Hace 100 años (más o menos)[1] estar en Rusia o ser ruso no era muy recomendable. El país se encontraba metido en un berenjenal tremendo conocido como Gran Guerra desde hacía tres años.

Muertos en el frente y muertos en la retaguardia. Frío, hambre. Nada que los atribulados rusos no hubiesen padecido antes. El problema era la escala tan grande de sufrimiento que estas pobres gentes tuvieron que soportar.

En medio de ese temporal, un país arcaico como Rusia iba a sufrir una convulsión política, social, económica e histórica que no iba a dejar indiferente a nadie: lo que en enero era un imperio en guerra donde no había más voluntad que la del zar, en octubre y tras sufrir dos revoluciones y varios golpes de Estado se había convertido en un nuevo experimento político de azarosa vida: un Estado socialista, que unos años más tarde, se denominaría URSS (1922).

La primera etapa sería la conocida como la Revolución de Febrero, donde una serie de acontecimientos iban a allanar el camino hacia la llegada de una República que parecía impensable a principios de año.

EL HUERTO DEL PRIMO NICKY

Decía el irascible Guillermo II, emperador de Alemania, que su primo[2] Nicolás (o Nicky, como era familiarmente conocido), Zar de Todas las Rusias sólo tenía inteligencia para llevar con garantías “un huerto plantado de nabos”.

Lo cierto es que el huerto de Nicolás era bastante grande. A principios del siglo XX poseía algo más de 20 millones de kilómetros cuadrados y una población de más de 180 millones de habitantes, extendidos desde el Báltico al Océano Pacífico.

El ruso medio era, al igual que el españolito medio de la época un campesino[3] analfabeto que malvivía labrando tierras que no eran suyas. Su terrible vida se vio mejorada en cierta medida con las reformas de tiempos de Alejandro II, abuelo paterno de Nicolás, luego eliminadas por Alejandro III.

Junto a esta masa amorfa que limitaba su vida al campo y a la iglesia, existían algunos campesinos acomodados (kulaks), que no eran nobles y que debían sus posesiones a una serie de reformas legales encaminadas a crear un sector de la población favorable al zar y sus políticas.

Este país, alimentado a base de maíz, patatas y remolachas, tenía muy poca industria, establecida en algunos polos alejados entre sí y concentrados en el sector occidental del país:

San Petersburgo, Finlandia, Kiev, Moscú y las inmediaciones del Mar Negro.

Estas industrias, muy débiles para la magnitud del país, estaban frecuentemente en manos de inversores extranjeros: serían muy importantes las inversiones francesas desde la firma del Compromiso Franco-Ruso de 1892 e incluso antes.

Con esta alianza, Rusia conseguía préstamos y financiación procedente de Francia para construir sus ferrocarriles y mejorar su ejército, ambas medidas necesarias por las tensiones de Rusia con Austria-Hungría y su aliado, Alemania. Se preparaban para una futura guerra.

El propietario de este huerto, Nicolás II Romanov era un hombre tranquilo y sencillo que no entendía de modernuras como la democracia, el socialismo y los derechos de la mujer que tanto preocupaban a las otras testas coronadas de Europa.

Él vivía en un mundo en decadencia de guantes blancos, uniformes, desfiles y bailes, tanto o más que su principal enemigo político, Francisco José de Austria, que se dedicaba a los mismos menesteres al otro lado de la frontera.

Para ambos tratar a sus súbditos como niños desobedientes con mano dura, pero con cierto cariño hacia las travesuras de un hijo, era el modo ideal de gobierno, que debería seguir sin cambios por los siglos de los siglos.

EL ÁNGEL DE LA GUERRA

El juego de las grandes potencias, espoleadas por la II Revolución Industrial y el hambre de colonias iban a suponer la aparición de un periodo conocido como “Paz Armada” (1871-1914) en el que todos los países europeos, temiendo un enfrentamiento y presa de las alucinaciones xenófobas propias del nacionalismo, se iban a armar hasta los dientes.

