DÍA 2 Y 3 (que son el fin de semana del 9 y 10 de noviembre, en efecto)

What Richard Did

The Deep

 

En algún punto de la ciudad, de un momento a otro, va a sonar una marcha procesional. Y va a hacerlo durante un buen rato.

Es interesante que la nueva cúpula directiva del SEFF (FCES) haya decidido desparramar las sedes del festival por el centro de Sevilla. En ediciones anteriores, con las películas proyectadas casi exclusivamente en el refugio adolescente de fin de semana de los cines Nervión Plaza, si se venía de fuera resultaba más complicado hacerse una idea concisa de cómo funciona la ciudad cuando la maquinaria de promoción que es un evento de este tipo echa el cierre hasta su próxima edición. Por suerte, coincidiendo con el trajín de corredores de fondo con entradas para el festival que van de un cine a otro por las calles del centro, este fin de semana no se ha perdido la costumbre de sacar un paso a la calle. Exactamente se han sacado dos pasos, uno el sábado y otro el domingo. De algún modo, la planificación de la liga de fútbol y de la devoción estatuaria sevillana empieza a confluir de un modo inquietante. Por ejemplo, a pesar de la cercanía de la procesión de nazarenos y la procesión de espectadores de cine europeo[1], ningún grupo se encuentra, lo cual los acerca todavía más a la mecánica propia de los días de fútbol de la ciudad: béticos por un lado, sevillistas por otro, circulen señores.

Pero volvamos a lo que nos atañe de verdad: el número de treintañeros rapados al cero por incipientes problemas de alopecia se mantiene estable mientras que el de los pre-jubilados ha decrecido ligeramente a favor de los veinteañeros. Lo menciono porque el público tan sólo podía optar a dos tipos de abono: el convencional de ocho películas por 20 euros y el especial para estudiantes de 20 películas por 20 euros, lo cual se queda considerablemente corto teniendo en cuenta el promedio de edades que uno encuentra en cualquier sala a la que entre por azar. El mantra cienfueguense sobre tratar de construir un festival “para todos” resuena de manera espectral. ¿Cómo se hace eso? Quiero decir, si ser el jefe supremo de los programadores y organizadores del evento se asemeja tan solo un poquito a la toma de decisiones propia del creador de cualquier (perdón por la expresión) “producto cultural”, ¿cómo se trata de prestar atención a todo el mundo? Por mi experiencia y por la experiencia que he robado de otras personas, semejante propósito solo se consigue a base de malabarismos y ciertas contenciones, la clase de no exceso y no riesgo que anticipan esos mensajes tan espeluznantes de APTO PARA TODOS LOS PÚBLICOS.

¿Cómo se crea un festival apto para todos los públicos? Bueno, puede que What Richard Did sea un buen ejemplo. Se coloca dentro de la Selección EFA, criterio que es un poco redundante (el SEFF selecciona lo mejor de la Selección EFA) y según la Academia del Cine Europeo, la película de Lenny Abrahamson es interesante…por algún motivo, razón que intento averiguar cuál es, ya que, en fin, si un grupo de personas se han molestado en tragarse decenas de películas europeas para seleccionar lo mejor de lo mejor, algo debe tener. Aunque los festivales sean una lotería, aunque en esa lotería juegue tanto la suerte de uno seleccionando películas como de los programadores negociando o rigiéndose por su propio criterio.

Pues en la quiniela que me ha llevado hasta What Richard Did me he topado con cierto cine europeo seco del que particularmente no puedo extraer nada bueno, la clase de cine donde un director ha pensado mucho, muchísimo, sobre un tema y decide que debe comunicar al público sus conclusiones en aproximadamente 90 minutos. No es que esto tenga nada de malo (a fin de cuentas, el arte, o una parte rematadamente grande de él, no podría existir sin ello), más bien ocurre que como espectador uno puede distinguir entre el discurso que no duda de sí mismo y lo tiene todo claro y quiere que escuches atentamente al conferenciante que ha tenido la suerte de financiar su disertación y el discurso a cuya formación uno asiste en directo, sin saber exactamente qué reclama de uno ni hacia dónde va. La diferencia entre una y otra forma es que la segunda tiene en consideración la inteligencia del espectador y a la primera el espectador le importa tanto como un profesor emérito de universidad soltando la lección inaugural.

Abrahamson quiere contarnos el origen de la clase de tiburones implacables que ha ayudado a mandar a tomar viento a países como el suyo, Irlanda, y lo hace con el estilo realista-seco tan propio de cierta postura autoral que considera que contar una historia sin artificio narrativo ni visual ni sonoro alguno otorga mayor seriedad y rigor al asunto y si el asunto en cuestión es dramático, pues todavía más. Personalmente, este planteamiento me saca de quicio. Especialmente en casos como los de esta película, donde al director no le importa tanto el cómo o el por qué como el presentarnos una idea que ya tiene bastante clara: esta clase de depredadores nacen con el esfuerzo de unos padres obsesionados por el logro y la victoria social de sus hijos, padres que, como sus hijos, no son meros psicópatas, sino que también lloran ante los errores descomunales (como reventarle la cabeza a un chico de dieciocho años) y…ya. Uno tiene la impresión de que le quieren contar un poco más pero no terminan de hacerlo, que esos 90 minutos de chico-deportista-de-familia-acomodada en el prólogo de transformarse en una apisonadora empresarial están llenos de huecos, los titubeos de quien se esfuerza por contenerse para dotar a su película de un aire (por alguna razón) obligatoriamente discreto, que no levante demasiado la voz. Pero en fin, qué vamos a reprochar nosotros. Si en España al menos se plantease la historia de un brillante aspirante a jugador de fútbol que comete una atrocidad y esa tragedia sirve de referente para prever la clase de neo-terrateniente económico en que se va a convertir, pues ya sería un gran avance. Así que después de todo, a pesar de caer en la misma tibieza de siempre propia de este estilo contenido y carecer de un planteamiento que deje lugar a algo más que reafirmar lo que todos sospechamos de esos Hombres del Año de la revista Forbes, What Richard Did resulta mucho más arriesgada en su propuesta que buena parte de lo que van a premiar el próximo febrero en los Goya.

