Se cumple en este 2015 el centenario del estreno de, quizá, una de las películas más influyentes (si no la más) de todos los tiempos desde el punto de vista del lenguaje cinematográfico. Una película que la inmensa mayoría de espectadores, e incluso aficionados al Cine, no ha visto. Una película que puede ser tachada (y con mucha razón) de racista. Este año se cumplen cien años del estreno de El nacimiento de una nación (1915) la gran aportación de un auténtico pionero del Cine como David Llewelyn Wark Griffith a la cultura contemporánea.
Hablar de Griffith es hacerlo, por méritos propios, de un auténtico mito del Cine, si bien es cierto que se trata para el gran público de uno de los mitos más desconocidos del Séptimo Arte. Director de unos quinientos films durante sus algo más de veinte años de carrera, en los que llegó a rodar dos películas por semana (las películas en aquella época tenían una extensión aproximada de un rollo, lo que traducido a tiempo podrían ser unos quince minutos); fundador, junto con Charles Chaplin, Mary Pickford y Douglas Fairbanks de la desaparecida productora United Artists; pero, sobre todo, hablar de D.W. Griffith es hablar del director de dos obras maestras del cine mudo: El nacimiento de una nación (1915) e Intolerancia (1916).
Para comprender estas titánicas producciones debemos intentar comprender la mentalidad del genial director: amante de las obras literarias del siglo XIX, Griffith siempre estará interesado en contar historias de corte dramático (si bien es cierto que tocó casi todos los géneros cinematográficos) y con cierto trasfondo moral, donde aparezca claramente una dicotomía entre buenos y malos con el objetivo de aleccionar al espectador, aunque pudiera ser que también respondiese a cierta visión un tanto maniquea de la vida por parte del propio director.
Fruto de todo lo expuesto anteriormente, la filmografía de Griffith se llenará de películas en las que las historias se convierten en obras educativas y cargadas de valores como la honradez, la sencillez y la bondad, en contraposición al vicio en forma de odio, alcohol o una vida disoluta que suelen llevar los protagonistas de sus películas hasta que algo les hace cambiar radicalmente su existencia, para volver al buen camino, representado en una vida ordenada y moralmente intachable.
Si los méritos de este señor fuesen los enunciados anteriormente, entiendo a la perfección que usted, estimado lector, se comience a plantear qué diferencia a Griffith de tantos y tantos directores que realizan telefilms como galletas para las tardes vespertinas de cualquier cadena privada (o pública) que se convierten en la mejor banda sonora para nuestra tan valorada “siesta”.
Pues bien, aun a riesgo de caer en cierto reduccionismo y simpleza “griffithnianas” apuntaremos los dos grandes hitos que elevaron a este director al Olimpo de los creadores y de los mitos de los inicios del Cine; y que podemos observar en sus dos grandes obras maestras:
- El nacimiento de una nación; o el inicio de la base del lenguaje narrativo actual: en esta obra de unas tres horas de duración, Griffith crea la primera película “moderna” en el sentido más amplio de la palabra. La historia cuenta los sucesos previos y posteriores a la Guerra de Secesión norteamericana que enfrentó entre 1861-1865 a los dos Estados Unidos: el Norte, representado por una burguesía abolicionista con intereses económicos antagónicos al Sur, terrateniente y esclavista.
La película, dividida en tres grandes partes, muestra el antes, la guerra y el después (la parte más polémica, ya que en ella se lleva a cabo una defensa del Ku Klux Klan) y termina con el asesinato del presidente Abraham Lincoln.
