Poseo una proverbial habilidad para perderme en los pueblos pequeños. El mismo sistema de navegación cerebral que me guía sin fallo por las calles de París, Manhattan o Roma se desactiva cuando le toca orientarse por lugares como Castilleja de Guzmán. Agotado el recurso del navegador del móvil decidí preguntar, en contra de mi voluntad y obligado por la necesidad, a una amable vecina que esperaba entre las tinieblas de la parada del autobús. Ella me indicó correctamente el camino hacia el teatro municipal, donde había quedado como Manuel Pimentel (Sevilla, 1961). Con él y con todos los asiduos de la comarca a los actos culturales. Llegué pasados los cinco minutos de cortesía pese a lo cual Manolo (como le llaman quienes le conocen) tenía todavía el abrigo puesto y estaba firmando libros en medio de un barullo de gente, sillas y libros del cual lo rescataron para comenzar el coloquio. Por suerte, nadie hizo el típico y tortuoso recorrido por su currículum para presentarlo, simplemente le dejaron hablar, lo cual tal vez sea la mejor forma de dar a conocer a alguien (anoten la sugerencia los presentadores de actos culturales).

Hombre culto, seguro de lo que piensa, relajado, Manuel Pimentel da la sensación de disfrutar con lo que hace y de estar donde le gusta sin importar que ese lugar sea un salón de actos enmoquetado o una biblioteca de pueblo. Educado, prudente, no rehúye los charcos y entiende el papel de cada cual en este gran teatro del mundo que domina en formas y fondo. Quizás por ello lleve con resignación el hecho de ser reducido a exministro, cargo del que no reniega. Sin embargo, su mundo y su pasión son ahora los libros, tanto en su faceta de editor como en la de autor, habiendo publicado recientemente Dolmen (Almuzara, 2017) En torno al mismo giraron las preguntas del encuentro guzmaneño. Pero yo llevaba escrita otra entrevista escrita en la libreta.

Me gustaría empezar preguntándole sobre su oficio en sentido amplio. ¿Cómo es la vida de un editor?

Un editor es la mezcla de una actividad profesional sujeta a plazos, requerimientos técnicos y conocimientos tecnológicos y, a la vez, una disciplina muy creativa, muy artística, repleta de temas, de autores y de sensibilidad. El editor trata de buscar aquello que puede aportar valor a la sociedad. Es difícil encontrar personas que aúnen ambos registros, el puramente profesional y el más artístico. El equilibrio entre ambos es el editor, que por otra parte es una profesión muy hermosa, muy exigente y muy reconfortante.

Como cualquier negocio, tiene la edición una parte cuantitativa. ¿Se puede vivir hoy en día de los libros?

Hay dos tipos de editores españoles: el que hace el trabajo de editor antes descrito y el empresario editor. El segundo debe unir el gusto por el mundo de los libros con la necesidad imperiosa de equilibrar cuentas, porque eso es literalmente el mercado del libro, hacer libros y venderlos.

¿Se puede vivir de hacer libros? Hombre, la verdad es que el mundo editorial es muy poco rentable. Encima estos años hemos estado sometidos a muchas quiebras de librerías y de distribuidores que nos han hecho sufrir a todos mucho. Ser editor es una actividad dura. Una vez dicho esto, si tienes colecciones potentes y mantienes libros de fondo puedes aspirar a tener una editorial que te proporciones un sueldo.

Los últimos datos sobre el mercado del libro parecen reflejar que, aunque las grandes librerías aumentan ligeramente su negocio, las pequeñas editoriales y las librerías más modestas lo siguen pasando mal, buscando negocios alternativos dentro del propio sector. ¿Cómo describiría usted la competencia en el mundo editorial y qué papel tiene cada quién?

Es verdad que en los años de crisis el mercado editorial cayó casi un cuarenta por ciento aunque parece que en los dos últimos años está recuperándose lentamente. Así lo dicen los datos, que hablan de un despegue del 4% anual, lo que no son números extraordinarios pero nos motiva a todos a seguir hacia adelante.

