Vamos a imaginar que a alguien le importa que el que era uno de los principales partidos de España se haya convertido en una ópera bufa. Luego imaginemos a esa persona descreída y de gran superioridad moral que desde sus dedos tapeteando rápidamente sobre la pantalla de su móvil escribe sobre un atentado terrorista aleatorio, pongamos por caso Manchester, mientras critica a los que lloran por los ingleses y no lo hacen por los iraquíes. Y ya por último imaginemos a los israelíes abrazando la visita de Trump como la segunda venida de su Dios. Mezclen, mezclen.

Una de las fracturas fundamentales entre el mundo que vio nacer al PSOE hace más de un siglo y que ha terminado en una forma de terrorismo que refleja el cambio de paradigma que el nacimiento del Estado de Israel supuso, surgió del desarrollo de un individualismo que es problemático en su forma y fondo. La forma en la cual se comenzaron a imbricar los mundos globales y particulares a partir de los años 50 guarda relación con la inserción de una cultura común en una estructura de una colectividad histórica particular que forma parte de la identidad individual.

Es el 14 de mayo de 1948 y ha pasado un año desde que un grupo terrorista sionista atentara contra el Hotel Rey David. Reino Unido no quiere saber nada del asunto y se retira de Palestina hartos de no poder reconciliar a judíos y árabes. Apenas medio año antes la ONU había acordado dividir el territorio en dos partes casi idénticas aunque la población judía no llega a un tercio del total. Los primeros en oponerse fueron los miembros de la Liga Árabe. No hizo falta más porque el 14 de mayo Ben Gurion autoproclama al Estado de Israel en la zona que el Plan Peel de la ONU le asignaba e inmediatamente permite a todo judío de cualquier condición y origen emigrar al nuevo estado. La Liga Árabe le declaró la guerra y entre que Israel recibía dinero y armas, y la ONU iba declarando treguas para que el nuevo estado tuviera forma, habían conquistado el resto del territorio salvo Cisjordania y la Franja de Gaza.

El mundo del que procedía el régimen colonial se hacía añicos porque avanzaba una nueva forma que el Estado de Israel aún no encarnaba. Al fin y al cabo, su nacimiento no era más que un hijo mutante de Occidente. ¿Cómo iban a actuar aquellas elites oligárquicas que vieron en el nacimiento de su propio país la oportunidad para crear su pequeño gran coto de chantajes? Tanto es así que se calcula que casi medio millón de judíos tuvieron que huir de países árabes por las medidas del nuevo estado de Israel y no lo hicieron a éste, sino a EEUU.

La inserción y el sentimiento de pertenencia no se confunden –contrariamente a lo que dicen algunos críticos de izquierda- con el fundamentalismo, el nacionalismo xenófobo como el que vio nacer a Israel y el chauvinismo. Constituyen condiciones esenciales antropológicas de la vida social y la ciudadanía, un fondo común a partir del cual se afirman el pluralismo, las diferencias y las contradicciones de todos los órdenes expresados bajo fórmulas derivadas de la democracia y el Estado de derecho. Cuando se fijan las condiciones y el fondo común, la pertenencia colectiva se disuelve y emerge la agrupación de iguales individuales y no de un grupo común.

El desarrollo del individualismo no es nuevo. Si lo analizamos es inseparable de la dinámica de la contemporaneidad y de la democracia que rompe con el orden antiguo y las sociedades tradicionales. El individuo moderno que alumbró la Ilustración es aquel que se emancipa de los prejuicios y de sus propias creencias, de sus comunidades y de la tutela de otros para acceder a una autonomía de juicio por el uso de la razón permitiendo la reflexión y el pensamiento crítico. En teoría, claro.

Las críticas conservadoras no han dejado de señalar a su manera las lagunas de esta concepción donde el individuo está por encima de cualquier idea nacional que se basa en una entelequia que existe porque es el fin en sí mismo. Cuando el Estado-Nación es el fin en sí, el objetivo, el individuo y la razón no pueden existir. Frente a esto surgieron las ideologías estatalizadoras como el fascismo y el comunismo, últimos suspiros de la democracia comunitaria.

Ben Gurión, cuando estaba proclamando aquel 14 de mayo al Estado de Israel, estaba consagrando sus ideales socialistas. Nació en Polonia y antes de que estallara la II Guerra Mundial se marchó a la Palestina ocupada por los británicos. Allí formó parte de Histadrut, una especie de sindicato que bajo su mando llegó a tener fábricas, cooperativas e incluso un banco. Histadrut, un concepto totalitario de control económico y social, es la base del Estado de Israel. Lo es también del modelo de Hamas y de Hezbollah. El Estado dentro del Estado que es la forma de funcionamiento esencial del Partido Fascista de Italia, el Partido Nazi y el Partido Comunista en la URSS.

Este modelo paradójicamente no casa con el individualismo contemporáneo que se inscribe en modelos democráticos diferentes. El individualismo democrático comporta una ambivalencia que le es consustancial: de un lado, es inseparable la idea de emancipación y de libertad; del otro, sirve para llevar a cabo un aislamiento del individuo frente a la masa lo que conlleva desafección.

