Cuando en Revista Distopía realizamos una entrevista damos a elegir el lugar de la misma al entrevistado. Se trata de hacer que se sienta a gusto, que se olvide de la grabadora que fiscaliza sus palabras y se estire en sus reflexiones. Ironías del destino, la entrevista que ustedes leen la realizamos en el bar de una librería que algunos miembros del Consejo Editorial habían asaltado semanas antes para vengarse de la competencia. Nada grave. Ajeno a todo ello, Pablo R. Burón (Valladolid, 1980) esperaba sentado en una butaca roja reclinable bebiendo una cerveza artesanal llamada Zurda (pueden ponerse en contacto con nosotros en el correo de la revista para enviarnos una caja de botellines por la publicidad gratis). Castellano firme en la pronunciación y en las formas, tiene sobre la mesa un ejemplar de último libro, Turistia (Editorial Ultramarina C&D, 2016). Prudente, no hace referencia a él hasta que le preguntamos. La deformación profesional del periodista y el carácter vallisoletano le pueden, se le nota más amigo de hacer cuestiones que de responderlas. Por suerte para el entrevistador, su conversación es fluida y es capaz de tratar temas tan dispares como el recuerdo de aquella Jugoplastika que condenó los sueños de su Barça, los modelos de negocio culturales o las peripecias de sus alumnos italianos. Al menos hasta que comenzamos a grabar…
Un vallisoletano en Sevilla, un periodista que ejerce de profesor y un novelista que nunca ha sido nombrado como promesa de la narrativa española. Su biografía dice que es usted un modelo de adaptación al medio.
Bueno, lo de promesa de la narrativa es una ironía que escribí en su momento en la biografía de mi blog. Respecto a lo de vivir en Sevilla, son ya casi once años aquí y a excepción del acento, que no se me ha pegado, ya me siento como uno más. Y en cuanto a lo de profesor, la necesidad manda. Está muy mal el tema del periodismo, pero qué te voy a contar a ti que tú no sepas. Por otro lado, he descubierto una profesión que me encanta, llevo año y medio como profesor de español y estoy muy contento.
Sin embargo, ha colaborado en diversos periódicos y revistas…
Últimamente tengo menos tiempo para el periodismo. Como periodista trabajé más en Valladolid. Aquí escribí de cine en una guía cultural y ahora escribo en Negratinta, una revista digital, sobre todo de baloncesto, que es una de mis pasiones.
Antes de lanzarse a la novela, cultivó los relatos.
Sí, mis dos primeros libros son de relatos, Los cuentos de Leo Mares y El abrazo de piedra.
¿Y por qué abandonó el seudónimo de Leo Mares cuando se pasó a la novela?
Me he cansado de él. Me dijeron dos o tres personas que sonaba a autor de literatura infantil y se me empezó a meter en la cabeza esa idea. Así que me lo quité.
¿Cuál fue el motivo de ponerse un seudónimo?
Primero por vergüenza y pudor. Cuando empecé a escribir en serio puse el Leo Mares en el blog para que, si no gustaba, no se enterase nadie que era yo quien escribía. Luego me lo dejé porque me gustaba, aunque ya tocaba publicar con mi nombre.
¿No tienen los escritores demasiado pudor?
Es que escribir te expone mucho. El hecho de exponerse al juicio de la gente es una de las cosas más complicadas de publicar. El pudor es un hecho consustancial al hecho de publicar.
¿De dónde viene ese pudor?
Es el miedo a no gustar. En realidad es pura vanidad.
Sin embargo, usted mismo ha escrito que la literatura es la mejor forma de contacto…
La literatura es una forma buenísima de conocer a una persona y, sobre todo, de conocerse a uno mismo. Yo digo de coña que empecé a escribir porque no se me entiende al hablar. Pero fuera de bromas, es verdad que me expreso mucho mejor escribiendo. Yo pienso escribiendo y necesito escribir para elaborar algo serio, en profundidad y bien reflexionado.
Las novelas tienen una vida propia frente a un relato que es mucho más espontáneo. ¿Cómo has vivido el paso de un género a otro?
Esta novela me ha costado mucho menos. Yo tengo una novela de cajón que no se publicó, algo que tienen todos los escritores. Esa novela me resultó mucho más difícil escribirla. Primero por pudor. Segundo porque no veía resultados. Con las novelas ocurre que se la pasas a amigos, a tu pareja… No ves resultados como sucede en un cuento. Yo soy una persona que necesita ver resultados.
En cualquier caso, en esta segunda novela me he sentido más a gusto. De hecho, la primera novela no se publicó porque cerró la editorial y, tiempo después, me he alegrado mucho. Entre otras cosas porque no me gusta. Considero que no es una novela para publicar, aunque haya gente que la vea como una obra perfectamente publicable. A mí me resulta un libro ingenuo y sin fuste.