De paso aparecerían numerosas alianzas evidentes, secretas y ultrasecretas que al hilo de la diplomacia y el espionaje iban a dividir a los principales países europeos en dos bandos.

Bismarck, tan bigotudo como inteligente, estaba decidido a proteger a “su Alemania” unificada, aislando a Francia: así aparecieron los llamados “Sistemas Bismarckianos”, pesadilla de estudiantes y padres de la Triple Alianza: Alemania, Austria-Hungría e Italia.

En la otra esquina, Francia encontró los aliados que pudo: el Imperio Británico, su enemigo tradicional, y Rusia, un imperio en decadencia. La República más democrática de Europa, de la mano con la monarquía más retrógrada del continente.

Antes de la Gran Guerra Rusia ya había pasado por un calvario ocasionado por la Guerra Ruso –Japonesa (1904-05). En ella fueron humillados y se convirtieron en el hazmerreír de Europa: unos asiáticos habían sido capaces de fulminarlos en menos de un año. Como resultado hubo una revolución que cristalizó en una serie de débiles reformas democráticas.

Por eso, cuando las infinitas torpezas que cometió Guillermo II de Alemania, más macarra que emperador, provocaron el estallido de la Gran Guerra, los rusos se aprestaron a la movilización con entusiasmo. Al menos los que no iban a morir directamente.

Al principio las cosas fueron muy bien: tardaron poco en movilizar a su inmenso ejército y pillaron a los alemanes desprevenidos. Lograron derrotarlos en Gumbinnen e invadir el Este de Alemania. También darían una serie de desagradables sorpresas a los austriacos, antes de que todo comenzase a torcerse.

La guerra se estancó y los alemanes comenzaron a ganar terreno. Samsonov, un general ruso, acabó volándose la cabeza ante el fracaso de sus tropas.

Cada vez el abastecimiento de comida, munición y ropas era más difícil, pues la capacidad industrial de Rusia era mínima e incapaz de satisfacer las demandas de un ejército gigante en campaña más las de las gentes no combatientes que estaban en retaguardia. Para 1915 habían perdido los rusos más de un millón de soldados entre muertos, prisioneros y desertores. La moral estaba muy baja y sólo se sostenía gracias a las ocasionales palizas a los austriacos y turcos.

Dos años después la situación empeoró considerablemente tras el gran esfuerzo de la Ofensiva Brusilov[4] (1916), que si bien causó algo más de un millón de bajas a los austriacos y alemanes, agotó a los ejércitos rusos hasta tal punto que se vieron obligados a estar a la defensiva desde entonces. Faltos de equipo, municiones y alimentos, los soldados no tardaron en amotinarse.

Por si fuese poco, Nicolás II se nombró a sí mismo general en jefe de los ejércitos rusos.

EL FEBRERO SIN CARNAVAL

Si la situación en el frente de batalla era insostenible, tampoco iba mucho mejor la cosa en la retaguardia: los racionamientos y el hambre hicieron su aparición en las urbes, después de haber azotado el campo previamente con las requisas para el ejército.

Según los expertos en el periodo, los primeros pasos de la Revolución se debieron a las protestas de las amas de casa hartas de hacer cola, para ser informadas del agotamiento de productos básicos como el pan. La fecha además coincidía con el Día Internacional de la Mujer (en Rusia con su calendario juliano esta fecha se celebraba a fines de febrero).

Con sus capachos y mandiles, las mujeres de Petrogrado[5], la capital en guerra, se lanzaron a las calles de forma espontánea protestando, como ya hicieron en 1905, por la falta de pan.

El zar y sus ayudantes, informados, no dieron mayor importancia a aquella manifestación de “marujas”. Sin embargo, la situación fue subiendo de tono y los obreros comenzaron a abandonar las fábricas y a manifestarse también.

Se vivieron horas de tensión y se consultó al zar Nicolás II la llamada a refuerzos acuartelados próximos a la capital. El zar, alejado de la misma en una visita de inspección, autorizó la movilización.

