…por donde entramos?

 

La mayoría de los gobernantes mienten, sin embargo estas mentiras son menos espantosas, menos corrosivas que la escogida y refinada inconsciencia de la que habla Chevallier en su obra. Esta inconsciencia rechaza cualquier tipo de hechos que provoquen compasión. Es un error pensar que los llamados líderes bélicos (o los estrategas económicos de hoy en día) son implacables; son simplemente despreciables. Y esto es lo que tenemos que aprender y solucionar. Son despreciables.

Del prólogo de John Berger a El Miedo, de Gabriel Chevallier (1930)

Al fin llegó la película de Roger Waters, el que fuera líder de la segunda y más señalada de las etapas de Pink Floyd. Consiste en un concierto completo de la gira del álbum The Wall de Roger en solitario, gira con la que anduvo tres años desplegando un espectáculo sin parangón por todo el mundo. La filmación intercala las escenas en directo con un viaje (también interior) de Roger visitando cementerios de asesinados en combate, entre ellos su abuelo y su padre, ambos en las guerras mundiales. En su viaje, se le unen amigos y familiares en momentos puntuales, y en conversación con él, reviven momentos del pasado. El frío, la luz, la escasez de colores y la elección de lugares de esta parte de la filmación contrastan con las imágenes en directo de la que sigue siendo hasta hoy la gira más exitosa de un artista en solitario. Los que asistieron a estos espectáculos no sólo se enfrentaron con la música a veces enérgica y opresiva de The Wall. Las proyecciones, las figuras en el escenario, las luces, los fuegos artificiales y la puesta en escena no son meros adornos, sino que llevan un mensaje extremadamente esencial para todos nosotros. El viaje de Roger Waters y su actuación en vivo son dos palpables caras de la misma moneda cinematográfica que se pueden ver y sentir en la película, dirigida por el propio cantante y compositor, y Sean Evans. La fotografía de Brett Turnbull y el montaje de Andrew Marcus y Katie Mcquerrey también contribuyen a que las dos horas y doce minutos no cansen, sino todo lo contrario; la catarata de música y mensajes filmada impecablemente no deja tiempo, intercalando la denuncia que lleva el álbum, y la experiencia de un ser humano aún roto por la pérdida de su padre, cuando él tenía cinco meses. El silencio de los cementerios que la guerra creó (exactamente iguales a los que sigue creando) contrasta con la música atronadora del escenario. Aun siendo Roger Waters el protagonista, está pensada para que la película no se centre en él, sino en su faceta de ser humano; su historia es y será la de muchos.

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Este es el trasfondo de Roger Waters The Wall. Sin ser ni de lejos un panfleto político, ni publicidad para vender más discos, sus fotogramas muestran un encomio de la vida a través de un repudio de la muerte y el sufrimiento que el ser humano provoca sobre sí mismo como parte de la humanidad, y con los conflictos interpersonales, que respectivamente acaban con vidas en campos de batalla o provocando que este construya muros de miedo alrededor de sí mismo, que sólo pueden acabar derrumbándose sobre él.

La música y las imágenes evidencian la crueldad, la fiereza y la frialdad del contubernio de las religiones con los gobiernos y las fieras de los sistemas económicos, dispuestos rápidamente a deshacerse de millones de vidas en aras de creencias tan ancestrales como ridículas, o sencillamente, y en realidad, para su propio beneficio. El mensaje de Roger Waters es universal, y sigue siendo estando tan vigente como cuando Pink Floyd presentó The Wall en 1980, y se reflejan en las magníficas proyecciones del espectáculo, repletas de gentes que acabarían asesinadas, ya sean en guerras, ya sean activistas, ya sean gente (niños o adultos), que simplemente tuvieron la desgracia de pasar por el lugar equivocado en el peor de los momentos. Todos estos, aparecen con nombres y apellidos proyectados sobre el muro de la vergüenza, sin dejar país, ni contienda ni bando atrás en goteo constante, víctimas incontables mostradas de lado a lado del muro, apareciendo y desapareciendo para dejar sitio a otro. Algunos son parte de la historia de la humanidad o de nuestro pasado reciente; el muro refleja a José Couso, Víctor Jara, pero el impacto, una vez ya habíamos estado expuestos a estas tristes muertes durante tanto tiempo, se produce cuando aparecen soldados, o niños junto a sus datos de nacimiento y fallecimiento, y el lugar y el conflicto donde perdieron la vida, en nombres tan familiares que casi duelen; Madrid, Afganistán, Nueva York…

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Si bien en los anteriores conciertos y la película de 1982 de The Wall el protagonista era la estrella del rock con los infiernos interiores de cualquier persona con sus congéneres en el curso de la vida, en esta ocasión, este ilumina a quienes son o serán las víctimas de los muros que otros seres humanos sin piedad construyen, muros exteriores, de los que todos deberíamos ser conscientes, muros entre países, entre religiones, entre clases sociales, entre razas, entre poderes territoriales. El mensaje de Waters se desdobla; por un lado, ninguna guerra está llena de honor, por otro, el hombre es un lobo para el hombre, ya sea con armas o por el afán egoísta de conseguir enormes fortunas. Estamos ante la denuncia sin velo un capitalismo que es depredador y destructor, que sería capaz de arrasar miles de hogares para construir un campo de golf. De ahí la necesidad de la toma de conciencia de una sociedad en la que se nos trata como esclavos, borregos, y si es necesario, víctimas mortales. No por menos una de las primeras imágenes en directo sea la de un avión que bombardea al público con símbolos del color de la sangre: crucifijos católicos, estrellas de David, dólares, logotipos de Shell…

La película de Roger Waters es ambiciosa, tanto como la música de The Wall. Lo es en la forma en que está filmada, y lo que transmite; mostrar las consecuencias catastróficas de la ceguera humana, la que perpetra las muertes, y la de quienes no hemos movido un dedo para evitarlas, al fin y al cabo, nada más que un ladrillo del muro.

 
 ¿No es por aquí…

 Antonio J. Reyes