Cuando Miguel Andreu se define a sí mismo como comunicador, acierta. Su lenguaje es claro, directo, pero a la vez tremendamente veraz. Se le ve un hombre libre, sin más ataduras que las elegidas y con la madurez de quien sabe que está en su sitio por méritos propios. Se divierte diciendo las cosas como son, metiendo el dedo en la llaga sin estridencias y, aunque esconde muchos secretos, empieza a estar en ese punto existencial donde se está más a gusto hablado que callando. Y eso es un lujo para un entrevistador.

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¿Cómo se explica el día a día de un comunicador?

Lo primero que hay que hacer es estar absolutamente al día de lo que pasa. Yo nada más que me levanto leo todos los periódicos, incluso en papel, no me conformo con la versión online. Porque de cualquier noticia que haya se te puede ocurrir otra noticia o surgir una idea. Lo segundo es convencer a tu cliente de que cualquier cosa que haga es una noticia. Te pongo un ejemplo: si un hotel cambia las sábanas porque están viejas eso se puede convertir en noticia si se cuenta bien. Y además da prestigio. El secreto es buscar una percha y cortársela al periodista de la forma que él quiere. Es tan fácil y difícil como eso.

Está de moda hoy en día el término emprendedor. ¿Se considera usted un emprendedor?

Yo no estoy emprendiendo nada nuevo. Yo estoy intentando llevar a buen puerto desde hace poco menos de un año lo que llevo haciendo veinticinco por cuenta de otros. Así que ha llegado un momento de mi vida en el que me he dicho voy a hacerlo yo, me voy a aventurar, voy a ver si en la piscina hay agua. De momento me he tirado y en la piscina tenía agua. Y además no me he ahogado ni me he dado un golpe.

Hoy, con este calor, la pregunta parece una ironía pero, ¿en la calle hace frío?

Verás, la calle no es fría, es ingrata. En la calle la gente te da mucho calor, tanto como el que hace hoy, pero cuando te sientas delante de alguien es difícil. La gente no entiende que la comunicación cuesta dinero. Encima es un mundo muy particular. Tú le cuentas a alguien que has conseguido una noticia en un periódico y la gente se cree que le estás tomando el pelo. Yo consigo información para los profesionales que posteriormente elaboran una noticia con esta información. No estoy hablando de publicidad, estoy hablando de comunicación. Yo comunico, cuento cosas, y eso lleva varios pasos. Lo primero es saber si lo que vas a contar interesa y después ver cómo lo vas a contar. Por último es ver los resultados, que no siempre son los que se esperaban. Porque otra cosa en comunicación es que los resultados nunca casan con la realidad económica. Si le tuviera que cobrar a los clientes a precio de publicidad no me contratarían. Que consigas una página de información en un periódico es otra cosa y hay que valorarlo, pues es una página que el lector no va a pasar por ser de publicidad, es algo que el comprador de periódico va a leer.

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Con lo complicado que es Sevilla, con sus redes clientelares, ¿se puede llegar a comunicador desde la nada?

No. Tienes que peinar unas canas, tienes que tener una experiencia y tienes que tener unos años en este mundo si quieres que te escuchen. Eso si estás solo. Si estás en una agencia de comunicación es otra cosa. Para estar en este mundo la gente tiene que creer en ti y tiene que saber que tú haces las cosas medianamente bien.

¿En Sevilla se puede vivir sin redes clientelares?

No. Imposible. Es la ciudad con más redes clientelares que yo pueda llegar a conocer. Te pongo un ejemplo: dos amigos comunicadores muy buenos abrieron Madrid después de tener Sevilla y me contaban como aquí se cierran negocios en un bar de copas por la noche y que en Madrid todo es mucho más rígido, que se sienta la gente en la mesa a trabajar. Que si luego se encarta ir a almorzar, pues se va a almorzar. Y almorzando de habla del último fichaje del Madrid, o de ETA. Pero el trabajo es trabajo y el ocio es ocio.

Y sobre todo que aquí, cuando sacas la cabeza y destacas por algo, esa red clientelar rancia intenta cortarte la cabeza. Nadie puede destacar si no es de su círculo. Y si no te cortan la cabeza al menos te fichan para ver quién eres, qué haces y qué buscas.

