La crisis de Grecia parece no tener fin, y ante ello hay dos preguntas que podemos hacernos. La primera es, ¿qué está pasando realmente? Seguida de ¿quién tiene razón? Ahora mismo, lo difícil es intentar averiguar lo primero.

Con los bancos de Grecia cerrados y el resto de Europa con los nervios a flor de piel con el referéndum acerca de aceptar o no los términos impuestos por los acreedores, los inversores parecen apostar que los griegos acabarán saliendo de la zona Euro. El lunes, las acciones del mercado de valores europeo cayeron bruscamente y algunos analistas como El-Erian anunciaron que los dracmas tenían una posibilidad de un 85% de volver a estar en circulación.

La acritud que existe entre las partes que deben ponerse de acuerdo es tal que un futuro con un “Grexit” no debe sernos extraños. Sin embargo, si algo hemos aprendido de las historias de la UE es nada se acaba hasta que realmente se acaba. Una cosa es un referéndum a seis días de distancia y otra que los patrones de la vieja política europea puedan funcionar como, de hecho, no han funcionado desde la II Guerra Mundial.

En cierto modo, la UE, con Alemania como única cabeza visible en el asunto, se encuentra de nuevo ante su Canal de Suez. El 26 de julio de 1956, Nasser proclamó en Egipto que el principal canal de navegación entre el Mediterráneo y Asia por el Mar Rojo se nacionalizaba. Frente a los intereses franco-británicos, los egipcios reclamaron para ellos los beneficios de aquel paso fundamental con el fin de financiar la gran presa de Asuán que debía abastecer de agua a la población egipcia. Nasser asumió, de hecho, que iba a pagar costosas indemnizaciones.

Franceses y británicos comenzaron una campaña de desinformación mediática para desacreditar a Nasser al que acusaban de populista y demagogo, acusándolo, incluso, de financiar el terrorismo argelino. En agosto, los tres actores en juego se reunieron en Londres para acercar posturas pero la posición de los europeos era inamovible: el canal era propiedad de las potencias coloniales. Lo habían construido, lo habían pagado y no estaban dispuesto a renunciar a él ni a cambio de indemnizaciones.

La solución final fue un acuerdo entre europeos e israelíes para hacerse con el canal en un ataque que comenzó en octubre de ese año. Aunque se hicieron con parte del canal en una operación desastrosa, EEUU y la URSS levantaron la voz por primera vez en la historia frente a Europa. Bastó un grito firme y corto de ambas para que ingleses y franceses retiraran sus tropas en un par de semanas. Tanto es así que el nuevo primer ministro británico sólo pudo reconstituir las relaciones con los americanos generando una dependencia tan fuerte que llega hasta hoy.

En aquel entonces, EEUU tomó una postura política y económica mirando hacia el futuro, y no hacia el pasado. Cuando Merkel, y por extensión Alemania y sus provincias de la UE, adoptan una postura antes ideológica que práctica respecto a la deuda griega, están generando un proceso semejante. Un proceso en el cual los americanos han vuelto a alzar la voz sacando las vergüenzas de algo que se lleva diciendo muchos años: la UE es incapaz de gobernarse a sí misma.

Al poco de estallar la crisis griega, Obama habló con Merkel durante el fin de semana y con Hollande el lunes. El propio hecho de que la UE no tenga un portavoz único al que una potencia como EEUU pueda dirigirse nos está hablando de cómo se ve a Europa desde fuera, nada más allá de un grupo de países acaudillados por Alemania y Francia.

De acuerdo con Reuters, Hollande había acordado con Obama y Merkel que “pondrían todos sus esfuerzos en facilitar una resolución de las conversaciones con el fin de encontrar una solución a la crisis tan pronto como fuera posible para asegurar la estabilidad financiera griega”. Entretanto, Jacob Lew, Secretario del Tesoro Americano, llamó a Tsipras y a Christine Lagarde del FMI, así como a Wolfgang Schäuble, el temido ministro de finanzas alemán. La intención de Lew era al mismo tiempo servir de intermediario pero también de tutor de la situación. Quería advertirles de hasta dónde debían hacer concesiones cada uno de ellos, en una negociación cuyas claves no acaban de estar del todo claras.

Porque, y así lo han manifestado con preocupación desde la administración Obama, el pilar sobre el que bascula todo este asunto es Alemania, que estaría buscando una confrontación abierta con los griegos para buscar un cambio de régimen en Atenas. Para los EEUU, en contra de lo que a veces se piensa desde Europa, no existe ideología en los mercados: el mercado es la ideología. En cambio, los intereses de la clase política europea, muy diferente en su configuración a la americana, le lleva a practicar la colusión en contra de la ciudadanía.

