El año 1977 pasó a la historia española por muchas razones importantes. No en vano, vio la legalización del Partido Comunista de España (PCE) en plena Semana Santa, se produjo el gravísimo accidente de aviación de Los Rodeos y para el 15 de junio la UCD, un partido artificial formado ad hoc por antiguos franquistas y algunos oportunistas políticos, ganaba las primeras elecciones democráticas en 41 años. Y por encima de todo eso (o casi), el Cádiz subió a Primera.
EL NO ASCENSO DEL AÑO DEL HAMBRE
Para la fecha el Cádiz era un club reconocido en España por su animada afición y por su tremenda mala suerte, acompañada de penurias económicas casi constantes.
Fundado en 1910 como equipo del colegio religioso de Mirandilla (tomó sus colores amarillo y azul de la congregación de La Salle), tuvo la difícil misión de reemplazar al anterior equipo de la ciudad, el Español de Cádiz, que tras romper el dominio de Betis y Sevilla en la Copa de Andalucía, acabaría desapareciendo presa de la falta de fondos.
El aciago año 1936 (el año de los tiros, como pasó a la memoria de un país casi analfabeto) el Mirandilla adopta ya el nombre de Cádiz CF. El estallido de la guerra limitó las actividades deportivas al mínimo, aunque en la Tacita, en la tranquila retaguardia “nacional”, se llevaron a cabo numerosos partidos amistosos.
Una vez retomada la normalidad tras los preceptivos fusilamientos y encarcelaciones, el Cádiz reemprende sus actividades deportivas en el Grupo V de la Segunda División, donde consigue alzarse con el puesto de campeón.
Gracias al acierto goleador de uno de los primeros ídolos de la sufrida afición amarilla, “Pollito” Roldán[1], que marcó 22 goles en otros tantos partidos, se optó a jugar una promoción de ascenso a Primera que pudo haber cambiado la historia del Cádiz, asentándolo en la élite.
En esa promoción se enfrentaría a duros rivales como Deportivo de La Coruña, Real Murcia, Real Sociedad y Gimnástico-Levante[2].
El postrero empate en cabeza a 9 puntos entre pimentoneros, coruñeses y gaditanos favoreció a los primeros, que lograron el ansiado ascenso. El varapalo moral y económico fue grande y el equipo acabó descendiendo a Tercera unos años más tarde. Pasaría doce temporadas en el pozo, con una visita a regional incluida[3] hasta que pudo regresar a la categoría de plata.
La terrible explosión del polvorín de la Armada en 1947 acabaría por lastrar económicamente a la ciudad, por no hablar del impacto anímico, pasando el club por unas horas muy bajas en las que estuvo a punto, como tantas otras veces en el futuro, de desaparecer.
TRAS UNA LARGA ESPERA… A PRIMERA
Perdonen el ripio y la rima facilona, pero no he podido resistirme. Tras una travesía del desierto que ríase usted de la historia sagrada, a base de campos de albero, victorias sin gloria y largos viajes a ninguna parte, los años 70 consagran al Cádiz como un clásico en segunda división. Se implanta la costumbre de alternar temporadas ilusionantes con otras desastrosas. Costumbre que, dicho sea de paso, está arraigada en el ADN amarillo como la hemofilia en la familia real británica.
Para 1976, una directiva nueva (en España parecía haberse puesto de moda eso del cambio con la muerte de Franco), se hace cargo de planificar una temporada de cara al ascenso de categoría:
El club ficha a algunos futbolistas con experiencia en primera, destacando el portero Santamaría, procedente del Bilbao y los antiguos béticos Ramón Blanco[4] y Joaquín Sierra “Quino”, un veterano delantero que apuraba sus últimas temporadas en activo. Junto a ellos formarían en este Cádiz de audaces melenas y patillas imposibles la columna vertebral de temporadas anteriores (Antolín Ortega, Villalba, Carvallo, Ibáñez o Urruchurtu), conformando un conjunto competitivo y, cosa rara en la historia cadista, goleador (Quino sería el máximo artillero del equipo con 18 dianas).
Este Eusko-Cádiz en el que militaban hasta 5 vascos fue dirigido por un novato en los banquillos, Enrique Mateos[5], que procedente del equipo-empresa Pegaso, logró contra pronóstico y tras tapar algunas bocas, clasificar al Cádiz en segunda posición y ascender de forma directa solo superado por el Real Sporting de Gijón.