Una norma que yo llevo por todo esto es que solo aparezco en los periódicos por mi papel de hermano mayor, por mi oficio de escritor o por una cuestión muy importante o delicada en la que se demanden mis servicios. Mientras que eso no se dé, mi cara no va a estar en los periódicos. Te pongo un ejemplo muy simpático de mi madre, que en paz descanse. Ella siempre me preguntaba que por qué no me veía en las “cosas esas de la tele” que yo hacía. Yo siempre le decía lo mismo. “El día que me veas, malo”. Eso se contrapone a la idea de que si no te conocen no eres nadie. Pero te tienes que mover de una forma semi-privada.

En su última novela, El hijo del círculo, usted reflexiona en voz alta sobre muchos temas, entre ellos de la Semana Santa. Y sé que ha tenido respuestas, si no amenazantes, peculiares. ¿Entiende el por qué?

Sí, yo eso lo esperaba.

Que lo esperaba lo sé pero, ¿lo entiende?

No entiendo como se puede estar todavía en el siglo XIX o XVIII. Tengo correos electrónicos muy simpáticos. Hay quien me recomienda que me exilie de Sevilla porque no soy digno de esta ciudad, hay quien me dice que espera mi dimisión como hermano mayor… Nada de esto he hecho, sigo en Sevilla y sigo presidiendo mi Hermandad, donde me quieren muchísimo. Casualmente todo esos correos electrónicos vienen con pseudónimo, no me ha escrito nadie poniendo soy Curro Huesa y le digo a usted esto. Me he reído mucho. Lo triste es que algunos, por los datos que he deducido, no se han leído la novela.

Yo hablo de lo que sé. No puedo escribir una novela de ingeniería aeronáutica porque no sé. Yo tenía ganas, a mí me pedían los dedos escribir algo así, no llegando al extremo que he llegado. Aquello fue un ir haciendo hasta que me paré y dije “¿y por qué no?”. No le estoy faltando al respeto a nadie y puedo hablar de esto porque lo conozco. Nadie me podrá echar en cara el haber hablado de un tema que desconozco. Quizás no haya gustado, pero el tema lo conozco perfectamente.

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Al hilo de esto, ¿mandan tanto las cofradías en Sevilla como se presupone o es un mito?

No mandan nada. Salvo algunas personas que las presiden y que “mandan” en su vida privada, no mandan nada. A las hermandades se las tiene entretenidas con un caramelo que se llama Semana Santa. Y se las tiene entretenidas porque, al margen del sentido religioso de la fiesta, con el que comulgo, es un balón de oxígeno para la ciudad enorme. Además de camas de hoteles, negocios de hostelería, comercio, transporte… se crean muchas horas de trabajo y se llevan muchos sueldos a casa, eso sin entrar en la labor social de las hermandades, una de las más importantes de nuestra sociedad actual. Pero más allá de ese caramelo no hay nada.

En cualquier caso, yo plantearía otra Semana Santa desde el punto de vista organizativo, desde luego. Ni mejor ni peor. Distinta. Porque en la Semana Santa no pasan más cosas porque es una fiesta religiosa y una mano divina la protege. Te cuento. A mí me pilló la restauración de los titulares de una de mis hermandades en la Junta de Gobierno. Y un técnico del IAPH, que se encargó de restaurarlo, nos dijo “este año, cuando el palio entre, no apaguéis la candelería del tirón, poned cubos de agua a los lados e id apagando cada diez minutos una tanda porque calculamos que hay más de cien grados en ese momento y no sabemos cómo con el cambio de temperatura y de humedad no le ha saltado la mascarilla a una Virgen todavía”. Esto te lo dice un técnico del IAPH, que sabe de imágenes sabe más que los cofrades. Pues esto lo he comentado yo en otras hermandades y me han dicho que no pasa nada. El día que la cara de una Virgen se caiga, lloraremos.

Aparte de irresponsabilidad, ¿hay una saturación de Semana Santa?

La mayor parte de la gente de las cofradías no se ha enterado que hay gente normal, no de hablo de estereotipos de personas con la melena hasta el culo, sino catedráticos de universidad, profesores, fontaneros… a los que no le gusta la Semana Santa y que aguantan nueve días. Pero no tienen que aguantar todos los fines de semana una movida gorda. ¿Cuánto cuestan las horas extras de la policía local? ¿Por qué tienen que pagar lo que no le gusta?

Salvando las salidas extraordinarias, que son demasiadas ya, no es normal ver la cruz de mayo de una hermandad con un coche de policía delante y otro detrás. El responsable político tiene que poner límites, aunque pierda votos. Lo mismo ocurre con las cabalgatas de barrio. ¿Cuántas cabalgatas de barrio hay, Dios mío? ¿Cuántos Reyes Magos hay? Los niños deben tener una caraja montada enorme con tanto rey mago.

