La ciudad es un complejo poliedro, con sus aristas y la perfección geométrica de su conjunto pese a las pretensiones de quienes sólo quieren mirar y reconocer una de sus caras, dogmatizada como la única esencial. Pese a esa mirada unidimensional y a la imagen monolítica cincelada a conciencia por quienes no quieren o no son capaces de proyectar otra por desconfianza o falta de imaginación, la ciudad es un complejo poliedro, tan bello como descarnado, tan clásico como transgresor y moderno sin dejar de ser romántico, ancestral y barroco.
Los “tipos estrafalarios que sacerdotalmente ejercitan el cante flamenco (…), cante en el que, como en toda religión, hay que tener fe”[1], a decir de Chaves Nogales, y que nunca más apasionadamente ejercen ese sacerdocio que en noches de plata y relente al calor de tabernas tan antiguas como esa experiencia desgarrada. Y también otros espacios, otras ideas, otros discursos, otras realidades de aquí, innumerables y contradictorias, riquísimas e inconformistas, absolutamente valiosas.
El SEFF (Festival de Cine Europeo de Sevilla) es una de ellas. Nacido de las cenizas del felizmente finado invento del Festival de Cine y Deporte, en unos años y bajo la brillante (e ilustrada) dirección de José Luis Cienfuegos (sin olvidar al pionero Manolo Grosso), ha crecido hasta convertirse en cita importante de la cinematografía europea y serio dispositivo al servicio de la educación en la cinefilia. Este año, sin ir más lejos, por aquí han pasado para recibir el Giraldillo de Honor y estrenar su última película (Una Questione Privata) los hermanos Taviani, maestros del cine. Pero últimamente Sevilla ha contado con la presencia de nombres como el de Agnès Varda, Stephen Frears, Milos Forman, Vittorio Storaro, Nikita Mikhalkov, Colin Farrel, Kenneth Branagh, John Turturro, Danis Tanovic, Ben Kingsley o Mateo Garrone. Festival de vocación más didáctica y visibilizadora de ese otro cine que tiene difícil llegar al gran público, que de los oropeles de una alfombra roja, el esfuerzo se viene canalizando hacia la elaboración de una Programación sólida, el diálogo constante con la ciudadanía y el propósito de llevar este discurso a la Universidad y los centros educativos. Muestra de ello son las proyecciones que se realizan en diferentes espacios de la ciudad, durante el resto del año, de películas sin distribución comercial en nuestro circuito, o esas salas llenas de estudiantes y profesores que se han podido ver durante los días de Programación oficial.
Y, sí, la cinematografía europea ha puesto su mirada en esta ciudad que verá recompensada su labor y esfuerzo en este sentido con la organización y celebración el próximo año de la Gala de entrega de los Premios de la Academia del Cine Europeo.
Del Renacimiento a Pasolini
En relación a lo expuesto anteriormente baste como paradigma de este año la celebración, dentro de las actividades paralelas del Festival, del Día de la Lengua Italiana en colaboración con el Centro Cultural Italiano y la Universidad Pablo de Olavide. Destacó la conferencia del profesor Giorgio Gaggero sobre la influencia de la pintura renacentista en el cine italiano desde los 50 a los 70 del siglo XX, y más concretamente de Piero della Francesca en El evangelio según San Mateo de Pasolini.
Sobre el discurso de las intersecciones de las artes (en este caso la pintura y el cine), el profesor italiano desgranó pinturas y fotogramas (“el cine es pintura en movimiento”) atravesadas de filosofía, teología y compromiso social.
Pasolini, pensador, cineasta y poeta, y una de las más grandes personalidades culturales del siglo XX, fue capaz de conciliar en su película sobre la vida de Cristo su pensamiento marxista (no dogmático, por cierto), su amor por la pintura medieval y renacentista italiana (siendo Piero della Francesca un referente primordial) y su compromiso social para con las clases populares y desfavorecidas. “Pasolini quiso devolver la figura de Jesús de Nazaret al pueblo”, afirmó hace unos años Enrique Irazoqui, protagonista del film, en el marco del Concilio Vaticano II organizado por el Papa Juan XXIII, de quien el director era amigo sincero y al que dedicó cariñosamente su película. Y así este comunista, homosexual y librepensador ejecutó la que hoy califica el Vaticano (L’Osservatore Romano, 2014) como mejor película sobre la figura de Jesucristo jamás realizada.
El profesor Gaggero discurrió por las bellas pinturas de Piero della Francesca como elemento inspirador de unas imágenes adscritas a las formas neorrealistas del cineasta (aquí hondamente fundidas con la esencia del mensaje evangélico), que le llevaron a elegir diversas localizaciones del deprimido sur de Italia (destacando Matera y sus sassi excavados en la rocas) y, por supuesto, actores no profesionales y rostros comunes con tendencia al feísmo. Esta confluencia artística entre pintura y cine es visible, más allá de lo estético, caso de las anacrónicas vestiduras de los soldados romanos y los grandes tocados de los fariseos (con acerado mensaje subliminal a ciertos sectores de la jerarquía eclesiástica, por cierto), de la impactante secuencia inicial con esa María revelando a José su embarazo, que se diría salida de la “Madonna del parto” de la capilla de Monterchi, o de esos ángeles físicos y humanizados como los que a veces aparecen en los frescos del pintor toscano, en aspectos más técnicos y filosóficos.