Esta vez los destacamentos de policía y soldados que se enviaron a disolver las manifestaciones se negaron a disparar al gentío, ignorando la práctica común de la época para evitar las concentraciones indeseadas.

Estos soldados, recientemente reclutados y reacios a ser enviados al frente, se dedicaron a fusilar a los oficiales especialmente quisquillosos y a confraternizar con los obreros y las amas de casa.

Estas masas comienzan a organizarse en “soviets” o asambleas, como ya habían hecho en 1905[6].

APARECEN LOS BUITRES

Estos movimientos, más o menos espontáneos, sorprendieron a los políticos contrarios al zar y su restrictivo sistema político. Todos se quedaron sin saber qué hacer  durante algunos días, hasta que, haciendo gala del instinto carroñero propio de oportunistas, tanto moderados como revolucionarios se apropiaron del movimiento popular.

Con anterioridad a la Gran Guerra funcionaban en Rusia algunos partidos, admitidos a regañadientes por el zar y su camarilla: existían desde monárquicos constitucionales (Partido Constitucional Democrático o KDT, de Miliukov) hasta revolucionarios de izquierdas (Partido Obrero Socialdemócrata Ruso[7]) convenientemente proscritos. En una zona intermedia podríamos encontrar al Partido Social-Revolucionario o “eserista”[8], de centro izquierda a pesar de su nombre.

Aprovechando que el descontento  popular iba creciendo y que se corría el peligro de una rebelión desorganizada, los políticos se decidieron a “encauzar” este descontento para forzar una serie de cambios políticos en una Rusia en guerra y totalmente desarticulada.

Así pues desde primera hora existieron dos “revoluciones” en febrero: la de los despachos y la de las calles de Petrogrado, que se irán uniendo y separando según el curso de los acontecimientos y los intereses coincidentes o encontrados.

En los despachos los políticos se aprestaron a hacer las cosas rápidamente para ponerse a la cabeza de la insurrección y poner al zar ante los hechos consumados.

Las negociaciones entre los kadetes, los eseristas, mencheviques y otros grupos menores[9] cristalizaron en la proclamación de un gobierno provisional, formado por burgueses reformistas y con el apoyo de los revolucionarios moderados.

El presidente del mismo, Lvov, era un aristócrata perteneciente a una familia venida a menos. Junto a él participaron del gobierno figuras como Miliukov o el ambiguo y ambicioso Kerenski, político hábil que se movía de partido en partido.

En la calle este gobierno provisional tenía un poder limitado, debido a la creación de un Soviet en Petrogrado, una asamblea de campesinos, obreros y soldados que se dedicaba a mantener el orden y al mismo tiempo a promocionar la creación de otros soviets por toda Rusia.

Entre el gobierno provisional y el soviet, en el que no participaban los bolcheviques, existía cierto pacto de no agresión para hacer frente al enemigo común: Nicolás II.

Éste, al llegarle informaciones confusas sobre lo que estaba pasando en la capital, decidió volver del frente a poner las cosas en su sitio. Y de paso a fusilar a todo aquel que hubiese osado oponérsele.

No pudo llegar a la capital a tiempo: los soldados, que desertaban en masa para dirigirse a sus casas y participar en los repartos de tierras que supuestamente estaban teniendo lugar, detuvieron el tren del zar, ayudados por ferroviarios rebeldes.

Atrapado en medio de una tormenta de nieve y presionado por todas partes, el zar, débil de genio, planteó su abdicación, pasando la corona a su hermano Miguel. Antes de recibir un regalo envenenado, Miguel renunció al trono. Rusia pasó en unos días de ser un imperio autocrático a una república burguesa en un temerario salto mortal.

PROVISIONAL O DEFINITIVO

A partir de entonces tanto el gobierno provisional como el soviet se dedicaron a “gobernar” y a intentar dar salida a las peticiones de la gente:

Los obreros querían una jornada de ocho horas y seguridad en el trabajo, los campesinos, el reparto de tierras y el fin de la burocracia estatal y una rebaja de impuestos, los soldados que se hiciese la paz inmediata y pensiones dignas para mutilados y viudas.