Turistia sí me hace sentir orgulloso. Hace poco le dije a un amigo que uno está orgulloso de su novela cuando es capaz de mandársela a su escritor favorito, a ese al que más admiras. Si serías capaz de hacerlo, es que te sientes a gusto con tu novela. Otra cosa es que la novela esté bien, claro. Yo hace un tiempo ya que escribí Turistia y sigo sintiéndome orgulloso de ella.
En la pared de la librería reza en letras grandes que somos los libros que leemos, los viajes que hacemos y las personas que amamos. Si somos también las novelas que hemos escrito, ¿eres este libro?
En parte sí, claro. La primera novela que escribí, la que no vio la luz, era muy autobiográfica, demasiado, aunque ahora se ha vuelto una moda la literatura autobiográfica, más o menos ficticia dependiendo del autor. Quizás tenga que ver con esa sobreexposición de nuestra vida a la que nos han empujado las redes. En esta segunda novela las referencias autobiográficas son más veladas, en cualquier caso.
Turistia es una distopía huxleyniana. Le pregunto directamente: ¿Huxley tenía razón?
Yo creo que sí. A la vista está. La tesis principal de la novela es que vamos a acabar alienados a través del deseo, no del miedo como creía Orwell. Hay dos futuros distintos en las dos grandes distopías del siglo XX: Orwell lo imaginó a partir del miedo y el control y Huxley a partir del deseo, del placer y del entretenimiento. Yo creo en la visión de futuro de Huxley. Hay un libro muy bueno que se llama El Círculo, de Dave Eggers, que resume muy bien el mundo tecnológico que estamos creando donde todos estamos contentos con Facebook y Twitter mientras ellos nos están utilizando para ganar dinero con nuestra vida.
El mundo de Turistia lo entiendo más como una distopía utópica. Hay una parte en Turistia donde la gente vive bien y es feliz, o eso cree. Pero por otra parte están los rebeldes, que viven fuera de Turistia: ellos serían la parte más distópica.
El crucero que imagina Foster Wallace en Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer…
(Interrumpe) Curiosamente leí el libro mientras escribía la novela.
¿Y no tiene la felicidad del turismo, como describió Foster Wallace, una parte superficial?
Por supuesto. El turista se queda en la superficie, sólo el viajero ahonda en una cultura, en una ciudad, en un país. El mundo precocinado del crucero se traslada en parte a una España temática entregada al turismo y al entretenimiento. El mundo Turistia ofrece sobre todo experiencias. Ahora se lleva mucho el tener experiencias. De hecho hay unos packs turísticos que venden eso. De ahí saqué la idea, con paquetes que ofrecen experiencias como “vivir como pobres” o “habitar debajo del mar”.
Los viajes de turistas japoneses también son significativos. Ven Italia en dos días, España en dos días y Francia en dos días. Visitan Europa en una semana y se vuelven a casa sin enterarse de nada. Lo han visto pero no lo han conocido. Eso sí, lo han fotografiado. Al final es una cultura efímera y superficial la que se genera.
El extremo de todo esto es que, en Turistia, España vende hasta el nombre.
Y es un cambio votado por todos. Por eso no es del todo una distopía.
¿Y no cree usted que estamos ya al borde de este extremo?
Yo quería publicar cuanto antes esta novela porque la realidad me iba comiendo. Por ejemplo, el edificio España, en Madrid, lo compró un chino, aunque ahora creo que lo ha vendido. En el libro, España es comprada por Turistia Corporation, que es un fondo de inversión chino y estadounidense. Tengo muchísimas noticias en el ordenador que se asemejan a la novela en algún aspecto. Hasta en El Mundo Today salió una broma de las suyas bajo el título “Teruel se convierte en un Starbucks”. Es decir, una ciudad convertida en empresa donde ya no somos ciudadanos sino empleados. Tal como Turistia.
A día de hoy, ¿no se han trasformado ya algunas ciudades en parques turísticos?
Los centros de las grandes ciudades se han convertido en espacios temáticos para turistas. El mundo Turistia es acoplable a cualquier ciudad turística europea como Sevilla, Venecia, Florencia… Mira como está Barcelona, Me gustaría que esto no fuese así pero soy pesimista y me temo que vamos a llegar a Turistia en breve si no atajamos esto de alguna forma, como parece que se está intentando en Barcelona, por ejemplo.
Puede ser un problema de modelo económico…
En la novela, el fondo corporativo ofrece comprar la inmensa deuda del Estado español, muy por encima de la actual, a cambio de convertirse en nuestros dueños. Ellos son los salvadores económicos de un país que estaba al borde de la bancarrota. Y los españoles aceptamos encantados ser comprados por Turistia. En el libro hay una discusión entre el protagonista y su padre donde el primero apunta que a él le da lo mismo ser de España que de Turistia Corporation. Ahí cada uno debe elegir si quiere pertenecer a un Estado, a un país, como ciudadano, o prefiere pertenecer a una multinacional o a un fondo corporativo, como en la novela.
¿Llegaremos en el mundo real a sustituir al tradicional Estado-Nación por una empresa?