Yo que he conocido sectores diferentes a este debo decir que la competencia entre editores es muy amable. La incertidumbre de no saber si un libro va a funcionar o no en el momento de salir a la venta hacen que la competencia no sea agresiva. Es cierto que las grandes editoriales se pueden permitir pagar anticipos altos para fichar a autores de editoriales más pequeñas y promocionarlos con más fuerza. También está la posición en las librerías, que influye menos de lo que parece. Pero realmente la lucha es contra nosotros mismos. El éxito reside en buscar talentos, en presentarlos bien, en promocionarlos adecuadamente… La verdadera pelea del editor es consigo mismo.

En este proceso de crear libros y venderlos, ¿es la sociedad la que le marca al editor los títulos al editor o es este quien impone la línea de edición?

Son las dos cosas. Hay una parte de la edición mágica, a mí personalmente la que más me gusta, en la cual el editor busca temas o contrata autores para que escriban libros sobre determinados temas. Por lo tanto hay una parte de publicaciones con temas propuestos por la propia editorial. Si yo contrato a un escritor y le propongo un libro para que salga dentro de dos años es porque yo creo que va a ser centro de debate en esa fecha. El riesgo en este punto es alto pero si se triunfa la satisfacción es doble, por un lado desde el punto de vista intelectual y por otro parte por las ventas.

El editor, por tanto, anticipa temas pero la sociedad también demanda temas. Hay géneros como la novela histórica que siempre van a vender. Los ensayos sobre dieta o salud, que son conversaciones recurrentes en cualquier reunión, funcionan muy bien en las librerías. Hay en ello un equilibrio: la sociedad demanda y el editor anticipa temas.

En todo caso, el editor tiene que vivir una relación orgánica con la sociedad. Pongamos de ejemplo un best seller. Cuando un libro se convierte en un best seller no solamente es porque aporte algo o esté bien escrito, sino porque conecta con el estado mental de la sociedad en ese momento. Hay muchos libros que se han convertido en éxito de ventas pero que si se hubiesen publicado dos años antes o dos años después no hubieran sido best seller porque el estado anímico de la sociedad habría sido distinto, demandado otro producto. Por tanto, como digo, es una relación orgánica, bidireccional.

Desde esta relación orgánica que comenta, ¿qué opinión le merece que Pérez Reverte, Stanley Payne o Marías compartan cartel entre los más vendidos con youtubers de veintitantos?

Me parece un ejemplo de lo maravillosa y compleja que es nuestra sociedad, no tengo ningún a priori. Yo tiendo a creer mucho en la libertad de las personas, cada cual compra el libro que le apetece con el objetivo que estima conveniente. Es más, me gustan las sociedades abiertas donde hay mucho género, muchos tipos de lectores, muchos tipos de escritores. Esta pluralidad es un ejercicio de libertad, una sociedad donde todo el mundo lee a los mismos autores porque alguien ha decidido quienes son los autores canónicos me resulta muy pobre. Prefiero la libertad de elección.

-Volviendo a los datos, el año pasado se editaron en España 81.391 libros. En  sociedad fragmentada de la que nos habla Carr donde las nuevas generaciones están más familiarizadas con el lenguaje visual y un ocio multitarea basado en lo inmediato, ¿qué papel le ve Manuel Pimentel al libro en el futuro?

-Yo creo que el libro va a seguir siendo el gran soporte de saber, ocio, placer y aventura. Yo pienso que el soporte va a seguir funcionando. Yo ya viví la llegada de la televisión a España, cuando empezó a decirse que quién iba a leer habiendo televisión. Pues bien, hemos visto mucha televisión y se han leído más libros. Ha llegado Internet y se siguen vendiendo libros.

En mi opinión es una cuestión más de planteamiento. Las enciclopedias, por ejemplo, han sido sustituidas por la red, mucho más eficaz a la hora de resolver una búsqueda, pero el libro es realmente insustituible. No es solamente un tema del papel o de hábito de lectura sino también neurológico, el libro tradicional ayuda a los circuitos neuronales a una más fácil comprensión, la lectura en el monitor le resulta más confusa al cerebro. Por eso y por más cosas el libro tendrá su sitio siempre.     

