Hans Fallada vivió poco más de cincuenta años pero lo hizo intensamente y escribiendo sin parar. Y eso que se pasó gran parte del tiempo borracho, drogado o internado en la cárcel, en un psiquiátrico y, ocasionalmente, en algún centro de desintoxicación. Desde muy joven fue consciente de que el mundo, y especialmente su amada Alemania, se estaba desmoronando a su alrededor en esa convulsa primera mitad del siglo XX en la que le tocó vivir y reaccionó hundiéndose él mismo poco a poco y cada vez más en su propio abismo. Aun así, tuvo tiempo de escribir más de 30 novelas, entre ellas las aclamadas Pequeño hombre, ¿y ahora qué? y Solo en Berlín. También de casarse, divorciarse, intentar asesinar a su exmujer mientras estaba (como era bastante habitual) ebrio, volverse a casar, esta vez con una toxicómana 30 años más joven que él… Pero vayamos por partes, que una vida así no puede resumirse en un solo párrafo.

Para empezar, no nació siendo Hans Fallada, sino Rudolf Wilhem Friedrich Ditzen. Probablemente su padre, juez, tenía grandes expectativas para él y estaba dispuesto a hacer lo que hiciera falta para que nada le apartase del buen camino. Por eso a la primera muestra de rebeldía adolescente que detectó en su retoño, cuando le pilló escribiendo cartas de amor, le mandó a un internado. Si su objetivo era evitar que se metiera en líos, desde luego no lo consiguió, porque al bueno de Rudolf Wilhem Friedrich no se le ocurrió allí nada mejor que planear un doble suicidio con su mejor amigo. Que salió mal: el resultado fue que su amigo acabó muerto y él en un psiquiátrico y traumatizado para el resto de su vida. Y todo eso antes de cumplir los 20.

Publicó su primera novela Der junge Goedeschal en 1920, a los 27 años, bajo el seudónimo que seguiría utilizando el resto de su carrera, Hans Fallada, en el que no utilizó ninguno de sus tres nombres de pila ni su apellido, sino dos nombres sacados de sendos cuentos de los Hermanos Grimm.

Vacunar cerdos no da para mucho alcohol, escribir novelas tampoco

Para entonces ya había pasado por dos tratamientos de desintoxicación, pero seguía teniendo un serio problema con las drogas, lo que tuvo graves consecuencias tanto en su salud como en su economía. Y es que, como comprobarían a lo largo de los años varios de sus personajes, como el viejo veterinario Wilhelm de Pesadilla, el vicio es caro. Fallada escribió del viejo Wilhelm (o Willem el Cochinero) que vacunar cerdos en una Alemania en crisis no le daba para pagar todo el alcohol que necesitaba su cuerpo. Mucho antes de escribir esta novela de claros tintes autobiográficos, él mismo había descubierto que escribir tampoco. Sin embargo, a diferencia de su personaje, Fallada no se dedicó a humillarse y gorronear de local en local, sino que buscó otras soluciones aparentemente más discretas, pero que le llevaron directamente a la cárcel por malversación de fondos en 1923, tras la publicación de su novela Anton und Gerda, y posteriormente en 1924 y 1925.

En los años siguientes, coincidiendo con su compromiso con su primera mujer, la periodista Anna Issel, vivió un periodo de paz en el que trabajó como reportero y en una editorial. Fruto de esos años tranquilos es la obra que le consagraría en su época: Pequeño hombre, ¿y ahora qué?, que vio la luz en 1932. Aunque un año después pasó varios días en la cárcel por una denuncia, lo cierto es que hasta su divorcio en 1944 se dedicó plenamente a la escritura, publicando numerosos títulos y sin meterse en demasiados problemas. Sin duda, aparte de su matrimonio, influyó que los años que transcurrieron entre su salida de la cárcel y su divorcio coincidieron con los del III Reich de Hitler, en los que cualquier imprudencia podía salirle muy cara.

No obstante, tampoco puede decirse que esa década tan productiva en lo literario fuera un camino de rosas en lo personal. Sus adicciones fueron agravándose y, aunque es cierto que escribió y publicó mucho, ninguna de sus obras alcanzó el éxito de Pequeño hombre, ¿y ahora qué?. Además, su ambigüedad y su nada clara postura política le crearon enemigos en todos los bandos hasta convertirlo en un autor repudiado por unos y por otros. Los nazis, que en algún momento llegaron a alabar su obra por considerarla crítica con la República de Weimar, posteriormente le tacharon de “pornógrafo”, porque se mostró igualmente duro con el régimen del III Reich. Al mismo tiempo, los escritores e intelectuales alemanes que se exiliaron tras la llegada al poder de Hitler, entre ellos Thomas Mann, jamás le perdonaron que permaneciera en Alemania. Sin embargo, él siempre defendió que había tomado la decisión más difícil: permanecer en su patria y hundirse con ella si se hundía, lo que sin duda sabía que estaba ocurriendo. “Prefiero hundirme en este pueblo bienaventurado-desafortunado que disfrutar en el extranjero de una falsa dicha”, se justificó.

