Hace dos siglos, mientras el movimiento feminista comenzaba a tomar forma y las mujeres inglesas (algunas, al menos) se preguntaban si no tendría algo de razón Mary Wollstonecraft en aquello de que no eran por naturaleza inferiores a los hombres, una poco reconocida autora de Steventon (Hampshire) mostraba al mundo su particular visión del drama al que se enfrentaban la mayoría de las mujeres de su época. Sus novelas, aparentemente solo románticas, denunciaban una dura realidad: que el papel de las mujeres en el mundo quedaba relegado al ámbito doméstico y que su única posibilidad de tener éxito en la vida pasaba por encontrar un buen marido.

En 2017 se cumplió el segundo centenario de la muerte de esa autora, hoy consagrada: Jane Austen. El que empieza, 2018, hará justo dos siglos de la publicación póstuma de sus dos últimas novelas, ‘La abadía de Northanger’ y ‘Persuasión’. Antes había publicado, no sin dificultad, ‘Orgullo y prejuicio’, ‘Sentido y sensibilidad’ ‘Mansfield Park’ y ‘Emma’, por las que apenas había conseguido unos beneficios de 700 libras.

Aunque en la actualidad es considerada una de las autoras imprescindibles de la Literatura inglesa, lo cierto es que, como le ocurrió a muchos otros grandes, su talento no fue reconocido en su época. En aquellos primeros años del siglo XIX sus obras se consideraron simplemente novelas de amor ambientadas en un entorno rural que comenzaba a estar pasado de moda. Como explica su sobrino James Edward Austen-Leigh en ‘Recuerdos de Jane Austen’, la mayoría de la gente encontraba sus libros insulsos y banales y durante mucho tiempo se la consideró inferior a otras autoras que sí cosecharon éxitos en vida como Charlotte Brönte.

Es cierto que su obra recibió el reconocimiento nada menos que del príncipe regente, al que la autora dedicó ‘Emma’, y de otras figuras relevantes como François Guizot, que la incluyó junto a la escocesa Susan Ferrier en “una escuela en la que la excelencia y profusión de sus obras se asemeja a la nube de poetas dramáticos de la Edad de Oro ateniense”. Pero la realidad es que, salvo estas gloriosas excepciones, vivió totalmente aislada de mundo literario y recibió duras críticas de autores como Mark Twain. La escritora Mary Russell Mitford, por citar un ejemplo muy conocido, recordaba que su madre la había definido  como “la mariposa más bonita, más tonta, más afectada y más deseosa de pescar marido que había visto en su vida”, a pesar de cuando la conoció Jane Austen era solo una niña.

Hubo quien alabó su trabajo, como el escritor romántico Walter Scott, que escribió de ella que “posee el talento más maravilloso que conozco para describir  los enredos, sentimientos y personajes de la vida cotidiana”. Sin embargo, esa crítica positiva se limitó a la parte más superficial de su trabajo: la romántica.

Hubo que esperar al siglo XX para que su obra comenzara a valorarse de forma diferente. En 1916, Virginia Woolf le dedicó un capítulo en sus ‘Horas en una biblioteca’, titulado ‘Jane Austen y los cisnes’. De ella escribe que “su talento y sus circunstancias armonizaban perfectamente”. También afirmó que “Jane Austen es una maestra en dibujar emociones más profundas que las que aparecen superficialmente. Nos estimula a añadir lo que no está”. El crítico estadounidense Harold Bloom, por otra parte, afirmó que “como Shakespeare, Austen es una lectura gratificante en cualquier nivel de intensidad”. También Vladimir Nabokov analizó su obra ‘Mansfield Park’ dentro de un curso de literatura europea en 1950. En él, explicó que “a primera vista, la forma y materia de Jane Austen pueden parecer anticuadas. Pero esta es una ilusión a la que sucumbe el mal lector (…) Mansfield Park es la obra de una dama y el juego de una niña. Pero de ese costurero sale una labor exquisita y artística, y esa niña posee una vena poética asombrosa y genial”.

