Estados Unidos es un país laico. Al menos eso dicen la Constitución de 1787 y la I Enmienda, que recoge la prohibición de crear cualquier ley que establezca una religión oficial. Sin embargo, para los estadounidenses la religión es algo muy serio. Haciendo números y según el censo oficial de los Estados Unidos[1], de los 228.182.000 de habitantes adultos de ese país, 182.198.000 profesaban una religión en 2008. Eso supone el 79,849%. Por comparar con un país aconfesional católico con larga tradición cristiana, en España se consideran religiosos el 72,5%[2] de los habitantes. Las conclusiones pueden ser variadas pero los datos no mienten.

Obviando la veneración común al todopoderoso dólar, la variedad de credos existente en Estados Unidos resulta surrealista: hay reconocidas 32 ramas distintas del cristianismo y 15 religiones no cristianas. La I Enmienda, otra vez, legitima este crisol vetando aquellas leyes que impidan la práctica de cualquiera de ellas. Así es la tierra de la libertad. Con raíces calvinistas y fortísima inmigración, en Estados Unidos dominan los católicos, seguidos de lejos de los anabaptistas y la rama principal de los protestantes. Los influyentes judíos se quedan en 2.680.000. Se pueden encontrar hindúes, cuáqueros, cristianos científicos (maldito Cruise), musulmanes, adventistas del séptimo día, testigos de Jehová… Y hasta cuatro religiones que ni siquiera se nombran por minoritarias.

Con este panorama y con el fin de evitar controversias, la religión ha estado desterrada durante muchos años de la televisión. Las cadenas norteamericanas le adjudicaban un papel exiguo y temían el boicot de los patrocinadores. Ofender a una comunidad religiosa puede suponer perder millones de espectadores pero también ver como los lobbies correspondientes bloquean la llegada de fondos o mueven sus hilos Washington para censurar un programa. Una ruina. Con los dibujos animados la tendencia era aún más acentuada y se trataba de rehuir el tema, bien por prudencia (a los padres les gusta que sus hijos carguen con sus dioses) o bien porque se consideraba un contenido inapropiado para los niños. Los Simpson rompieron este tabú.

La religión y Dios han tenido desde sus inicios hace veinticinco años un papel muy significativo dentro de Los Simpson. La Iglesia, las sectas o la Teología son temas recurrentes en la serie, que allanó el camino a otras emisiones como House M. D. o Perdidos, cuyos personajes plantearon de forma mucho más abierta el debate sobre las creencias. Pero, ¿cómo han logrado los Simpson hacer humor con la religión sin pagar la factura? Ese es el misterio.

Desde la sátira, Los Simpson reconocen la resonancia de la religión en la sociedad americana, admiten de manera general la existencia de Dios y respetan los símbolos religiosos, que no se muestran en demasía para no ofender. Se carga, es cierto, contra la Iglesia (la que sea), contra las imposiciones de la fe “verdadera” y contra la rentabilización de las creencias. No obstante, esa es la especialidad de los Simpson, descubrir la miseria humana y señalar los defectos del hombre desde el humor. La divinidad no se toca. Los dos personajes más religiosos de la serie, Ned Flanders y el Reverendo Lovejoy (literalmente, amor alegría), así lo demuestran.

Flanders es el típico meapilas más papista que el Papa. Eso en el caso de que reconociera al Papa, cosa que no hace. En teoría, advirtiendo la ambigüedad y el misterio que existe en torno a la definición exacta, la religión oficial de Los Simpson es la rama occidental del plesbiluteranismo estadounidense. Cismas al margen, sea cual fuere la variante del cristianismo, Ned sigue a rajatabla los principios de su religión. Incluso los que se contradicen. Reprimido, fanático, Flanders es un verdadero creyente, un hombre “más santo que Jesús” (Homer dixit). Firme y fuerte en sus creencias, solo reniega de su fe un par de veces y lo hace en situaciones tan extremas como la pérdida de su casa (Huracán Neddy) o la muerte de su esposa (Solo de nuevo, naturalitamente). Su arrepentimiento, por supuesto, es inmediato. Incluso cuando la tentación llama a su puerta en forma de actriz de Hollywood, reprime sus instintos y acude a la Biblia. Es un hombre sacrificado, se preocupa por sus vecinos y tiene un sentido tan elevado del deber que se marcha corriendo a bautizar a los hijos de Homer y Marge (Hogar, dulce hogar, tralarí, tralará) en cuanto de entera de que no están bautizados. Sin lugar a dudas, Flanders es un cristiano modélico. Y eso le lastra. Porque a la religión le pasa como a la vida, que en teoría es bella y su mensaje es hermoso, pero en la práctica se vuelve dura y contradictoria. La santidad se paga cara.

Esto último lo sabe el Reverendo Lovejoy, que prefiere el desengaño a la gloria celestial. Con aspecto pomposo y pinta de telepredicador, Lovejoy viene de vuelta de demasiadas cosas, incluido de él mismo. Tiene los ojos tristes y la mirada apática de quien conoce sus propias mentiras. Con cierto punto agnóstico, es egoísta y superficial y solo parece ser feliz cuando conduce sus trenes. Representante de la religión oficial, a la que no deja en muy buen lugar, discute sus propios dogmas y se burla de sus creencias: “Ned, ¿has pensado en cambiarte en alguna otra religión? Todas vienen a ser lo mismo”. Padre fracasado de una niña gamberra, su matrimonio con la cotilla oficial del pueblo tampoco le ayuda a mejorar. Cansado de su trabajo, da sermones eternos que aburren a los feligreses y no tiene ningún interés por los problemas de su feligresía. Tal es su apatía que acabó siendo sustituido como consejero espiritual por Marge en el capítulo En Marge confiamos. Y es que, lejos de ser el guía espiritual que conduce a su rebaño, Lovejoy es el muermo que amenaza a sus feligreses con el fuego eterno.

