Este redactor quisiera mostrar su agradecimiento al director de la Filmoteca Española, un señor muy amable y dispuesto con un jersey verde césped sin regar en julio. Aquel día conocí al equipo gráfico de El País, o al menos uno de ellos, compuesto por tres personas de lo más atribuladas ya que, espanto, terror, habían cargado con un sujeta-fluorescente al que le faltaba una pata, así que uno de ellos probaba a sujetarlo con la mano, tratando de no salir en el encuadre. Nada. Al fotógrafo no le terminaba de convencer aquello. Por no hablar de la luz, del color de la pared, del tiempo que le habían prometido para retratar al señor Demme. A mí, personalmente, siempre me ha parecido que cualquier lugar tiene, por lo menos, un punto exacto donde sacar una foto de lo más cojonuda. Así que eso hice al término de mis 30 minutejos de charla con el director. El resultado está más abajo. También quiero agradecer a la única otra redactora interesada en entrevistar a Demme que me recordara que hay gente con apellidos muy graciosos y confusos.Y que si el entrevistado se está recuperando de un cáncer, el director de la Filmoteca echará a correr para soltar una severa reprimenda a tres fotógrafos atribulados a los que se les ha ocurrido, por qué no, pedirle a Jonathan Demme que sujete el fluorescente entre sus quimioterapeutizados dedos.  

Recuerdo a Marisa Paredes soltando una frase sobre el tabaco que le oí pronunciar poco antes de finalizar la proyección del documental sobre los Talking Heads que Demme había venido a presentar. «Una no deja el tabaco; el tabaco la deja a una». Un proverbio improvisado que, pensado a posteriori, la verdad es que es bastante cutre y se regodea más en la austro-húngaro-imperial voz de Paredes que en tener su propio significado. O algún significado.

Jonathan Demme se ha calzado para la ocasión unos leotardos de leopardo moteados de blanco y negro capaces de reducir toda esta confusión a un simple falso prólogo. Porque el caballero es más sereno que toda la confusión que le precede, que toda la estridencia proyectada pirotécnicamente por esas, señor, perneras de felino 100% algodón.

 

– Así, a bote pronto, ¿qué escena le viene a la mente cuando piensa en películas que le han inspirado a la hora de dedicarse al cine?

La escena en El Conformista (Bernardo Bertolluci, 1970) en que el coche está atrapado en el bosque y persiguen al profesor y a la chica y los matan. La forma en que Bertolluci rodó esa secuencia, cámara en mano, corriendo por todo el campo, me pareció una imagen increíblemente poderosa. Estaba sentado ahí, entre los espectadores, y fue todo un shock. Recuerdo una secuencia muy parecida en Malas Calles (Martin Scorsese, 1973) cuando la banda entra en el salón de billar a reclamar el dinero y el dueño le dice al acompañante de Keitel que es un mug (hijo de puta), pero el tipo no sabe qué significa y la cosa se va poniendo más y más fea. Entonces, de repente, empieza esta especie de locura desatada, con todos golpeando a todos, con De Niro subido a una mesa partiendo espaldas con un taco de billar. Guau. Scorsese lo filma con esa cámara en mano a la que es tan difícil de seguir, tan compulsiva, ahora fijándose en un tipo al que están zurrando en una esquina y luego en De Niro reducido por seis tíos mientras le trabajan el estómago. Esta técnica, empleada en dos películas tan diferentes, tuvo un efecto galvanizador en mi forma de pensar cómo podía desplazar el plano. Por ejemplo, en The Manchurian Candidate hay una escena donde un anciano y su hija son asesinados cerca del río. Pues si has visto la película de Bertolucci te das cuenta de lo desesperado que estaba por copiarle, por lograr capturar toda la fuerza de la secuencia del homicidio. No sé si lo conseguí, pero sé que hasta ese punto me influyó la manera en que la cámara comenzó a moverse con tanta ligereza a partir de los 70 (al menos en ficción).