LA LIBERTAD DE LA MUJER

¿Por qué tuvieron que pasar tantos años para que su obra comenzara a valorarse más allá de su faceta romántica? A nadie se le habría ocurrido vincular hace dos siglos la obra de Austen con el movimiento feminista que empezaba a tomar forma en Europa. Jane Austen comenzó a escribir ‘Orgullo y prejuicio’ en 1796 (aunque no la publicó hasta 1813), solo cuatro años después de que Mary Wollstonecraft publicara ‘Vindicación de los derechos de la mujer’, en 1792. En 1793 Olympe de Gouges había sido guillotinada por escribir la Declaración de Derechos de la Mujer y de la Ciudadana. En ese contexto en el que algunas mujeres luchaban e incluso daban su vida por la liberación de la mujer, la obra de Jane Austen no parecía ir más allá de la descripción de la vida anticuada y superficial de las jovencitas y damas “de buena familia” en la campiña inglesa.

Sin embargo, Jane Austen describe (y ridiculiza) esa vida en un momento en el que está comenzando a desmoronarse como consecuencia de la revolución industrial. En sus obras denuncia una situación injusta: los hasta entonces privilegiados estaban perdiendo poder y riqueza y la única forma que tenían las familias de clase media y media-alta de mantener su nivel de vida era asegurando su patrimonio mediante casamientos beneficiosos, convirtiendo a sus hijas en monedas de cambio. En ese contexto, la mujer estaba totalmente desprotegida.

El futuro de las mujeres dependía irremediablemente de encontrar un buen marido. Sin embargo, y ahí radica su rebeldía, Jane Austen les concede una pequeña libertad: la de elegirlo. Es cierto que todas sus heroínas acaban casándose, incluso Emma Woodhouse, a pesar de que estaba completamente decidida a no hacerlo, pero lo hacen por amor y porque así lo deciden ellas mismas. La propia autora renunció a casarse y, según su biografía, rechazó a algún pretendiente, porque ejerció coherentemente y hasta sus últimas consecuencias esa libertad que su pluma concedió a las protagonistas.

Jane Austen nos recuerda con ironía al comienzo de ‘Orgullo y prejuicio’ que “es una verdad universalmente aceptada que un hombre soltero en posesión de una notable fortuna necesita una esposa”, trasladando esa necesidad al sexo masculino. Su heroínas no tienen por qué casarse si no quieren. La valiente Elisabeth Bennet (a la que la autora reconoció que adoraba) rechaza al señor Collins, a pesar de que el futuro de su familia dependía de que ella heredara, a través del matrimonio con su primo, las propiedades que su padre no podía dejarles a sus hijas por ser todas mujeres. También rechaza a Darcy, en ese caso por orgullo, antes de comprender que no es tan mala persona como parece. Lo mismo le ocurre a Emma: rechaza pretendientes sin importarle las consecuencias hasta que se enamora de verdad.

Años después, Louise May Alcott demostraría en ‘Mujercitas’ que el matrimonio continuó siendo la única salida posible para las mujeres durante mucho tiempo. La realidad siguió siendo la misma, pero la obra de Jane Austen permitió a sus lectoras soñar con la posibilidad de que el matrimonio por amor era posible. Y hoy nos ofrece una valiosa descripción de la vida burguesa de la época, con su clasismo y sus convenciones absurdas de las que entonces solo algunas osadas, como Jane Austen, se atrevieron a  reírse.

UNA JOVEN DE PROVINCIAS

De su vida, sabemos que nació en la rectoría de Steventon, donde su padre, George Austen, era reverendo. Gracias a la biografía publicada por su sobrino James Edward Austen-Leigh en 1870, décadas después de su muerte, conocemos muchos detalles íntimos de la autora y su familia que nos ayudan a comprender mejor su obra, puesto que su círculo más cercano, que incluye a sus vecinos y conocidos, inspiró muchos de sus personajes.

Su hermano mayor, James, que ejerció una gran influencia en Jane, fue la Universidad  y fundó una publicación (The Leicester) en Oxford. El segundo, Edward, fue adoptado por un primo lejano, del que heredó el apellido (Knight) y propiedades, una situación similar a la que presenta, por ejemplo, el señor Frank de Emma. El propio padre de Jane debía su educación a un tío, Francis Austen, puesto que sus padres no pudieron dejarle nada en herencia.