A esta película (que, siendo sinceros, no es fácil de ver, ya que a su extenso metraje se le une el hecho de que es muda) le podemos otorgar el honor de crear los auténticos pilares de la narración cinematográfica actual, con la inclusión de primeros planos; los flashbacks que fueron inventados por él como un recurso visual al equivalente escrito “hace mucho tiempo…” tan de moda en sus admiradas novelas del siglo XIX; el fundido en negro entre toma y toma; y sobre todo, la utilización del montaje como elemento narrativo por excelencia, que es capaz de unir de un modo lógico todas las escenas de la película y otorgar coherencia al film. Griffith ya había experimentado en algunas de sus obras con montajes paralelos, que imprimiesen emoción a las historias contadas en sus minutos finales; en esta película esa técnica, denominada en honor a este autor “salvamento en el último minuto de Griffith” se hace patente.
- Intolerancia; o el uso de los grandes decorados en un cine hecho para el espectáculo: la otra gran obra que dejó Griffith para la posteridad fue filmada un año después, en 1916.
Intolerancia narra cuatro episodios de la Historia que le sirven al director para denunciar este cruel sentimiento. Quizá afectado por las críticas que arreciaron por el estreno de su otra obra maestra, Griffith utiliza una historia actual: la de un trabajador y un gánster. Una historia de la Edad Moderna: la Matanza de San Bartolomé perpetrada en Francia contra los hugonotes en 1572. Y dos historias del Mundo Antiguo: la historia de Jesús de Nazaret y la de la caída de Babilonia a manos del rey persa Ciro el Grande en el siglo VI a.C. para denunciar la actitud del ser humano para con sus congéneres.
Si bien, por lo que Intolerancia y sus más de tres horas de extensión han pasado a la Historia ha sido por la utilización de grandes decorados para la filmación de Babilonia: miles de extras, decorados de cartón-piedra de más de setenta metros de altura… que influirán de un modo más que notable en el rodaje de algunas de las escenas más recordadas de las grandes películas de aventuras de los años cuarenta y cincuenta en el cine estadounidense.
A pesar de todos los datos aportados, lo que ha convertido a Griffith y especialmente a El nacimiento de una nación en tremendamente popular para el gran público es la defensa que el director realiza de la organización racista Ku Klux Klan, que aterrorizó (y que todavía pretende infundir temor por desgracia) a la población negra del Sur de Estados Unidos. No debemos olvidar que Griffith fue hijo de un antiguo granjero que llegó a oficial durante la Guerra de Secesión y que lo perdió todo en dicho conflicto. Así pues, criado en una casa en la que el Sur había sido (a ojos paternos) maltratado en la contienda, puede explicarse en parte la visión sesgada de la realidad del director. Si bien es cierto que el ser humano es libre para escoger sus propias ideas, no lo es menos que nos encontramos, como es el caso de Griffith, condicionados por nuestras circunstancias y nuestras propias miserias personales.
No debemos negar la evidencia acerca de la deleznable defensa de una organización tan vomitiva como es la mencionada en el párrafo anterior; en una película que fue tan polémica que los actores que representan a personas de raza negra estuvieron interpretados, en muchos casos, por actores de raza blanca pintados de betún, por la negativa de los primeros a participar en un film así. Pero intentar quitar un ápice siquiera de genialidad a Griffith por este hecho es caer en un error propio de estúpidos. Sería como negar el enorme talento de Leni Riefenstahl para el documental, a pesar de poner su enorme don, desgraciadamente, en favor de la barbarie nazi.
Un hombre que rodó por primera vez en Hollywood antes de que Hollywood fuese lo que es hoy en día. Un hombre que ganó un Oscar por su primera película sonora, Abraham Lincoln (1930); y que murió en 1948 olvidado por un Hollywood que él mismo ayudó a construir porque no supo y no pudo adaptarse al nuevo formato del sonido y de un cine al que, irónicamente, él aportó tanto desde el punto de vista técnico. Un director con sus luces y sombras, pero que tiene un lugar de honor en el mundo del Cine porque todos los directores le deben el haber sido un precursor del cine moderno. Lo que usted y yo vemos en la gran pantalla se lo debemos, en gran parte, al señor Griffith, ahí es nada…
Carlos Corredera (@carloscr82)
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