La magnífica iniciativa y puesta en escena de las principales novelas de Bruce Montgomery, conocido literariamente como Edmun Crispin, dio un vuelco a la novela policíaca con la invención de su personaje Gervase Fen, considerado uno de los imprescindibles investigadores de la novela de género inglesa y, por extensión, internacional.
Se trata de libros preciosos, perfectamente editados por Impedimenta, que atraen desde el primer momento por el apartado visual. No es un secreto que, entre muchas opciones, el cliente puede decantarse por un libro en especial por el diseño de su portada, por el formato del volumen e incluso por el olor y tacto de las páginas que tienen lugar durante el primer acercamiento. Estos prolegómenos han sido superados con nota y ahora toca abordar los contenidos, sintetizados en la sinopsis y desarrollados en el texto.
Edmund Crispin nació en 1921 en Chesham Bois, Buckinghamshire y asistió al St. John´s Collage en Oxford, circunstancia que influyó de manera decisiva en la ambientación de sus novelas y relatos aun cuando suele comenzar sus escritos declarando que los lugares, hechos y personajes son fruto de su imaginación. Allí, en Oxford, ciudad peculiar en muchos sentidos, Crispin estudió Lenguas Modernas y ejerció como organista y maestro de coro durante dos años, hechos hábilmente utilizados para caracterizar a algunos de sus más emblemáticos protagonistas.
Preguntado por sus influencias, parece ser que el novelista americano John Dickson Carr se encontraba entre sus favoritos. La impronta de Carr llegó a ser tan intensa que Crispin, junto a otros compañeros aficionados a la novela detectivesca, fundó en Oxford el Carr Club (escenario un pub) en el que uno de los miembros proponía un crimen y el resto de los participantes debían resolverlo, o al menos intentarlo, mediante deducciones detectivescas.
La excentricidad de nuestro autor se refleja en respuestas distópicas como las que regalaba al ser preguntado por sus aficiones: nadar, fumar, leer a Shakespeare, escuchar óperas de Wagner y Strauss, vaguear y mirar a los gatos no se puede considerar en ningún caso una réplica convencional. Curiosamente, afirmaba sentir antipatía por las novelas policíacas, psicológicas y realistas, y por el teatro contemporáneo, anacronía de envergadura si tenemos en cuenta que sus novelas policíacas se encuentran entre las más valoradas y a ninguna de ellas le falta la sal de la psicología.
Nace así su detective, su peculiar Dupin, el profesor y detective aficionado Gervase Fen, ya presentado, peculiar personaje afincado en Oxford, ciudad que conoce como la palma de su mano y en la que tienen lugar sus principales aventuras. Recuerda Fen al propio Holmes por su excentricidad y su búsqueda constante de desafíos a su mente, ejercicio detectivesco sin el que su vida corre el riesgo de caer en la monotonía. De modo casual, siempre se encuentra en el centro de la acción, o bien es invitado e incluso testigo de excepción de extraños casos de asesinato que suelen tener lugar en “ambientes a habitaciones cerradas”, un subgénero ya usado por Conan Doyle, Poe o Leroux.
Hablemos de los cinco libros que nos han traído hasta este punto. La juguetería errante fue escrita en 1946 aunque Impedimenta la publicó en 2011. Se trata de una exquisita novela detectivesca protagonizada por Fen. En ella tiene que dar con la clave de un peculiar asesinato que tiene lugar en una juguetería que terminó no ser tal. En esta aventura, el reputado poeta Richard Cadogan decide pasar sus vacaciones en Oxford tras un tira y afloja con su editor. Tras un viaje en tren desde Londres a la ciudad universitaria que se convierte en protagonista del comienzo de la trama, la noche conduce al famoso, aunque no bien remunerado trazador de versos, a penetrar en una juguetería abierta de par en par para que así comience la acción.
