Iñaki Olano es un tipo alto, con una mirada intensa y una sonrisa honesta. Toma un café con cuerpo como la voz que sale de su cuerpo. Hay un tono vitalista cuando habla, lejos del derrotismo que suele acompañar a estos tiempos cuando nos asomamos a cuestiones de política. Y uno tiene la percepción que no es a pesar de lo vivido sino gracias a ello.

iñaki olano represaliados franquismo

¿Cómo era Iñaki Olano de joven?

Pues depende de cuánto de joven preguntes…

El adolescente que empieza a interesarse por la política.

Yo he vivido en una zona en la que era muy difícil no estar interesado por la política aunque fuera de una forma muy primaria. La comarca de donde soy yo es una comarca agraria pero a su vez obrero-agraria. Sales de la fábrica y te encuentras un pastor con las ovejas. Estaba muy marcada porque había una tradición de lucha obrera en la Caf, una fábrica muy grande de dos mil trabajadores, con sindicalistas de comienzos de los 60. La USO andaba por allí. En la comarca había JOC, Juventudes Obreras Católicas, que eran una organización cristiana donde funcionaba mucha gente contestataria. Y luego estaba ETA.

En mi pueblo yo recuerdo que con 12 años, o con menos, en la casa donde vivía, amanecimos rodeados por la Guardia Civil porque iban a detener al vecino de arriba por haber puesto una ikurriña. Lo que hacía ETA entonces era poner banderas en los cables de alta tensión, en la torre de las iglesias, repartir folletos… Detuvieron, para un pueblo de menos de 2000 habitantes, a treintatantos vecinos. Hicieron unas redadas nocturnas con el estado de excepción del 68.

Era sabido y marcaba mucho que a uno de los detenidos lo tuvieron 20 días en el cuartel de la Guardia Civil. Contaban los vecinos del barrio que escuchaban los gritos continuamente. Se torturaba, se pegaba, de todo. Ése era el ambiente. En ese ambiente, para mí, como para mucha gente que teníamos 15 o 16 años, fue fundamental que nos criáramos con el Consejo de Guerra de Burgos, en el que pidieron un montón de penas de muerte contra militantes de ETA. Ahí hubo huelga general, muy dura además. Con cortes de carreteras, cortando árboles con motosierra, montando barricadas. Los que estábamos en Bachiller también salíamos, veíamos las cargas y salíamos corriendo, como es normal.

¿Se ha intentado minimizar, a través de la violencia que generaban grupos como ETA, la oposición desde otros lados para justificar la propia violencia del Estado?

Los herederos del régimen se siguen justificando y una forma de hacerlo es con ETA. Y ETA ha habido muchas. En esa misma época, en el Consejo de Guerra de Burgos se va contra buena parte de la dirección de ETA. Quedaban  grupos pequeños que tenían más simpatías que gente activa. Cuando había una redada pillaban a gente de ETA que estaba en el interior. Los poquitos que quedan, reconstruían la organización. Es una época donde efectivamente había mucho debate político. Hay siempre un tema de discusión permanente, la relación con el Estado Español. Pero también con el resto de la izquierda. Alrededor del 70 ETA manda gente a Madrid, no para hacer atentados, sino para tener relaciones con la izquierda española, igual que tenían relaciones con la izquierda en Francia o en Bélgica.

La discusión era sobre esa relación, la cuestión nacional, la cuestión social y sobre la propia lucha armada. Continuamente había un replanteamiento de la lucha armada que, concretamente a final de los 60 y comienzo de los 70, no existía tal como la hemos conocido después. Apenas había alguna acción, en concreto la que desencadenó el Consejo de Guerra de Burgos con la muerte de Melitón Manzanas, un inspector de policía con una historia detrás de torturador en la persecución contra el maquis en Asturias. Era conocido por ser experto en apagar cigarrillos en los pezones. Un personaje especialmente siniestro. Fue la única acción hasta el 70 en la que hubo un atentado con muertos. Un guardia civil y el entonces máximo dirigente de ETA  murieron el mismo día, en el 68, en una situación de persecución. Pero no fue algo buscado.

Si los militantes de ETA llevaban armas era por defensa frente a la detención inmediata. Si se llevaban armas era más difícil que la Guardia Civil les detuviera de inmediato porque tenían que tomar precauciones si rodeaban una casa en una detención. Eso podía dar tiempo a largarse, a avisar o a lo que fuera. La justificación era usarlas para eso. Pero las usaba ETA y las portaban también militantes de otras organizaciones. ¿Era una organización terrorista ETA cuando se funda en el 59? Lo que era terrorista era el Estado franquista donde se funda.

