1.

Rosa Díez visitó mi instituto durante su impass como mártir exiliada del PSOE y cabeza fundadora de UPyD, un partido que por aquel entonces se seguía relacionando con Fernando Savater y con Nosotros Si Sabemos Cómo Desintegrar ETA como base de su programa electoral.

Se trataba de una de esas Semanas Culturales que se celebran en los centros educativos para vender libros pactados con la editorial de turno (en mi instituto, Alfaguara) y demostrarle a los alumnos que, es cierto, no es un rumor, la cultura se manifiesta y vive y se expresa más allá de los tarros de formol educativo de las aulas.
Los jueves de esas semanas también se vendían churros.
Y los viernes se entregaban los premios de las maratones (dos vueltas al mazacote de hormigón del centro) organizadas todos los días, a las doce del mediodía.
Después del concierto que ofreció un pianista ciego durante mi graduación, ser testigo de la riada filipina de vómito de un atleta nada más cruzar la línea de meta fue la segunda gran experiencia de mi época como estudiante de bachillerato. Al chico no se le ocurrió otra cosa que meterse en el cuerpo dos cartuchos de churros media hora antes de darle al trote. Con chocolate. Aun así, terminó tercero, el puesto de gloria y ninfas bailoteando en trajes de seda semitransparentes con que soñábamos los inútiles del deporte.
En fin. A pesar de ser cultural, los atletas seguían siendo celebrados en un maldito podio. Como si no tuvieran suficiente con las clases de Educación Física, el imperio del mal ejercido durante los recreos o la catarata de saliva y nervioso deseo sexual de las compañeras de clase.

Pues una de las actividades de mi última semana cultural fue la visita de Rosa Díez. Así figuraba en el programa: visita. ¿Iba a darse un paseo por el centro? ¿Le darían cuerda a un crío de preescolar para que avanzara con pasitos cortos con un ramo de flores dos veces más grande que su torso (el del niño de preescolar, digo) y se lo entregara en medio de una ovación y un Rosa Díez Señoras y Señores? ¿Se indignaría cual sindicalista minero asturiano de los años 20 ante la fragrante injusticia de colocar chapa y candado a los servicios de chicos solo porque algunos se escaqueaban asegurando descomposición estomacal cuando realmente a lo que iban era a fumar como carreteros? ¿Qué pasaba cuando realmente a uno le sobrevenía el Huracán de las Azores en el intestino? Pues que se jodía, apretaba las rodillas y comprendía el verdadero significado de rezarle a un dios, a cualquiera, al que evita que te cisques encima.
La cuestión daba para un debate social de lo más emocionante.
Señora Díez: ¿por qué los baños femeninos se mantienen abiertos y los masculinos no, bajo la débil y raquítica excusa de que la sangre vaginal es mucho más apremiante que los desechos humanos universales? Porque señora Díez (me imaginaba que alguien, no yo, claro, un alguien muy avispado y comprometido sindicalmente con los estudiantes), ¿acaso no lucharon nuestros abuelos para que usted y yo y hasta el señor Aznar podamos cagar sin restricciones?
Pero no.
Ni la visita de Rosa Díez fue tal ni hubo revolución estudiantil.
Al final todo se limitó a Rosa Díez gritando dentro de una carpa blanca montada en mitad de la pista de baloncesto, como las misas de los pastores evangélicos de vena inflamada del sur de Alabama. Era 2007. Tanto entonces como ahora, tener aspecto de madre pre-menopaúsica y liarse a voces con unos chavales que ni siquiera tienen edad para votar no es la campaña de marketing más brillante para rascar papeletas.

podemos lo mismo pero diferente

 2.

Si Podemos es el partido de esos chavales a los que Rosa Díez nos estaba poniendo de los nervios en aquella carpa, francamente, lo ignoro.
Es difícil saberlo con una investigación de campo.
Aquí, a 17 de enero, a media hora del inicio del mitin-reunión local-sabe Dios qué es esto del partido en el auditorio del Palacio de Congresos de Sevilla, ambiente juvenil, lo que se dice juvenil, no se respira.
La media de edad ronda los cuarentaymuchos, compensado con los hijos menores de cinco años que los asistentes de cuarentaymuchos cargan sobre sus hombros o llevan de la mano.
La media capilar es: calvicie.
O por lo menos hay un número sorprendentemente elevado de calvos.
Al grupo de los cuarentaymuchos le sigue muy de cerca el de los jubilados, señores que bien han podido sufrir en sus propias carnes la esquizofrénica historia de los partidos de izquierdas en este país antes y después de la muerte del Generalísimo Espectro Nacional. De ahí lo interesante que resulta la proporción especialmente considerable de asistentes con más de setenta años.

