“En América, el tiempo tiene más de un vector y, cuando quieres darte cuenta, ha cambiado de dirección”

(Thomas Pynchon)

La cultura es una esfera. Algunos lo ven como líneas, como horizontes, pero si atendemos a lo que nos cuentan algunos psicólogos, más bien sería una esfera. En ella se tiende a vivir como el hámster, atrapado y dando vueltas. Fuera hay una realidad borrosa. Para el hámster europeo su esfera es maravillosa, le permite girar y girar, y no hay mejor olor que el que existe allí dentro. Yo soy europea, y la sensación al aproximarme a las esferas narrativas norteamericanas fue de un inicial rechazo. Como el secretario de la Academia del Nobel.

Vamos a intentar entender por qué Horace Engdhal dijo hace algunos años que “por supuesto, hay una literatura poderosa en todas las grandes culturas, pero no se puede soslayar el hecho de que Europa es el centro del mundo literario… no los Estados Unidos.”

Es domingo, la Escuela de Periodismo de Columbia (New York) publica un exhaustivo informe sobre la revista Rolling Stone. Aquí es un puñado de fotos y reportajes de masas pagados por editoriales y gestores musicales. Allí es como cierta revista cultural española obsesionada por la cerveza y el blanco y negro. En ese informe se analiza la forma en la cual la revista abordó una violación en grupo en la Universidad de Virginia.

En realidad, mucho de lo que decía ya era conocido por otras publicaciones como el Washington Post que se hizo eco justo después del artículo o tras la investigación del Departamento de Policía de Charlottesville (Virginia). Lo primero y más importante, el relato de la supuesta víctima, que se refiere sólo como «Jackie» por el reportero de la revista Rolling Stone, Sabrina Rubin Erdely-no tiene respaldo en otros relatos independientes. Erdely nunca atina con el supuesto cabecilla de la pandilla -«Drew» en el relato, un socorrista miembro de la fraternidad Phi Kappa Psi, sin que su existencia pueda ser establecida. Es más, escribe de una forma fría, distante, incluso cuando ella relata una violación brutal que los tres implicados niegan.. Los registros muestran que Phi Kappa Psi no tenía ningún acto social del tipo que Jackie describió para la noche en que supuestamente fue violada.

El acto segundo de esta historia tiene que ver cuando la propia Universidad de Virginia, la fraternidad Phi Kappa Psi, e incluso las propias autoridades, empiezan a desconfiar de Jackie por la forma en la cual se había expuesto su relato en Rolling Stone. El propio editor jefe de la revista, Will Dana, publicó una nota a los lectores anunciando discrepancias con Jackie. Sin embargo, al día siguiente las críticas a su nota llevaron a afirmar que cualquier error en los hechos y su forma de relatarlos eran responsabilidad de la revista, y no de Jackie. La cuenta de Twitter de Erdely, la reportera, se silenció.

Lo que no dice la revista es que lo que de verdad había perdido era la confianza en sí misma. Existía una investigación de más de trece mil palabras hecha por Steve Coll y Derek Kravitz, escritores de la revista pero también analistas de Columbia, que arrojan una conclusión devastadora para la propia toma de decisiones de la revista. Según cuentan, lo único que se pretendía era imponer un titular (“Una violación en el campus”) para sus millones de lectores. El informe es impecable, exponiendo todo aquello que le faltaba al artículo para ser serio. Un informe encargado por la propia revista Rolling Stone de forma independiente, sin limitaciones y subido a su web de inmediato.

Los autores llamaron a su informe “una obra de periodismo sobre un fallo del periodismo”. Su investigación, al igual que el artículo original, toma la forma de una narración más o menos cronológica. Se inicia con la llamada telefónica exploratoria que Erdely hizo en julio pasado a Emily Renda, un policía experto en asalto sexual, en busca de un caso de violación del campus sobre la que escribir. Es aquí donde entra la esfera en la que la reportera se mueve: la ficción narrativa ha invadido el modo de alargar cualquier expresión escrita al recurrir a la prosa para cualquier contexto, ya sea noticia, artículo, revista. Lean por ejemplo las conclusiones de la Comisión del 11-S, o los informes del Comité de Inteligencia del Senado para expresar acontecimientos creando tensión, añadiendo narradores omniscientes, etc.