El problema de fondo de la UE es que su estructura se basa en un modelo político paternalista donde la representatividad se mide en clientelas (fundamentalmente en el área mediterránea), una suerte de despotismo ilustrado (eje franco-alemán) y la sumisión oligárquica. En base a esto, las alteraciones en los equilibrios de poder que plantean los partidos como Syriza o Podemos provocan más inquietud que la propia deuda griega.

tsipras

La semana pasada, después de meses de medias verdades, el gobierno de Syriza puso sobre la mesa una oferta detallada en la cual no se negaban a todas las políticas de austeridad que se les reclamaban pero pedían un alivio del montante total de una deuda (185% del PIB) inasumible en la práctica. En vez de aceptarla, los socios europeos pidieron más recortes de los que habían pedido inicialmente, en pensiones y programas específicos del gobierno, esto es, atacando aspectos concretos del partido en el poder en lugar de ir a cuestiones económicas generales.

La intención, como es evidente, era dejar a Tsipras en evidencia. Si hacía más concesiones se enfrentaba a una revuelta interna en su país. Si se negaba a claudicar, abría la posibilidad a un crack de Grecia fuera de la UE, algo que lógicamente no quieren la mayoría de los griegos y que también podría suponer el fin del gobierno de Syriza. El juego alemán era, pues, dinamitar ideológicamente el país para crear una suerte de cordón sanitario a una forma de entender la política.

Por supuesto, la historia tiene dos caras. Los negociadores europeos afirman que las negociaciones estaban yendo razonablemente bien durante la última semana, con la brecha estrechándose en muchas áreas, incluyendo metas presupuestarias que Grecia iba a adoptar y con cambios en algunas cuestiones como la edad de jubilación. Si hacemos caso a esta versión, la posibilidad de un acuerdo realista se estaba cimentando antes del martes, fecha para la cual estaba fijado el pago de la deuda. Pero bien porque no podía vender ese acuerdo como éxito nacional, o bien porque pensaba jugar la carta del miedo del “Grexit” para conseguir un mejor acuerdo, Tsipras decidió convocar el referéndum y acabar con toda negociación.

El interés político también parece ser, pues, lo que ha llevado al líder de Syriza a hacer saltar la banca, nunca mejor dicho. Después de todo, Grecia supone una parte muy pequeña del PIB de la UE mientras que el volumen de su deuda sí supone una cantidad que, de no pagarse, estremecería a países como España.

Sean cuales fueran las motivaciones de Tsipras, el único resultado por el momento ha sido el recrudecimiento de las posiciones de los acreedores. El sábado, los ministros de finanzas europeos se negaron a extender el plan de rescate griego más allá del martes. El domingo, el Banco Central Europeo, que ha estado apuntalando bancos de Grecia con préstamos de emergencia, se negó a aumentar la cantidad que aporta mediante estos programas. Esto ha evitado hasta hoy un colapso del sistema bancario griego, pero sin más crédito cabe la posibilidad de que los bancos agoten su capacidad de liquidez. El gobierno respondió imponiendo medidas de control de capital.

Técnicamente, con el impago de la deuda al FMI el martes, Grecia ha entrado en default. Por el momento no parece que el resto de acreedores vayan a ejecutar sus cláusulas de incumplimiento a medio plazo, lo que evitaría que la situación tuviera más impacto. Pero los griegos no tienen mucho más tiempo más allá del referéndum.

Y es aquí donde el fantasma de Suez vuelve a surgir. Obama ya está planteando nuevas rondas de negociaciones previas a la cita con las urnas. Sin embargo, para que Tsipras plantee la retirada del referéndum, los socios europeos van a tener que ofrecerle el equivalente de lo que fue noviembre del 56 para Francia y Reino Unido: la aceptación de que en César no manda César. EEUU presiona para que se realice una importante quita de la deuda, una posibilidad que parece remota. Como mucho, Merkel, en una rueda de prensa junto a su vicecanciller Sigmar Gabrial, afirmó que aceptaría una extensión de los vencimientos y una reducción de las tasas de interés. En la práctica, una cancelación encubierta para simular que alguien manda en la UE.

El proceso está lejos de finalizar, y todavía cabe la posibilidad de que Suez en el 56 no se repita. En aquel entonces, la decadencia europea les llevó en ese punto a mirar hacia dentro y tratar de construir precisamente lo que hoy es la Unión Europea. Pero ese proceso se ha transformado en una colonización interior. Una colonización que puede hacer que Obama descubra, como antes irlandeses, chipriotas y griegos, que la flexibilidad no es el punto fuerte de Europa.

Fernando de Arenas