En toda la obra de Fallada está muy presente ese sentimiento, el de que su patria, esa gran Alemania de la que todos deseaban sentirse orgullosos, había iniciado un doloroso camino de autodestrucción cuyas consecuencias traspasarían a su propia generación. El doctor Doll, el protagonista de Pesadilla, constata con enorme dolor, al finalizar la II Guerra Mundial, que el concepto “alemán” se había convertido en un insulto y que todos los alemanes, comenzando por él mismo (que es lo mismo que decir por el propio Fallada), se sentían cómplices de las atrocidades cometidas por los poderosos, porque, incluso aunque en su fuero interno las condenaran, no hicieron nada para impedirlas. Con gloriosas excepciones, como los Hampel, cuya historia real de resistencia trasladó a la ficción en su obra póstuma Solo en Berlín.

La pequeña gente

Hans Fallada sintió simpatía por el expresionismo al inicio de su carrera, pero muy pronto lo sustituyó por el estilo por el que hoy es reconocido: el neorrealismo o nueva objetividad. Desde ‘Pequeño hombre, ¿y ahora qué? (Kleiner Mann-was nun?), su obsesión fue mostrar al mundo las calamidades de lo que en alemán se conoce como la kleine leute, la pequeña gente. Es decir, la gente corriente, como los Pinneberg (Pequeño hombre, ¿y ahora qué?), los Quangel (Solo en Berlín), los enamorados Hannes Wiebe y Hanne Lark (Este corazón que te pertenece), los Doll (Pesadilla) o el propio Fallada, que se retrató a sí mismo en la ficción como el empresario Erwing Sommer (El bebedor) que arruina su vida por su adicción al alcohol.

Fallada quiso servir a su patria en la Gran Guerra pero fue rechazado por sus problemas psiquiátricos. No vivió, por tanto, el conflicto desde el frente, pero sí sus consecuencias en la ciudad y, sobre todo, la grave crisis económica que sufrió Alemania tras su derrota. En ese contexto de entreguerras, el pequeño hombre Johannes Pinneberg y su Corderita (su amada Emma Mörschel) luchan en Pequeño hombre, ¿y ahora qué? por sobrevivir en una Alemania en la que el trabajo escasea y el poco que hay ofrece sueldos que no permiten ni siquiera comprar alimentos básicos o pagar un alquiler. En ese contexto, en el que la mayor parte de la población sufre hambre, frío y miedo por perder su trabajo por mísero que sea, sale a relucir lo mejor y lo peor del ser humano. Y las personas honradas como Pinneberg, que solo desean vivir de su trabajo y disfrutar de pequeños placeres como ir un día al campo, lo tienen difícil, mientras que los que no tienen escrúpulos progresan a costa de los demás.

Ambigüedad política

Esta novela catapultó a Fallada como escritor, pero su fama no impidió que los responsables del NSDAP (el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán) desconfiaran de un autor que se había afiliado años atrás al SPD (Partido Socialdemócrata alemán) y que en su obra se había mostrado crítico tanto con los nazis como con los comunistas. Prueba de ello es que define a uno de esos personajes malvados que consiguen medrar a costa de las buenas personas como Pinneberg, su compañero Lauterbach, como un buen nazi, “alemán, digno de confianza, un enemigo de los judíos, de los extranjeros, de las reparaciones, de los sociatas y del partido comunista”. Eso sí, él mismo reconocía que se había unido al partido no por convicción, sino por puro aburrimiento, porque en el pequeño pueblo en que vivían, Ducherow, no había gran cosa que hacer.

