Cuando se emitió el primer capítulo de Los Simpsons existía todavía la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. La URSS para decirlo en plan comunista. Solo con esta información ya tendrían ustedes para beberse media botella de absenta. Ahora piensen que aquel día en España sólo había dos canales y algún autonómico, de forma que cierta cadena podría haber emitido todas las temporadas sin repetir ni un solo capítulo. Cosa que no hace.

También parece que amenaza con volver la URSS, bajo ciertas formas un tanto perversas con un presidente que caza osos, pero lo que no parece que vaya a volver es el comunismo a pesar de que, como dice Homer en un episodio, “en teoría funciona, Marge, pero en teoría funciona hasta el comunismo”. La capacidad de síntesis que tiene la serie sobre el propio comportamiento del ser humano en su relación con los demás y con las instituciones que hemos creado para relacionarnos es espectacular.

Uno abre la sección de Política de cualquier diario, o se echa un vistazo a los programas de noticias en cualquier medio, y no ve comportamientos políticos. Ve violencia, o mitología, ve economía para torpes, algo de xenofobia, miedos insuflados desde arriba, abajo o transversales, pero no ve política. A menos que ponga Los Simpsons.

Desde la propia estructura de la serie basada en una ciudad donde la planificación urbanística es tan de risa que parece de verdad. Ustedes se reirían cuando la ciudad accede a construir un inútil monorraíl o un estadio de fútbol americano “que va a ser demolido después del partido inaugural” según dice el comentarista pero es que, oigan, el otro día el Aeropuerto de Castellón recibió su primer vuelo consistente en dos jubilados en helicóptero que fueron a tomar café. Y encima la cafetería estaba cerrada.

Un pueblo, además, gobernado por el Alcalde Quimby, que en un episodio (El ordenador que acabó con Homer, episodio 254) muestra un alarde de corrupción al ser descubierto con un verdadero complejo de piscinas y mujeres de cierta estima carnal en la parte de atrás de su casa.

Quizá todavía se pregunten por qué sigue Quimby como alcalde. La forma de ser reelegido es la misma por la que ustedes eligen a sus representantes. En Homer a la carrera (episodio 362) Homer se viste de salamandra vigilante del colegio de sus hijos para ganarse el favor de su hija Lisa. Sin embargo, en un giro habitual de los acontecimientos acaba siendo el candidato preferido para la alcaldía. Lo único que impide ser elegido es la descomposición del traje en el debate final. Ahora miren a los candidatos de los partidos políticos “reales” y miren si son algo más que un traje. Algunos ni eso.

A pesar de ello Homer consiguió ser alcalde, de Nuevo Springfield (Una historia de dos ciudades, episodio 250), tras encabezar una rebelión de la clase media que se consideraba explotada por los privilegiados que mantenían el código telefónico antiguo. Le faltó convocar al Tercer Estado y pedirle a Sieyés un manifiesto. De aquella división surgen rencillas, conflictos, e incluso un muro como el de Berlín. Incluye un Motín del Té como el de 1773 al arrojar al río las cervezas que iban destinadas a Nuevo Springfield.

Así visto lo mismo ustedes piensan que Los Simpsons imitan a la realidad. No obstante, yo me inclino a pensar que la realidad consigue a veces aproximarse a Los Simpsons y no dejarnos en ridículo a los que ni somos amarillos ni somos dibujos. En E. pluribus Wiggum (episodio 410), por una serie de acontecimientos, las elecciones primarias de los partidos políticos estadounidenses comienzan en Springfield. De todos los candidatos el elegido es Ralph Wiggum. Sí, el niño lento que come ceras y dice “soy chu-chu-chuli”. Tanto el Partido Republicano como el Demócrata lo acaban intentando pescar para sus filas a pesar de su probado retraso mental, pero tanto da, se trata de carisma y, como sucedía con Homer vestido de salamandra, el votante elige el vestido y no la idea. El título del episodio, por cierto, hace mención del lema de EEUU E pluribus unum (de muchos, uno).

Como puede verse, el sistema es puesto en cuestión en numerosas ocasiones. En general, Los Simpsons es una serie liberal, en la cual se confía en la posibilidad del buen gobierno y se introduce con sarcasmo la idea que sostenía Platón en la República (no hay que olvidar que Matt Groening estudió la carrera de Filosofía). Por eso el perverso no es el sistema, sino los hombres corruptos que lo destruyen como queda de manifiesto en La familia va a Washington (episodio 37).

