Si les digo la verdad, Matt Sumell me pilló a destiempo. En todos los sentidos: cuando lo leí por primera vez, cuando releí por quinta vez cualquiera de los relatos independientes-pero-no-del-todo que componen «Hacer el bien» (Turner Libros), cuando el sábado, convencido de que definitivamente no iba a haber entrevista (problemas de comunicación), me llamó a las nueve y cuarto de la noche, con un pie en la ducha y las preguntas todavía en la cabeza y sin pasar a limpio en un miserable bloc de notas. Sumell siempre te pilla desprevenido aunque lo que te vaya a contar sea una vieja canción, esa que te recorre el cuerpo desde el meñique del pie derecho hasta el bulbo raquídeo vía espinazo. Te la sabes de memoria, porque es tu propia melodía, pero alguien tiene que volver a entonarla para recordar a qué sonaba, por qué emocionaba y, sobre todo, por qué duele y provoca la risotada al mismo tiempo. Eso, ciertamente, se parece bastante a algunas de las acepciones que con el tiempo he ido acumulando para la palabra talento. Y si al menos uno solo de ustedes pueden compartir conmigo esa idea, entonces alcemos las manos en coro celeste, hermanos. Porque Sumell tiene talento a borbotones vesubianos.

¿Qué te llevó a empezar a escribir? Teniendo en cuenta la cantidad de chavales que hay matriculados en cursos y talleres de literatura, incluso antes de empezar la universidad, parece que tus inicios fueron relativamente tardíos. Relativamente.

Bueno, si empiezo por el principio debería empezar por el hecho de que yo no quería ser escritor. Lo que yo quería era camelarme y llevarme al catre a Rebecca Lee, mi profesora de Introducción a la Ficción en la UNC de Wilmington. Esto debió ser a finales de los 90, cuando todavía era un experto en ciencias ambientales desorientado, enormemente fracasado y con un serio problema con los refrescos dietéticos y mi forma de pensar, como ahora, era, digamos, un tanto defectuosa. Yo diría que incluso más que defectuosa. Me refiero a que hay una especie de interruptor al fondo de mi cerebro al que le puede dar un cortocircuito en el momento más inesperado. Añádele a eso humor y talento y ya estoy perdido. Rebecca Lee tenía todo eso y mi plan, si es que podía denominarse tal, consistía en tratar de quitarle la ropa. Me lo curraba más que nadie en clase, de hecho me pusieron mi primer Aprobado Justo en Biología y Plantas ese semestre porque, a ver, a quién le importa un carajo la secuenciacion de la lenteja de agua cuando hay una hermosa señorita a la que cortejar. Desgraciadamente yo no era ni por asomo tan listo o interesante como me creía, pero tenía esa cabezonería impulsada hormonalmente -mi cabezoneria casi roza el trastorno límite- así que seguí intentándolo y fracasando como unos dos años. Al final terminé con una doble licenciatura, lo que me cualificaba para exactamente nada en términos de empleo. Años más tarde me matriculé en una escuela de posgrado.

Así que, tu sabes, si te soy del todo sincero empecé a escribir (y continué haciéndolo) porque una chica lista y guapa hizo que quisiera ponerme a ello. Supongo que es una razón tan buena como cualquier otra y espero que se vea reflejada en el libro. Eso y todo el pensamiento errático -el mal genio, las malas decisiones, el emborracharse y las drogas, la violencia y el acecho crónico a las chicas- hay una especie de sentimiento de admiración y hasta aprecio cuando todo eso se muestra abiertamente a la gente -sobre todo entre las mujeres- a través de la vida de Alby. Que quería a su madre. Que su hermana le importa. Que incluso en el peor de los peores momentos -y hay un buen puñado de esos- echa la vista atrás y se da cuenta de que todas las ex novias, todas esas chicas que te han amado, incluso algunas que no, han tenido la capacidad de hacer que todo fuera un poco mejor e incluso, muchas veces, que todo estuviera bien.