Eso es lo que promulga el tratado TTIP entre Europa y Estados Unidos. En él, según tengo entendido, las empresas podrán denunciar a países, poniendo al mismo nivel un Estado y una multinacional. De hecho, ¿quién puede defender que España no está controlada por el Banco Santander, el BBVA o Telefónica? A nosotros nos ponen a cuatro políticos y a algunos medios de comunicación para entretenernos pero, ¿quién controla de verdad las decisiones importantes? Dudo que sean esos políticos, dudo que esos medios estén haciendo su trabajo realmente.
¿Estamos ante una disyuntiva entre el ser humano como ciudadano y el ser humano como productor-consumidor?
Oficialmente el ciudadano no ha desaparecido pero en la práctica sí. De ocho de la mañana a seis de la tarde somos productores. Cuando tenemos un hueco, consumimos, ya sean productos tangibles o de entretenimiento, sobre todo audiovisual. Volvemos a Huxley. Trabajas ocho o diez horas y vuelves a casa a ver tus series o tu partido de fútbol y para adelante. Que por un lado es bueno porque si no, explotas. Pero por otra parte el entretenimiento nos consume el tiempo y la capacidad de hacer cambios, pues es más fácil llamarle hijo de puta a un árbitro que a tu jefe. Entre otras cosas porque tu jefe te echa y derrumba tu modelo de vida. Pero el que destroza tu modelo de vida no es el árbitro. Es tu jefe, es esa empresa que te trata como te trata.
¿Tienen todas las formas de consumo el mismo efecto? Es decir, ¿es lo mismo consumir una de las películas a las que hace referencia la novela que un programa del corazón?
El escritor Pablo Raphael escribe en uno de sus libros que todos somos neoliberales y, nos pongamos como nos pongamos, es cierto, todos estamos en el sistema. No vale ponerse estupendo cuando todos consumimos. Yo con las series hago una reflexión: todas son muy interesantes. Ahí están The Wire, Breaking Bad o Mad Men, soy el primero que las consume. Pero todas son americanas, o la gran mayoría. Lo que venden es el modelo de vida y la Historia de Estados Unidos. Al final, por muy buenas que sean las series, son una manera de imponer su sistema, su cultura. Una vez más.
En este mundo, como ocurre en la novela, ¿hay posibilidad de rebeldía?
Es una de las discusiones principales de la novela entre el protagonista y su padre. El padre es uno de los rebeldes y el protagonista vive en el mundo Turistia. De hecho, está convencido de sus bondades. Él afirma que no se puede vivir en el mundo rebelde. Lo mismo ocurre en el mundo actual, que no se puede vivir fuera del sistema salvo que vivas en la marginalidad más absoluta.
Es una tontería, pero significativa: hace poco me contaba un amigo que quería comprar unas semillas de tomate puras y que había sido incapaz. Todas han sido manipuladas. Al final nadie puede vivir fuera del sistema, ni siquiera quienes se creen más fuera del mismo, ni siquiera para cultivar unos tristes tomates. Los rebeldes, en la novela, no tienen para comer, guardan los alimentos en bolsas en el techo para que no lo devoren las ratas, carecen de Internet, algo que en Turistia es tan importante como la luz… Turistia Corporation los empuja a vivir en la miseria para que emigren al mundo Turistia, para que entren a formar parte del sistema, del modelo oficial. El mundo rebelde es el residuo de la política donde siguen reivindicando la existencia del Estado y del ciudadano, algo que el protagonista no entiende. En este sentido, trato de expresar la marginalidad que sienten quienes no están dentro del discurso político actual, quienes están siendo discriminados ya desde el lenguaje. ¿Por qué rebelde es una palabra negativa? Hoy en día, en cualquier país, quien se rebela contra un gobierno es considerado rebelde en tono peyorativo, sea como sea ese gobierno. En mi opinión, en el mundo actual, ser rebelde es algo positivo, es rebelarse contra lo establecido, contra ese discurso oficial del que no puedes salirte si quieres ser considerado.
¿El concepto de necesidad puede jugar un papel importante a la hora de no encarar la rebeldía? ¿Pueden las necesidades creadas convertir el mundo en una distopía?
El miedo es fundamental para controlar, es indispensable. En los telediarios tenemos un constante discurso del miedo donde no nos informan sino que nos acojonan, eso sí, al final nos despiden con una fotografía de un bonito atardecer o un mono montando en bicicleta. En esto, Pedro Piqueras es el epítome, pues busca la palabra más dramática para expresar algo. Pero todos son iguales. De ese miedo escapamos a través del placer, del entretenimiento. Pero, ¿es el entretenimiento cultura? Esa es la gran discusión. Buena parte del entretenimiento actual no es cultura. Cultura es algo que tiene fondo, que lleva a la reflexión, no es simplemente una cosa que te hace estar contento y relajado a la cama. Eso está muy bien, pero es otra cosa.
Francisco Huesa (@currohuesa)
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