No sé si ustedes se han planteado alguna vez cuestiones acerca de la madurez, del camino a seguir en sus vidas, de qué decisiones tomar para ser felices… Si lo han hecho: felicidades; son ustedes del tipo de personas que, aparte de realizar sus funciones vitales, están en el mundo a la búsqueda de algo más. Podrán encontrarlo o no, (en ese tema ya no entraremos) pero, al menos, saben que andan buscando algo; y eso es mucho más de lo que muchos saben. Si todavía no se han planteado estas cuestiones, o bien son insultantemente jóvenes (no hablo de edad biológica, sino mental) o, simplemente, su espíritu tiene la misma capacidad que el de una ameba (sin ánimo de ofender). Si su caso es este último, dos recomendaciones: a) deje de leer esta revista y b) no se siente a ver Entre copas, porque se va a aburrir seguro…
En el año 2004, mientras el maestro Eastwood conseguía hacer estallar todas las costuras del dolor con la impresionante Million dolar baby, el menos conocido Alexander Payne nos regaló una buena (ojo, no una gran) película acerca del amor, la madurez y el sentido de la vida; ese año se estrenó Entre copas.
Decir que el director había conseguido sorprender con esta historia sería un poco injusto. Alexander Payne ya nos había brindado obras como Election (1999), donde se nos presentaba la realidad de unas elecciones en un instituto pero que servían de crítica mordaz al sistema electoral; o la notable A propósito de Schmitdt (2002), donde Jack Nicholson conseguía meterse en el bolsillo al respetable dando vida a un jubilado viudo que no encuentra su sitio. Pero, el viaje de dos amigos durante una semana a la región vinícola de California como despedida de soltero de uno de ellos no se iba a quedar, ni mucho menos, atrás en su filmografía.
Miles y Jack son dos amigos del instituto que han tenido diferente suerte en la vida: Miles (Paul Giamatti) es un profesor de Literatura y proyecto de escritor fracasado que no acaba de superar su divorcio; y Jack (Thomas Hayden Church) es un actor de televisión y anuncios que va a casarse en una semana con una chica acomodada de Los Ángeles. Antes de la boda, Miles decide llevar a su amigo a recorrer algunas de las mejores bodegas de la región del Valle de Napa (California) mientras catan vinos entre partida y partida de golf. El problema es que Jack no está dispuesto a pasar su última semana de soltería así, y busca, por encima de todo, tener una última aventura antes de comprometerse oficialmente para siempre.
Alexander Payne y Jim Taylor adaptaron la novela de Rex Pickett para poder así retratar la crisis de los treintaymuchos de estos dos tipos que dan, durante las casi dos horas de película, pena, ternura, risa y repugnancia, y no precisamente en ese orden.
Entre copas posee dos grandes aciertos que convierten una historia normal en una buena historia: uno de ellos es, sin duda, la transparencia y la honradez con la que están filmadas las peripecias de estos dos cuarentones. Payne recurre a una fotografía tremendamente bella para mostrarnos las bondades de una parte realmente hermosa de California (tanto es así que, a veces, pareciera que estamos viendo un documental de viajes) y a técnicas que recuerdan a las series de finales de los setenta y los ochenta: pantallas divididas en dos e incluso cuatro partes para ver diferentes imágenes, una sobreabundancia de la música… que nos hacen pensar que el director de uno de los capítulos de Corrupción en Miami se ha hecho cargo, en ciertas ocasiones, de algunas partes del metraje. Pero lo que en la mayoría de películas de inicios del siglo XXI sería un craso error, en la obra que nos ocupa consigue transformarse en un acierto, ya que nos muestra la historia como una pequeña tragicomedia que tiene tantos puntos de verosimilitud, que no nos permite detenernos en pequeñeces como esa. Alexander Payne consigue trasladarnos a una historia real. Y ese es uno de sus grandes puntos a favor. Si el espectador consigue involucrarse hasta el fondo en la historia, será capaz de sentirse identificado con algunas de las filias y fobias de estos dos tipos normales, que son más pringados de lo que piensan.
El otro gran punto fuerte de Entre copas es, sin duda, su casting. El director ya nos había demostrado en películas anteriores (como las citadas en párrafos anteriores) que es un buen director de actores, pero en esta el trabajo en ese sentido es sencillamente magistral. La elección de los cuatro protagonistas: Miles, Jack, Stephanie (Sandra Oh) y Maya (Virginia Madsen) no podría haber resultado más acertada. De Paul Giamatti poco se puede decir, es uno de los grandes del cine independiente y es capaz de bordar todo lo que interpreta. Pero Thomas Hayden Chuch interpretando a un actor de medio pelo (que, precisamente, es lo que era él en ese momento) consiguió llevarse el aplauso unánime de crítica y público por su trabajo. Los dos protagonistas masculinos son “débiles” en tanto que se muestran cobardes, indecisos y tremendamente inmaduros.
Frente a estos se nos presentan dos personajes femeninos tremendamente poderosos: Maya, una camarera divorciada experta en vinos que tiene muy claro qué quiere hacer en la vida y lucha por ello. Y Stephanie, otra mujer divorciada con una hija pequeña que viene de vuelta en muchos aspectos de la vida, pero que no tiene miedo al amor cuando el charlatán de Jack sea capaz de engañarla simplemente buscando un poco de sexo.
Ellas son la madurez, el sentido común y las ganas de rehacer y vivir la vida; mientras ellos dos son la tristeza, el infantilismo… sumidos en esa especie de “síndrome de Peter Pan” que sufren algunos hombres a ciertas edades en sus vidas.
Del choque de ambos mundos, de ambos paradigmas, Alexander Payne logra sacar oro puro, con diálogos profundos e interpretaciones sinceras. Cualquiera de nosotros podría ser, en un momento dado, uno de los protagonistas; o incluso los cuatro a la vez…
Todo ello convierte a Entre copas en una preciosa historia real acerca de la vida, de la amistad y de lo que realmente es madurar. De cómo el tiempo pasa y la vida nos va empujando, lo deseemos o no, a cambios que muchas veces deseamos postergar. Una película sencilla, sin ínfulas de grandeza… pero que se hace grande si uno es capaz de mirarla con los ojos de la madurez.
Jack y Miles quieren hacer cosas para cambiar y que nada cambie a su alrededor, y se darán cuenta a lo largo de esa semana de que ese deseo es imposible; el cambio exige valentía y firmeza, es un ejercicio de madurez que tal vez ellos no estén dispuestos a realizar.
Una película deliciosamente real y realmente agridulce, como algunos de esos buenos vinos que tomarán, entre decisiones vitales y triviales, estas cuatro almas que simplemente desean amar, vivir y ser felices… ¿acaso se puede aspirar a algo más noble?
Carlos Corredera (@carloscr82)
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