¿Cómo controla uno esa ira que, como por ejemplo dice Caitlin Moran, es “esencial para ciertos escritores”? A mi me ocurre. Me refiero a que muchas veces es un combustible muy, muy poderoso, eso es cierto. Pero al mismo tiempo puede llegar a ser un problema enorme. A veces (demasiadas veces) escribir desde la furia y la indignación y el odio solo lleva a soltar un montón de mierda sin sentido e infantiloide.

Mmmm.. Bueno, mira, impresionar a las chicas no es la única razón por la que escribo. Creo que es la razón por la que empecé a hacerlo. Y después de una docena o más de años escribiendo ha habido momentos en que intentar (y fracasar) impresionar a esas chicas no era suficiente para seguir con ello. Ha habido veces en que la duda golpeaba muy, muy fuerte, cuando escribir costaba más de la cuenta, cuando la propia vida se te pone de por medio. En esos momentos necesitas algo más, tienes que buscar nuevas razones, dejarte la piel en encontrarlas, de una forma u otra. Stanley Elkins tiene una idea muy interesante sobre un buen motivo para escribir: vengarse de los que abusaron de ti. O aquello que decía Amy Hempel de combatir el dolor. O William Gass, que escribía porque, según sus propias palabras, “Siento odio. Un montón. Muchísimo.”

Pero quizá el motivo más importante tenga que ver con algo que Geoffrey Wolff me dijo después de que mi madre enfermara: “Usa la parte afortunada de tu mala suerte; usa lo que te duele.” Esa es la verdadera Gran Razón de mi escritura. Es una forma de sacarle partido a todo el malestar, todo el sufrimiento que se nos planta en las narices cada día.

Y sobre la ira, creo que me resulta más útil -en términos de “combustible”- que la tristeza. Pero bueno, siempre es mucho más complicado que todo eso. Creo que hay algo roto dentro de mí y entonces me cabreo porque hay algo roto en mí. Es como tener sentimientos sobre tus propios sentimientos. Y la literatura es una forma de explorar todo eso.

Completamente. Descubrí Hacer el bien gracias a uno de los pocos escritores españoles que realmente admiro, Kiko Amat. Recuerdo que en su reseña decía* que leerte a tí era como leerse a sí mismo lo que significa (al menos personalmente) que conseguiste alcanzar una voz tan honesta que es capaz de conectar con cualquiera en cualquier idioma.

Guau. Está bien saber eso. Dile a Kiko que se lo agradezco.

Hum, creo que me será difícil, pero si alguna vez lo conozco, lo haré. La cuestión es que me gustaría preguntarte sobre justo eso, la honestidad de las voces.

Claro, dispara.

A veces me ocurre que leo a este o aquel escritor joven (o a los no tan jóvenes o a los consagrados, no importa), y muchos, demasiados, suenan…impostados. Como más pendientes de cumplir lo que la crítica o su público imaginario (casi siempre representado como viejos con pasta) espera de ellos que de ser fieles a su propia sinceridad. Quiero decir, si tienes entre 20 y 40 años y has pasado toda tu vida en un gueto de extrarradio, es increíblemente difícil dar con un libro que verdaderamente conecte con tu propia experiencia.  Y es curioso porque, en fin, aunque solo sea estadísticamente hay menos pijos que hijos de ciudades dormitorio.

Bueno, quizás lo que esté pasando es que ahora mismo tenemos a muchísima más gente escribiendo que nunca antes en toda la historia, lo que significa dos cosas. Una, que te apuesto lo que quieras a que hay muchas más buenas novelas siendo publicadas ahora que antes, que hay muchísimas obras tremendas en imprenta ahora mismo. El problema es que todas esas genialidades apenas son visibles, se diluyen en toda la cantidad de obras espantosas, comerciales, falsas que se publican al mismo tiempo. Espero que lo que acabo de decir tenga algún sentido.

La paradoja de tener mucho donde elegir pero todavía más que descartar.

Efectivamente.

Hablando de pasiones, ¿cómo nació esa vocación tuya por las ciencias ambientales?