Y aquí el gobierno provisional se vio entre la espada y la pared. La espada eran las potencias aliadas, que recibieron con horror los sucesos revolucionarios de febrero y exigieron garantías al nuevo gobierno: respetarían los cambios en Rusia si Rusia se mantenía en guerra, cumpliendo los compromisos del régimen anterior[10].

La pared eran las peticiones del propio pueblo ruso, algunas de las cuales podrían haberse cumplido saliendo de la guerra y haciendo un esfuerzo tremendo durante un par de décadas.

El gobierno provisional, en el que Kerenski movía más hilos que el presidente, recién llegado al poder y amenazado por sus aliados y por sus propios soldados, decidió continuar con los compromisos adquiridos y reenviar a los soldados al frente, aparcando las reformas para “tiempo de paz”.

El soviet, por su parte continuó a lo suyo, entendiéndose con el gobierno más mal que bien y a la espera de acontecimientos.

CAMALEÓN KERENSKI

Figura poderosa de la Revolución de Febrero de 1917, Alexander Kerenski  es a la revolución liberal lo que Lenin a la bolchevique: su inspirador teórico y su alma práctica.

Tradicionalmente ha sido visto como un gobernante débil y corrupto que fue derrotado fácilmente por las masas obreras enardecidas de marxismo. No hace falta ser muy listo para entender que esta es la visión parcial promovida por la historiografía marxista, tanto rusa como occidental, desde los años 30.

Sin embargo Kerenski fue algo más: pertenecía a una especie de clase media del zarismo, la de los funcionarios estatales (que eran legión). Su padre, profesor de liceo en Simbirsk, localidad natal de Lenin[11] y posterior burócrata del Ministerio de Educación, le encaminó hacia el ejercicio del funcionariado en los sucesivos traslados y ascensos, que condujeron a los Kerenski al Turquestán ruso.

Tras estudiar derecho, el joven Alexander, con sincera preocupación social, se dedicó a la práctica de la abogacía en un bufete para gente sin recursos, actividad que simultaneaba con prácticas revolucionarias.

Pronto se convirtió en un abogado famoso, especializado en denunciar las arbitrariedades del gobierno y sus socios, haciendo gala de un nacionalismo populista que le proporcionó un trampolín político al ser elegido diputado en la Duma o Parlamento.

Allí osciló entre los laboristas (trudoviques) y los social-revolucionarios, partido en el que haría carrera, aunque Reed señala que no pertenecía formalmente a dicho partido, oponiéndose a la entrada de Rusia en la Gran Guerra, aunque haciendo notar la necesidad de defender las fronteras.

Durante los agitados días de febrero la actuación personal de Kerenski fue precisamente eso, personal: sin atender a disciplina de grupo se prestó a participar en cuantos organismos de poder tuvo ocasión, en contradicción incluso con su propia ideología.

Así se las arregló para obtener la vicepresidencia del Soviet de Petrogrado, en tanto que “colaborador” destacado del PSR y sin consultar a nadie aceptó el cargo de Ministro de Justicia en el Gobierno Provisional de Lvov. Es decir, era miembro de los dos gobiernos paralelos que se “repartían” el poder: uno de los obreros y otro de los liberales burgueses.

Desde su cargo ministerial movió los hilos necesarios para, llegado el momento auparse a la presidencia gubernamental, siendo el socialista moderado más prestigioso y considerado por las potencias aliadas como el único personaje capaz de mantener a Rusia en guerra y cumplir los compromisos adquiridos.

SOVIET

Contrariamente al Gobierno, formado en un primer momento por burgueses, el Soviet de Petrogrado tomó forma al concentrarse delegados de los partidos “obreros”, desde los social-revolucionarios, pasando por los trudoviques y otros grupos menores hasta llegar a los más famosos bolcheviques y mencheviques, delegados elegidos por los regimientos de guarnición en Petrogrado y otros elegidos entre los obreros de las fábricas, a razón de uno por cada mil (por lo que estaban en minoría, claro).