La razón por la que filmamos Rachel Getting Married con esa técnica fue que queríamos dotar a la película de una atmósfera documental. Declan Quinn (mi cámara) y yo veníamos de hacer cantidad de trabajos documentales. Cuando tienes a alguien con tantísimo talento como él y te metes a grabar un documental, te encuentras con que los encuadres y los movimientos de cámara más maravillosos, esos que en ficción se estudian y se piensan horas y horas, aquí se construyen al momento. Te colocas delante de la persona o del acontecimiento que estás grabando y solo la emoción de todas las posibilidades que pueden surgir, incontrolables y todavía ignoradas, bueno, creo que eso es infinitamente mejor que cualquier plano superpreparado y técnicamente espectacular. También me gustaría aclarar que en mis comienzos, cuando trabajaba con un cámara diferente, Tak Fujimoto, la intención era justamente la contraria: tratábamos de hacer cine experimental con estética de peli rodada en un estudio de los años 30 y 40, al estilo de las de Raoul Walsh, Howard Hawks, con todos esos planos tan complicados a base de Dolly y grúas. Es un estilo de cine muy manipulativo y nos encantaba, a pesar de la etiqueta de experimental. Conforme fuimos adentrándonos en otros proyectos los presupuestos fueron aumentando y por fin pudimos permitirnos todo el equipamiento necesario para rodar al estilo clásico. Entonces, tras El silencio de los corderos, me di cuenta de que habíamos perfeccionado el método, que tenía 45 años y que iba siendo hora de ir más allá, de probar algo nuevo. ¿Quería seguir haciendo lo mismo de la misma forma toda mi vida? Evidentemente no. No fue una revelación, pero poco a poco me atreví a abandonar los planos formales, a mover más y más la cámara, hasta llegar a Rachel Getting Married, donde si queríamos algo parecido a una Dolly subíamos a Declan a una silla de escritorio con ruedas y lo empujábamos de un lado a otro. Y todo, creo, por el recuerdo de aquellas dos películas de Bertolluci y Scorsese.

– Alguna que otra vez ha comentado que comenzó a interesarse por el documental porque es la propia vida la que escribe el guión.

Exacto. Verás, cuando filmo documentales me encargo de la cámara. Es curioso, porque básicamente comienzas a grabar y te pasas todo el rato diciendo: “¡Esto es bueno! ¡Esto es bueno!”, pero no lo analizas de ningún modo. Algo te dice que estás capturando un momento o unas declaraciones que merecen la pena, que has conseguido una luz fantástica. Pero es en la sala de montaje donde realmente dices: ¡Wow! ¡Eso sí que era verdaderamente bueno! ¿Realmente lo he grabado yo? (risas). Claro que también uno sabe lo que busca: que la gente a la que uno graba sea lo más fiel posible a lo que es en realidad, que pierda toda noción de que se encuentra ante la cámara y empiece a pensar en que está hablando contigo.

Uno de esos momentos especiales ocurrió durante el rodaje de Jimmy Carter man from plains, que trata sobre la gira de presentación de su libro, “Palestina: Peace not apartheid”. Sabíamos que íbamos a obtener material muy bueno y, a mi parecer, así fue. Pero solo muy al final, creo que incluso sucedió el último día, Carter mantiene un debate feroz con Alan Dershowitz, un abogado sionista bastante famoso allá en Estados Unidos. El encuentro tuvo lugar en la Universidad de Brandeis, una universidad judía muy influyente y poderosa, así que imagina lo excitado que estaba ante la idea de lo que podíamos sacar de todo eso. En un determinado momento, comenzado el turno de preguntas, Carter dice: “He estado en todos estos países, he estado en Israel, en Palestina, en Arabia Saudí. Todos. Y lo que me he encontrado es que la gente quiere la paz. Sí, es cierto, hay unos pocos deseando poner en marcha la guerra, pero mi experiencia directa me ha enseñado que la mayoría quiere paz”. La forma en que Carter dijo aquello, esa idea tan utópica, hizo que me lo creyera, que me convenciera a mí mismo de que, de algún modo, es posible en el futuro un estado de paz relativamente estable. Quería creer en aquello con tantas ganas que me conmovió, me conmovió comprender por qué quería rodar un documental sobre Jimmy Carter. Era una cuestión de cómo alguien puede inspirarte, en este caso un hombre cuyo discurso siempre ha estado orientado hacia la paz. Puede que desde fuera resulte extraño, pero que un presidente de los Estados Unidos diga que la guerra NO es una opción es muy, muy raro para nosotros. Y no solo a posteriori. Cuando la crisis de los rehenes en Irán mucha gente criticó que no enviara a las fuerzas especiales, a los boinas verdes y sin embargo, ¿cómo se resolvió? Sin un solo muerto, sin un solo herido y con los rehenes sanos y salvo en casa. Y pese a todo la gente seguía diciendo que era un cobarde, que muy mal por no mandar a los marines a entrar por la fuerza. Su respuesta a todos esos comentarios fue: “Confío en salvar vidas, no en quitarlas”. A día de hoy se siente muy orgulloso de cómo resolvió aquella crisis, cosa que no pueden decir muchos ex presidentes.

