El que piense que el deporte de alta competición tiene el objetivo de unir a los pueblos de la Tierra en fraternal amistad debe dejar de drogarse.

Estos escaparates mundiales se han convertido en enormes negocios que mueven cientos de miles de millones acaparables por ciertas élites políticas y económicas: construcción de estadios e instalaciones, sponsors, derechos de televisión etc. que motivan unas más que dudosas adjudicaciones por parte de los organismos que rigen el deporte mundial al más alto nivel.

El actual veto a los atletas rusos (a los que se acusa de dopaje de Estado) nos da pie para hablar de otros casos sonados que provocaron vetos internacionales  y boicots por razones puramente políticas, escudadas siempre en una limpieza de la competición que ni siquiera los grandes organismos garantizan.

OLIMPIADAS: POLÍTICA Y DEMÁS

Las olimpiadas modernas tampoco han escapado a las ambiciones mundanas, las prohibiciones y los escándalos desde  que se recrearon los juegos en 1896 con el padrinazgo de Pierre de Coubertin.

Serían unos años agitados como el periodo de Entreguerras, en los que la política estaba en plena efervescencia cuando los juegos comenzaron a deslizarse por una pendiente peligrosa.

Un ejemplo claro lo constituyeron los Juegos de Berlín de 1936: por sí solos ya fueron polémicos, por la instrumentalización que el partido nazi hizo de los mismos como escaparate de la nueva Alemania poblada por superhombres.

Sin embargo las principales potencias democráticas como EE. UU., Francia y Reino Unido comparecieron en los juegos, inmortalizados en el documental propagandístico “Olimpia”, realizado por la genial Leni Riefensthal.

Únicamente dos países “menores” boicotearon los juegos, como fue el caso de Irlanda del Norte, que se negó a enviar sus deportistas en represalia por la presencia del equipo de Eire y de la España del Frente Popular, que denunció el carácter político de los juegos y creó unos juegos paralelos en Barcelona, la llamada “Olimpiada Popular”, que resultó un fiasco, debido al estallido de la Guerra Civil en julio de 1936[1].

Hablando estrictamente de exclusiones, el COI ha sido históricamente muy sensible a las presiones políticas para dejar o no participar a determinados países. Un caso muy conocido fue el de la Sudáfrica del “Apartheid”, que estuvo excluida desde 1960 hasta el fin de este sistema político en la década de 1990.

Otras naciones como Corea del Norte o la República de China (Taiwán) han corrido el riesgo de verse sancionadas con la no participación por motivos puramente políticos, debido a presiones al COI, que de paso también ha presionado a las monarquías del Golfo Pérsico y Brunei para que incluyesen a mujeres en sus delegaciones: amenazadas con la exclusión de los juegos, ésta nunca se llevó a cabo y durante varias olimpiadas se les permitió participar, demorando su expulsión hasta que finalmente acabaron incorporando atletas femeninas en fecha reciente.

1980 Y 1984: LA GUERRA FRIA

Posiblemente estas dos olimpiadas fueron las más politizadas desde 1936, gracias a la Guerra Fría y las tensiones provocadas por la elección de Moscú a última hora en lugar de Los Ángeles (pérdidas económicas derivadas) y la protesta de EE.UU. ante la invasión soviética de Afganistán[2].

Siguiendo las directrices norteamericanas, 66 países boicotearon los juegos, todos ellos pertenecientes a la OTAN o sus alianzas paralelas, a los que se unió China, enfrentada a Moscú por cuestiones de dogmatismo marxista.

Este boicot hizo que las olimpiadas del simpático osito Misha fuesen bastante deslucidas.

La moneda fue devuelta por la URSS en los juegos de Los Ángeles cuatro años después, argumentando que debido al clima nacionalista y antisoviético temía por la seguridad de sus atletas frente a las hordas capitalistas. Este boicot fue algo menos efectivo pues sólo 15 países se negaron asistir, creando, como en 1936, unos juegos paralelos, los conocidos como “Juegos de la Amistad”.

