¿Cómo puede acabar un tipo sin oficio ni beneficio al que han orinado en su alfombra metido en un lío descomunal, con un secuestro y millones de dólares de por medio?

¿Cómo puede intentar salir airoso, mientras resuelve dicho misterio, siendo un pacifista hippie anacrónico y, llevando como escuderos, a dos amigos: uno de ellos un iracundo veterano de Vietnam, y el otro un tímido y pusilánime jugador de bolos?

Y, la última de las cuestiones: ¿cómo puede existir una mente capaz de imaginar tamaño despropósito y extravagancia?

A todas estas preguntas fueron capaces de responder los hermanos Coen, cuando en 1998 estrenaron El gran Lebowski. Y a profundizar en todas ellas les invitamos desde nuestra revista.

Gran Lebowski

Dos años antes del estreno de El gran Lebowski, la cotización de Ethan y Joel Coen se había disparado como la espuma. Ya habían apuntado enormes maneras, tanto en el arte del guion como en la dirección, en películas como Arizona baby (1987), Muerte entre las flores (1990) o Barton Fink (1991); pero, sin lugar a dudas, los dos Oscar de la Academia (Mejor Guion Original y Mejor Actriz) así como el aplauso unánime de crítica y público que supuso contar la oscura historia del secuestro y asesinato narrado en la extraordinaria Fargo (1996), los habían elevado hasta el Olimpo de los auténticos creadores en una industria, como es la del Cine, donde no suele abundar la originalidad y la creatividad en los últimos tiempos.

Así pues, tras el estreno dos años después del aclamado thriller Fargo; con un presupuesto de unos quince millones de dólares, de la historia narrada en El gran Lebowski, ni crítica ni público (recaudó poco más de lo que costó) recibieron con grandes vítores las aventuras del protagonista y sus extraños partenaires.

¿Qué hacemos, pues, hablando de esta película? ¿Qué es lo que la convierte en la actualidad en uno de los films más aclamados y conocidos de los hermanos Coen?

Partamos de una idea fundamental y básica: hacer una comedia no es fácil. Este axioma, que parece que todos tenemos asumido, no deja de ser consciente para el gran público sino en teoría. Con otras palabras: cuando uno paga una entrada de cine para ver una comedia, espera reírse a mandíbula batiente mientras visualiza, casi sin tiempo para digerirlos, una serie de gags más o menos ridículos mostrados y montados con cierta gracia. De modo que, sentarse en el cine para ver una comedia de los hermanos Coen podría resultar para muchos espectadores, más habituados al horrible muestrario (en mi humilde opinión) de las series y películas del género de la comedia patria, que siempre inciden en lo mismo una y otra vez, en un timo de los grandes.

Fijada ya dicha premisa, si no han visto la película imagino que habrán intuido que El gran Lebowski se escapa de ciertos convencionalismos y giros de guion a los que tan aficionados somos los espectadores en general. La historia parte de una situación tan absurda como poco plausible: Jeff Lebowski (más conocido como “El Nota”) se encuentra, al llegar a casa, a dos matones que le reclaman un dinero que su mujer debe (a pesar de la insistencia de éste en hacerles ver que se han confundido de persona); y para que no se le olvide pagar, se orinan en su alfombra. Instigado por sus amigos y compañeros de bolos, El Nota acudirá a casa del otro Jeff Lebowski (con el que, evidentemente ha sido confundido) para pedirle que le pague la alfombra o, en su defecto, los gastos de la tintorería, puesto que la alfombra “daba ambiente a la habitación”.

Poco después, El Nota será reclamado por ese otro Jeff Lebowski para que le ayude a investigar el secuestro de su joven esposa a cambio de varios millones de dólares. De este modo, nuestro protagonista se verá envuelto en una serie de situaciones absurdas encaminadas a resolver dicho secuestro.

Existen dos grandes aciertos en torno a El gran Lebowski: uno de ellos es, sin lugar a dudas, el guion. Redactado mano a mano por ambos autores (Ethan y Joel, a pesar de ser el primero de ellos el que consta) consiguen hilvanar una historia casi redonda en cuanto a situaciones imprevisibles se refiere. El guion se presenta como una mezcla de cine negro y comedia de enredos que apunta muy alto, pero que, sin lugar a dudas, sale muy bien parado durante las dos horas que dura la película. Bien es cierto que, a veces, parece que los Coen desean contarnos una historia a golpe de gag, de situaciones absurdas que parece que no terminan de encajar entre sí; pero la película consigue ir conduciéndonos hacia la resolución del caso para acabar aclarándolo todo. Se trata, sin lugar a dudas, de uno de los guiones más enrevesados de los hermanos Coen; pero qué duda cabe que va mutando en una gran historia con más aristas y matices de lo que puede parecer en un principio. Y para ello utilizan el segundo y gran punto fuerte de la película: los personajes.