– Hollande no, desde luego.

Ahí tienes un ejemplo. En el caso de Irán fueron grupos estudiantiles y aun así ni siquiera representaban a la mayoría de la gente. Era un grupo pequeño el que tomó la embajada. En Francia ocurre exactamente lo mismo: corremos un riesgo enorme al creer que estos yihadistas reciben siquiera un apoyo considerable en los países que se están bombardeando. Al final asumimos que todo el país es el responsable de hechos tan crueles, cobardes y horribles. Es un grave error.

 

– Tengo entendido que usted quería ser veterinario pero al final el camino fue muy distinto.

Seguí lo que creía que era mi mayor pasión. Ya sabes, a los cinco años no hacen más que preguntarte: ¿Qué quieres ser cuando seas mayor? Pues a mí me gustaban los animales así que siempre decía: médico de animales. Lo repetí tanto que al final terminé lavándome el cerebro a mí mismo (risas). Y lo mantienes año tras año, te matriculas en la facultad y, bam, te la pegas contra un muro. En mi caso ese muro fue la química. No tengo la menor habilidad para entenderla y si quieres ser médico no te queda más remedio que saber de ello. Así que tuve que abandonar la pasión que me acompañó toda mi vida hasta entonces. Por suerte no tardé en descubrir otra: el cine. De ahí que me pusiera a escribir críticas, sin pensar en ningún momento que pudiera formar parte del mundillo, que pudiera llegar a ser director. Una cosa llevó a la otra. Escribir críticas me llevó al departamento de publicidad de un estudio, lo que me llevó a conocer a Roger Corman, quien me enseñó y me dio mi primera oportunidad de hacer cine. Ahora bien, te voy a ser sincero: durante años y años una vocecita me decía “has abandonado la veterinaria solo porque no se te daba bien la química, menudo error”, etc. Pero entonces te das cuenta de que ha surgido una pasión que desconocías que existiera, una incluso mayor que la que has tratado de alimentar durante décadas y a la que te entregas completamente, haciendo que te de bastante igual ser un completo inútil para la química. Básicamente, durante un tiempo estuve saboteándome psicológicamente a mí mismo.

 

demmebyn

 

-Me resulta muy curioso. Al ser tan joven, mis pasiones más recientes y sólidas no tienen un pasado lo que se dice largo. En cambio, usted ya puede verlo con perspectiva, puede ver cómo ha evolucionado y qué lugar ha ido ocupando en su vida. ¿Queda algo de aquella pasión?

Bueno, mi amor por los animales se ha mantenido. Incluso yo diría que ha aumentado. La inocencia de los animales es algo que siempre me ha emocionado, su afán por simplemente tratar de sobrevivir. En cambio nosotros somos la única especie que no se conforma con matarse entre sí sino también con acabar con otras especies o el propio planeta. Los atentados de París también me recuerdan eso. Así que sí, puede decirse que ahora mismo siento más solidaridad con los animales que con la raza humana (risas).

Citizens Band, un proyecto en el que se había volcado completamente en todos los aspectos, casi acaba con su carrera. ¿Cómo fueron aquellos años?