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Dinero carcelario

¿Esa experiencia qué es lo que enseña respecto a la organización en el futuro?

Cuando tomas parte de movidas, de manifestaciones o de lo que sea, se abre un mundo de preguntas y más preguntas. Luego lo lógico es compartir las preguntas y las respuestas. Mucha gente nos juntábamos en ese proceso. Gente de la misma edad: 15, 16 o 17 años. Montábamos grupos, a veces para hablar sin más, repartir folletos. Luego hacíamos camino. Recuerdo, allá en el 72, todavía con 16 años (y no era yo el más joven del grupo), creamos un grupo que llamamos Diciembre Rojo. Teníamos la referencia de los consejos de guerra de diciembre del 70, que era cuando nosotros habíamos abierto los ojos de alguna forma a esa realidad. El grupo duró tres meses. Luego buscamos relacionarnos con otras organizaciones que existían, que eran clandestinas, con sus propios códigos para relacionarse. Y te relacionas con quien encuentras, con quien está disponible. Y dentro de eso, si hay escisiones, separaciones, que suelen ser muy frecuentes en historias de estas, te acabas quedando con quien ha sido responsable de tu grupo.

Al final, esa clandestinidad, ¿qué consecuencias tenía?

Lo más probable es que terminases detenido. En la clandestinidad lo que hacías sobre todo era mucha propaganda. Panfletos en huelgas, por ejemplo. Podía haber alguna gente, como la de las primeras Comisiones Obreras, que estaban en una empresa y tenían más dificultades para repartir panfletos. Iba gente de fuera para que echase una mano, entrando con la cara tapada, y repartía folletos. Entrabas en una dinámica en la que tenías una exposición a un riesgo muy grande. Propaganda ilegal era de 6 meses y 1 día a 6 años. Asociación ilícita, que normalmente iba junto a la otra, eran también de 6 meses a 6 años. Entrabas en una dinámica de riesgo en la que leías como un loco, todo lo que caía a tu alcance, discutías como un loco. Podías estar discutiendo sobre China, sobre Rusia, o vaya usted a saber qué cosas. Era una combinación rara de clandestinidad y acciones relacionadas con el entorno y a la vez con referencias librescas muy teóricas.

¿Cómo era vivir en esas cárceles?

Las cárceles eran un mundo muy especial. El problema no era la cárcel, estaba antes. El tránsito de la calle a la cárcel era lo terrorífico. Eran unos 3 o 5 días, o 6 o 10, dependiendo de cómo te pillasen. Podías estar en manos de la policía o de lo que te tocase. Cuando entrabas en la cárcel era un descanso, había compañeros y empezaba a correr el tiempo. Cuando estás detenido y torturado no corre el tiempo, se hace eterno. No sabes si es de día, si es de noche. No sabes quién está allí, quién deja de estar.

En la entrada a la cárcel tenías un período de incomunicación, se supone que un período de vigilancia sanitaria, que era la excusa. La gente que estaba allí antes encontraba los medios para comunicarse contigo. El mundo de la cárcel dependía mucho de qué cárcel te tocase. En sitios como Carabanchel yo creo que estaba lo mejor del país, desde el punto de vista intelectual también.

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¿Cómo podía haber una biblioteca como la que teníais?

Quien decide qué libro entra o no entra es un censor, normalmente un cura. Un equipo de curas en el caso de Carabanchel. Había un índice de libros prohibidos, pero si alguien de fuera le cambiaba la portada podías encontrarte en «Las aventuras de Tom Sawyer» el «¿Qué hacer?» de Lenin. O a veces el libro pasaba porque era nuevo y no estaba en su lista. Buena parte de la prensa ilegal y clandestina que se prohibía en el exterior la teníamos dentro. Había diferentes maneras, en latas de conserva, metida en comida… había muchas formas de meter cosas.

El funcionamiento era como el nombre de la organización que ahora tenéis, como una Comuna.

Sí, la Comuna era una forma de colectivización del dinero, de los libros, de la comida, de todo. Era una forma de organización colectiva. A partir de que entras te cambian tu dinero, te abren una especie de cuenta corriente con una hoja de peculio a donde va el dinero de la familia y de ahí salen una especie de tickets de compra para el economato.

¿Cómo era la relación de los presos políticos con el resto de presos?

Depende de donde estuvieses. Había cárceles, como por ejemplo Martutene, donde coincidió una entrada de inmigrantes argelinos y marroquíes porque el patrón del barco los desembarcó diciendo que aquello era Francia y del cabreo que llevaban le prendieron fuego al barco y fueron todos a la cárcel. Con esa gente la relación era buenísima, había una vinculación casi política con lo que estaba pasando. Había cosas que hacíamos en común.

