Cuando en julio del año pasado llegó a los cines la película Wolf Warrior II, de producción china, parecía que no era más que otro filme más de tiros y explosiones. Sin embargo, pronto se convirtió en la película china más taquillera e incluso llegó a cosechar algunas ovaciones hasta tal punto que fue la elegida por China para representar al país en los Óscar.

El protagonista, Leng Feng interpretado por Wu Jing que además dirige el film, es un veterano de los “Wolf Warriors”, las fuerzas especiales del Ejército de Liberación Popular. En su retiro trabaja como guardia para un país africano ficticio en la frontera con zonas de intereses geoestratégicos chinos. Un ejército rebelde respaldado por mercenarios de Occidente trata de alcanzar el poder y el país se ve envuelto en una guerra civil. Numerosos ciudadanos se arrojan a las puertas de la embajada de China donde el embajador aparece a grito pelado diciendo “¡Tranquilos! ¡somos chinos! ¡China y África son amigos!” Los rebeldes abren fuego y los supervivientes son llevados a un crucero de Guerra chino.

Leng rescata a una doctora americana que le dice que los Marines vendrán en su ayuda. “¿Pero dónde están ellos ahora?” le pregunta a ella, que llama al consulado norteamericano y escucha un mensaje grabado que dice “lo siento, estamos cerrados”. En la batalla final, un villano interpretado por Frank Grillo le dice a Leng “la gente como tú siempre será inferior a la gente como yo”. Leng lo mata y replica “eso es la puta historia”. La película acaba con la imagen de un pasaporte chino y las palabras “no te rindas si corres peligro en el extranjero. Recuerda, ¡una Madre Patria fuerte siempre te espera a la vuelta!”

En los últimos diez años, el relato que narra la película ha ido adquiriendo un sentido totalmente real para la audiencia china. En 2015 la marina china llevó a cabo su primera evacuación internacional en Yemen rescatando civiles de la lucha en el país. El año pasado los chinos abrieron una base militar en Djibouti confirmando su expansionismo. No solamente le copian a EEUU sus móviles, también la forma de posicionarse en el mundo. Durante décadas el nacionalismo chino ha sido victimista: la narrativa de la invasión y el imperialismo lo impregnaba todo. Era el recuerdo de una China débil, atacada en el final del siglo XIX como el “enfermo de Asia” como Liang Qichao la definió.

“En el pasado –dijo Wu Jing en una entrevista- todas nuestras películas eran sobre las Guerras del Opio, sobre cómo otros países nos atacaban, pero la gente de mi país sabía que algún día el país podría alzarse para proteger a su propia tierra, para contribuir a la paz mundial”. Aunque, como cabría esperar, a la hora de hablar de libertad y censura responde “no vivimos en un mundo pacífico, pero nosotros vivimos en un país pacífico. No debemos perder el tiempo hablando de los aspectos negativos que podrían hacernos infelices, ¡aprovechemos este momento!”

Hay que reconocerle a Wu Jing desde luego de haber reflejado en su película y en su gira promocional la forma en la cual se está expandiendo por todo el mundo un modelo de convivencia y régimen de libertades del cual China es vanguardia. Por desgracia, claro. En buena parte del mundo el modelo chino es envidiado: un capitalismo de Estado reducido a un mero control oligárquico con un número creciente de multimillonarios que se hacen ricos a expensas de una red de intereses clientelares potenciados por la ausencia de un espíritu de participación política y exaltación nacional. Como la Rusia de Putin o los populismos de extrema derecha en Francia o España.

O Trump. Hablemos de Trump una vez más que explica mucho del ascenso de China en el mundo. Desde la II Guerra Mundial todo el mito de Occidente giró en torno al baluarte de los derechos humanos, el libre comercio, la libertad de expresión y la protección del medio ambiente que representaban el sheriff EEUU y sus aliados occidentales frente a la tiranía nazi derrotada y la tiranía soviética por derrotar. En marzo de 1959 el presidente Eisenhower expresó la imposibilidad de que EEUU ejerciera esta autoridad por sí sola. “Nosotros podríamos ser la nación más rica y poderosa y todavía perder la batalla si no ayudamos a nuestros vecinos a proteger su libertad y su avance en bienestar social y progreso económico”.

Bajo el lema de “America First” Trump ha estado reduciendo los compromisos de EEUU en el extranjero. En su tercer día de gobierno deshizo todo lo andado en el Acuerdo Transpacífico(TPP) que englobaba a doce países en un acuerdo comercial sin precedentes. Más allá de las cuestiones vinculadas al propio tratado, se trataba de un torpedo en la línea de flotación de la credibilidad del país que dejaba a China como el único interlocutor válido en la zona. Tanto es así que el General Jin Yinan en un discurso dirigido a los oficiales del Partido Comunista Chino dijo al respecto que “era el mejor regalo que podían hacerle al país”. Es más, durante años numerosos líderes chinos predijeron que el tiempo del cambio podría llegar para China justo cuando EEUU comenzara a adoptar una actitud mimética con ellos. El tiempo de la copia había llegado a la política pero para producirse a la inversa.