El impacto a final de temporada en una ciudad depauperada, arrastrando el eco de la tragedia silenciada del 47 y a la que las promesas de desarrollo económico de la democracia parecían haber dado de tacón (y a lo que parece, siguen dándole, no ya de tacón, sino de media chilena), fue grande.
La afición tomó la calle tras el partido contra el Tarrasa, que acabó con 2-0 y el equipo en primera. Mateos, manteado, lloraba de emoción como un chiquillo a hombros de la parroquia amarilla. Sus cuatro Copas de Europa de las de antes de que las jugase hasta el apuntador no parecían nada comparado con el ascenso de un modesto.
LA CIUDAD DEL CLUB
Pero no todo era fútbol en la Tacita de Plata en aquel año del ascenso. El Carnaval, tan gaditano como llegar justo a fin de mes, iba a recuperar sus señas de identidad aprovechando, como ya dijimos, la marea de cambios producidos por la llegada de la “demosgracias”.
Cambios que se centraron como muchas otras veces, en recuperar la más añeja tradición: se volvería al mes de febrero en detrimento de mayo y a la nomenclatura “Carnaval” en lugar de la más aséptica y nacional-sindicalista “Fiestas Típicas”. Cosas del progresismo.
Progresismo que se tradujo en Cádiz en el fin de las industrias deficitarias subvencionadas ad infinitum, en especial, Astilleros.
Los diarios dieron noticia de la “necesaria reestructuración” del sector naval. Es decir, que las cuentas no salían y el cierre o la privatización con despidos masivos eran la única alternativa. Años más tarde, impulsadas por el gobierno del PSOE esas medidas se implantaron de forma definitiva, con el tranquilizador nombre de “reconversión”. Pensada para enriquecer a unos cuantos especuladores[6], sería la puntilla definitiva a la economía de la zona, pasándose muchos al lucrativo mundo del contrabando con Marruecos y Gibraltar.
A finales de 1977 se iban a producir manifestaciones y choques entre los obreros y los eternos “grises”, sustituidos desde el año siguiente por los no menos simpáticos “marrones” o “maderos”[7].
El juego consistía en esquivar los objetos lanzados por los huelguistas y disolverlos. Macetas, tornillos e incluso frigoríficos eran reglamentarios objetos de lanzamiento que los policías debían evitar.
No es de extrañar que con ese clima el deporte del esférico pasase a un segundo plano. El Cádiz, sin hacer una mala temporada en primera (entiéndase por ser vapuleado domingo si, domingo también) acabó último y regresó a segunda. La cosa no daba para más, aunque la ciudad, a su pesar, inició otra de sus tradiciones: las huelgas del sector naval y los cortes del Puente Carranza que, literalmente, la dejaban aislada del resto de la Península.
MILAGROS
Años más tarde, el Cádiz alternaría ascensos y descensos hasta que mediada la década de los ochenta entró en una racha positiva que lo asentó en primera durante una década.
Ese equipo, capaz de lo peor y de hazañas increíbles jornada sí jornada no dejaría honda huella en todos los aficionados al fútbol no ya de Cádiz sino de España, ganándose el cartel de conjunto “simpático” por las enormes dificultades económicas y deportivas que sorteaba para mantenerse.
Dicho conjunto era un conglomerado de lo que hoy llamaríamos “personajes”, desde el mismo presidente, el genial Manuel Irigoyen, capaz de fichajes geniales, rocambolescos contratos y de modificar el reglamento de la competición en beneficio propio[8], pasando por jugadores admirados por su solvencia como Carmelo, el “Beckenbauer de la Bahía”, Juan José “Sandokán”[9] o el inigualable Mágico González, tan hábil con el balón como en la pista de baile o entrenadores audaces o de verbo fácil como los recordados Ramón Blanco y David Vidal, todo un trotamundos del fútbol patrio y asiduo personaje de YouTube gracias a anécdotas como la del mayordomo de Mágico, su dominio del latín (ad pedem literae) o su manera de reprender a los jugadores (“¿Se cree usted que es Mazinger Z, el Asesino del Área?).
Con esos mimbres, el conocido como “Cádiz de los Milagros” logró forjar su leyenda en primera pasando casi toda la temporada en descenso para resurgir en las dos últimas jornadas y engancharse a la permanencia o a la ruleta rusa de la promoción.
