Con el estreno de “Kubo y las dos cuerdas mágicas” (“Kubo and the Two Strings”, Travis Knight, 2016), el estudio de animación stop-motion Laika se ha superado regalándonos no sólo la mejor película de animación del año, sino uno de las más estimulantes propuestas cinematográficas de la temporada. Sin renunciar a la vocación artesanal stop-motion, perfectamente integrada con algunas de las técnicas más avanzadas de animación, como la impresión 3D, Travis Knight, presidente de la compañía, ha debutado en la dirección construyendo una historia de épica intimista que, bebiendo del folclore japonés, la fantasía heroica, los relatos de samuráis y la narración entendida como arte fascinante y vertebrador, amplía los horizontes del estudio sin perder la mirada a las constantes que desde su fundación en 2005 lo han caracterizado.
La historia del joven Kubo, tuerto, músico y rapsoda, quien anima las mañanas de sus vecinos haciendo teatro de origamis mientras toca el shamisen, y debe emprender un viaje iniciático, tan físico como íntimo, cuya maduración y destino también serán los de su familia y su comunidad, tiene el sabor de los mitos ancestrales contados de generación en generación que vertebran sociedades y se hacen universales. Es por eso que en Kubo habitan los relatos homéricos, los cantares de gesta y los cuentos de hadas, así como toda la buena literatura y el buen cine que buscaron en ellos su inspiración; y su aventura lleva en los genes a Homero, Tolkien, Kurosawa o Miyazaki. Todo ello desarrollado en un escenario bella y fielmente inspirado de la cultura y el folclore japoneses, y sin perder de vista las premisas que han venido cimentando todos los proyectos de Laika, ésto es prodigio técnico artesanal, fantasía oscura, pocas concesiones al público infantil y una sensibilidad humanista que emociona sin edulcorar. Una joya tan espectacular y épica como intimista que no sería extraño que llevara su primer Óscar al estudio tras las tres nominaciones anteriores.
Pero hagamos un poco de historia y acerquémonos a una compañía que se ha convertido por méritos propios, dentro de la industria de la animación estadounidense, en estimulante alternativa a las populares Pixar o Dreamworks, o a estudios de éxito más reciente como Illumination Entertainment.
Laika nació como estudio de animación stop-motion en 2005, entroncando con los grandes maestros históricos de esta técnica artesanal a través de Will Vinton Studios, compañía de la que se hizo cargo Phil Knight refundándola con su nombre actual y nombrando presidente a su hijo Travis Knight, verdadera alma mater de la nueva era del estudio.
La stop-motion, animación artesanal fotograma a fotograma, es parte fundamental de la historia del cine desde sus inicios, de hecho el aragonés Segundo de Chomón, uno de los pioneros, la utilizó en algunas de sus películas de principios del siglo XX. En cualquier caso, la memoria cinéfila la recuerda, sobre todo, en la persona del maestro Ray Harryhausen, cuyas obras para películas como “Simbad y la princesa” (1958), “La isla misteriosa” (1961), “Jasón y los argonautas” (1963) o “Furia de titanes” (1981) hicieron soñar, aterrarse y disfrutar a varias generaciones de espectadores. Harryhausen aprendió el oficio de Willis O`Brien, animador del mítico King Kong de Merian C. Cooper (1933), y ejerció gran influencia en el propio Will Vinton, fundador de Will Vinton Studios, o románticos como Tim Burton (con quien también Laika colaboró en la producción de “La novia cadáver”). Toda esa herencia fue sabiamente recogida, asumida y actualizada por Laika desde su fundación, con unas premisas a las que siempre ha sido fiel, aun llevando sus perspectivas más allá de lo que hubiéramos imaginado cuando estrenó su primer largo, “Los mundos de Coraline” (2009).
Para ese primer largo fue elegido como director Henry Selick, quien por aquellos inicios formaba parte de la compañía, y para la que ya había dirigido su corto fundacional “Moongirl” (2005). Cuando hablamos de Selick también lo hacemos de uno de los grandes maestros de la animación artesanal, autor de “Pesadilla antes de Navidad de Tim Burton” (1992) o “James y el melocotón gigante” (1996), lo que supone una muestra más de cómo el estudio ha sabido moverse y aprovechar lo mejor que se le ofrecía. En cualquier caso, la película, que adaptaba una novela de nada menos que Neil Gaiman, fue un éxito de crítica y público que permitió a Laika seguir adelante, reafirmar su personalidad y ejecutar tres largos más (“El alucinante mundo de Norman”, Chris Butler y Sam Fell, 2012, “Los Boxtrolls”, Graham Annable y Anthony Stacci, 2014, y la comentada “Kubo y las dos cuerdas mágicas”, Travis Knight, 2016). Pero, ¿cuáles son los elementos que conforman esa marcada personalidad del estudio?
El primero de ellos es su marcada vocación artesanal. Las películas de Laika están ejecutadas con la mencionada técnica stop-motion, amén del uso de la Claymotion (aplicación del stop-motion a figuras de material maleable como plastilina) que Will Vinton heredó de Harryhausen. En este sentido, la secuencia de apertura de Coraline es toda una declaración de principios. En ella vemos la ejecución artesanal de una muñeca que va a ser determinante en la trama. Por otro lado, no hay que dejar de considerar la importancia que suelen tener en las producciones de Laika el mundo circense y las artes escénicas más tradicionales. Además, en los títulos de crédito de cada film se nos ofrecen algunos minutos del trabajo de los animadores y artistas, bien sobre las figuras, decorados, miniaturas, etc. Esa artesanía es sello, vocación y fin del estudio.