En cambio, Corderita es comunista porque considera que es lo correcto en su posición, aunque no tiene muy claro por qué ni en qué consiste exactamente serlo. Pinneberg, por su parte, es consciente de que se tiene que posicionar, pero no sabe a qué partido apoyar. Paga religiosamente su cuota del Sindicato de Empleados Alemanes, lo que al padre de Emma (Corderita), comunista, le parece una traición a los obreros. En realidad, como reflejan las conversaciones sobre política que mantienen los personajes en esta obra, la mayoría de la gente considera que el hecho de apoyar a unos o a otros depende más del trabajo que realice cada uno que de su propia ideología. Lo resume, en pocas palabras, este fragmento de una conversación entre Pinneberg y otro ‘pequeño hombre’:

“─Si yo fuera usted, sería comunista.

─¿Es usted comunista, maestro?

─¿Yo? Ni por asomo. Soy artesano. ¿Cómo podría ser comunista?”

En cualquier caso, como al nuevo régimen de Hitler no debió parecerle Fallada un autor de fiar, la Gestapo asaltó su casa, lo que le disuadió de escribir sobre política en mucho tiempo. Podía haberse marchado, como otros escritores, los mismos que le criticaron desde el exilio, pero decidió quedarse y durante varios años escribió numerosas obras nada polémicas, entre ellas algunas infantiles, hasta que en 1939 recibió el encargo de escribir un guion cinematográfico para Carl Froelich, presidente de la Cámara de Cine del Reich.

Se le pedía que escribiera un guion sobre unos emigrantes repatriados, que vuelven a la gloriosa Alemania nazi tras una penosa estancia en el extranjero y encuentran un país maravilloso. Cumplió el encargo solo en parte. En el guion, que nunca fue llevado al cine pero que tras su muerte se publicó como novela con el título Este corazón que te pertenece, el joven y rico Hannes Wiebe emigra desde la Alemania de entreguerras a Estados Unidos, donde sufre con un trabajo alienante en el que su única función es apretar tuercas y vuelve unos años después a su tierra, en la que todos dicen que vuelve a haber trabajo y todo va perfectamente.

Sin embargo, no todo es tan hermoso como le habían contado. Hannes Wiebe proviene de una familia rica y podría haber vivido sin dificultades, pero él no lo desea. Él se siente un alemán más y como tal quiere vivir, ganándose un sueldo y compartiendo penurias con  la ‘pequeña gente’ que conforma el grueso de su patria. Como Pinneberg, él también encuentra personas malvadas por el camino, que no dudan en aplastar a los demás para prosperar. Pero aún así decide permanecer en ese mundo donde la inmensa mayoría de la gente es pobre pero buena.

Como es fácil imaginar, no tuvo muy buena acogida en el III Reich. La consecuencia fue que Fallada no llegó a ver producida su película. Fue el precio que tuvo que pagar por ser fiel a sí mismo.

Foto: Fred Ramage/Getty Images

La resistencia. David contra goliat

Tras el fin de la II Guerra Mundial, Hans Fallada cayó en el olvido y no fue hasta muchas décadas después de su muerte (falleció en 1947) cuando recibió un merecido aunque tardío reconocimiento internacional con la publicación, en 2011, del manuscrito íntegro de Solo en Berlín. Fallada escribió esta obra al final de su vida, en 1946. Poco antes había escrito Pesadilla y El bebedor, ambas autobiográficas, la segunda de ellas en la cárcel tras ser acusado de intentar asesinar a su exmujer, donde también escribió En mi país desconocido: Diario de la cárcel, 1944. Tras su divorcio en 1944, los acontecimientos tanto en su país como en su vida personal se habían precipitado. La guerra había terminado con una nueva derrota de Alemania, los tanques rusos habían entrado en Berlín, que había quedado dividido en cuatro áreas, y las atrocidades del nazismo habían salido a la luz en los juicios de Núremberg. Mientras, él se había vuelto a casar, con una mujer mucho más joven y drogadicta como él,  había sido nombrado alcalde de una pequeña localidad llamada Feldeberg, había tenido que abandonar el puesto por sus problemas de salud y finalmente  vuelto a Berlín ayudado por el que más tarde sería ministro de Cultura, Johannes R. Becher.

Libre de la censura nazi, narra en Solo en Berlín la historia del matrimonio de Otto y Anna Quangel, inspirada en la historia real de Otto y Elise Hampel. Tanto los Quangel en la ficción como los Hampel en la vida real representan la resistencia al régimen de Hitler que, aunque reprimida y  duramente castigada, sí existió entre el pueblo alemán. O, lo que es lo mismo, entre esa ‘pequeña gente’ que puede parecer insignificante pero sin la que cualquier país del mundo estaría perdido porque son la esencia de toda sociedad.