Muchos intelectuales y gente de la cultura habla de una sociedad en crisis donde ha triunfado el pensamiento débil. Según ellos nos ha invadido la reflexión etérea de los 140 caracteres. ¿Es usted tan pesimista?

Llevo interesado muchos años en el mundo de la cultura, soy lector, escritor y últimamente también editor, y siempre he escuchado el mismo discurso. No comparto la máxima de “cualquier tiempo pasado fue mejor”. La sociedad fluye, cambia, tiene cosas que empeoran y mejoran, y nuestro deber como ciudadanos es entender la sociedad y construirla. No soy para nada un pesimista ni tengo nada en contra de las nuevas tecnologías. Lo que si debo de hacer, como editor, es buscar buenos autores que aporten valor a la sociedad. Mi propia experiencia me dice que cuando se saca un buen libro que aporta algo y está bien escrito éste encuentra su camino. Y esto, en medio de la turba de libros que se publican, es algo fantástico. Los editores y los autores son imprescindibles en una sociedad que los requiere y los demanda.

Yo no tengo esa sensación tan pesimista que lleva años pregonándose. Un pesimismo que, por otra parte, tal vez conlleve una pose de superioridad moral. Decir “qué mal está la cosa y qué mala literatura se lee” es afirmar que quienes no hacen lo que yo son inferiores, es suponer que se tiene superioridad moral y cultural. No creo que deba haber una superioridad moral en este tema.

Si yo le preguntara, idealmente, que libro le hubiera gustado editar, ¿qué me respondería?

Cualquier libro bueno que aporte. Los editores también trabajamos mucho por colecciones donde la librería te posiciona bien y el lector te identifica. Pero si tuviera que elegir uno, por capricho, porque es una preciosidad y me marcó mucho, El Aleph de Borges es un libro que me encantaría haber editado.

En el reverso de la moneda, ¿habría algo que no editaría por principios?

En general nosotros no editamos libros en los cuales se entra en el terreno personal a criticar a otras personas, donde no se aporte más que el ruido. No publicamos libros escándalo, por llamarlos de alguna manera.

En pensamiento político somos muy heterodoxos, editamos mucha ideología. Hay no tenemos ningún tipo de cortapisas. Ahora mismo, tal vez, por el momento crítico que ha pasado la democracia española, no editaría libros que defiendan el independentismo.

Ahora que sale el tema, ¿cómo le ha afectado a una editorial como Almuzara lo sucedido en Cataluña?

A mí se me escapa esto un poco. Dicen que ha habido cierta constricción de ventas en libros, pues normalmente cuando caen las ventas generales también caen las ventas de libros. Por otra parte nosotros tenemos libros como ¿Qué pasa en Cataluña? de Chaves Nogales, uno llamado Cataluña, herida de España que acaba de sacar Ignacio Camacho, el que Fernando Jaúregui y Federico Quevedo han titulado El desengaño… El editor debe responder muy rápido a la actualidad tomándole el pulso a la sociedad. Parece un milagro pero cuando la sociedad tiene una preocupación, si las editoriales reaccionan, vendemos libros. Del libro de Chaves Nogales antes nombrado llevamos varias ediciones. Eso quiere decir que hay personas a las que les interesa formarse y profundizar en la materia.

Como español sí he sufrido el tema mucho porque, como dijo la presidenta de Andalucía Susana Díaz, yo estoy en contra de este derecho a decidir porque pretende que decidan unos pocos y los demás miremos. Las cosas de España tenemos que decidirlas entre todos los españoles.

Usted no es solo editor, sino también un escritor con una amplia bibliografía. Sé que usted, por su trabajo, responde más al perfil de editor empresario pero, ¿cómo compatibiliza ser escritor y a la vez editor?

Un escritor que es editor debe anteponer siempre la tarea de editor a la suya propia como escritor. Yo llegué a la edición siendo escritor, pues yo escribía libros para otras editoriales como Planeta. Entonces me pregunté por qué no montaba una editorial si a mí me gustaban los libros y me interesaba la empresa.

El editor debe dedicar mucho tiempo a la lectura, lo que supone un problema de horas. Escribo los fines de semana y, como madrugo mucho, dedico también un tiempo a escribir entre las seis y las ocho de la mañana… Siempre intento sacar un par de horas al día para ello.

