempo.

Pero hoy no toca hablar de eso. El apunte en la historia quedará para dentro de un tiempo, quizás antes de lo que todos esperábamos, pero no para ahora. Ahora toca analizar el por qué y el cómo.

España jugaba en casa un mundial en el cual podría ponerse un broche fantástico a la labor nacional de esas dos leyendas en activo del basket nacional. Gasol y Navarro, o Navarro y Gasol, qué más da el orden, no se merecían acabar así su amplia trayectoria en el combinado nacional. Pero no por la derrota sonrojante ante una Francia sin sus dos mejores jugadores, sino por la vergonzosa planificación y organización en la que se han visto involucrados.

España no ha sabido gestionar bien su mundial. Desde niveles organizativos, con el cuanto menos curioso apaño para que España no se cruzara con USA hasta la hipotética final, hasta a nivel competitivo, en el que va a tener el honor de tener la pizarra más limpia de los 24 equipos participantes.

La lista, las rotaciones y las jugadas han retratado funestamente a un seleccionador colmado de ímpetu y de ganas pero lastrado de verdadero peso en el vestuario. Pero la culpa no es suya si no del que lo pone, como se suele decir.

Habría que saber quién tiene arrestos suficientes de decirle a un tal Serge Ibaka que no abuse de su tiro de media distancia cuando tiene malos porcentajes, o decirle a un tal Rudy Fernández que no se tire mandarinas cuando le llegue el balón en la línea de tres. Juan Antonio Orenga si ha pecado de algo, por encima de lo demás, ha sido de eso. De no tener la suficiente seguridad en sus ideas como para imponer su juego. Un juego que, por otra parte, le valió una medalla de oro en el europeo sub 20 de Bilbao.

España no se ha sentido cómoda en toda la competición a pesar de las grandes victorias. El juego de la selección se ha basado casi exclusivamente en el juego interior pasando de ser la mejor arma disponible a convertirse en el primer clavo en nuestro ataúd. Todos los rivales lo sabían antes de empezar la competición y todos han ido perfeccionando la forma de jugarle a España para contrarrestar este aspecto hasta que Collet, el seleccionador francés, dio con la fórmula magistral.

Si ese equipo campeón del mundo de Japón tenía una característica por encima de las demás era su capacidad de correr al contraataque, de jugar a una velocidad más que sus rivales. Ese tipo de juego de correcalles lo llevaron a la perfección en sus mejores años. Pues bien, ese juego ha desaparecido por completo. Es inconcebible como teniendo a uno de los mejores bases en campo abierto del mundo, hayamos asumido el estático como dogma de fe.

Qué Gasol está mayor lo sabemos, pero que el otro Gasol es el pívot que mejor corre un contraataque del mundo también, y ese recurso ha sido infrautilizado.

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Cuando nos han atascado la zona hemos dependido exclusivamente de jugadores, que pese a que en la NBA se ganaban el pan haciendo esas cosas (quizás por eso ya no están allí), no son tiradores natos. Rudy, Llul, y Sergio Rodríguez son jugadores de rachas, descaradamente de rachas que obligan a cualquier entrenador a tener una rotación amplía. Y ésta no es una cuestión menor. Otra prueba de la escasa confianza en su trabajo ha sido la desaparición de minutos para Abrines (eminentemente otro tirador de rachas) y de Claver que hubieran podido significar aire fresco a la enquistada situación exterior.

Lo del valenciano es lógico. Un jugador que aporta fundamentalmente defensa (mención aparte del posible vestuario que pueda hacer) en un partido de atasco ofensivo no te da ningún plus útil pero lo del escolta balear es una muestra de la resignación por parte del seleccionador de limitarse a poner a los pesos pesados del vestuario.

Francia desarmó la fortaleza poco a poco. Cortó suministros a los Gasol, bombardeó con triples certeros en momentos clave para hundir la moral del adversario y fue brusco cuando tuvo que serlo, dejando claro que los paseos sin mancharse las manos están para la primera fase. Los españoles se limitaron a ver impotentes como los galos conquistaban metro a metro de la cancha su pase a las semifinales.

Y aquí llega la parte reprochable a Orenga. Cuando un partido va mal, el entrenador es la figura principal que debe encontrar los medios para cambiar la dinámica. Las imágenes del seleccionador español lo mostraban recorriendo su área técnica de arriba para abajo como si en cada paseo estuviera más cercano al conocimiento pleno de la mejor forma de mitigar el dolor. Las miradas al banquillo por parte de los jugadores, buscando esa solución que pudiera propiciar una reacción, se encontraban con la silla de cambios como una respuesta. Y muestra de ellos fue el auténtico caos en el que se convirtió el ataque en la segunda parte, principalmente.

Estos chicos son muy buenos, pero necesitan una dirección con peso y que sepa cómo reaccionar con órdenes claras y directas y, me temo que el actual (a día 11 de septiembre de 2014) seleccionador no lo han encontrado.

Ahora se abre un periodo de tránsito lleno de incógnitas en el que el modelo FEB debe ser revisado. Útil para las categorías inferiores, pero escaso para los seniors. Quizás acabar con los entrenadores de la casa puede ser una posible solución que encauce el resto de pasos que se tendrán que dar si queremos estar en los próximos juegos olímpicos de Rio. Porque, la primera consecuencia de la debacle local, ha sido la necesidad de hacer un buen papel el próximo verano en el Eurobasket que inicialmente se iba a celebrar en Ucrania y que ahora tendrá competición en cuatro países (entre ellos Francia).

Muchas dudas por delante para un deporte cada vez más lastrado comercialmente en este país cuyo atractivo principal es la selección. La orfandad oficiosa que sufrirá a partir de esta competición (aún nadie ha dicho que será su último torneo) por parte de varios pesos pesados, deja la puerta abierta al definitivo paso adelante de Marc, Ibaka (si es que quiere volver), Rudy o Riky (el cual debería encerrarse en un pabellón a pan y agua hasta que mejore su tiro, al menos si quiere ser una estrella de verdad). La definición del rol de Claver, la confirmación de Abrines o la llegada de jóvenes promesas como Willy Hernangómez o Dani Díez puede dar paso a aire fresco que tanto es necesario.

Aún así, con el sabor a decepción aun fresco en nuestro paladar, solo hay algo que decirle a los jugadores. Gracias por hacer que se hable de baloncesto todos los años. Gracias por ilusionarnos. Gracias por hacernos sentir la gloria de ser campeones del mundo hace 8 años.

Y ahora, qué nos quiten lo bailao.

 Carlos Sabaca (@casabaca)