La referencia al gobierno platónico es mucho más evidente en Salvaron el cerebro de Lisa (episodio 225) donde la huida de Quimby lleva al poder a un “consejo de sabios” encabezado por Lisa y compuesto, entre otros, por el Director Skinner, el Doctor Hibbert o el Profesor Frink. Los desastres que se encuentran al llegar al gobierno local les llevan a afirmar que todo será reconstruido según “la razón y la Ilustración”. Tratan, pues de instaurar una noocracia basada en el interés común y la felicidad de los ciudadanos.

A diferencia de lo que sucedía en E pluribus Wiggum, este gobierno se opondría a la democracia dado que no existe elección de un representante, por poco capacitado que sea, sino que aquellos que se arrojan el ser aristoi (los mejores) acaban detentando el poder. Si bien el sistema noocrático de Platón tiene un sentido aristocrático, lo que se plantea en el episodio es la divergencia entre lo que los gobernantes ilustrados consideran como óptimo, y lo que los ciudadanos consideran como lo mejor. El resultado acaba siendo un Despotismo Ilustrado que en nada beneficia al conjunto y se opone, incluso a la soberanía nacional.

En el mismo episodio, el reportero Ken Brockman se muestra espantado acerca de que este gobierno de sabios pudiera realmente buscar el bien común. En Los Simpsons se hace con frecuencia mención al modo en el cual los medios se unen en connivencia con el poder para repartirse el gobierno. En Al filo del planfleto (Episodio 335), Lisa edita un periódico propio para luchar contra el control de los medios que ejerce el Sr. Burns, tratando de lavar su imagen. Para frenarla no duda en difundir noticias sensacionalistas sobre Lisa, pero el resultado es que Homer toma las riendas antes de que ella se rinda y con su ejemplo cada ciudadano acaba editando su propio medio.

A pesar de ello, Homer es un hombre de familia, y como tal es alguien que tiene algo que conservar. No lo hace de modo consciente, es decir, no es un votante del Partido Republicano convencido de unos ideales de “país, religión, familia”. Observa un folleto del ultraconservador Ross Perot embriagado de su discurso vacío y entona con frecuencia frases estereotipadas del republicanismo como “esos peces gordos de Washington” cuando se une al terrorista Hank Scorpio (sin saber que lo era). Es conservador, simplemente, porque tiene algo que conservar.

Algo similar sucede con el abuelo, Abe Simpson, veterano de la II Guerra Mundial y que encarna los ideales de la América rural de siempre. Cuando en Million Dollar Abie (episodio 372) le preguntan qué quiere ver mientras le aplican la eutanasia, pide imágenes de la policía apaleando hippies. No obstante, tiene un carnet del Partido Comunista, “aunque no sabe por qué”.

Quien no tiene nada que conservar y es mucho más progresista es Lisa, como cabría esperar. Admira a Al Gore y Bill Clinton, y en Bart al futuro (episodio 243) acaba de Presidente de EEUU, se supone con el Partido Demócrata ya que el gobierno anterior había sido de Donald Trump.

Este reflejo de lo que supone la propia vida política del país queda de manifiesto en episodios que pueden parecer neutrales a la hora de reflejar cierta casuística específica. En La familia Cartridge (episodio 183), Homer se compra una pistola ante el creciente clima de inseguridad ciudadana. Los productores Mike Scully y Sam Simon propusieron a los guionistas (el guion final es de John Swartzwelder) que reflejara desde dos ópticas diferentes la cuestión de la tenencia de armas en un país donde este debate divide a la sociedad.

Tanto Matt Groening como otros miembros del equipo son abiertamente contrarios a la tenencia de armas por parte de los ciudadanos, pero otros se posicionan muy a favor. A pesar de ello, no resultó un capítulo ambiguo en su posicionamiento político ya que muestra los dos extremos de un mismo debate.

En lo que sí parecen estar de acuerdo todos los que hacen posible Los Simpsons es en el hecho de que el poder que detentan los gobernantes tiende a la corrupción. El símbolo de la alcaldía es un águila que agarra fajos de billetes y copas de alcohol con el emblema alrededor que dice Corruptus in extremis.

No existe en la serie un planteamiento contrario al enriquecimiento capitalista sino, como hace Aristóteles (Política, 1257 a-b) hacia la expansión artificial de la riqueza. Se trata, pues, como aparece en los casos de enriquecimiento como el de Artie Ziff o el hermano ilegítimo de Homer, Herb Powell, de made-himself men. Es un capitalismo orientado a la satisfacción de las necesidades sin buscar un aumento ilimitado del dinero.

De cualquier forma, lo que puede observarse en Los Simpsons es una síntesis de todas las formas de gobierno existentes, de cómo se manifiestan las relaciones entre los ciudadanos y las instituciones. Pero, sobre todo, lo que resulta más crudo es observar cómo, día a día, nuestra realidad política supera con creces en surrealismo a lo que plantean unos dibujos animados.

Aarón Reyes (@tyndaro)