Desde entonces, vetos y boicots han sido raros y siempre motivados por motivos políticos, ya que los Juegos son ya más un escaparate mundial que una competición fraternal y deportiva, transformación obrada durante la presidencia del COI de Juan Antonio Samaranch, que entre otras cosas abrió la puerta a la mercadotecnia y al doping generalizado. Desde entonces los JJ.OO. no volverían a ser los mismos.

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DOPAJE

Que se sepa, los atletas olímpicos se han estado dopando desde 1904, aunque ya en la primera Olimpiada moderna, Spiros Louis[3] ganó la maratón después de entrar en un bar y beberse un par de copas de coñac. No han dejado de hacerlo desde entonces.

Sin embargo, durante décadas, no supuso un aspecto punible, hasta que durante los años 60 el COI creó la Comisión Médica, antecedente de la actual y controvertida Agencia Mundial Antidopaje (diseñada para perseguir según qué dopajes): muchas voces han puesto de manifiesto que en  deportes olímpicos como el ciclismo y la halterofilia entre otros, el dopaje es práctica común.

Estos años de vacío fueron aprovechados por todos los países para intentar mejorar los rendimientos de sus atletas. En particular, la URSS, que participó por vez primera en unas olimpiadas en 1956 y los países a ella asociados. Pretendieron poner de manifiesto la superioridad de su deporte “amateur” frente a los deportistas profesionales de las potencias occidentales.

Desarrollaron intensos programas de entrenamiento, reforzados, como se supo posteriormente, con fármacos no siempre legales, llegando, en el caso de la República Democrática Alemana, a convertirse en una verdadera “industria nacional” que hoy en día se ha cobrado numerosas víctimas entre sus antiguos atletas: mujeres que se volvieron hombres; personas con problemas circulatorios y cardíacos que malviven olvidados del mundo, etc.

Sin embargo ni la RDA ni la URSS fueron nunca sancionadas por estas prácticas de un modo similar al hecho con Rusia actualmente, situación que parece retrotraernos a los tiempos de la Guerra Fría: se ha descalificado a los atletas antes de participar, cosa que en los casos de doping conocidos siempre se da al revés (recordemos a Ben Johnson, Marion Jones o “Juanito” Muehlegg, entre otros)

El espíritu del olimpismo, ¿definitivamente vendido a la política?

UN CASO INJUSTO: JIM THORPE

En cuanto a descalificaciones se refiere, el caso de Jim Thorpe o Wa To Huk, como lo conocían en su casa[4] es quizá el más injusto de toda la historia del olimpismo:

Deportista nato que practicaba numerosas disciplinas como atletismo, fútbol americano y béisbol, logró colgarse las medallas de oro de decatlón y pentatlón en los Juegos Olímpicos de Estocolmo de 1912, siendo considerado el atleta más completo del mundo en ese momento.

Meses después del certamen, algunos periódicos estadounidenses destaparon la historia de que había contravenido las reglas sobre amateurismo al haber jugado en ligas locales de béisbol a dos dólares el partido.

El puritanismo del momento y el propio racismo de sus compatriotas espolearon a la opinión pública y al Comité Olímpico Estadounidense, que de acuerdo con el COI despojó a Thorpe de sus medallas y le hizo devolver los regalos que había recibido del rey de Suecia, Gustavo V y del zar de Rusia, Nicolás II.

Olvidado y alcohólico, murió en 1953, tras una fructífera carrera deportiva profesional en fútbol americano y baloncesto. Fue rehabilitado de manera póstuma en 1983.

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MUNDIALES: BOICOTS DE IDA Y VUELTA

El primer caso de “boicot” se produjo durante el Mundial de 1930 disputado en Uruguay: los países europeos, muchos de ellos con potentes equipos capaces de hacer sombra a los grandes favoritos (Argentina y Uruguay) expusieron que no iban a aceptar la invitación de jugar la competición por diversos motivos: España adujo que su combinado no tenía el nivel suficiente para disputarlo con garantías. El resto de países se negaron a ir simplemente porque Uruguay estaba muy lejos y las federaciones no tenían dinero para costear el viaje y la estancia de técnicos y jugadores.