La política exterior de Obama se caracterizó por un liderazgo subrepticio, discreto. En cambio la doctrina Trump bebe de la propia forma en la cual ha llegado al poder. En todo momento ha tratado de convertir al en otro momento baluarte de las libertades occidentales en un referente de los nuevos modelos políticos que soplan desde Rusia o China. La prohibición de la entrada en el país desde países de mayoría islámica bajo el argumento de la seguridad (en uno de los pocos grandes países que no ha sufrido atentados importantes prácticamente desde el 11/S) es un ejemplo. Pero también el abandono de los Acuerdos de París por el Cambio Climático o las conversaciones de la ONU sobre inmigración. Las propuestas sobre importación y exportación tienen cada vez más parecidos con la política china al respecto, enormemente restrictiva en cuanto a la importación se refiere pero extraordinariamente laxa en lo referente a la venta al extranjero.

La “chinaficazión” de EEUU es un hecho galopante que ya se venía venir y por el cual no extraña las revelaciones del caso de Cambridge Analitycs sobre cómo Rusia ha favorecido la victoria de Trump. Putin conocía bien la erosión histórica que la URSS sufrió como oscura tiranía en la cual ningún derecho era posible a pesar de haber conseguido antes de que ningún otro país derechos laborales e igualdad entre hombres y mujeres que aún se persiguen en EEUU y Europa. A pesar de ello, los rusos siempre fueron los malos. La mejor forma de ganar la batalla ideológica es convertir a tu enemigo en un reflejo de ti mismo.

Pero el crecimiento internacional de China es más ambicioso que simplemente convertir a Occidente en un reflejo del autoritarismo restrictivo que le ha caracterizado. Principalmente porque, a diferencia de la URSS, la China comunista jamás ha tenido una gran pretensión histórica de reducir las desigualdades sociales sino más bien la de convencer a una inmensa población de un modo de vida en el cual la jerarquía está bien asentada a todos los niveles. Así, encontramos que es el único país que desde la Guerra Fría ha llevado a cabo un verdadero proceso de disputa de la autoridad estadounidense en el mundo abriendo bases militares en el extranjero, proporcionando ayuda a otros países, produciendo nuevas tecnologías y grandes avances. Incluso ha llegado a suplantar a EEUU en cuestiones tan importantes como la lucha contra el terrorismo, la piratería o la proliferación nuclear.

China se encuentra inmersa en el mayor programa de infraestructuras en el extranjero de su historia. Actualmente construye puentes, puertos y vías de trenes por toda Asia y África. El gasto es de siete veces lo invertido por EEUU en el Plan Marshall y su finalidad es la misma: crear una red de clientelas internacional en un modelo que imita al mismo buscando crear lo que los americanos hicieron en Europa. Si la respuesta al ascenso de partidos comunistas en la postguerra fuera el invento del “Estado del Bienestar”, China está apostando por estados a medio camino entre democracia y oligocracia en países que nunca han tenido una situación precisamente cercana  la democracia.

La situación ha puesto de relieve que lo menos importantes son los ideales. El presidente Xi Jinping habló nada menos que en el Foro de Davos por primera vez para apoyar los Acuerdos de París por el clima y para hablar del proteccionismo como “encerrarse en una habitación oscura con uno mismo”. China diciendo esto y acto seguido criticando a Trump por restringir el libre comercio. Oficialmente China sigue siendo comunista, cuidado. Pero el acuerdo de libre comercio con 16 países que ha firmado parece más bien propio de la era Clinton.

El resultado de esta intensa actividad internacional de China y de su forma de insertarse en los resortes de los poderes mundiales mediante su viraje económico ya ha obtenido resultados. Por ejemplo a través de la presidencia de Interpol, por primera vez en manos de un chino, Meng Hongwei, que fue además viceministro de Seguridad Pública en su país. También ocupando el lugar de EEUU en las negociaciones de Marruecos de la Organización Mundial del Comercio en las que los americanos siempre aparecían tarde y enfurruñados mientras los chinos emergieron como garantes de la libertad del comercio mundial. Lo más preocupante de todo es que China, como el director de cine Wu Jing, ha conseguido que todas las organizaciones internacionales acepten que ya no hay sistemas políticos “buenos o malos”, sino que simplemente debemos preocuparnos si “somos felices o no”. De seguir esta deriva, en no muchos años la mayor economía del mundo será la de un país no democrático, algo que hacía más de un siglo que no pasaba.

Ojito, pues, con lo que se viene encima.

Fernando de Arenas