Tocqueville arrojó luz sobre esta ambivalencia en su estudio sobre la sociedad americana del XIX. Consiguió ver allí las paradojas de las democracias modernas y sus problemáticas: “el individualismo es un sentimiento reflexivo y tranquilo que dispone a cada ciudadano aislado de la masa de sus compañeros y lo retira con su familia y sus amigos”. Este aspecto último es muy importante. No es un individualismo atomizador, sino que crea pequeños grupúsculos de identidad donde uno de los individuos es el que crea el vértice en el que pivota el resto. Dicho de otro modo, uno establece el marco de relaciones y el resto le sigue.

Esta situación del individualismo democrático combina un “neodespotismo” que busca que los ciudadanos busquen las diferencias para agruparse por “aquellos que rechazan a los que son diferentes”. Los nuevos modelos emanados de este tipo de concepción no se basan en agruparse por aquello que se tiene en común, sino por aquello que los demás tienen diferente a nosotros.

Estos aspectos del individualismo moderno que tienden hacia las formas de compromiso no han significado hasta ahora la pérdida de cualquier inserción del individuo en el colectivo. Tocqueville resaltó particularmente la importancia de la comunidad en EEUU que permitió precisamente contener la tendencia sobre la privacidad y el aislamiento. Estas comunidades permitieron a los individuos resolver colectivamente los problemas de la vida cotidiana al mismo tiempo que emergían como contra poder frente al despotismo de la mayoría. Esta es la base de la tensión constitutiva de la democracia, la dialéctica entre emancipación del individuo que deviene de una forma de autonomía y su inserción en el colectivo, y más particularmente en el seno de la colectividad histórica que es la nación en la cual se implican los derechos y los deberes.

Es el 23 de mayo y ha estallado una bomba a la salida de un concierto en Manchester. Su autor es al parecer hijo de unos libios que huyeron de Gadafi. El shock que provoca el terrorismo individualista no es tanto el horror de la muerte (es un espanto que socialmente apenas dura unos días) como el choque entre una concepción de sociedad y otro. Se trata de individuos que pertenecen a la comunidad (la práctica totalidad de los que han atentado habían nacido y se habían criado en las ciudades donde han atentado) pero que no sólo no se sienten miembros de la comunidad sino que la atacan.

El relativismo cultural del que deviene este problema es uno de los principales asuntos que del nuevo individualismo. Éste se ha basado en el desdén a la cultura y la historia como conceptos nacionales y propios de un país para abrirse al conocimiento superficial de otros países y civilizaciones. El plan educativo que acometió el Estado de Israel en el primer mandato de Ben Gurion tuvo como finalidad crear una identidad israelí por encima de la propiamente judía con el fin de borrar todo origen de los emigrados que llegaron desde el 48. Se trataba de que olvidaran que eran franceses, rusos, americanos o británicos y abrazaran el Estado de Israel. Fue fácil gracias, entre otras cosas, a que las comunidades judías siempre han sido tradicionalmente muy cerradas y celosas de guardar sus tradiciones mediante la historia oral.

En cambio, el individualismo postmoderno ha diseñado un nuevo sujeto. Los Estados-Nación europeos abandonaron toda pretensión de identidad nacional en beneficio de una sola identidad: el crecimiento económico. No es casualidad que Europa sea la región que peor ha integrado a los emigrantes de cualquier sitio. Se trataba de unirlos a todos bajo la creencia del bienestar sin reforzar lazos comunes más allá del empleo. Pero el modelo capitalista implica desigualdad, y al aplicarse, cualquier tipo de minoría es la primera en sufrir los efectos.

La relación de los individuos en las sociedades democráticas europeas respecto a los de otros lugares se basa en una disimetría: se le otorga un mayor valor a aquello que procede de otros lugares por el dinamismo de una supuesta “autenticidad” que ha perdido el modelo cultural europeo. Pero esto no es algo que tenga importancia en el ciudadano medio, ojo. En realidad, esta afección es más fuerte en aquellos que han sido “relativizados culturalmente” como los nacidos europeos de origen árabe o magrebí que ven en sus culturas originales una verdad y una espiritualidad que consideran más poderosas que aquella que les rodea.

La incoherencia que esto genera lleva a la confusión entre la realidad y los sentimientos. No es casualidad ni atiende a grandes conspiraciones lo que acontece con la situación política española, paralela de otros países. Un secretario general que encarna el vacío superficial del que hablamos y al cual mueven de la silla para permitir que un candidato de un partido contrario aún más anodino elegido por un electorado de su mismo perfil pueda ser presidente, para volver unos meses después a colocar al mismo secretario general. El círculo, el ciclo, forma parte de esta nueva “autenticidad” tan plana. Todo debate público, todo acto político está revestido de emocionalidad y sentimentalismo que trata de no revelar lo impersonal de la puesta en escena.

Cuando las contradicciones y los conflictos, la confrontación de ideas y de las convicciones se reducen a “historias personales”, a las “afinidades” o a las “animosidades”, emergen los valores del deseo de poder donde se actúa por sentimientos y donde estos sólo pueden ser buenos o malos. Aquellos que pertenecen a nuestra comunidad o aquellos que deben ser rechazados.

La violencia con la que se emplea Israel no es más que un reflejo de su transformación postmoderna. La solución que le queda a un modelo de Estado-Nación es crear mediante la violencia una oposición continua del nosotros frente al ellos. Israel es por ello el último bastión del invento europeo del XIX que no ha acabado de encontrar una solución viable en la postmodernidad y lleva a los miembros de sus comunidades más desarraigados a refugiarse en la superficialidad del fundamentalismo de partido, o lo que es peor, en el del terrorismo.

Fernando de Arenas