Te asusta pero al mismo tiempo es un reto y a los retos hay que plantarles cara. A los actores les pasa mucho. Llegan y te dicen: “Oh, es un papel genial pero es muy pequeño.” ¡Pues tómalo! No importa si sales mucho o poco en pantalla, la cuestión es lo bueno que sea esa intervención. Y si es lo suficientemente brillante la gente lo verá y lo recordará. Citizens Band se estrenó en poco más de 15 salas en todo Estados Unidos. Comercialmente fue todo un fracaso, cosa que me dolió mucho. Nadie fue a verla, nadie quería ofrecerme trabajo después de aquello. En cambio, dos años después un día me llama nada más y nada menos que Universal Pictures para proponerme rodar Melvin & Howard. Todo porque a la gente involucrada en ese proyecto le gustó un fiasco de taquilla como Citizens Band. Pensaban que, al margen de los beneficios, era realmente buena. Por eso me ofrecieron el guion. A veces un fracaso te abre las puertas a posibilidades más emocionantes, más que muchos pequeños “éxitos”.
Cuando eres joven y te estás buscando las castañas, sobre todo en un mundo tan competitivo como el del cine donde parece que todo el mundo quiera hacer su película, tienes que dar por hecho que vas a pasar periodos muy duros. Es lo normal. Si no asumes eso más vale que te dediques a cualquier otra cosa.
Peter Falk vio la película y le encantó. Falk era por aquel entonces la mayor estrella de la televisión. ¡Era Colombo! De nuevo, gracias al “fracaso” de Citizens Band tuve la oportunidad de rodar un episodio de la serie, lo que me dio cierto margen para seguir dedicándome a esto. Al final, por más quebraderos de cabeza que me diera, confiaba plenamente en la calidad de la película. Podría haber sido mala y podría haberlo admitido, pero no podía, porque algo en mi me decía que no era así. Afortunadamente los acontecimientos posteriores lo confirmaron.

– Es curioso cómo los primeros años de su carrera están relacionados con multitud de películas de Serie B. Incluso llegó a actuar en The Incredible Melting Man (El Increíble Hombre Derretido), que aquí se tradujo como “Viscosidad” (Sliminess).

¿Sickness? ¿En serio? (risas)

– No, no. Sliminess.

Ah, bueno… ¡Mucho mejor! (risas) Cuando Roger Corman te ofrecía dirigir antes tenías que pasar por un requisito previo: actuar. Tomé clases de interpretación para saber lo que se siente siendo actor. Y yo, que soy una persona bastante tímida, me encontré de repente en mitad de un sótano en Londres, que era donde se reunía la compañía de actores a la que me apunté. Estaba aterrorizado. Gracias a esa experiencia aprendí a ser mejor director, sabes a qué se enfrenta cada actor, respetas lo que hacen y lo que necesitan. Tratas de facilitarles el trabajo todo lo que puedes. Por eso cuando el productor de mi primer largometraje, Caged Heat, me propuso aparecer en su próximo proyecto, The incredible melting man lo acepté. Aterrorizado, pero lo acepté. Si quería ser un buen director necesitaba hacerlo, necesitaba saber lo que se siente delante de la cámara.

– ¿Qué le parece entonces la industria de la enseñanza de cine? Digo industria porque es una máquina de generar dinero en sí misma…

Personalmente creo que ir a una escuela de cine a que te preparen para ser director no tiene mucho que ver con el cine como arte. En Estados Unidos más bien tiene que ver con pagar para conseguir un trabajo en Hollywood. No lo tengo nada claro con este tipo de escuelas. Sobre todo ahora que cualquiera puede permitirse tener una cámara digital, por pequeña que sea. No hay excusas. Todos podemos hacer películas con ellas. Yo mismo las he hecho, editándolas en portátiles. No necesitas pagar para que te hablen sobre el medio; filmar es de hecho la mejor formación. Lo que necesitas saber lo puedes aprender de cientos de vídeos subidos en Youtube y Vimeo. Por eso los directores cada vez son más jóvenes. Como te decía antes, ahora todos quieren rodar. Ya no necesitas un enorme equipo de producción ni estás limitado a exhibir en cine o televisión. Ahí tienes a Paul Thomas Anderson, que acaba de rodar un documental absolutamente hermoso con un par de cámaras y unos cuantos amigos. Es como si una especie de ADN cinematográfico se estuviese implantando en cada nueva generación.

Isaac Reyes