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Probablemente por este motivo, pero también por su pereza, Homer detesta ir a la iglesia. Personaje universal y vago, ignorante y tierno a parte iguales, la religiosidad de Homer es un crisol de eslóganes contradictorios dignos de analizar. Capaz de demostrar la inexistencia de Dios en un brote espontáneo de inteligencia provocado por la extracción de un lápiz de cera (HOMR) y al mismo tiempo de describir a Dios por su dentadura perfecta y su buen olor, “lo que se dice un tipo con clase” (Homer, el hereje), la imagen de la divinidad, da la Iglesia y de la propia religión de Homer está más extendida de lo que podría intuirse por su perfil. Desconocedor de la doctrina y del dogma (“¿Jesús? No es ese el que reveló el secreto de los magos”), reacio a las instituciones superiores y a sus ministros, inseguro de su fe y tremendamente cruel con las creencias ajenas (“No te ofendas Apu, pero cuando repartieron religiones tú deberías estar haciendo pis”), Homer es el típico mal feligrés. Defiende, eso sí, el derecho a creer en la divinidad sin la necesidad de estar atado a una Iglesia, a sus dogmas y obligaciones. Todo muy propio de una mentalidad muy extendida en una sociedad donde la individualidad domina sobre el sentido comunitario tradicional de las religiones y donde las vacilaciones teológicas son casi tan absurdas como coherentes. La “Paradoja de la Omnipotencia” es un ejemplo: “¿Puede hacer Dios un burrito tan picante que ni el mismo pueda comérselo?” (Este Burns está muy vivo) es una pregunta de gran densidad teológica, tanto que ni Ned Flanders es capaz de responderla. Los porros es lo que tienen. Si Flanders hubiese estado más espabilado y Homer menos drogado, podrían haber acudido a la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino para responder la incógnita, que pone en tela de juicio el carácter todopoderoso de Dios. Sin formación no hay entendimiento y todo deriva en un batiburrillo de ideas sin principio ni final. ¿Quién sabe definir, hoy en día, sus creencias?

Probablemente, Homer no tuviera dudas existenciales y solamente quisiera fastidiar o escurrir el bulto. Como en Homer, el hereje, cuando se niega a ir a misa el domingo y vuelve a tirar de absurdo para ganar una discusión de pareja: “Pero Marge, ¿Y si hemos elegido la religión equivocada? ¡Solo estaríamos enfadando a Dios más y más cada semana!”. O cuando se convierte en ídolo de su hijo y dice ser de esa religión “de principios bienintencionados que nunca se cumplen… ¡cristianismo!”. Porque en su fondo, Homer es creyente. A su manera, pero creyente. Tanto como para admitir, en un cuelgue de marihuana, que Dios hace muchas cosas por él y él no hace nada a cambio. Tanto como para caer en una secta…

Con una cancioncilla pegadiza, los Movimientarios consiguen convencer a Homer para que reclute a su familia para la causa de su secta. La promesa es “sencilla”: planear un viaje en un vehículo galáctico al planeta Felizonia. Los requisitos son vivir en comunidad, trabajar cultivando alubias y adorar a la misteriosa figura del líder, que vive en el granero prohibido y se pasea en Rolls-Royce. Las técnicas de lavado de cerebro hacen el resto y hasta Lisa acaba tomando decisiones irracionales y abandonando su libertad para complacer al líder. La cordura de Marge, los ejercicios de reprogramación de Lovejoy y Flanders y la cerveza deshacen el entuerto. Pero la historia del capítulo La alegría de la secta es más que una historieta de ingenuos infelices que alaban a un timador, es una crítica a las mega-iglesias estadounidenses. De hecho, los Movimentarios son una fusión de Puerta del Cielo, la Iglesia de la Unificación, la Cienciología y el Templo del Pueblo. Debajo se esconde la crítica sutil, una comparación entre las sectas y la religión normal vertebrada, con un ser humano que corrompe los ideales por el dinero y el poder. Matt Groening, que era boy-scout, afirma haberlo sufrido en sus carnes.

Tras las críticas a la Iglesia y a la codicia de la especie humana, en los Simpson siempre queda el mensaje positivo (lo siento por el progresismo de salón pero los Simpson son tremendamente moralistas). Como demuestran la conversión al budismo de Lisa (Lisa de poca fe), el bar mitzvah de Krusty (Hoy ya soy un payaso) o la devota actitud de Marge, la religión se presenta como un ámbito de la vida reconfortante que ayuda a dar sentido a la existencia humana. De hecho, para los Simpson, la religión es uno de los pocos refugios vitales junto con la familia. Quizás por eso los estadounidenses hayan aceptado la crítica, por el hecho de ver confirmado que todas las religiones son igual de estúpidas si se tratan con humor pero igual de válidas si se miran con respeto. Dios bendiga a los Simpson.

 Francisco Huesa (@currohuesa)

 

 

[1] Los datos pueden consultarse en http://www.census.gov/compendia/statab/cats/population/religion.html.

[2] Barómetro de CIS de octubre de 2014.