“El sueño eterno” (Howard Hawks)

 El pasado 12 de agosto murió uno de los últimos mitos del Hollywood dorado. Ya creo haberlo dicho en alguna que otra ocasión; y si suelen leer lo que escribo, lo van a ver alguna vez que otra todavía: murió Lauren Bacall; o lo que es decir una actriz como las que ya no existen. No es que los actores o las actrices de hoy en día sean peores o mejores. Hay de todo, obviamente. Pero, no me pueden negar que, para convertirse en mito, no se trata de cobrar algún millón de dólares arriba o abajo. Ni de enseñar cualquiera de las partes de una hermosa (o no) anatomía. El categoría de mito se la gana uno por comportarse como tal (por favor, no me confundan eso con comportarse como un niño malcriado o una diva con ínfulas de grandeza) y porque la memoria colectiva te recuerde como tal.

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Dicho lo cual, ha muerto un mito. Murió la esposa de otro mito, Humphrey Bogart. Murió una de las divas de ese género tan de moda en los años cuarenta, y que tan entretenido es: el cine negro. El pasado 12 de agosto se apagaron, con 89 años y a causa de un derrame cerebral, unos de los ojos más hermosos de los que hemos podido disfrutar en la gran pantalla.

Y, como nuestra sección no está patrocinada por ninguna funeraria, aunque bien es cierto que últimamente llevamos unos meses terribles en cuanto a necrológicas y panegíricos se refiere (es lo que tiene el cine clásico, que sus protagonistas o bien están muertos, o hacen oposiciones a ello), les propongo rendir sentido homenaje a la gran Lauren Bacall hablando de su, quizás, mejor trabajo: el día que a Howard Hawks se le ocurrió la genial idea de llevar a la gran pantalla una novela de Raymond Chandler convertida en guion por, entre otros, William Faulkner y escoger como pareja protagonista a Humphrey Bogart y su entonces joven pareja Lauren Bacall. O lo que es lo mismo, es lo más parecido a tener en un equipo de fútbol a un buen puñado de eso que está tan de moda llamar “galácticos” o jugadores fuera de serie. Y, por supuesto, cuando varios genios se unen, hay más posibilidades de que surja alguna genialidad, ¿no es cierto?

En 1946, aprovechando dos factores importantes: la reciente boda que en mayo de 1945 habían protagonizado Bacall y Bogart por una parte; y que a Howard Hawks le quedaba, según su contrato, una película que realizar para la Warner, y su proyecto de realizar una comedia de enredos con Marlene Dietrich o Greta Garbo como protagonistas no había cuajado, por otra; se estrenó una de las películas, posiblemente más emblemáticas del cine negro junto con El halcón maltés (John Huston, 1941); esta película no era otra que El sueño eterno.

El guion de esta historia no resultó muy del gusto de la crítica de la época, que la tachaba de inmoral y demasiado violenta: el detective Philip Marlowe era contratado por el rico general Sterwood para solucionar un asunto de chantaje no muy complicado en principio, debido a las numerosas deudas de juego de una de sus hijas. En la mansión Sterwood, el protagonista conocerá a las dos hijas del anciano general: por un lado la más joven, Carmen, drogadicta y ninfómana por lo que nos dejan entrever claramente en sus primeras apariciones; por otro Vivian, elegante, altiva y manipuladora, cosa que no dejará a Marlowe indiferente y llamará poderosamente su atención. A medida que la trama avance, el detective comenzará a involucrarse cada vez más en una historia de chantaje, mentiras y asesinatos que complicarán, y de qué manera, la vida del detective y del espectador.

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Hablar de El sueño eterno es tener que hablar de clasicismo en estado puro: un guion de cine negro al 100% donde el espectador debe estar con los cinco sentidos puestos en la pantalla para dilucidar lo que está sucediendo porque, y he aquí uno de los grandes aciertos del director, acompañamos constantemente a Philip Marlowe en su investigación (no en vano la película comienza cuando él llega a la casa de Sternwood) de tal modo que nos vamos enterando de la investigación a la misma vez que el protagonista. Esto consigue que jamás sepamos más de lo que él sabe, con las consiguientes sorpresas, pero también enredos de vez en cuando. Tanto es así, que conocida es la anécdota del rodaje en la cual, sin estar muy seguros Bogart ni Hawks acerca del autor de uno de los asesinatos, le escribieron al autor de la novela para que los sacara de dudas; genial la respuesta de Chandler: “yo tampoco lo sé”.

Todo esto citado anteriormente, que en muchos directores hubiera sido una auténtica calamidad, en Hawks se convierte en un aliciente más para ver y disfrutar del film; con una narración lineal de principio a fin y un trabajo de rodaje muy sobrio, sin planos técnicos muy del gusto de este tipo de historias, que nos ayudan al final a comprenderlo todo, aunque en principio cueste. (Nos hemos malacostumbrado a que nos den todos los guiones demasiado “mascados”, y un poco de gimnasia mental como la que nos propone esta película es tremendamente sana).

Si a esto le unimos una buena banda sonora, que ayuda a crear la atmósfera adecuada y la fotografía que no se excede en el típico juego del cine negro, y que ayudan a que la muerte sea un protagonista más que sobrevuela toda la película; tenemos un buen ejercicio de cine en estado puro.

Pero, a todos estos ingredientes les falta algo, que los transforme en una obra maestra como es la película de la que hablamos. Ese ingrediente es la tremenda pareja protagonista, con una química innegable y un talento indiscutible. Bogart haciendo de lo que mejor sabe hacer, que es de Humphrey Bogart: irónico, mordaz, de vuelta de todo… pero con un corazón muy humano y unos ojos tristes que no mienten: es el tipo duro del que cualquiera podría enamorarse, aún a sabiendas de que lo pasará mal. Es el antagonista del héroe, un tipo al que le pegan, le duele, y las cosas no siempre le salen bien; redimido, en parte, por una Lauren Bacall que hechiza en la pantalla: sarcástica, por encima de la plebe e inteligentísima, tanto que da la sensación de ir siempre un pasito por delante del detective… ¿o no? Todo ello la convierte en la horma perfecta de ese héroe atípico que es Philip Marlowe, al cual si no lo hubiera interpretado Bogart, no lo hubiera podido interpretar nadie, bajo mi humilde opinión.

Todo lo dicho convierte a El sueño eterno en una película para disfrutar, para aprender y, por qué no, para suspirar; pensando que, esté donde esté, Lauren Bacall ha partido para reunirse con su eterna pareja, Humphrey Bogart, que a buen seguro la esperaba con un whisky en la mano. Hay cosas que nunca cambiarán, afortunadamente.

Carlos Corredera (@carloscr82)