Se acaban de cumplir cien años desde la publicación del libro Platero y yo. Juan Ramón Jiménez le dio forma sin ni siquiera saber la repercusión que tendría. Nunca un burro se hizo tan famoso

 Seguro que si se encuentran con un burro lo llaman Platero. Los nombres de vaca son una cuestión distinta. Las bovinas se pueden llamar Margarita, Marcela, Manuela o Clavellina, pero los burros acaban por llamarse Platero. La culpa de eso la tiene un andaluz, en concreto un moguereño, Juan Ramón Jiménez. El escritor es uno de los poetas más reconocidos de la Literatura española. Es famoso por su afán por encontrar una poesía pura, una poesía desnuda, la Poesía con mayúscula, de hecho, alcanzar su comprensión es algo difícil porque en ocasiones enlaza directamente con el intelecto, con lo Sublime y casi con otra dimensión.

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Pero Juan Ramón tiene otra faceta que le vino dada por un libro que casi nació por casualidad, del que no se esperaba casi nada y que ha alcanzado mucha fama. Platero y yo ha cumplido cien años y su asno protagonista vuelve a estar de completa actualidad. Platero sigue siendo suave, pequeño, tan tierno por fuera que se diría todo de algodón. Y…, ¿les ha pasado lo mismo que a mí? Sí, “eso ya me lo sé, pero no tengo tan claro cómo acaba la historia de Platero”. Es cierto que los burros son así, frágiles y suaves, tiernos porque nos lo han vendido así, pero también son recios, trabajadores, tercos, rudos, una cara B que sólo se ha hecho popular en otros lugares. De hecho, en Cataluña es todo un símbolo de eso, de un gran trabajador y hasta se comercializan piruletas de chocolate con ese símbolo (vayan al Museo del Chocolate y degusten, vayan). La iniciativa del emblema asnal viene dada por dos jóvenes que decidieron popularizar la imagen del burro catalán (oriundo de Gerona y ahora en peligro de extinción) que cual ‘smily’ lo plasmaron en pegatinas y camisetas. Un pelotazo.

Pero voy a la cuestión a la que iba, la que me preocupa. Platero, el de Juan Ramón, tiene los mismos detractores que simpatizantes y todo eso se debe a que no se entendió claramente en su momento que este libro no es una obra destinada al público infantil. Que su protagonista sea inicialmente un niño y el burro sea sólo una cría no hace que sea apto para niños, al menos, la obra original. De hecho, en los últimos años las adaptaciones infantiles han proliferado, menos mal, porque si no, nos íbamos a estar cargando la obra generación tras generación. Recuerdo que no todos los libros, cuentos o películas con niños de por medio, aunque sean los protagonistas, son aptos para el público infantil. Slumdog Millionaire no es una película para niños, es más, es de todo menos eso. Los niños son extorsionados, mutilados, explotados. De lo mejorcito, vamos (modo ironía).

Platero nació por azar, por no entregar un trabajo a tiempo. Era el ‘comodín del público’. Es el libro más traducido después de la Biblia y El Quijote, es fruto de la improvisación y del impulso de Francisco Giner de los Ríos, fundador de la Institución Libre de Enseñanza, a quien le encantaba y quien lo tuvo en la mesilla de noche hasta el último día de su vida.

Platero ha cumplido cien años y cumplirá algunos más. Seguirá siendo tierno, con ojos de azabache y estará relleno de algodón. Su ternura permanecerá gracias a la historia juanramoniana. Por cierto, que si quieren conocer más de este autor, la localidad de Moguer ha preparado varios actos para conmemorar el acto, incluidas las visitas gratis a la casa del escritor, que también pasó largas temporadas en El Puerto de Santa María. Juan Ramón es eterno, sus versos de poesía pura también, así como su pequeño asno.

Noemí González