Los Hampel (y los Quangel en la novela), desde su pequeño apartamento de Berlín, se enfrentaron al todopoderoso régimen de Hitler con los escasos medios que tenían a su alcance: una pluma, un tintero, y un puñado de postales, que fueron repartiendo a escondidas por toda la ciudad para criticar al Führer. Y durante un tiempo trajeron de cabeza a las autoridades, incapaces de dar con ellos y parar esa locura que tanto daño podía hacer a la imagen del Reich. Fue la lucha de David contra Goliat, de los pequeños contra los grandes. Inevitablemente, los pequeños cayeron, tanto los Quangel (o Hampel) como otros muchos. Pero, a la larga, todas sus acciones contribuyeron a la caída del gigante.

Con ese argumento, resulta difícil de creer que las autoridades de la ‘nueva Alemania’ pusieran reparos a la publicación de esta novela. Pero lo hicieron, y la razón es muy simple: porque Fallada se negó a aceptar las imposiciones del nuevo régimen exactamente igual que se había negado a aceptar las del Reich. Escribió su obra como quiso y no como le pidieron que hiciera. En la versión original, los Quangel habían sido simpatizantes del régimen nazi, y solo se mostraron críticos cuando fueron conscientes de las atrocidades que estaban cometiendo, cuando ya se encontraba muy avanzada la guerra. Los responsables de la célula comunista a la que pertenecía la que podía haber sido su nuera, la joven Trudel, se mostraron tan despiadados como el peor de los nazis. Y la imagen del pueblo alemán, como en todas sus obras, se presenta con sus luces y sus sombras, sin maquillaje de ningún tipo.

Esa versión no gustó al nuevo régimen y el resultado fue que su obra, aunque vio la luz en 1947, lo hizo censurada e incompleta. Su autor no pudo poner ninguna pega porque a esas alturas ya había fallecido de un paro cardíaco. Y así se mantuvo hasta más de seis décadas después, cuando por fin se publicó la versión original, que se convirtió rápidamente en un éxito internacional y rescató del olvido a este autor.

Para ser sinceros, es poco probable que Fallada se hubiera hecho ilusiones con el nuevo régimen. Probablemente intuyó que su obra no se publicaría o lo haría descafeinada. Y seguramente adivinó también que él mismo caería en el olvido, que a nadie le importarían demasiado ni su obra ni él mismo, porque ningún régimen, ni el viejo, ni el nuevo, ni el de ningún país del mundo, presta demasiada atención a las personas insignificantes como él. Es la pesadilla recurrente del doctor Doll (Pesadilla), que tras el fin de la guerra continuaba viéndose a sí mismo en un enorme cráter, hundiéndose en el barro cada vez más junto a Alemania entera. Al borde se sentaban los Tres Grandes: Churchill, Roosevelt y Stalin. El angustiado Doll creía ingenuamente que buscaban la forma de salvarle a él, y con él a todos los demás, pero lo cierto era que ni a ellos ni a nadie les importaba él lo más mínimo. No era nadie para ellos. Si quería salir del cráter, debía hacerlo solo.

A la muerte de Hans Fallada, su amigo Johannes R. Becher escribió una hermosa necrológica, que tituló ‘¿Y ahora qué?’ en referencia a la primera gran obra del autor y extendiendo la pregunta al futuro que le deparaba a Alemania tras el hundimiento el Reich y la llegada de un tiempo nuevo. De Fallada escribió que “Amaba la vida sencilla y a la gente humilde. Nos describió de manera magistral que la vida sencilla solía ser sumamente compleja, y también lo eran los sueños de esas personas humildes”. El texto sirvió de epílogo a la versión censurada que se publicó en 1947 de ‘Solo en Berlín’. Aunque, como la propia novela, tampoco se reprodujo en su totalidad. Se omitió la parte en la que Becher criticaba que ninguna autoridad de la nueva Alemania había asistido al entierro y que la mayoría de los periódicos se habían limitado a comentar que había fallecido “un escritor controvertido”. “Como si existiera algún escritor que no lo fuera. No controvertida es solo la gente nula e incapaz”, aclara Becher.

Pasó mucho tiempo, sí, pero finalmente la obra maestra de Fallada vio la luz tal y como su autor la escribió. Y también la necrológica de su amigo Becher. Y ese autor tanto tiempo relegado al olvido, recibió al fin el reconocimiento que se merecía.

Se puede decir que en este caso un atormentado, maldito y olvidado David, el propio Hans Fallada, que no deja de ser un ‘pequeño hombre’ como los personajes que describe, también venció a Goliat.

María José Vidal Castillo