El Soviet, que llegó pronto a acuerdos con el Gobierno Provisional, estaba dirigido en realidad por un consejo formado por políticos de los diferentes partidos, con un protagonismo acentuado de los mencheviques y los eseristas, es decir, de los moderados[12].

Éstos no querían una confrontación con el Gobierno Provisional, que dejaron a representantes burgueses, por dos motivos: la ideología, que establecía un periodo de predominio burgués para una posterior revolución obrera y el hecho de que un gobierno liberal burgués era mejor tolerado por los militares, capaces de acabar con la Revolución en un pis pas si esta se desmandaba demasiado.

A pesar de las ínfulas democráticas del organismo, su elevado número de componentes facilitó que en realidad fuesen pequeñas comisiones las que solventasen acuerdos y acciones de gobierno (entre ellas la creación de una milicia del soviet para mantener el orden público).

Estas comisiones estaban formadas por delegados políticos, mientras que los delegados soldados y obreros la mayor parte de las veces sólo  votaban las propuestas que les eran presentadas.

FEBRERO

Si la Revolución de febrero hubiese triunfado plenamente, octubre no habría tenido lugar. Fracasó y su fracaso fue el de una revolución liberal burguesa en un país sin liberales burgueses. Una ciudad no es el espejo de un país lleno de campesinos analfabetos sin más horizonte que su aldea, el campanario de una iglesia y el látigo del señor local.

Fue el fracaso de un Gobierno Provisional que intentó perpetuarse en el poder, como ya veremos, en espera de unas elecciones constituyentes que llegaron demasiado tarde y fue el fracaso de unos políticos ambiguos que querían estar en todos sitios y en ninguno.

Quizá Kerenski sabía que a la larga el Soviet iba a ser más determinante que el Gobierno, aunque no pudo o no supo compatibilizar su afán de gloria con su ideología, si es que tenía alguna.

Pero no adelantemos acontecimientos en esta obra de teatro. Aún nos quedan dos actos, mayo-julio y por supuesto, el otoño rojo de octubre.

Ricardo Rodríguez 

[1] Por las peculiaridades de la Rusia imperial, que usaba el calendario juliano

[2] Guillermo II de Alemania, Jorge V de Inglaterra y Nicolás II de Rusia eran primos hermanos y se conocían desde niños. Eran nietos de la reina Victoria de Inglaterra. Se enfrentarían en la Primera Guerra Mundial desde 1914.

[3] Mujiks. Eran siervos que no podían abandonar sus tierras hasta una serie de limitadas reformas sociales emprendidas entre mediados y finales del XIX.

[4] Llamada así por el general Alexei Brusilov, organizador de la misma

[5] Durante la Gran Guerra San Petersburgo cambió su nombre por otro “más ruso” por cuestiones nacionalistas. Petersburgo sonaba “demasiado alemán”.

[6] Mito número 1 derribado: los soviets no fueron un invento comunista, como generalmente se cree

[7] Escindido en dos ramas, la radical o bolchevique, dirigida por Lenin y la moderada o menchevique, dirigida por Mártov

[8] Por sus iniciales SR

[9] La lista de partidos y organizaciones, facilitada por John Reed en su obra “Diez días que conmovieron al mundo” es mucho más amplia y compleja y se escapa de los límites de este artículo.

[10] Igual que Alemania hace con nosotros ahora mismo

[11] El padre de Kerenski fue profesor de Lenin y uno de sus hermanos, que fue ejecutado por ahorcamiento al participar en un intento de atentado contra el zar Alejandro III. El padre de Lenin también era funcionario del Ministerio de Educación.

[12] Los bolcheviques se mantuvieron casi al margen, bien por prevención o bien porque Lenin, el único capaz de controlarlos con garantías estaba en el exilio.