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En otras entrevistas hemos comentado que Sevilla está parada. Que se pueden encontrar huecos pero que no se mueve…

Estoy de acuerdo. La ciudad está parada, no podemos seguir viviendo de la Giralda. La Giralda es un símbolo, la Giralda está ahí y el que viene a Sevilla viene a ver la Giralda. Igual que el que va a París va a visitar la Torre Eiffel. No se la vendas. Vende las Setas. Es como las rutas de tapas. Se hacen rutas de tapas donde los sevillanos ni van. Hay que hacer cosas distintas y tenemos mucho patrimonio para hacerlo. Y aprovechar las calles. Ahora se está asomando la patita con algunos rodajes. Aquí hace años se les denegó el permiso a los organizadores de un congreso de japoneses que querían cortar la avenida de la Constitución al tráfico durante seis horas. Iban a venir seis mil japoneses. ¿Cuánta pasta dejan estos tíos durante tres días en la ciudad? ¿Y cuánto vale esa imagen de la ciudad en el exterior y la publicidad inducida y gratuita? Eche usted números. Pero tenemos lo que tenemos.

Por extrapolarlo al mercado editorial, tenemos el ejemplo de la Feria del Libro. Como autor, ¿te sientes contento con las oportunidades que proporciona el mercado editorial?

Yo estoy muy contento con mis editoras y con la posibilidad de haber visto mis libros publicados. Otra cosas es cuando escarbas en este mundo, hablas con tus editoras que han apostado por tí y te cuentan que el mayor porcentaje de un libro no se lo lleva ni el autor, ni la editorial, ni el librero, sino el distribuidor. Mi libro vale 22 € y no puede costar menos por eso. Es lo mismo que me contaba un amigo productor de tomates: desde el precio al que él los vendía al pvp final iba un abismo.

En Estados Unidos quizás haya más respeto por todo el mundo literario y también más exigencia con todos sus agentes…

Hace poco vi una película que contaba la vida de la autora de Harry Potter. Era el representante quien iba a los editores a presentar la novela, dándole respuesta dos, seis u ocho meses después. Aquí, o eres grande o no tienes oportunidades o te las tienes que buscar por tu cuenta. Yo tengo el ejemplo en mi familia de un gran actor que ha tenido que emigrar a Madrid para buscarse la vida y, ahora, está empezando a hacer cositas.

Pero para Miguel Andreu escribir es algo más que un mercado, es un entretenimiento.

Totalmente. Yo he disfrutado mucho con esta última novela, me he reído mucho. Escribir me hace sentir bien, me relaja, hace que el tiempo se me pase volando. A mí me ha amanecido escribiendo. También tiene la parte de que una noche has escrito diez folios y cuando los ves a la mañana siguiente los tiras. Yo me divierto mucho escribiendo.

Muchas veces, al lector le surge una confusión entre los personajes que se crean y la personalidad y vida del propio autor. ¿Qué hay de imaginación y qué hay de realidad en la cabeza y en el papel de un autor?

Yo intento contar una serie de verdades en mis novelas para hacérselas más fácil al lector. Para ello suelo recurrir a los espacios. Los espacios de mi novela existen y tú puedes ir a ellos, ubicarlos. En El hijo del círculo también han aparecido estos personajes cofrades. Hay quien me ha dicho que ha puesto cara a los personajes. Se equivoca. Yo no he pensado en nadie en concreto, pero he pensado en muchos. Yo si le pongo cara a mis personajes, pero no son rostros reales. A Manuel Ignacio yo me lo imagino bajito, un poco ancho, barriguita cervecera, una americana azul cruzada, un pantalón gris marengo, pelo con fijador y cara un poco alelada. No es nadie en concreto, pero se ve. En el Corpus me ocurrió una cosa muy graciosa y es que un amigo me dijo, viendo la procesión: “Manuel Ignacio ha pasado por aquí un montón de veces”. Mis personajes no son nadie en concreto, pero son identificables de una manera general. Los únicos personajes reales, a modo de guiño, son mis editoras y una familiar cercana de ellas.

Respondiéndote a la pregunta, ¿qué hay de verdad? Pues estoy contando cosas que quería contar.

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Como autor, ¿qué le gusta leer a Miguel Andreu?