Con magistral imaginación, la llegada de la policía coincidirá con la imposible transformación de la juguetería en una tienda de ultramarinos sin cadáver. Ello constituye todo un reto para Fen, amigo del poeta, al que unen el pasado y el interés por aclarar los retos del misterio. Un testamento extraño, un asesinato imposible y numerosas referencias literarias de las que hace alarde al autor, terminarán por volvernos locos. El aparentemente poco juicio en el proceder del detective aficionado se torna cuerdo para culminar con el aplauso del lector, que obligatoriamente se rinde ante la erudición de un texto cuyo argumento resulta ser de lo más simple.
Impedimenta publicó en 2012 El canto del cisne, novela escrita por Crispin en 1947 y en 2015 El misterio de la mosca dorada, de 1944 que es en realidad la primera entrega de la serie. Por tanto es el primero de los títulos que debería leer quien quiera seguir la línea temporal de las aventuras de nuestro entrañable detective. Tras esta, bien podemos abordar La juguetería errante o Asesinato en la Catedral, ambas de 1946.
En El misterio de la mosca dorada descubrimos a Gervase Fen en plena efervescencia. Nos es presentado, y así lo corroboramos, como un excéntrico profesor aficionado al misterio, mente inquieta en busca de enigmas y retos que pongan a prueba su sagacidad. En esta ocasión, una joven insolente e impertinente es asesinada, y todos aquellos que han convivido con ella pasan a ser considerados sospechosos de su muerte. La policía apostará por la teoría del suicidio, la más plausible, si bien Fen cambiará el curso de los hechos basándose en los más pequeños detalles. Por supuesto, Oxford es el escenario ideal para cumplir los propósitos narrativos deseados, y de este modo, la ciudad se convierte en uno más de los personajes.
Es imposible obviar la erudición de cada cita, todo un recital de conocimientos en que se rinde homenaje a los más ilustres escritores británicos, cuyas frases más célebres aparecen recurrentemente en los diálogos (por cierto, excelente y oportunamente traducidas al castellano a pie de página). ¿Y la mosca dorada? Quizás el mismo Crispin no quisiera acarar el título, basado, o más bien referenciado a una cita clásica, en la que no incide o, quién sabe, incide con la omisión de una explicación plausible para, nada más y nada menos, que el título de una novela.
José C. Vales, conocedor de la obra de Edmund Crispin, explica al lector con todo lujo de detalles todo aquello que pueda suscitar interés e incomprensión en este último, de ahí que, junto con El misterio de la mosca dorada, la editorial haya decidido añadir un postfacio en el que se profundiza en la figura del autor y en la de su querido y admirado detective. Podríamos acercarnos a Crispin a través de estas páginas para proceder, a continuación, a leer las novelas. Desde luego, estaríamos más preparados para comprender muchos de los detalles que nos pasarán desapercibidos aun leyendo atentamente. En el prólogo, en cambio, se realiza una introducción en torno al nada banal tema de los ferrocarriles en Inglaterra y sus peculiares horarios. No en vano, las comunicaciones ferroviarias entre Londres y Oxford se convierten frecuentemente en protagonistas secundarios de las tramas. La estación de Didot, las largas esperas, la imposibilidad de empalmar dos trayectos, la soledad nocturna de los viajeros que no llegan puntuales al enlace, son elementos que despiertan la imaginación del lector.
Volvamos a Edmund Crispin. Sabemos que un problema congénito en las piernas le impedía unirse a sus compañeros en las actividades deportivas y en los complicados juegos, circunstancia determinante para la búsqueda de un refugio en la biblioteca. Esto le sería de gran utilidad para crear a sus personajes: la lectura sistemática de novelas es, probablemente, su estímulo más eficaz. La práctica del piano fue la responsable de crear con frecuencia personajes que lo toquen, o que hagan lo propio con el órgano de una iglesia e incluso de una catedral.
El resultado es una producción literaria de primera línea en la que destacan sus trabajos detectivescos centrados en circunstancias, en apariencia imposibles para cometer los crímenes planteados. De este modo consigue ser metafóricamente galardonado con el reconocimiento de maestro de la creación de misterios centrados en “cuartos cerrados sin accesibilidad”, muy populares en la literatura europea de suspense, imitada por autores posteriores con mayor o menor éxito.