De entre los primeros destaca la elección de la perspectiva en las escenas del juicio a Jesús. Ésta, se adopta de una manera muy novedosa en el cine, desde la mirada de San Juan Evangelista o San pedro, entre el público, de lejos, confiriéndole un aire muy documental. Algo parecido a lo que encontramos en La flagelación de Cristo, tabla del maestro toscano, de 1470.
En cuanto a los segundos, afirmaba Girogio Gaggero que “Pasolini adopta también todo lo que internamente subyace a la pintura de Piero della Francesca”. Y así, encontramos esa imagen de María, muy criticada a partir de Concilio de Trento pero abundante hasta entonces, de preñez oronda y humanizada, y su profundo combate interior en unos primeros planos introspectivos que aluden a esas Madonnas ensimismadas que parecen dialogar más con sus cuitas internas que con el observador, y esos silencios dilatados que también transmite la pintura y que razonan sobre las angustias y dudas razonables que atraviesan a los personajes de esta historia controvertida y reinterpretable.
El resultado fue una película personalísima y universal, atravesada del pensamiento marxista de su autor y fiel al texto y espíritu evangélico, vituperada por algunos sectores católicos en el momento de su estreno y hoy proclamada por los medios oficiales de la Santa Sede como la mejor obra sobre la vida de Cristo, ardua y bella, difícil y cercana. Para siempre quedarán las escenas del dolor de María ante su hijo crucificado, interpretada por la propia madre de Pasolini (nunca se retrató mejor este dolor), Enrique Irazoqui, activista antifranquista y comunista en la Universidad, que encarnó a un Cristo magistral (antológicos los primeros planos encadenados con los discursos y las parábolas), y una película, en fin, que enmendaba la plana a los cínicos oropeles hollywoodienses y a media curia romana con el beneplácito de Juan XXIII a cuya “querida y feliz sombra familiar”[2] dedicó el director esta obra maestra, llevada a la Universidad por el SEFF y el Centro Cultural Italiano.
El otro cine
Dejando a un lado la vocación didáctica, el SEFF también está cumpliendo sobradamente su aspiración de visibilizar ese otro cine que tiene difícil estrenarse en salas comerciales o llegar al gran público. Para ello, tanto la Sección Oficial como las paralelas vienen ofreciendo una variada programación que expone mucho de lo mejor de ese cine hecho en Europa.
De la variada oferta seleccionamos una película que se ha ido sin premio pero que venía de obtener galardones importantes en el este de Europa, Little Crusader, del director checo Václav Kadrnka. Situada en un escenario controvertido, el de la mítica (o no) Cruzada Infantil presuntamente desarrollada durante el siglo XIII tras el vergonzante saqueo de Constantinopla por los caballeros de la IV Cruzada, y con una atractiva premisa, un veterano cruzado que ha regresado al hogar tiene que salir en busca de su hijo de corta edad. Éste ha marchado a Tierra Santa a recuperar los Santos Lugares, armado sólo de su Fe junto a la de otros compañeros de un infantil ejército. La película es un paradigmático exponente de ese cine que podría haber adoptado formas convencionales destinadas a lo comercial pero que elige el arduo camino de la síntesis y el despojamiento de recursos para elaborar una reflexión sobre la paternidad y la pérdida, el Tiempo inexorable y el sentido de la existencia revelado en el amor.
Con unas formas cercanas a las de Bresson (Lancelot du Lac) o Rohmer (Perceval le Gallois), largos planos sostenidos y unos primeros planos deudores de Dreyer, el director checo compone un film críptico y onírico, desbordante de imágenes simbólicas y silencios atravesados del rumor de la naturaleza, en el que el Santo Grial perdido puede ser la propia infancia o la inocencia enferma y sucia en un Hospital de peregrinos. Niños con palmas que se encaminan al martirio, un velo blanco que se abre a la luz cegadora, un pañuelo con un rostro infantil que se desvanece y una medalla que pasa de mano en mano en un plano secuencia inolvidable. Peregrinación secular y febril, compleja, pero embellecida en la luz y los colores del paisaje y en los frescos románicos que inspiran algunas imágenes. Cine ciertamente difícil hasta, incluso, lo inaccesible. Pero que deja poso. Ya lo comentó su protagonista, el actor Karel Roden, en la presentación: “No sean impacientes con la película. Tarde o temprano les encontrará”. Puede ser. Quizás los espectaculares efectos especiales del próximo blockbuster me encuentren soñando con el apacible rumor de las olas del sur de Italia con Palestina en el horizonte. Entonces el SEFF habrá merecido la pena.
José Manuel Moreno Campos
[1] Manuel Chaves Nogales, “La Ciudad”, 1921.
[2] Pier Paolo Pasolini, dedicatoria a Juan XXIII que abre la película “El Evangelio según San Mateo”, 1963.
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