Hasta el prospecto de las medicinas. Lo leo todo. Si me dan a elegir, intriga. Tengo una cojera y es que, cada tres o cuatro novelas, suelto el género y cojo un libro de la Transición. La Transición me parece un tema interesantísimo porque me sorprende como se pasa de una dictadura a una democracia sin dar un tiro, salvo los tres o cuatro locos del 23-F. Los libros de investigación de este periodo me gustan mucho. Y sobre el 23-F tengo todo lo que ha salido.

Yo estoy muy marcado por el 23-F por una cosa que vi volviendo del colegio de los Escolapios: los tanques y los soldados montados en los camiones junto los bloques de los Diez Mandamientos. Es cierto que en la carretera de Montequinto pasaban militares para las maniobras pero yo se lo conté a mi padre, que estaba leyendo tranquilamente en casa. Minutos después se produjo la entrada de Tejero en el Congreso y mi padre no se quedó tranquilo hasta que estuvimos los siete hijos en casa.

Sin embargo, da la sensación que, a la hora de tratar la Transición y el 23-F, no hay término medio, o bien se desprecia el proceso o bien se encumbra.

Es cierto, no lo hay. Hay mucha gente que públicamente dirá que aquello fue un atentado contra la democracia pero que aquella noche se estaban frotando las manos. No me cabe la menor duda. Tengo amigos que esa noche cruzaron la frontera con una maletita, gente muy vinculada entonces al PSOE.

Mi primer intento literario, y creo que es la primera vez que voy a contar esto, fue una osadía y era contar el 23-F en Sevilla. Pasaron muchas cosas, algunas que han salido a la luz, otras que no han salido. La persona que he presentado mi segunda novela, mi profesor Juan Luis Manfredi, cuando le conté cómo estaba estructurado ese libro me dijo: “déjalo que hay mucha gente viva”. Eso me lo dijo mi profesor y yo lo dejé. Estamos hablando del año 1999. De hecho, de lo que había averiguado había cosas que repercutían en mucha gente viva, mucha gente de ese grupo rancio que podía hacer que me doliera la cabeza.

Yo le he llegado a escuchar a una persona muy significada con el 23-F, hacer malabarismos con su vida en una conferencia para justificar por qué había desarrollado el papel que había desarrollado y concluir que había sido un rojo toda la vida. Yo me quité las gafas y me dije para mí que no podía ser. Entonces le pregunté a un amigo que estaba sentado a mi lado si había dicho “cojo”. La respuesta fue fulminante: “Sí, vamos a escuchar cojo”.

Con todo esto que hemos hablado, viendo las historias que hay, piensa que España en general y Sevilla en particular tienen arreglo. Porque la sensación que me queda es que estamos metido en una rueda eterna.

Esto es una bola enorme que está rodando y Dios quiera que ni tú no yo vivamos que esa bola se para o que choque con algo y se desmenuce. Vamos a dejar que la bola siga. Lo mismo alguna que otra vez la bola camina derecha. Pero está andando por pura inercia.

La figura del político cada vez se está degradando más. Cosa de la que me alegro sin querer hacer demagogia. Habría que estar revisando sueldos, trabajo… La política no puede ser el arte de ilusionar a la gente con discursos. La política debe ser un trabajo. Yo soy hermano mayor de una hermandad y nadie me ha empujado hasta ahí. Yo estoy porque quiero y sé que unas horas del día se las tengo que dedicar a la hermandad porque es mi compromiso. El político tiene que tener vocación de ser político. La política no puede ser un cajón de sastre donde se está por estar. Para la política hay que valer y entender que es un servicio al ciudadano. No hay políticos con vocación de dar servicio al ciudadano. Están esos gestos de saludar al ciudadano, magníficos desde el punto de vista de la comunicación, como los que tenía Rojas Marcos. Pero debe haber algo más, debe haber interés por el ciudadano.

Yo nunca he entendido, por ejemplo, la disciplina de partido. A mí no me ha votado el presidente de mi partido, a mí me han votado los ciudadanos. La gente de mi partido me ha podido poner en una lista y si me ha puesto que sea porque yo valgo. Pero a mí me ha votado la gente y yo tengo que obrar en consecuencia con los intereses de la gente. Ver en el Congreso que alguien alza tres dedos para que le dé al botón del número tres es bochornoso. Mire usted, yo le voy a dar al botón que yo quiera porque aquí me ha puesto la gente. Hasta que eso no se arregle, mal vamos.

Francisco Huesa (@currohuesa)