Normalmente, en cuestiones de organización de régimen carcelario, nosotros estábamos organizados. Éramos un grupo grande, por lo que teníamos mucho peso. Para el preso común que estaba aislado el método de protesta principal que tenía era autoherirse, cortarse las venas, rajarse la barriga. Lo nuestro eran más acciones colectivas: huelgas de hambre que tenían repercusión exterior, algún motín… Lo que nosotros conseguíamos en la cárcel acababa siendo utilizado por el resto de los presos comunes, así que teníamos buena relación.

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¿Os trataban diferente, para bien o para mal, por ser presos políticos?

Eran los hechos los que te marcaban la vida cotidiana. Los carceleros sabían que tenías tus representantes para tratar con ellos. Cuando solicitábamos una entrevista nunca era individual sino colectiva. Te marcaba eso. No es que hubiese un código diferente. De hecho, durante bastante tiempo estuvimos detrás de conseguir un estatuto del preso político, algo que generase unas reglas de juego específicas. En la práctica se daba algo así. Cada vez que había una bronca en el régimen interno, para bien o para mal, el colectivo de presos políticos tenía un comportamiento determinado. Para mal también podía ser. Difícilmente nadie arrostraba los castigos que nosotros teníamos. Nos pegábamos temporadas muy gordas en celdas de castigo. La huelga de hambre se consideraba como intento de fuga porque según ellos intentabas suicidarte y eso era evasión de condena, lo que suponían 40 días de celdas. Luego hacías plantes, plante a la pinta de vino o a las visitas, para protestar, e ibas acumulando días de celda de castigo. Normalmente no se podían acumular más de 80. En diciembre del 74 hicimos huelga de hambre, iniciada en varios sitios, con un semimotín simbólico, y nos cayeron 80 días en celda de castigo. Eso son muchos días en aislamiento.

¿Viste alguna vez alguien que pasara como preso político de forma más liviana, como para tener ese marchamo de haber estado en la cárcel?

Bueno, en esa época te podían detener por cualquier cosa. Yo recuerdo el primero de mayo de 1975, con Franco a punto de palmar o viendo muy cerca que iba a palmar. El PSOE hizo un acto semi público, desde luego clandestino no, que fue reunirse en la tumba de Pablo Iglesias en un cementerio en Madrid que queda muy cerca de la cárcel. La policía los detuvo a todos menos a Felipe González y a Alfonso Guerra. Les metieron multas que llevaban cárcel de 15 días. De alguna forma esos 15 días les dieron cierto marchamo a los que entraron.

Sí que había gente que entraba con una multa, que podía ser simplemente por manifestación o por estar donde había una manifestación y que te identificasen. Quienes más condena tenían era por su propia significancia política. Había dirigentes del Partido Comunista de España que tenían condenas largas. A Julián Grimau lo mataron. Quien de alguna forma ocupó su puesto, Romero Marín, que era de Nerva, había sido teniente coronel del ejército ruso y lo detuvieron por el 73. Era un tío de gran significancia. No sé si llegó a tener juicio y condena, creo que la amnistía le llegó antes. Pero ya en ese momento tenía significancia. Él pedía una entrevista con el director de la cárcel y la tenía. Él pedía Le Monde Diplomatique y le llegaba.

¿Alguien te ha pedido perdón alguna vez?

¿Perdón? (ríe) No, no. Se supone que el Estado, el Gobierno, la Junta de Andalucía, han ido sacando diferentes leyes de reconocimiento. Normalmente hechas de una manera que no se plantea un reconocimiento ni un perdón. Tampoco es algo que nos haya importado ni nos hayamos planteado nunca. Casi todos los que estuvimos en esa época y salimos tras morir Franco, al año siguiente seguimos en la pelea. Yo salí en diciembre del 75, me volvieron a detener en noviembre del 76 y en abril del 77. Seguíamos haciendo cosas que a su vez seguían siendo penadas por la ley hasta después de las primeras elecciones.

¿Te has sentido traicionado por algunas personas o algunas ideas?

Tengo un desacuerdo profundo con la lectura que se hizo de la Transición por parte de algunos partidos políticos. Especialmente, aunque en el momento no fuésemos muy conscientes de ello, de lo que supuso la Ley de Amnistía. En ese momento fue un motivo de alegría, porque suponía la salida de la cárcel de los últimos presos que quedaban. Pero luego lo miras más atentamente y ha sido la justificación del punto final. En realidad a quien amnistió fue a los verdugos. ¿Traicionado? Visto posteriormente, por quienes idearon eso de alguna forma. Con el acuerdo que hubo entre el Régimen y aquellos que estaban contra el Régimen, que dieron lugar a eso, el modelo de Constitución que se generó, al mantenimiento del poder de la anteriores jerarquías como eje de la Constitución, etc.