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3.

Entonces, ¿dónde están los chavales y no tan chavales menores de 35 años, los representantes de un espíritu juvenil que, quizá un tanto falazmente, se ha asociado con Podemos? ¿Puede avivarse un espíritu juvenil sin jóvenes?
Creo que el lugar elegido para el acto da una respuesta bastante aproximada.

Hasta hoy no había puesto los pies en el auditorio del Palacio de Congresos de Sevilla.

Es bastante feo.

Y decepcionante. Aunque esto no es culpa de la obra en sí, sino del entusiasmo enfervorecido con que prácticamente todos los medios locales se deshicieron en orgasmos describiendo el lugar, defendiendo lo importante y vital que suponía para la ciudad tener una copia descafeinada del Teatro de la Maestranza, aquí, en mitad de Sevilla Este, ese terreno inhóspito y mitológico para buena parte de los habitantes de la ciudad.

En resumidas cuentas, este auditorio respira el aíre impersonal, gélido y ligeramente megalomaníaco-regional con que los libros de Historia del Arte del siglo XXIII conocerán a la arquitectura popular española de principios del XXI.

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 4.

En resumidas cuentas: creo que los menores de treinta y tres años que se supone representan el espíritu joven están en su casa o en Düsseldorf fregando platos o practicando kickboxing clandestino en un almacén poligonero, donde sea, pero congregados en internet.
Quizá por eso la escenografía del mitin no necesite de primeros planos de límpidos rostros efébicos, de nuevas generaciones dispuestas a tomar el relevo cuando las tres generaciones de dinosaurios que la anteceden la espichen o se jubilen o les arranquen las uñas de los brazos del sillón parlamentario.
Sobre el escenario, el decorado humano lo compone más gente normal.
Más gente normal y cuatro discapacitados en silla de ruedas motorizada.
Eso es importante.
Es fundamental.

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5.

Por la sencilla razón de que el mitin-acontecimiento de Podemos en Sevilla sigue las mismas pautas y ritmos que los de cualquier otro partido. Exactamente los mismos. Pero diferente.
Ejemplo: el acto se divide en tres intervenciones. La líder provincial. La líder autonómica. El Líder.
Sube la líder provincial: chascarrillo, ataque y disección de lo que el gobierno y el principal partido de la oposición están haciendo mal, promesa algo vaga y poco descriptiva de cómo lo van a solucionar. Aplauso.
Sube la líder autonómica: chascarrillo, ataque y disección de lo que el gobierno y el principal partido de la oposición están haciendo mal, promesa algo vaga y poco descriptiva de cómo lo van a solucionar. Aplauso.
Sube El Líder.

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 6.

Dos filas por detrás del pasillo donde se apiñan los fotógrafos alguien grita: PABLO ERES NUESTRO MESÍAS.
Nadie aplaude. De hecho, un silencio incómodo se extiende por todo el auditorio lo que tarda Pablo Iglesias en carraspear y dar inicio a su intervención. Dos segundos. Tres. Y luego todo se olvida de manera tácita. Sin embargo, la exclamación de aquel tipo da que pensar.
Trato de recordar dónde daba sus mítines Jesucristo. Lugares abiertos, en lo alto de una colina, en mitad de una aldea, en una playa. Cualquiera podía acercarse y pegar la oreja.
Podemos habrá organizado el evento en el auditorio por cuestiones de organización, me imagino. Ahora mismo cualquiera puede grabar, editar, subir a la red y distribuir a los medios un mitin aunque se celebre en lo alto de la cumbre del K2 con Jesús Calleja como invitado especial.
Uno esperaría de un partido que defiende alejarse de los viejos modelos nuevas formas de espectáculo político. Si uno se para a analizarlo, esta rutina, con periodistas de aspecto cansado posicionándose en el balcón de prensa (la zona habilitada para la prensa se encuentra detrás de un telón negro enorme que hay que descorrer para poder entrar, lo que provoca más de un choque frontal sin seguro entre fotógrafos y redactores y técnicos de sonido), seguidores a los que no se necesita convencer de mucho más ocupando sus butacas, retórica en tres pasos perfectamente memorizada, cánticos expoliados del fútbol para jalear a los asistentes… Todo eso lo hemos visto ya demasiadas veces.
Incluso la minuciosa colocación de los discapacitados en sillas de ruedas motorizadas sobre el escenario lo hemos visto demasiadas veces en sus diferentes variantes.

