“De repente, el último verano” (Joseph L. Mankiewicz)

En 1959 se estrenó una de las más  escandalosas y fantásticas películas del genio Joseph Leo Mankiewicz. Una película que, desafiando los códigos de moral estadounidense, se convirtió en un rotundo éxito de crítica y público desde sus inicios. Una obra considerada como quizá la mejor adaptación de la prolífica carrera del dramaturgo Tennessee Williams. A finales de la década de los cincuenta Mankiewicz desafiaba a todo el Hollywood de su época para estrenar una de sus más aclamadas obras maestras: De repente, el último verano.

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Durante las décadas centrales de nuestro pasado siglo XX entre los tratamientos a los que se veían sometidos los pacientes psiquiátricos había uno que, sin lugar a dudas, ocupaba uno de los puestos estrella: la lobotomía, que convertía a pacientes agresivos y propensos a la ira en pacíficos e inofensivos amputados, en cuanto a su capacidad cerebral se refiere. Este tratamiento es la especialidad del reputado doctor Cukrowicz (Montgomery Clift) que es requerido para que, de modo urgente, realice una lobotomía a la señorita Catherine Holly (Elisabeth Taylor) a instancias de su tía Violet Venable (Katharine Hepburn), una mecenas del arte y la ciencia que ofrece al doctor una suculenta beca y un ala nueva para el hospital a cambio de dicha intervención. En principio, nada parecía extraño; la pobre Catherine no es la misma desde que viajó, durante el verano anterior a Europa con su primo e hijo de la señora Venable, Sebastian, que murió en el viaje; así que la operación debe ser el fin de sus tormentos. Pero, a medida que el doctor sondee la mente de su nueva paciente, cada vez irán surgiendo más y más interrogantes en torno a lo que sucedió en su viaje estival, y que ha desencadenado los problemas psicológicos en la chica. ¿Qué sucedió realmente con Sebastian Venable? ¿Qué sabe su prima Catherine y no quiere (o no puede) contar? ¿Por qué la señora Venable está tan interesada en la premura de la operación de su sobrina? Todas estas preguntas asaltarán al doctor Cukrowicz, que iniciará una carrera contrarreloj para intentar desentrañar las verdades que se encuentran ocultas en ese último verano que vivió Sebastian Venable.

Una obra de teatro llevada al cine 

De repente, el último verano no era más que una pequeña obra de teatro de algo más de media hora de duración del afamado dramaturgo Tennessee Williams que el productor inglés Sam Spiegel, había visto e inmediatamente se había hecho con sus derechos. Era arriesgado trasladar un texto así a la gran pantalla, así que nadie mejor que el propio autor para hacerse cargo de la adaptación a guion de cine. Para ello, Williams contó con la colaboración del también escritor Gore Vidal. Esto dio como resultado la mejor adaptación de las obras de Williams al cine, si bien es cierto que su autor no quedó conforme del todo con el resultado final.

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La dificultad de la obra no solo la desentrañaba la historia en sí, sino los escasos personajes que intervienen en la trama (si cuentan los actores que aparecen en los títulos de crédito no les saldrán más de diez en total) y que convertían a la película en un film con pocos diálogos y sin acción alguna. Para tamaño desafío se eligió, pues, a uno de los grandes directores del cine estadounidense: Joseph Leo Mankiewicz, que ya había salido más que airoso de algunas historias complicadas y tenía el suficiente peso en la industria para dirigir un proyecto tan polémico y arriesgado como este.

El director solucionará todo lo mencionado anteriormente con mucho sentido común, puesto que cuando el espectador ve la película tiene la sensación de estar viendo una obra de teatro: largos monólogos y diálogos entre dos protagonistas, escenas que no son interrumpidas y en decorados fijos, sin movimientos de cámara ni planos arriesgados (lo único que se permite Mankiewicz son primeros planos de los personajes y algunas escenas superpuestas al final del film) fueron la solución más lógica al guion de Williams y Vidal. Si se trataba de pasar al cine una obra de teatro, eso es lo que hizo el director, sin más.

Unos protagonistas que dieron con la horma de su zapato 

Haciendo justicia, podríamos decir que De repente, el último verano es una película en la que todo el protagonismo se lo llevan los cuatro actores protagonistas; que encontraron unos personajes que se adaptaban a ellos como anillo al dedo. No se entiende esta película sin el trío conformado por Montgomery Clift, Katharine Hepburn y Elisabeth Taylor.

Montgomery Clift como el doctor Cukrowicz, una eminencia de la cirugía cerebral experto en la lobotomía, que es requerido para que utilice esa misma técnica con el personaje interpretado por Elisabeth Taylor. Es irónico que Clift interpretase a un doctor que intenta conseguir la paz para su paciente cuando en esa misma época él era un actor atormentado después de sufrir varios años antes un accidente de coche que le dejó medio rostro paralizado y con adicciones que no había conseguido superar. A pesar de la inexpresividad de su rostro (que casi siempre es filmado desde el mismo lado) su mirada melancólica y profunda lo convierten en una especie de doctor-detective de cine negro muy convincente.