Uh, esa es dura. Creo que porque nací rodeado de agua y de bosques y sé que esos lugares tienen que ver, con diferencia, con los días más felices de mi vida. Quiero decir, incluso a día de hoy me siento simplemente fascinado por la naturaleza y me parte el corazón ver cómo nos la estamos cargando. Es el mismo impulso que Alby le comenta a su padre sobre Gary en “La violación en el reino animal”. Es la idea de “Eh, escucha, está indefenso y me necesita, y tengo algo en el corazón que me conduce a todo aquello que está indefenso, ¿está claro?” Es imposible cumplir eso, claro, pero en cierto modo lo único que quiero es estar ahí para todo aquel (o aquello) que me necesite.

Quiero salvar muchas cosas de ser destruidas. Y en cierto sentido esa es la esencia del libro. Alby quiere salvar a su madre, pero no puede. Alby quiere salvar a su pájaro, pero no puede. Alby quiere salvar a su familia, a su padre, pero no puede. Alby quiere salvar las relaciones con sus novias, pero no puede. Tiene el corazón destrozado y está lleno de furia ciega por tener el corazón destrozado.

sumelldisto

Trataste de ser bombero, ¿verdad?

Oh si, me hubiera encantado. Al contrario que la policía (sobre todo aquí en Estados Unidos) los bomberos solo existen para Servir y Proteger. Es una profesión muy noble. Pero sé de lo que me hablas. A veces me siento egoísta, absorbido en mi mismo como escritor. Especialmente comparado con lo que hace mi hermana como artista y activista.

Me refiero a que en cierto sentido a lo que yo me dedico es a explorar hacia dentro. Ella mira hacia afuera, hacia el mundo, hacia un sistema judicial claramente racista, a la hipocresía y la crueldad del confinamiento solitario y trabaja para tratar de erradicar todo eso. Su trabajo, su dedicación y sus resultados tienen consecuencias reales en el mundo. Formó parte del equipo que rescató a Herman Wallace y Albert Woodfox de cuarenta años de confinamiento solitario. Eso es tan increíble, estoy tan orgulloso de ella.

Mientras que yo…bueno, yo escribo historias sobre follarse a alguien con el dedo o similar.

Pero los escritores también hacen eso. Me refiero a provocar un cambio, no a la cópula dedil. Que también. Pero a lo que voy es que su forma de cambiar algo o alguien quizá sea más privada y personal. Y silenciosa.

Bueno, eso espero. Me hace sentir mejor cada vez que oigo que mi libro ha conectado de esa forma con un lector. Así que te lo agradezco.

Una pregunta personal: ¿se pierde esa sensación de fraude cuando por fin publicas el primer libro? Esa idea que le ronda la cabeza a uno sobre cómo todas esas palabrejas del Word solo es un plagio de otros escritores a los que uno admira, con auténtica originalidad y talento.

Desde luego. Todavía siento eso. Pero tienes que quitarte de la cabeza toda esa inseguridad y las dudas, al menos unas cuantas horas al día, porque si no no hay forma de poner esas palabras sobre la página.

A veces la literatura no es suficiente. A veces uno tiene que buscarse otra vía de escape, incluso una menos solitaria. Hay quien se masturba como un loco (que no ayuda a lo de la soledad), otros forman una familia, otros practican el tiro con arco malayo… ¿Tienes algo igual de efectivo que la literatura?

Una vez quedé con Gordon Lish, no sé si lo conoces, y me dijo algo como «Solo hay dos cosas que me aportan algo de calma en este mundo: el buen arte y el nooshie. ¿Sabes lo que es el nooshie? Una palabra que se inventó Barry Hannah. Significa «coño». Y de alguna forma, incluso mayormente, aunque encuentre eso bastante ofensivo, tampoco puedo rebatírselo. Aunque personalmente añadiría las patatas fritas a la lista. Creo que una buena comida y una botella de vino ayudan bastante. También trato de combatir mi ansiedad con ejercicio. Corriendo, liándome a mamporros en el gimnasio. Antes practicaba bastante surf, aunque ya apenas lo hago. Y también solía fumar cantidad, sí. Me marcaba una carrera de doce kilómetros, volvía y me encendía un pitillo. Lo que pasa es que ya no puedo hacer ese tipo de cosas y lo dejé. De vez en cuando hasta lo echo de menos.

Salir a navegar. Parece algo más que un hobby para Alby. Y para ti.