Así sucedió con el partido más memorable que yo haya visto nunca: un domingo de 1991 un Cádiz desahuciado goleó por 4-0 al Barcelona, que iba a Carranza a corroborar el título de liga y se marchó de vacío, tras una espectacular actuación de Pepe Mejías, Quevedo y el popular argentino Dertycia, apodado cariñosamente por la hinchada como “Míster Proper”.
Esos puntos sirvieron no para ganar una permanencia, sino para asegurarse la promoción a cara de perro contra el Málaga, saldada en una emocionante tanda de penaltis en la que el húngaro “Pepe” Szendrei se convirtió en el héroe de los amarillos al detener varios lanzamientos.
Pero los milagros no duran siempre y la dura realidad de la conversión en sociedades anónimas de los clubes de fútbol, algo que el genial Irigoyen siempre anunció que acabaría pasando, pasó factura y por desgracia, la Segunda B se convirtió en el hogar cadista por excelencia hasta hace poco.
APODOS
El paciente lector que haya seguido el artículo hasta aquí habrá podido comprobar que la parroquia cadista es pródiga en poner apodos a los futbolistas propios con más o menos gracia o mala leche. La idiosincrasia del gaditano es así, como su gracia, innata.
No es un fenómeno nuevo, pues se constatan numerosos motes a lo largo de toda la historia del club, desde los primeros tiempos.
Así en una de las primeras plantillas, podemos encontrar al “Caballo” Vela, del que las fuentes no saben si el apodo se refería a las patadas que daba al balón o a los contrarios o al genial e indisciplinado Espinosa de los Monteros “El Trece”, por un tatuaje que llevaba recuerdo de un trance personal.
Más recientemente la historia recuerda al “Pollito” Roldán, al “Rubio de Oro”, Pepe Mejías y sus compañeros del Cádiz ochentero Carmelo, Juan José o Mágico, epítome del genio vago por naturaleza. Junto a ellos, en los 90 el inolvidable calvo Dertycia, identificado para siempre con el logotipo de la célebre marca de lavavajillas. Años más tarde, otro jugador con déficit de pelo, el serbio Mirosavljevic sería bautizado como “Mortadelo”. Al parecer fue un apodo molesto para el jugador, pidiendo el propio club que se dejase la guasa y le llamasen por su nombre. Dudamos desde aquí que hicieran mucho caso.
FUENTES CONSULTADAS
Para la elaboración de este artículo ha sido clave la excepcional información de la web cadistas1910, de la peña cadista de Madrid, así como las hemerotecas de varios diarios deportivos y de información general (Mundo Deportivo, El País, ABC, La Vanguardia etc.)
Ricardo Rodríguez
[1] La parroquia gaditana, ocurrente como pocas, lo bautizó así debido a su afición a los remates acrobáticos, que eran muy raros en aquella época, y a su estatura.
[2] Antecesor del actual Levante UD, era la fusión de dos equipos valencianos afectados por la guerra civil: uno carecía de campo y el otro, de jugadores.
[3] Cosecharía algunas derrotas sonadas ante el Calavera y la Electromecánica (equipos sevillano y cordobés respectivamente)
[4] Se convertiría, años después en entrenador del Cádiz, siendo un mito en la historia del club. Su corazón se resentiría de las fuertes emociones del banquillo cadista, falleciendo por problemas cardiacos en 2013, tras su enésima etapa en el club.
[5] Jugador del Real Madrid de los yeyés, cuatro Copas de Europa adornaban su palmarés.
[6] Las empresas públicas deficitarias salían a subasta y los nuevos propietarios solicitaban créditos para modernizarlas y reactivarlas. Ese dinero desaparecía en los bolsillos de “alguien” y los propietarios, con todo el dolor de su corazón, desmantelaban las fábricas, vendiendo sus equipamientos y solares. Los obreros, como no, acababan en la calle.
[7] Por sus uniformes de color beige y marrón.
[8] Con el Cádiz descendido después de una liga regular, logró imponer la “liguilla de la Muerte” por la que el Racing de Santander iría a segunda. En esa liguilla el Cádiz no ganó ningún partido
[9] Por su sorprendente parecido al actor hindú Kabir Bedi, uno de los sex symbol de la época
Rectificación del autor: en la temporada del ascenso (1976-77) el máximo goleador cadista fue el centrocampista Ricardo Ibáñez con 20 tantos.