Para los fans de Star Wars “El despertar de la fuerza” ha tenido al menos un lado bueno: podría exiliar a George Lucas de la galaxia que él creó. En 2012, Lucas vendió su compañía y toda la mitología que le rodeaba a Disney. Desde ese mismo instante, el todopoderoso fabricante de infancias adiestradas descartó todo lo que no fueran sus propias historias. Lucas guardó distancia mientras J. J. Abrams se enganchaba a la franquicia. Quién mejor que un director sobrevalorado que ha demostrado una innegable capacidad para jugar al ilusionismo de hacerse criticar como si fuera, de hecho, un “nuevo Lucas”.
Ay, los “nuevo” seguido de cualquier cosa que se eche de menos. Salvo que a Lucas nunca nadie le ha echado de menos. Bueno, quizá en su rancho, algún día.
Luego vino todo lo demás, la promoción, el hype habitual cuando cualquier cosa tiene cientos de fanáticos consumistas detrás, y todo eso. Vaya por delante que si a ustedes les gusta Star Wars y Match Point les parece insoportable es que son gente normal. Puede que igual de felices.
A lo que iba. Cuando salió la nueva entrega de Star Wars sucedió una cosa extraña. Los críticos, en general, parecían encantados con “El despertar de la fuerza” y los fans la habían convertido en un hito recaudatorio de la historia del cine. Todos estaban entusiasmados con la profecía autocumplida de Abrams como aprendiz adelantado de Lucas. Sin embargo, todos miran a Lucas en lugar de a Abrams, por primera vez en una década, con el interés de reencontrarse con su figura como cineasta en lugar de despreciarlo por su capacidad de hacer caja.
En parte es comprensible. La trilogía original de Star Wars es tan insufriblemente superflua como las otras cuatro películas (en general como todo el cine, incluso Match Point, oigan), y lo es porque es, por ejemplo, como la religión. “Un montón de principios bienintencionados que nunca se cumplen”, en palabras de Homer Simpson. Star Wars participa del modelo cine-parche: cojo un poquito de un cuento, un poquito de historia, una pizca de otras películas y voilà. Herodoto hacía lo mismo hace más de dos milenios, no hay nada nuevo. Lucas saqueó desde Kurosawa a Flash Gordon para las tres primeras películas en un “acto inspirado de apropiación cultural” como ha dicho Hiltzik. En cambio, lo que ha hecho Abrams es evocar continuamente la trilogía original. He aquí la esencia del despertar Lucas: en la era de los remakes, sus pastiches tienen, al menos, cierta integridad.
Si pensamos en Darth Vader por ejemplo, nos ponemos ante una imagen que forma parte del ideario pop de finales de los 70 y se ha convertido en todo un símbolo. Lo es porque el símbolo siempre apunta en una dirección: Vader, su voz, su casco, su actitud, frente a Skywalker, lo oscuro frente a lo luminoso, son de un maniqueísmo simplista que simbolizan toda una época. Como el símbolo sólo va en una dirección, nunca en la contraria, aquella época no es únicamente la simpleza de Star Wars. En cambio, con “El despertar de la fuerza” da la sensación de que hay más signo que símbolo: representa nuestra época del mismo modo que nosotros estamos representados en la película.
Incluso la segunda trilogía dirigida por Lucas aguanta un segundo visionado si se intentan ver como un intento de hacer algo diferente a lo que ya existía en las tres primeras. Es decir, de alguna forma, los episodios 1 al 3 buscaban actualizar ese símbolo a los nuevos lenguajes, sin parecer estar acomplejados por los otros tres episodios.
Lucas ha tenido siempre un problema con la crítica, más incluso que la mayoría de los directores. En su momento era un producto baby boom, un realizador joven que se veía como un producto típico de los Sesenta. Darth Vader era una metáfora ideal para el odio que representaba que hubiera dejado de lado todo el activismo político de su generación para hacer que el puño cerrado de un Pantera Negra no fuera más que una imagen comercial del malvado de su película. Haskell Wexler, cineasta conocido por hacer “cine de izquierdas” (ay, los adjetivos), dijo una vez “quieren hacer una película terrible socialmente, relevante, que refleje la angustia, el estado jodido del planeta; George [Lucas] sólo podría hacer eso alegóricamente, con algún planeta que no se llame Tierra”. Al fin y al cabo, el propio Lucas siempre se ha visto a sí mismo más como un artista pop, simplemente. Incluso cuando se disponía a sentarse junto al presidente Obama en la ceremonia de honor del Centro Kennedy, dijo “realmente no tengo muchos premios, si soy honesto… tengo un montón de pocos premios. Tengo dos Emmys”.
La simpleza del ideario expositivo de Star Wars quedó quizá más claro en la segunda trilogía. La nueva generación que no había podido ver el estreno de las originales en las salas y esperaba las precuelas como “su” trilogía, sólo tenía que responder al ideario de los 80 y 90 en los que la mayoría había nacido. Ese ideario era el éxito de taquilla. Y en general, la gente fue inclemente. Eran películas igual de simples que las originales pero Lucas había cometido un pecado: no había prácticamente ningún homenaje ni evocación de la trilogía original. Los neo-fans de Star Wars querían satisfacer la nostalgia de cosas que no vivieron.