¡Por supuesto! Lo primero que hice nada más vender los derechos del libro fue arreglar mi Groverbuilt. Es ese tipo de barco pequeño que me recuerda a mi infancia. Pasé muchos, pero muchos buenos momentos en uno así. Así que se me metió en la cabeza comprarme un barco enorme y salir a navegar, pero luego me di cuenta de que también tendría que pagar el amarre. Así que me decidí por uno más asequible, como el Grover. Deja que te enseñe una cosa…

sumell

Al principio me sentí un poco culpable de comprármelo. Luego pensé que a tomar por culo, que me hacía feliz.

¿Cómo se vive de juntar letras? Una parte muy importante de la novela es la jaula laboral en la que vive Alby, siempre estancado en empleos de mierda. Parece un problema antes y después incluso de conseguir que te publiquen.

Ni te lo imaginas. Justo ahora es un tema que me tiene preocupado. ¿Cómo puedo mantenerme mientras escribo el siguiente libro? Porque, la verdad, los trabajos como profesor de literatura ya no proliferan como antes. Es esta situación la que me inspiró «Todo lateral.» Ganarse la vida parece haberse convertido en una jodienda de mucha categoría para cantidad de gente estos días. O al menos lo es para mis amigos y para mí. Buena parte de las personas más educadas, éticas y trabajadoras que he conocido andaban rastrillando hojas a los 40 años, hasta que por fin les surgió algo. Otras, graduados de Yale con colecciones de cuentos asombrosos editados, son camareros, tutores, personal adjunto de no se qué en dos universidades al mismo tiempo. Hay tanta gente muchísimo más inteligente y talentosa que yo que está dejándose la piel por tener simplemente una forma decente de ganarse la vida. Es como si todos tuviéramos que prostituirnos en estos tiempos. O al menos yo siento que lo hago. Y eso, créeme, me hace sentir una enorme frustración, una especie de No-Sé-Qué-Cojones-Está-Pasando. Todo Lateral nace de la necesidad de hablar de ello. Nace del trabajo. De empleos que, de hecho, desempeñé y que aun sigo desempeñando, como poner gasolina por dinero. Pero no creas, escribir sobre ello era casi igual de complicado. Sudaba tinta, literalmente. Básicamente me dedicaba a disecar experiencias, día tras día, durante años, tratando de separarlas del lado emocional. Supongo que merece la pena mencionarlo porque muchas veces la escritura no viene sola, no la mueve eso que llaman inspiración. Yo no estaba inspirado, para nada. Si estaba algo era jodido, así que escribir, en el fondo, es como cualquier otro trabajo. De hecho tengo un viejo reloj de esos para fichar, con sus tarjetitas y todo. Me lo regalaron cuando me gradué en Yale.

Es como aquello que decía George Saunders de lo incómodo que se sentía cuando su mujer le miraba mientras escribía. “¿Qué ves cuando observas a un escritor metido en faena? Un tipo mirando la par…”

Un hombre llorando (risas).

Teniendo en cuenta que tu estilo se orienta a la literatura más vivencial, personal… ¿Tienes miedo de cómo va a reaccionar la gente que conoces o vas a saco, a lo Karl Ove Knausgård?

No, en absoluto ¿Por qué especular? Además, trato de que nadie ni nada interfiera con lo que quiero escribir. De hecho, si alguna vez surge la duda, como si no debería escribir sobre esto o aquello, siempre me acuerdo de algo que decía Amy Hempel: «Para combatir el dolor: Una vez se me perdió el perro y acudí a un guardia de Maine que me dijo «Personalmente, buscaría donde no tuviera ningunas ganas de mirar». Se refería a buscar restos de perro esparcidos por las cunetas. Lo que me hizo pensar: vaya, ese es justo mi trabajo, buscar en los lugares donde odio mirar.»

Isaac Reyes

*tras repasar a posteriori la reseña de Amat me di cuenta de que, pasmo y espanto, este buen hombre NUNCA escribió nada parecido (a pesar de haber rescatado para mí mismo y decenas de veces esa supuesta afirmación), lo que deja en evidencia la profunda tara cognitiva y mental que, probablemente, esté padeciendo este redactor en lo que a recordar su propia existencia se refiere. Tengan piedad.