Es la tiranía de la narrativa, la cual no tiene relación con el desastre de la revista Rolling Stone en sentido estricto ya que es también fruto de la incompetencia, se traslada a las expresiones de la esfera cultural. Erdely quería hacer un artículo sobre la “cultura de la violación” en los campus universitarios estadounidenses, y llegó a crear una trama tan vívida y apasionante que ningún lector pudiera descartarla. Al escuchar la noticia de Jackie encontró lo que quería, sobre todo por el dramatismo que implicaba. De hecho, descartó otros casos precisamente porque no eran extremos, espeluznantes, y eso hacían que no fueran propensos a una narrativa periodística.

En el relato publicado en Rolling Stone no falta de nada: violación por siete hombres, cuarto oscuro, palabras que dejan hielo en la sangre, una mesa de café de cristal rota, una botella usada para la penetración, tantos detalles y tan escabrosos que parecía imposible que el relato no fuera la verdad revelada. Es más, la reportera sabía que cualquier nota de escepticismo en el relato habría podido combatirse con la excusa de no querer mostrar sombra de duda sobre una víctima. El informe señala de hecho que “los editores y Erdely han llegado a la conclusión de que su principal defecto era ser demasiado complacientes con Jackie porque ella se describió a sí misma como la superviviente de un asalto sexual terrible”.

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Una vez Erdely tenía su historia, hizo todo lo posible para que saliera adelante. Al parecer, según dijo la reportera posteriormente, trató de conocer la identidad del cabecilla diciéndole a Jackie: “no voy a usar su nombre en el artículo, pero tengo que comprobarlo de todos modos.” Jackie se quedó helada según dice y no ofreció ninguna ayuda, y luego no devolvía los mensajes de Erdely. A pesar de ello, debido a la necesidad de sacar la historia con la fecha de cierre encima, decidieron sacar el artículo sin investigar ni preguntar al líder de los implicados, simplemente llamándolo “Drew”.

Aunque el informe se describe el escándalo como “otro golpe para la credibilidad del periodismo en medio de los cambios en la industria de los medios”, el fallo de Rolling Stone no me parece que fuera representativa de ningún problema mayor en el periodismo sino un símbolo de una nueva forma de consumo de la información textual. No es parte de un patrón creciente de colapso de las normas institucionales. Ni siquiera es un caso de una periodista que ha fabricado o plagiado, que son errores más graves que la credibilidad, y mucho más difícil de comprender.

Esto no era tanto un fracaso de las políticas y normas de conciencia en los seres humanos. Fue un fracaso colectivo para resistir las tentaciones que surgen cada día en su trabajo. Frente a una serie de decisiones y los puntos de inflexión, una y otra vez la revista tomó el camino que conduciría hacia lo que podría llamarse una historia “mejor”.

He aquí donde surge un elemento que pocas veces se tiene en cuenta. Es tradición en EEUU que los grandes escritores tengan su hueco en el periodismo más allá del simple hecho de una columna semanal. No se trata de periodistas que escriben libros ni de escritores que hacen noticias. Se trata, más bien, de colaboraciones puntuales. No es casualidad que encontremos a Franzen, Foster-Wallace (al que ya no encontraremos jamás por desgracia), Palanhiuk, y antes que ellos a Don DeLillo, por citar a unos cuantos. Lo mismo les pueden hablar de aves salvajes que de cruceros de lujo.

Va a resultar que Horace Engdhal tenía razón… pero solo en parte. La esfera cultural norteamericana es una isla respecto a la mayor parte del mundo. Foster Wallace fue consciente de que su propia generación había buscado cauces cínicos para retratar el mundo, lo que llevaba a tiranizar al relato por el sujeto. Hablaban de superficialidades, de estupideces, sin imponer una tiranía de la narración para iluminar el mejor modo de permanecer en él. Lo veía, incluso, en su admirado Pynchon.