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 7.

Habla Iglesias.
El mismo patrón de discurso, pero una fuerza superior, mucho más intensa y magnética que las de sus predecesoras. Recurre a la expresión “Duende”, se saca de la manga un poema de su abuelo porque su abuelo al parecer estuvo en Cádiz, deja caer la ya célebre acusación contra Canal Sur, hace un par de referencias al “carácter andaluz” y remata con el himno de Andalucía.
Los mismos elementos en el discurso de Mariano Rajoy, Pedro Sánchez o incluso Alberto Garzón, hubieran hundido al orador bajo el peso del topicazo. En Pablo Iglesias no ha sido así, creo, por él mismo. Ni por los asistentes (poco margen para la improvisación o la reacción-sorpresa dejan los ya convencidos de cualquier causa ante su jefazo supremo).
Por ahora, de momento, tanto la forma como el contenido del discurso de Pablo Iglesias vive de la esperanza, no de su fuerza intrínseca.
Lo que a mi modo de ver quedó patente el sábado fue, entre otras cosas, el abismo que separa al líder nacional de Podemos con el resto de sus representantes regionales. Todas las personas reunidas en el auditorio o las que le escuchan en cualquier cadena de televisión con ganas de pegar un despunte de audiencia, esas personas confían en él más que en el partido.
Eso, desde luego, es un problema de mil pares de narices.
Porque es esa confianza, con base explosiva, temporal, siempre temporal, la que en cierto modo dota del aura de igual pero diferente a todo lo que está teniendo lugar en este auditorio y fuera de él.
Ese efecto no puede palparse en las asépticas reuniones del PSOE, ese efecto es el reverso grimoso de las postales goyescas de los mítines del PP, ese efecto es el quiero y no puedo de las grises y monótonas congregaciones de fieles de Izquierda Unida.
Cómo y por qué Podemos ha sabido fraguar y apropiarse de la inextinguible necesidad (por más que le duela a su cínico de cabecera) de confianza de la gente, ese es un tema que, como los historiadores y sociólogos y los mismos protagonistas saben, jamás se puede comprender al cien por cien.

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 8.

Al término del evento, pego la oreja a unos periodistas con trípode y cámara de video doméstica. Del cuello les cuelgan unas identificaciones del tamaño de tarjetas de embarque. Comentan que están allí no como prensa, sino como una especie de grupo audiovisual afiliado al partido. No son exactamente del área de medios y relaciones públicas. Esas personas, todas mayores de sesenta, se dedican a grabar cada mitin, cada acto, cada evento para “en el futuro enseñarle a nuestros nietos lo que hicimos, qué fue esto”.
Están convencidos de que esto está bien, de que es bueno para el futuro de los que vendrán después.
No me queda claro si esto es Podemos o Pablo Iglesias. O simplemente cómo en menos de un año ha surgido una alternativa en un país que ya se resignaba con el mantra envenenado del “entre lo malo, lo menos malo”.
Luego se me ocurre que, quizá, junto a las murallas de Ávila o en algún polideportivo manchego, al término de un mitin del PP, un grupo de jóvenes con polos Ralph Lauren y peinado de lametón de caballo estén haciendo exactamente lo mismo.
Estén igual de convencidos de que aquello también es bueno para el futuro de los que vendrán después.
La esperanza, desde luego, y más tras décadas de haber sido prostituida cada cuatro años, no vale tanto por si sola como aparenta. No como marca de distinción. Se vuelve indispensable ahondar en las propuestas (como siempre), analizar los discursos (como siempre), valorar las opciones del candidato y el programa (como siempre).
Solo que, de nuevo, en este caso es diferente.
En este caso por aquí sí que da la sensación de que es lo único que les queda.
Y estar atento a ello es el logro de doble filo de Pablo Iglesias.
Bienvenidos al año electoral.

Isaac Reyes