Gervase Fen, su detective, resulta peculiar y al mismo tiempo eficaz y entrañable. Acompañado por Wilkes, su compañero de fatigas, gruñón e imprudente profesor universitario, Fen será anfitrión de personalidades que se verán envueltas en sus propios casos (véase el caso de Cadogan o Blake) que se erigirán en actores secundarios de lujo, participando en diálogos y citas de muy alto abolengo, eficaz modo de demostrar el elevado nivel de erudición del escritor. Es esta otra de las grandes peculiaridades del discurso de Crispin, a veces muy por encima del lector, al que hay que recordarle con frecuencia que solo se trata de exhibición inocua de nivel intelectual, quizás de una reivindicación del gran número de tardes de lectura solitaria en bibliotecas a las que se vio abocado en sus años mozos.
Crispin estudió en Oxford (no podía ser de otro modo) y ejerció de pianista y organista (ya hemos dado pistas para llegar a esta conclusión) pero a su vez se convirtió en un gran frecuentador de pubs que le llevan a describirlos en sus novelas. También se declaró siempre gran aficionado a las novelas baratas de detectives que tan populares resultaron en los años circundantes a la contienda mundial, reflejada (obligatoriamente) en muchos pasajes.
Tenemos, pues, el germen de las novelas más originales de aquellos años y, quizás, de todo el siglo XX: tramas urdidas en grupo que incitaban a la creación de otras, más complejas, fruto de un titánico esfuerzo intelectual, delante a detrás de la barra de un bar en el contexto de juegas interminables. El misterio de la mosca dorada fue creada con inusitado frenesí bajo estas premisas, según testimonio de sus allegados y amigos.
El biógrafo de Montgomery (Crispin), señala una y otra vez la doble imagen de su objeto de estudio pues a una frívola y culta cara adjunta una festiva mejilla que omite en ningún momento. Curiosamente, y a pesar su importante labor literaria, Crispin nunca tuvo una opinión realmente elevada de su labor literaria y no duda en expresar este pensar en diversas cartas remitidas en las que manifiesta que su objeto no era otro que divertirse sin pensar en ningún momento en que esas mismas obras podrían alcanzar la fama que alcanzaron y, mucho menos, la influencia que ejercitarían sobre futuros literatos. Podíamos poner muchos ejemplos pero es oportuno citar al poeta, dramaturgo y novelista irlandés Samuel Beckett. El discípulo de Joyce, gran exponente del experimentalismo y Premio Nobel de Literatura en 1969, no dudó en desprestigiar la palabra como fuente de expresión y manifestó una intencionada indiferencia hacia la trascendencia de su propia obra a pesar de haberse convertido por méritos propios en uno de los más importantes escritores de su generación.
Antecedentes a Gervase Fen: por supuesto, Sherlock Holmes, a finales del siglo XIX. En los albores del siglo XX, el padre Brown de Chesterton y Hercules Poirot, de Agatha Christie. Podríamos considerar también a Maigret, de Simenon, recientemente homenajeado con una serie televisiva de gran calidad producida por la BBC e interpretada por un irreconocible Rowan Atkinson (Mr. Bean), quien cambia de registro radicalmente para deleite del espectador. Pero no hay duda de que Fen, a pesar de sus “hermanos mayores”, adquiere identidad propia y llega al lector en su estilo más puro, no en vano, será uno de los más logrados detectives aficionados (recordemos que no era más que un profesor universitario) que han alcanzado el Olimpo del género negro.
Hemos omitido, intencionadamente, destripar las distintas novelas que, aparte de las aquí señaladas, puede el lector encontrar en las librería o bibliotecas. Será su misión, una vez presentados autor y protagonista, descubrir cada uno de los secretos que esta colección de libros guarda para los momentos de mayor atención, solaz o delirio que queramos otorgarle.
Así sea.
Francisco Javier Torres Gómez
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