La grandeza de esa misma literatura es precisamente su aislamiento del exterior es lo que le ha conferido su mayor virtud. Muchos espectadores han salido de ver Inherent Vice, la adaptación que P. T. Anderson ha hecho de la novela de Pynchon, sin entender nada. Es cierto que la propia estructura del relato pynchoniano suele ser compleja (intenten leer El arco iris de gravedad), pero era algo más que eso. Era entender una esfera cultural donde la tiranía de la narración se impone sobre el modo de entender los hechos.

Ya sucedía así con Al límite, donde la narrativa es tan tiránica que ni siquiera existe una temática principal. Al igual que en Vicio propio (mejor que Puro vicio como han traducido nefastamente la película en España), es imposible delimitar cuál es el espacio principal. Es verdad que quizá sea su novela menos “pynchoniana”, en el sentido de asumir que hay un eje que vincula a Sportello con todos los acontecimientos, pero tienen una proyección tridimensional que se come cualquier posible interpretación lineal.

Quizá por eso, cuenta Vila-Matas, Pynchon sea el escritor favorito del guarda portorriqueño del cementerio de Woodlawn, en Bronx, porque según dice “le alegra la vida aunque no lo entienda”. Cuando el relato es comprensible desde el punto de vista de la esfera cultural, como sucede en la literatura norteamericana contemporánea, se hace humano. Es cercano no por estar en la misma superficie en la que nos movemos, sino porque nos interioriza.

La esfera del resto del mundo cultural occidental tiene, en cambio, esa pretenciosidad tardo-decimonónica de resultar recóndita para no hacerse comprensible y así parecer mejor de lo que es. Javier Marías, por ejemplo, quien elabora redes inmensas de frases para acabar hablando de algo que no nos importa, aunque acabamos entendiendo que es un recuerdo que le ha venido al quitarse un calcetín. O el infinito abstracto de un Houllebecq inmerso en un mundo cínico que ya no existe más que en su mente.

Es lo que no sucede en la literatura norteamericana actual. No existe un eje que los una más que la pertenencia a una misma esfera cultural y a conocer que la tiranía de la narración es el lei-motiv de todo su entorno. La violación supuesta de Jackie narrada por Rolling Stone se convirtió en un proceso que evidencia las fracturas de la realidad respecto de dos elementos básicos: la experiencia que tenemos de lo real y lo que en realidad queremos saber de ella.

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Esa exploración es frecuente en Palanhiuk (solo hay que mencionar El club de la lucha, pero también Nana), y llega a plasmarse en una forma de comprender la experiencia de los hechos presenciados. Del minimalismo de lo real de Carver hasta el maximalismo de Pynchon. Porque, precisamente, en la esfera maravillosa eurocentrista en la que Engdhal y los popes de la cultura nuestra se han enclavado, Houellebecq o Murakami exponen lo instintivo como una excusa para un traqueteo de frases dispares y reflexiones extraordinariamente superficiales. Peroen Pynchon, sus contemporáneos y sus sucesores como el malogrado Foster Wallace, la estructura de sociedad se configura como un Estado Omnisciente donde las relaciones interpersonales son esferas observadas por una inteligencia superior alienada (Pynchon, DeLillo, Ferguson) o generada por los propios individuos (Palanhiuk, Foster Wallace, Roth) o incluso por el propio comportamiento de estos (Franzen, McCarthy).

Es así como la tiranía de la narración se impone porque es un reflejo de cómo respira la propia sociedad. Jackie no podía contarle su relato de forma verdadera a Erdely para Rolling Stone porque ninguna de las dos, ni tampoco sus millones de lectores querían la verdad. “Lo que pasa es una verdad tan tremenda que la historia –a lo sumo una conspiración, no siempre entre caballeros, para el fraude- no la reconocerá”, dice Pynchon en El arco iris de gravedad.

 Lo han podido comprobar si han leído Vicio propio tras ver la película de Anderson. Cualquier verdad aislada de la narración de la misma es excesiva para ser comprendida. Juega con el elemento clave de la cultura norteamericana: la expectativa de una Verdad Revelada. Mientras, nosotros, en nuestra esfera, somos un hámster que cree vivir ya con su verdad. La única que necesita.

 Noelia Arlandis