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¿Nos “hicieron demócratas” tras el atentado de Carrero Blanco?

Eso estaba decidido desde antes. El nombramiento de Juan Carlos I como heredero de Franco suponía la continuidad del Régimen y se sabía que en la Europa en la que estábamos, si se quería jugar cierto papel, había que blanquear aquello. No sé si lo de Carrero influyó, bueno, quizá les cambiaría el tiempo de esas medidas. El régimen de cualquier forma debía mutar porque no tenía espacio. Le tenían un miedo enorme a cambios como los de Portugal.

Hay una lectura que hace parte de la izquierda, especialmente el Partido Comunista, que es que nos íbamos a meter en un jaleo enorme como no llegasemos a un acuerdo para una Constitución. El “Pacto por la Libertad”, la política central del PCE, al final termina siendo una forma de transigir con todo. Especialmente Santiago Carrillo, que es quien tiene mucha decisión en sus manos. Las “traiciones”, a estas alturas de siglo, es un lenguaje que no me gusta mucho, pero sí se puede hablar de que había otras opciones diferentes al modelo que se impuso.

¿Ha fracasado la Transición en el reconocimiento institucional para crear mecanismos que salvaguarden el legado de la gente que estaba en contra y no ha encontrado espacio?

La Transición no ha fracasado, de hecho ha beneficiado mucho a los que la idearon. Los pilares del régimen se siguen manteniendo. El fracaso ha sido más bien de la izquierda. Unos por debilidad, porque efectivamente el país daba de sí lo que daba de sí. Salir del Franquismo fue una salida dura, con mucha violencia, mucha sangre, mucha protesta. El regimen buscó una cierta legitimidad con la Constitución, que se la da, especialmente con cierta izquierda, no ya con el PCE, sino con un PSOE, alimentado por la socialdemocracia alemana, el partido de Willy Brandt, que fabrica un partido donde no lo había.

El acuerdo ahí es fundamental, se corresponde con los intereses de los poderes económicos, que son los que lo diseñan. Luego los actores políticos son los que se prestan, algunos con mucho gusto, como es el PSOE, que crea su propia casta alrededor de la Transición. Incluso con gente del régimen, como José Barrionuevo, que venían de fuerzas fascistas. Si miramos en Ayamonte, vemos que un elemento de la extrema derecha acabó de alcalde del PSOE.

En el caso del PCE creo que hubo un fracaso, un gran desencanto y desilusión de la militancia que había sufrido muchísimo, había apostado muy duro. Aunque le llamasen «Pacto por la Libertad», ellos le llamaban al final del regimen, como le llamábamos todos, darle la vuelta a la tortilla. Y no sólo no hubo vuelta a efectos políticos sino que no la hubo a efectos de reconocimiento de la lucha, porque si lo hubiese habido de alguna forma alguien tendría que hacer las cuentas. Cómo nos iban a decir a nosotros «mira qué bien lo vuestro, que habéis luchado por la democracia». Primero porque nosotros no habíamos luchado sólo por la democracia, sino por muchas más cosas. Segundo, porque si te lo reconocen, ¿dónde estaban los otros, los que estaban contra la democracia? ¿quién iba a darnos las medallas? ¿Fraga Iribarne?

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Por eso, labores como la asociación de La Comuna puede resultar importante, ¿qué es lo que hacéis exactamente?

Fue coincidiendo con el derribo de la cárcel de Carabanchel. pPara nosotros fue importante encontrarnos. Porque una parte de nosotros no estaba nada a gusto con lo que había pasado, ni con lo que estaba pasando. Esto que decía Manolo Blanco de que no nos habían engañado a todos… A veces, es muy malo darte cuenta que no te han engañado, dices “no me han engañado pero me han dado por todos lados”.

Eso es lo primero. Lo segundo es que, tras la asamblea fundacional de La Comuna, nos planteamos el intentar recuperar los cachos de historia que estaban ocultos. Conocer tu expediente policial por ejemplo, saber quienes nos detuvieron y torturaron, quien fue del juez que me juzgó. Y empezar a pedir responsabilidades.

Cuando te dan el papel de la cárcel no sale nada.