Su última novela, Dolmen, viaja a los principios de nuestra civilización. Al leerla he retomado la idea que proyecta Sorrentino en “La Gran Belleza” cuando resuelve que las raíces son importantes. ¿Hemos perdido nuestras raíces como lectores e, incluso, como sociedad?

Dolmen es una novela que transcurre en la Sevilla actual pero que tiene un trasfondo megalítico. Es un momento donde la humanidad abandona la trashumancia y no solamente se hace sedentaria sino que comete la osadía de realizar grandes construcciones en piedra. Y es en Andalucía donde se encuentran las mayores y mejores. Valencina es espectacular, Menga es el mayor y el mejor dolmen del mundo…

El dolmen simboliza el momento ancestral de conexión con la naturaleza. Por eso pienso que, mientras nos vamos adentrando en un mundo más virtual que no sabemos dónde terminará, el dolmen significa el punto de anclaje que necesitamos con la madre naturaleza. De ahí su fuerza simbólica y su valor para el futuro.

Es Manuel Pimentel una persona muy interesada en la Historia. ¿No es la Historia la gran vilipendiada de la cultura en España? ¿Se ha hablado demasiado de ella y sin embargo se ha leído poco, especialmente las fuentes?

La Historia tiene una doble vertiente. La Historia es un relato de los hechos enhebrada desde el punto de vista de los seres que la escriben. Esto es como la física cuántica, el observador siempre influye sobre lo observado, lo que hace que un acontecimiento histórico tenga diferentes puntos de vista y enfoques. Yo eso lo aprendí hace tiempo y por eso me gusta no solo sacar libros que traten la historia desde una perspectiva académica sino también libros de quienes vivieron los hechos desde un punto de vista parcial. En el caso de la República y la Guerra Civil hemos editado a Ramiro de Ledesma Ramos, vamos a publicar unas cuantas obras muy interesantes de anarquistas de la época…

Hay un porcentaje de personas que se acercan a la Historia con ganas de validar su propia ideología, lo cual es una opción legítima, y otras que pretende conocer diversas posturas para reconstruir una visión global. Ambas tienen su valor siempre entendiendo que las visiones ideológicas son subjetivas. Yo no pretendo decir que lo que escriben Ledesma o los anarquistas sea verdad pero la suma de muchas verdades compone un cuadro mucho más real.

Es usted un sevillano que tiene una empresa en Córdoba, que participa en diversos foros y asociaciones y que ha tratado de impulsar la cultura andaluza. ¿No siente que Andalucía es una región que, aunque avanza, progresa por debajo de sus posibilidades?

Andalucía tiene un gran potencial y lo sabemos. Su crecimiento es más o menos el mismo que la media nacional. En calidad de vida sí ha mejorado ostensiblemente, no así en poder de decisión, en talento creador somos una potencia aunque tal vez nos falte saber estructurarnos… Probablemente nuestro pecado capital es que, por lo que fuere, la empresa está mal vista. No hay deseo de ser empresario y no se valora el mundo económico y de la empresa. Eso nos desplaza del centro de decisión porque donde hay riqueza económica la cultura florece y donde no la hay pues se hace lo que se puede. En Andalucía hay mucho potencial pero no se crea riqueza. El hecho de ver negativamente a las empresas está metido en nuestra forma de ser y a lo mejor tendríamos que hacérnoslo mirar.

Para concluir, en este mundo que acaba de describirnos, desde lo sociopolítico a lo editorial, ¿se ha planteado qué imagen proyecta Manuel Pimentel de sí mismo?

No tengo ni la menor idea. Pero sospecho que, como a cualquiera que ha pasado por la política, el ex nos marca muchísimo. Yo he sido ministro, un cargo importantísimo, y eso es lo que más me significa como personaje público. No es algo que me ocurra a mí, es común a todos los que hemos pasado por la política. A partir de ahí tampoco me preocupa mucho. Me intento esforzar en hacerlo lo mejor que puedo como editor y como persona, aunque me temo que mi imagen estará siempre unida a la política.

Francisco Huesa (@currohuesa)