Su retrato más conocido lo pintó su hermana Cassandra, su amiga y confidente, que tampoco se casó, porque su prometido murió tratando de hacer fortuna para hacerlo. Este drama, que bien podía haber surgido de la imaginación de la autora, no solo ocurrió en realidad en el seno de la familia Austen, sino que, lamentablemente, se repitió en muchos otros hogares. Fueron muchos los jóvenes que perdieron la vida, en guerras y empresas imposibles, cuando intentaban convertirse en buenos partidos. Porque, como Austen explica en ‘Emma’, “un hombre siempre desearía dar a una mujer un hogar mejor que aquel del que la saca”.

Hay quien ha querido ver una semejanza entre las hermanas Austen y las Dashwood, protagonistas de ‘Juicio y sentimiento’, aunque las personalidades de Jane y Cassandra difieren bastante de las de Elinor y Marianne.

Lo que sí es indudable es que en un momento en el que la mayoría de las mujeres solo cosían, a las hermanas Austen se les permitió tener otras aficiones. Jane era una apasionada lectora. Cuenta su sobrino que leía a Crabbe y Cowper, que conocía en profundidad la obra de Samuel Richardson y amaba la poesía de Scott Walter. Incluso llegó a tener fuertes convicciones políticas y fue una ardiente defensora de Carlos I y su abuela María Estuardo, aunque en sus obras eludió siempre esos temas.

A pesar de vivir confinada al ámbito doméstico, siempre mantuvo relación con el exterior a través de una prolífica correspondencia. En sus libros, las cartas ocupan también un lugar protagonista porque servían no solo para transmitir noticias, sino emociones de todo tipo y hasta declaraciones de amor. Gracias a las numerosas cartas escritas por Jane Austen que se han conservado, hoy podemos conocer un poco mejor no solo a la escritora, sino también a la mujer que fue.

Por otro lado, en casi todas sus obras hay algún baile, porque en su entorno eran frecuentes y a ella le gustaban especialmente. En su casa había también representaciones teatrales (como en ‘Mansfield Park’), algunas protagonizadas por una prima viuda de un conde francés guillotinado en la Revolución francesa, otro drama que podía haber salido de un libro pero que sacudió en la vida real a la familia Austen. Aquellas representaciones debieron dejar una importante huella en la joven Jane, cuya afición a la escritura se remonta a su infancia, porque uno de sus primeros trabajos fue, precisamente, una obra de teatro: ‘El misterio de una comedia inacabada’. Entre otros autores dramáticos, admiraba a Ann Radcliffe y incluso parodió su obra ‘Los misterios de Udolfo’ en ‘La abadía de Northanger’.

Respecto a la pintura, también era una afición que no a todas las mujeres les estaba permitida, aunque en algunos casos se consideraba una muestra de elegancia. Al respecto, cabe recordar que en ‘Mansfield Park’ Fanny Price, la protagonista (una niña adoptada, con bastantes  similitudes a algunos personajes de Dickens) es insultada por las jóvenes Bertram por no conocer la diferencia entre acuarela y pastel.

Jane también tocaba el pianoforte, como la dulce señorita Jane Fairfax de ‘Emma’, y escribía cuentos del País de las Hadas para sus sobrinos, a los que adoraba como la heroína de esta novela a los suyos. En palabras de Emma, Jane Austen llegó a afirmar que una mujer no necesitaba tener hijos si tenía sobrinos a los que mostrar su afecto, algo bastante rompedor para la mentalidad conservadora de la época. También a través de ella defendió que una mujer podía ser feliz sin un marido, siempre que tuviera dinero. “Es solo la pobreza lo que hace despreciable la soltería a un público generoso. Una mujer sola, con una renta muy estrecha, debe ser una solterona ridícula, desagradable (…) pero una mujer sola con buena fortuna siempre es respetable, y puede ser tan sensata y agradable como cualquier otra”.

La misma idea defendió más de un siglo después Virginia Woolf cuando afirmó que, para escribir, una mujer necesita dinero y un cuarto propio. No dice nada de ningún marido, con o sin fortuna considerable. Jane Austen nunca tuvo un cuarto propio para escribir. Cuenta su sobrino que se sentaba en un escritorio en el salón de la casa. Tampoco tuvo su propio dinero, puesto que vivió de la renta familia. Pero tuvo el valor de coger pluma y papel y dar vida a mujeres fuertes que, en un mundo cerrado y tradicional, consiguieron con su rebeldía algo de libertad.

María José Vidal Castillo (@mjvidalc)