La paciente Catherine Holly fue el único de los papeles protagonistas que tuvo una dueña clara desde el principio: sería para una de las estrellas más rutilantes del Hollywood de aquella época, Elisabeth Taylor. Solo una mujer así podía otorgar la mezcla de fragilidad y pasión que requería un papel como ese, y que le valió una nominación a los Oscars, entre otros galardones. Una chica destrozada por lo ocurrido con su primo Sebastian, pero que a la vez derrocha sensualidad y sexualidad en cada uno de los planos; y con unos diálogos llevados al extremo del dolor.

El tercer personaje en discordia no es, ni más ni menos, que una de las más grandes damas que ha dado la historia del cine. La gran Katharine Hepburn que, a diferencia de su compañera de reparto, comenzaba a entrar en una edad tremendamente peligrosa para las actrices, pero que interpreta como nadie hubiera podido hacerlo a una madre viuda que idealiza a su difunto hijo, y a la que no le interesa la verdad, porque puede hacer caer su mito, que es su motivo para continuar viviendo. Violet Venable es altiva, orgullosa y segura de sí misma; una gran dama sureña que ha vivido para su hijo, y ahora ha perdido su razón de vivir. Ambas actrices (Hepburn y Taylor) entablan un auténtico duelo interpretativo en un constante tour de force que nos deja boquiabiertos; y que, si me permiten, creo que se decanta en favor de la veterana Hepburn, y que hizo que las dos compitieran por el premio Oscar a la Mejor Actriz (premio que no consiguió ninguna de las dos en dicha edición).

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Hemos hablado de cuatro protagonistas, pero de un trío interpretativo. ¿Quién es, por tanto, el cuarto en discordia? El verdadero protagonista del film se trata del omnipresente y difunto Sebastian Venable. A través de las descripciones de su madre y de su prima, vamos descubriendo a un Sebastian que “era una vocación, no un hombre…” según lo describe Catherine Holly en un momento de la película. La sombra de Sebastian y su muerte sobrevuelan toda la película, convirtiéndolo en el personaje que une a los otros tres actores principales: una madre sobreprotectora y enamorada espiritualmente de su vástago, una prima manipulada por el mismo y atraída por él y un médico que intenta desentrañar quién era realmente para arrojar luz a su muerte. La fórmula del protagonista ausente, que ya había utilizado Hitchcock en Rebeca, adaptando la novela de Dafne du Maurier vuelve a ser un éxito en esta película, añadiéndole un ambiente más asfixiante y tenso a la historia; puesto que descubrir la verdadera historia de Sebastian Venable se convierte en una dura ascensión para el doctor Cukrowicz, en una cronoescalada contra la operación a la que quieren someter a Catherine.

Un guion polémico y rompedor 

Hablar sobre De repente, el último verano es tener que detenernos, al menos durante un instante, en su guion. Se trata de una historia de homosexualidad, incesto (no llevado a cabo, pero al menos sí de forma espiritual, por así decirlo), de turismo sexual, prostitución masculina y de erotismo llevados a extremos insospechados en una fecha como 1959. Como pueden imaginar, la película desató una intensa polémica que favoreció su éxito en taquilla, que esta vez vino refrendado, además, por un gran éxito en cuanto a la crítica en general se trató. No faltaron voces que la tildaron (incluso alguna se puede encontrar hoy en día) de morbosa y exagerada, además de polémica por la imagen que ofrece de la homosexualidad. Pero no debemos olvidar que era la imagen de los homosexuales que se tenía en aquellos duros años, llenos de incomprensión. Quizá Tennessee Williams y Gore Vidal (ambos homosexuales) quisieron hacer una crítica feroz a la imagen que se tenía de la homosexualidad.

De repente, el último verano desafió las leyes del Código Hays, y mencionó muchos temas que, bajo el prisma de la censura, eran inmorales e indignos para ser vistos en una película. Pero más allá de todas estas polémicas, inauguraba una nueva década con una nueva forma de hacer cine, con nuevas historias menos encorsetadas en un Hollywood que casi se ahoga (si no se ahogó) entre códigos de conducta pseudomorales y “limpiezas de sangre” anticomunistas.

De repente, el último verano es una de las películas que más me impactaron la primera vez que la vi; y una de las que he tenido que ver varias veces en mi vida (aun conociendo ya el final de antemano) para poder asimilar en toda su grandeza. Se trata de un maravilloso ejercicio de cine puro, sin efectos especiales, sin grandes explosiones ni alienígenas o superhéroes que destruyen o salvan nuestro planeta. Una película que sugiere muchísimo, pero que muestra lo justo y necesario, dejando todo lo demás a la imaginación. Con diálogos construidos de un modo magistral e interpretaciones inolvidables. Con una tensión cocinada “a fuego lento” para ver sin prisas y quedar boquiabierto…

Una película de una elegancia tal que es una auténtica obra de arte y una pieza de museo que debería ser degustada por todas las generaciones. Una verdadera película imprescindible que no podemos dejar de ver para rendir pleitesía por siempre a Mankiewicz, a Williams, a Hepburn, a Taylor… para preguntarse si, en cuestiones de cine, no cabría tal vez el aforismo de “cualquier tiempo pasado fue mejor…

Carlos Corredera (@carloscr82)