No obstante lo anterior, las producciones de Laika no han renunciado a ir aplicando técnicas modernas que ayuden a mejorar resolución, gestos o movimientos de las figuras, caso de la impresión 3D, o, incluso tecnología digital que apoye los efectos y la imagen. Pero la esencia, el núcleo y el desarrollo es artesanal, solo que gracias a estos apoyos esa artesanía luce mucho más que hace cuarenta años. Es el caso de la resolución visual de “Los Boxtrolls”, bellísima, o la propia Kubo, con escenas como la del esqueleto gigante o la del dragón en el clímax final que son pura orfebrería en su equilibrio entre tradición, artesanía y modernidad.
Otro de los elementos propios de las películas de Laika es la fantasía. Las historias siempre se van a definir por este elemento, y los cuentos de hadas van a servir de inspiración o a tener un peso importante en las tramas. Pero vamos a encontrarnos con una fantasía oscura y un folclore aterrador. Así, “Los Mundos de Coraline” se inicia como una visión oscura de la Alicia de Carroll, con su túnel, su espejo, su gato… pero en la que unos botones cosidos a los ojos ciegan el camino a la madurez y atrapan a los niños en una infancia eterna que es abiertamente la muerte. “El alucinante mundo de Norman” es un homenaje al cine de terror de serie B que no tiene complejos a la hora de hacer guiños a la casquería o el humor irreverente más cercano al adulto que al potencial (sobre el papel) espectador infantil. “Los Boxtrolls”, tras la mala baba de Norman, quizás ha sido la película más cercana al cine familiar, aunque sin concesiones comerciales en el diseño de las criaturas, y con más sombras que luces en todos los personajes y ambientes. Y en Kubo no hay complejos la hora de aterrar cuando hay que hacerlo con la siniestra familia del rey Luna.
Junto a lo anterior, hay también una vocación de crítica social perfectamente enlazada a la fantasía oscura del estudio. Los protagonistas de las historias siempre están en el umbral de la adolescencia, periodo crucial en la formación de la persona y en su maduración, siendo por ello clave en este momento la reflexión acerca de la sociedad y las diferentes instituciones que la conforman (gobierno, familia, etc.). Así, “Los Boxtrolls”, mencionada como la película más claramente cercana al cine familiar, lleva dentro un mensaje contra el clasismo, y una mordaz crítica hacia el capitalismo y la inacción social que pueden incomodar a ciertos sectores. Norman sufre bullying en el instituto. Kubo es víctima de su propia familia a través de un abuelo que quiere trazar su destino coartando su libertad de elección. Y en Coraline vemos algo también común a otros progenitores de los filmes Laika quiénes, imbuidos de las nuevas tecnologías en forma de pantallas de ordenador, no tienen tiempo de prestar atención a sus hijos, soñar o construir una realidad más bella para ellos. En este sentido se hace difícil no pensar también en las mordaces oscuridades de Terry Gilliam sobre cuyas fantasías, caso de “Los héroes del tiempo” (1981), también podríamos poner en relación a Laika. Hay, pues vida y referentes, más allá de Tim Burton.
Por último, también podríamos citar como uno de los sellos del estudio su marcada cinefilia, siendo, en este sentido, “El alucinante mundo de Norman” el paradigma, donde encontramos guiños a Hitchckock, Carpenter, Viernes 13, la casquería zombi o Los cazafantasmas. También encontramos referencias cinéfilas en Kubo, desde las películas clásicas de aventuras en las que trabajó Ray Harryhausen hasta los filmes de samuráis de Akira Kurosawa. Cinefilia que se convierte en puro cine cuando, por ejemplo, en un movimiento de cámara de 360º alrededor de Norman pasamos del mundo de los vivos a las visiones del mundo de los muertos que tiene el personaje. Eso es puro cine y sabiduría a la hora de dirigir una película y saber utilizar la cámara. Calidad, pues a raudales, también en la dirección de las películas.
Ahora bien, todas estas cosas no han sido suficientes (quizás ellas son la causa) para que Laika, pese a que sus filmes funcionan bien taquilla, todavía no haya encontrado un gran bombazo comercial. Tres veces se ha quedado a las puertas del Óscar (algo que podría solucionar Kubo). No obstante, las producciones del estudio pueden considerarse como el otro lado del espejo de Pixar, y si la animación es el refugio de la creatividad cinematográfica del siglo XXI, estos dos podrían ser sus pilares. Evidentemente sus obras no son fáciles para un público infantil que no es su destinatario real, y tienen gran competencia para llegar a jóvenes y adultos en una industria dominada por secuelas, precuelas, remakes y demás formas de explotar ideas exitosas, y en la que la creatividad y originalidad brillan por su ausencia, y las exigencias del espectador también. Por cierto, que esa es otra máxima de Laika. No hacer secuelas. Pero el estudio camina. Y lo hace sin renunciar a sus principios y regalándonos joyas como su última producción. No se la pierdan. Merece la pena emocionarse de la mano del stop-motion. Que esta animación conmueva y transmita mucha más épica y sensibilidad que el 90 % del cine comercial de este verano dice mucho de ella. Y del cine.
José Manuel Moreno Campos
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