Cuando sales de la cárcel lo que te dan es el DNI. Pero el mío lo habían perdido. Era una situación un poco loca que a las 4 de la mañana en la puerta de Carabanchel te largan a la calle sin documentación. Antes te pegas una hora, registrándote todos los agujeros de tu cuerpo a ver si sacas algo. Una cosa un poco absurda. Y después de eso me dicen que no me dan el DNI, que lo han perdido. Me largan con un papel que dice que acabo de salir de la cárcel.

Entonces la policía podía volver a detenerte por indocumentado.

Claro (risas), te piden la documentación y tú le das un papel que dice que acabas de salir de la cárcel. También era una noche muy especial. Habían salido todos los del sumario 1001. Hubo un indulto con la coronación del Rey, así que salieron todos los que consideraban que tenían delitos menores junto a unos 16 o 17 sindicalistas famosos. Muchos para una cárcel. Luego estábamos unos cuantos pringados que estábamos allí y acabaron soltándonos a las 4 de la mañana. La excusa que tenían ellos es que estaban desbordados.

En tu expediente (penitenciario) ¿figura que has estado en la cárcel?

Sí, consta en un certificado de Instituciones Penitenciarias. No acierta ni con la fecha de entrada ni con la fecha de salida. Tengo eso, toda la documentación judicial y las noticias en prensa de mi entrada y de mi salida.

Pero conseguirlo no es sencillo. Incluso para conseguir el acceso a mi expediente policial tuve que hacer una solicitud por correo electrónico. Y hay que cogerlo, pagarlo, hacerlo todo en Madrid vía Ministerio de Cultura. Una cosa bastante curiosa. Cuando yo pedí mi certificado de estancia en la cárcel, cuando reclamé a la Seguridad Social, ésta pregunta a la Dirección General de Instituciones Penitenciarias y dicen que allí no consta nada. Entonces, voy a Madrid a la Dirección General y remueven algo y me dan un papel que no coincide en fechas con la entrada y la salida.

Todo este sistema que va desde el 36 hasta el 78 es mucho tiempo, ¿se ha pasado de puntillas encima de tantos años?

No es que se haya pasado de puntillas, es que se ha pasado por el olvido todo lo que no interesaba que fuese conocido. No es que hayan disimulado, han ocultado. Es un olvido buscado. Aparte luego de la chapucería que pueda haber. En cualquier otra situación, como por ejemplo en Mathausen, la resistencia española a los nazis en Francia, en cualquier parque  te encuentras monumentos, memoriales…

¿Fueron duros los años inmediatamente anteriores y posteriores a la muerte de Franco?

Fueron muy duros. Las cifras cantan. Estamos hablando de un período en el que hay consejos de guerra con peticiones de penas de muerte en el 68, 69, 70. Penas de muerte que se paran solamente con un nivel de movilización que no se conocía desde antes de la guerra. Incluso así, asesinan a Puig Antich porque no hubo movilización en ese caso. Pero luego se mata con los fusilamientos de septiembre del 75, a cinco personas. Y hubo muchos muertos en momentos de detención, en huelgas, en manifestaciones… En El Ferrol mataron a dos en una huelga general de astilleros, en Vigo mataron a uno… En Granada mataron a tres obreros de la construcción en una manifestación. Puede que haya gente que la dictadura la haya vivido como blanda, pero por el bando en el que estaban. No hay que olvidar la semana de la matanza de los abogados de Atocha, más la de Vitoria, hasta lo de Yolanda González. Fue muy duro.

Hannah Arendt decía sobre el nazismo que “comprender no es perdonar”, ¿has comprendido algo de aquellos años?

Comprender… Lo que se comprende es que el poder está donde está. Lo que más comprendes es que entonces partías de la ilusión de que se podía cambiar todo y rápido, muy rápido. Con mucho sacrificio pero muy rápido. Y partíamos de una necesidad: que había que cambiarlo. Las dictaduras no desaparecen por sí solas, siempre hay que hacer algo. Lo que igual no éramos muy conscientes era del conjunto del peso del poder. De todo lo que había detrás. De que no era indiferente la política de Franco y los gobiernos posteriores a lo que marcaban los poderes económicos alemanes o americanos. Esa parte de la historia, que la comprendíamos, no la captábamos en toda su dimensión.

En todo esto hay unos poderes económicos que dirigen las acciones. Hay un poder enorme asentado sobre la miseria y el terror. Nuestra generación fue la primera que empezó a romper con el terror pero venía de otra que vivió aterrorizada. Terror salido de la Guerra Civil, que fueron alentando durante la Dictadura y que duró hasta el último minuto de la Transición.

Aarón Reyes (@tyndaro)

Fotos: Belén Martínez (@belenlynx)