Egipto, que pidió un aplazamiento del inicio del torneo debido a su largo viaje fue desautorizado por la FIFA y ni siquiera llegó a embarcar.

Estas excusas sentaron mal en Uruguay, toda vez que hubo que reformar el torneo, que fue más breve de lo esperado, aunque finalmente varios países europeos se animaron y enviaron a sus representantes (Bélgica, Francia, Rumanía y Yugoslavia)[5].

Al siguiente mundial, disputado en Italia en 1934 no acudirían equipos sudamericanos, salvo Brasil, en represalia por el boicot de 1930. Esto animó a los italianos a “invitar” a jugar en su selección a una serie de argentinos y brasileños oriundos, algunos de ellos grandes estrellas en sus países; unido a las sospechosas tácticas del conjunto de Vittorio Pozzo y los sobornos y amenazas de Mussolini permitieron a Italia alcanzar su primer campeonato del mundo.

Como vemos la política se adueñó bien pronto del espíritu futbolero: emulando a Mussolini, Hitler pretendió dar la campanada en el torneo de Francia en 1938. Para ello amalgamó en el equipo nacional alemán a los mejores jugadores austriacos, habida cuenta de la anexión de Austria al III Reich el mismo año.

Austria, que se había clasificado por méritos propios, tuvo que retirarse. A pesar de ello, el combinado nazi hizo un mal papel, incurriendo en la ira de Hitler.

Tras el paréntesis de la II Guerra Mundial, el campeonato de Brasil en 1950 vería la descalificación más esperpéntica de la historia: la India fue expulsada de la fase final del torneo porque sus jugadores pretendían jugar descalzos, tal y como hacían en su país natal.

BALANCE

A modo de conclusión, se puede constatar que lo que subyace detrás de las suspensiones y boicots son intereses políticos y económicos, convenientemente adobados con pretensiones de “juego limpio”.

Nada más lejos de la realidad, mediatizada por los intereses particulares del COI y oras organizaciones, paradigma de corrupción y tapadera de negocios inmobiliarios y de “merchandising” deportivo desde hace décadas.

El actual caso de los deportistas rusos puede sorprender, debido a que se ha hecho previamente a los propios juegos y al escándalo internacional motivado por las desavenencias entre Rusia y el COI, al que los rusos acusan de ser marionetas de EE.UU. o de quien venga bien.

Irritados por la acusación de “dopaje de Estado”, los organismos rusos se han movido para considerar poco menos que traidores a los atletas a los que se ha permitido participar y que, en muchos casos, entrenan fuera de Rusia o están patrocinados por intereses extranjeros (léase marcas deportivas) curiosamente.

Para alguien medianamente inteligente queda claro que el objetivo parece enfangar la reputación de Rusia, pero salvaguardar los intereses económicos de las multinacionales deportivas cuyos patrocinados participan en los juegos, ya sean de Rusia o de Turkestán.

Estemos atentos para los próximos juegos.

Ricardo Rodríguez

[1] Algunos de los atletas concentrados en Barcelona acabaron enrolándose en unidades de milicias favorables al gobierno republicano. Otros regresaron a sus países.

[2] Contra ella y financiados por EE.UU. se levantaron los entonces desconocidos “talibanes”

[3] Aguador griego que ganó la maratón en los juegos de Atenas 1896 y se convirtió en todo un héroe nacional.

[4] Deportista estadounidense de origen nativo, su nombre significa “Sendero Brillante”

[5] Las federaciones de Francia y Bélgica fueron prácticamente obligadas a enviar a sus equipos por presiones de Jules Rimet y del vicepresidente de la FIFA, que era belga.