Decir que El gran Lebowski es una película coral y principalmente de actores sería injusto. Creo que, sinceramente, es una de las películas en cuanto a trabajo de intérpretes se refiere, más impresionantes que he visto en mi vida.

Parece que fuese un tópico decir que, en cine, “es más fácil hacer llorar que hacer reír”, pero es una verdad como un templo. Y esta película lo demuestra desde el primer minuto. La construcción de los personajes es magistral, sobre todo el trío protagonista; una suerte de antihéroes que son golpeados por los acontecimientos una vez tras otra, sin verlas venir.

El actor que lleva el peso de la película no es, ni más ni menos, que el gran Jeff Bridges, que interpreta a El Nota, y que consiguió crear uno de los personajes más freaks e icónicos del Cine de finales del siglo XX. Pacifista, fumador empedernido de marihuana, hippie de los años noventa, vago redomado y con una higiene personal que daría que hablar… así es El Nota, un tipo que, simplemente, quiere vivir la vida sin que los demás lo molesten y sin molestar a los demás. Creación de Ethan y Joel basándose en dos personas reales que conocieron, es un bebedor habitual de un cóctel conocido como “ruso blanco” a base de leche y vodka; y practica el único deporte que permite pasar más tiempo sentado que en pie: los bolos.

En la pista de bolos coincide con sus dos grandes consejeros y amigos: Theodore Donald Kerabatsos,  Donnie para los amigos; un tipo acomplejado y tristón (interpretado por Steve Buscemi) que siempre se encuentra a la sombra (y no simplemente metafórica) de Walter Sobchak, un veterano de la Guerra de Vietnam, que se declara judío y no sale de su casa los sábados para respetar el Sabbath, y que es capaz de cuidar el perro de su ex esposa porque no sabe decirle que no. Iracundo e incapaz de superar su paso por el infierno de Vietnam, este personaje (interpretado por John Goodman) es la némesis de El Nota. La acción frente a la pasividad de nuestro protagonista.

Las esperpénticas situaciones a las que se verán conducidos, ya sea por sus propias decisiones, ya sea porque se ven obligados a moverse en un mundo que se escapa de sus manos, son propias del mismísimo Quijote. Y no son una raya en el agua en el cine de los Coen, puesto que comedias como Oh, Brother (2000) o Quemar después de leer (2008) dan fe de ello. La maestría con que la mano de estos dos artistas es capaz de dibujar y presentarnos a personajes que viven en las periferias de la normalidad es arrolladora.

Con estos simples matices como mimbres principales, se nos van mostrando una suerte de inadaptados que coexisten en una megalópolis como Los Ángeles, desfilando, a cual más extraño, por delante de nuestros protagonistas. Unos protagonistas a los que los hermanos Coen demuestran tener, en el fondo, muchísimo cariño, ya que son, dentro de su rareza, personas “normales” cuya máxima preocupación es ganar el campeonato de bolos del barrio o hablar de sus problemas cotidianos mientras se toman unas cervezas. Sin más aspiraciones, sin más profundidad, pero sin más malicia… Son, ni más ni menos, una especie de Homer Simpson en carne y hueso.

Pero El gran Lebowski es mucho más, es una instantánea en movimiento de una generación que no acaba de encontrar su sitio; que dejó su juventud entre Vietnam y sus horrores y la paz y amor de un inconformismo que no deja de ser de salón. Una generación de principios de los noventa en Estados Unidos a la que los Coen le ponen el  nombre y apellidos de su trío protagonista.

La película fue elevada a comedia de culto algunos años más tarde de su estreno, gracias a Internet y su capacidad para crear y unir conciencias, gustos y valores en lo colectivo; y se convirtió en “algo más que un film”, con reuniones de fans e imitadores de El Nota (Lebowski Fest) y su propia pseudoreligión: el Dudeism (algo así como el “Notismo”).

Gran Lebowski

Quizá a todos, en el fondo, nos atrae la filosofía de El Nota, esa de seguir ahí, aguantando ante los envites de la vida. Quizá sea su mantra de ir por este mundo “tomándoselo con calma”. Quizá es que todos llevamos (o nos gustaría llevar de vez en cuando un Nota dentro). Pero sea como sea, El gran Lebowski es una gran película; de esas que te dejan un tanto perplejo la primera vez que la ves, y de las que te parece muy grande en un segundo visionado. Incluso de esas que te hacen escapar una pequeña lágrima al final, aunque no sepas muy bien si es de risa o de tristeza, por unos personajes que quizá son demasiado buenos, o demasiados simples para el mundo en el que les ha tocado vivir. Pero que no son malos; y eso, en la vida, ya es decir mucho.

Carlos Corredera (@carloscr82)