INTERLUDIO: MÁS DATOS ALEATORIOS QUE, ESPERO, SIRVAN PARA ENTENDER ALGO

· El tiempo promedio de desplazamiento entre los cines situados en la Alameda de Hércules y los situados en la zona del hotel NH sede del SEFF es de 10 minutos con zancadas rápidas de individuo europeo de 1´85 metros de altura.

· La barba espesa es un complemento estético de moda entre los espectadores treintañeros.

· Las conversaciones captadas al azar por este articulista sobre las películas visionadas por otros espectadores nunca son negativas: a lo sumo, denotan cierta indiferencia.

· Si la ausencia de indignación, en cualquier segmento de edad, supone o no un serio problema de contenido o de planteamiento autoral o de algún tipo, es cuestión de prestarle atención en algún momento.

· La masa de espectadores, tras tres días de festival, se ha visto reducida considerablemente respecto a otros años, dato que probablemente contradigan las estadísticas post-evento, pero es lo que uno observa a simple vista.

· Puede que lo anterior se deba a una mejor distribución de las películas por las distintas sedes, ya que las salas, por lo general, se llenan en su totalidad. Si existe semejante plan de diseminación, deberían darle un premio especial del público o algo.

· Aproximadamente el 95% del público con edades comprendidas entre los 22 y los 40 años sufre de una ansiedad por la interpretación de las películas que, quizá, tenga algo que ver con la ausencia de indignación u ofensa. Casualmente es el segmento de público que, de un modo u otro, se ha formado (o se está formando) académicamente hace relativamente poco tiempo.

· Los baños de los distintos cines están sorprendentemente limpios y aromatizados.

FIN DEL INTERLUDIO

The Deep podría haber sido un documental genial. Y podría haberlo sido porque sus posibilidades son tan atractivas como poderosas: la historia del único superviviente del naufragio de un barco pesquero islandés en aguas del Atlántico Norte, donde la temperatura del agua rondaba los cinco grados y por lo general un ser humano no aguanta más de diez minutos antes de morir de hipotermia. En cambio, Guðlaugur Friðþórsson nadó durante aproximadamente siete horas por esas aguas hasta arribar a la isla de la que partió el barco, donde le esperaban otras dos horas de escalar rocas y caminar descalzo por el páramo de pedregal volcánico. Las posibilidades del milagro de Friðþórsson no se limitan a su supervivencia y eso lo sabe bien Baltasar Kormákur, a quien no le importa tanto ofrecer un Naúfrago islandés como una reflexión sobre el afán analítico y clasificatorio del hombre racional, sobre la pasmosa habilidad de ciertas comunidades para colocar su casa en entornos tan hostiles como un volcán en activo, sufrir las consecuencias de esta elección y volver tras la catástrofe para continuar con sus vidas sobre la cuerda floja. Se agradece que a Kormákur no le afecte el mal del realismo-seco, sobre todo teniendo en cuenta que su historia es incluso más dramática que la del irlandés patea-cráneos: se molesta en jugar a filmar la infancia y las ilusiones del marinero a la manera de una vieja película casera en super-8, introduce pequeños saltos de imagen donde los cuerpos y la estructura del barco flotan abandonados en las profundidades verdosas del lecho atlántico.  De nuevo, al final se trata de una cuestión de intenciones: Kormákur deja entrever que existe numeroso material documental sobre el pueblo pesquero levantado prácticamente en la boca de un volcán, sobre el mismo Friðþórsson, sobre los planos absurdos del científico empeñado en otorgar una explicación a su supervivencia, sobre cómo quedó solapada la tragedia por la admirada reconversión de un marinero en héroe nacional solo por sobrevivir a un naufragio. Si el planteamiento como ficción de The Deep, como suele ocurrir en estos casos, nos sugiere un “observad cómo lo hizo”, las propuestas del documental posible sobre el mismo acontecimiento resultan aún más estimulantes. ¿Qué tienen que decir los protagonistas y sus familiares y sus hijos y los tercos habitantes del volcán? ¿Qué les parece que la tragedia hubiese quedado en segundo plano, tanto al superviviente como a todos los demás? ¿Qué tienen que decir sobre los milagros y sobre la hipótesis de la grasa de foca de los científicos?

Pero The Deep es la película que es y no hay que darle más vueltas, porque no se van a arrepentir de verla[2].

Isaac Reyes

[1]  Problema terminológico: ¿Qué término se emplea para la masa de gente que no está en la sala pero se dispone a ir a la sala donde proyectan películas del festival? Un nazareno lo es en el momento de echarse a llenar las calles de cera de cirio pero un espectador no lo es hasta que se encierra sentado en su butaca.

[2] Además, Ólafur Darri Ólafsson, que interpreta a Gulli, el marinero superviviente, tampoco se queda corto tragando agua, padeciendo el frío casi polar y sufriendo por amor a la interpretación.