Se acabó. La batalla de los cinco ejércitos es la última de las entregas de Peter Jackson sobre El Hobbit. Más de uno pensará que ha forzado la máquina en exceso y que ese libro de J.R.R. Tolkien no merecía haberlo estirado tanto, que con una superpelícula o dos a lo sumo se hubiera uno aviado viendo en la gran pantalla las peripecias de Bilbo Bolsón, Gandalf y Escudo de Roble y compañía.

Pues la verdad es que hay opiniones encontradas, como todo en la vida. Los más puristas son del parecer ya expuesto. Jackson se ha permitido ciertas licencias de las que se ha salvado simplemente porque ha sido el único que se ha atrevido a darle forma a ese maravilloso mundo en el que el bien y el mal, con rostro de Sauron, el señor oscuro, y las huestes de orcos, se enfrentan de manera continua. Esta entrega con un Escudo de Roble en estado puro y un hobbit que hace de ‘saqueador’ más que nunca tiene mucho más de fantástico que de fiel al libro. Una elfa luchadora que en compañía de Légolas se encarga de buena parte de esos orcos horrorosos que acompañados de huargos (Dios, ¡qué diferencia hay entre uno de esos y Fantasma!) y eso es sólo el principio. Pura ficción que enerva a los forofos de la Tierra Media que durante tantos años han leído y releído las líneas de tan adorados libros. Aparte de la elfa, que vive una historia de amor imposible por cuestión de raza y cultura con el mismo enano que se le insinuaba en la segunda de las entregas, La maldición de Smaug, otros hacen delas suyas. Por cierto, que es precisamente en la lucha con el dragón donde se retoma la historia, por lo que se hace imprescindible su visionado antes o al menos recordarla por encima, porque con ese inicio ‘in media res’ el espectador se puede despistar en los primeros minutos.

la batalla de los 5 reinos

No cabe duda de que uno de los fuertes de esta producción taquillera que esperaba ser un éxito en estos días de fiestas navideñas es la fotografía. Nueva Zelanda y sobre todo el maquillaje hacen el resto. Esos son detalles de calidad en una producción en la que la caracterización es fundamental más allá de la imaginación. Lo de los efectos especiales es harina de otro costal. En algunos casos son espectaculares y en otros, simplemente son increíbles. Me explico, más de un ingeniero se preguntará por qué no han contratado a este grupo de enanos, orcos y dos elfos para construir más de un puente. El que haya visto la película lo habrá entendido a la primera, quien no, tiene que acudir a la sala de cine más cercana.

Otra cuestión, los amantes de las batallas están de enhorabuena. Cuarenta y cinco minutos de lucha de mandobles, cachiporras, cabezas cortadas, cuerpos que crujen y hasta un cerdo y unas cabras montesas que sirven de montura. Elfos, orcos y enanos que lo ponen todo en el asador. Antes de esa superbatalla que ocupa la mayor parte del filme (no es de extrañar que hayan dado nombre a la película) tocaba deshacerse del terrible dragón. Sólo una flecha negra puede dejarlo fuera de combate y con ella se hace pero las maneras también importan. Ahí está la primera de las dosis de fantasía a espuertas de las que hace gala Jackson. Luego está Légolas. El rubísimo elfo vuelve a hacer de las suyas, aunque en esta ocasión no esté acompañado por Gimbli. Más duro, menos simpático pero más atlético y guerrillero si cabe. Reparte estopa allá donde va y eso que su aparición de esta manera en el filme es otra de las licencias que se permite el director. Escenas increíbles en las que Orlando Bloom cobra un protagonismo que ya veremos si no da para algo más. Vamos, que pese a que los enanos son los que tienen un papel más relevante, con tesoro y oro incluido, los elfos también tienen un hueco especial.

En definitiva, los más profanos en la materia y en el mundo de Tolkien estarán encantados con el filme mientras que otros, y lo sé de buena tinta, se han llevado más de una vez las manos a la cabeza. Tranquilos, Jackson cierra el círculo o eso es lo que se afirma en un principio. Tengan en cuenta que un círculo no es más que una circunferencia infinita que se puede retomar una y otra vez y la Tierra Media y todo lo que lo rodea merece la pena. Si no, al tiempo.

Noemí González