Lucas quedó bastante tocado anímicamente al parecer tras la segunda trilogía. Había querido hacer otras tres películas, diferentes, conectadas con las originales pero sin estar condicionadas por estas y no había dado con la tecla que luego ha encontrado Abrams: evocar. Porque lo que al fin y al cabo quiere el espectador actual de Star Wars es que le creen todo el submundo de pensamientos, actitudes morales, mitologías y hasta religiones que se necesitan para no abandonar el confort de los dos soles de Tatooine.
Ese confort viene de la tradición, y Star Wars es como la religión que hoy en día vive la gente, un conglomerado de ideas simples, banales y superfluas que permiten la convivencia siempre y cuando nos quedemos en la relación superficial entre nosotros. Hubo gente que le echó en cara a Lucas que con la segunda trilogía le había robado la infancia. Gente que nació casi una década después de la trilogía original.
Esto no le va a pasar a Abrams porque tiene un olfato maravilloso para el homenaje (a Steven Spielberg, a Gene Roddenberry). Se limita a aceptar que después de 38 años la trilogía original no puede ser rematada. Es respetuoso con el material original. Esparce un montón de “huevos de Pascua” para que los fanáticos de la saga los vayan identificando y sonrían cuñadísimamente como si estuvieran ante una verdad revelada que los demás ignoramos. Y, por supuesto, rehacer la película más popular de la serie. Después de ver “El despertar de la fuerza”, me puse a pensar acerca de la imagen de Rey (Daisy Ridley) en Jakku, viviendo entre la oxidación de un AT-AT y un Súper Destructor Estelar. Ella es el signo de todos los fans, es el ideal de todo fanático de Star Wars: vivir entre las ruinas de un pasado que no ha vivido.
Las deficiencias de Abrams como director, habituado a estos “rebooters” hace que sea más fácil apreciar a Lucas. Nunca pensó en sí mismo como un gran director, más bien como una especie de editor. Pero es innegable que era un maestro tolkiano creando nuevos mundos. Abrams no crea nada porque no tiene necesidad. Y he aquí la gran oportunidad perdida. Si Lucas ha sido al cine de ciencia-ficción lo que Tolkien (otro simplista maniqueo de tomo y lomo, pero la enemistad de los tolkianos me la granjearé en otra ocasión) a la literatura, Abrams podía haber aprovechado para usar el modelo George R. R. Martin donde la moral es mucho más real, más ambigua, práctica, donde las luchas de poder tienen lugar bajo presupuestos que van desde el practicismo maquiavélico a la lealtad monárquica bodiniana.
Incluso en la forma de usar los efectos especiales por parte de Lucas y Abrams muestran hasta qué punto “El despertar de la fuerza” representa una época, la nuestra, tan absurda y perdida en la adolescencia infinita. En su momento, cuando Lucas consiguió una enorme capacidad de vanguardia con sus efectos especiales asumió la responsabilidad de que estos no debían emborronar una historia que debía ser clara y directa. El simplismo de Star Wars formaba parte de su naturaleza porque se trataba de esquematizar una era crepuscular en forma de historias del espacio profundo y remoto. Las generaciones posteriores, criadas en falso brillo de ese crepúsculo que interpretaron como un eterno amanecer en el cual podían permitirse una adolescencia sin fin, asumieron únicamente el mensaje simple como forma de vida. Asumir Star Wars como ideario para vivir no era (no es) más que permitirse la falsa creencia de que se pude vivir sin crecer, sin responsabilidades, sin profundizar en las propias ideas y, por supuesto, en las de los demás.
Lo que los fans aprecian en “El despertar de la fuerza” es que los efectos especiales de Abrams se producen en momentos en los cuales parece que vamos a conocer algo, o que hay necesidad de que nos lo expliquen. En lugar de ello, se inicia una larga secuencia sin ton ni son. Es como lanzar fuegos artificiales cuando tu hijo te pregunta por qué el abuelo ya no está en casa.
Esto no hace que Lucas se haya convertido en gran director de la noche a la mañana. Las secuelas realizadas por otros están para eso, para engrandecerte aunque no seas un grande. Miren a Ridley Scott y James Cameron, que tras hacer las grandes películas de Alien dejaron hueco a otras mucho peores realizadas por otros. Nadie culpa a ellos o Spielber por la secuela de Tiburón. En cambio, Lucas siempre fue el guardián espiritual de Star Wars y, como tal, toda su explotación comercial previa a la venta a Disney era responsabilidad suya. Y ojo, que lo hizo bien. Mantuvo en el fondo un universo mítico simple, llano, como deben ser los mitos. La Metamorfósis de Ovidio no es un libro mucho más complejo.
El problema es que Star Wars ejemplifica esa nostalgia de lo no-vivido tan característica de un mundo donde la representación se toma como todo, cuando es únicamente parte. Piensen otra vez en Match Point. Es todo mentira, porque aunque Woody Allen pretendiera contarnos algo complejo en realidad es muy simple: complejos y complejidades (las que se monta la gente en su vida). Por mucho que teoricemos y tratemos de sacar un ideario, una filosofía de una película innegablemente más compleja que Star Wars, al final no es más que eso, una historia, una ficción, cuya estructura narrativa sólo es aplicable a los personajes que aparecen. La única forma de ser Chris Wilton es ser Chris Wilton del mismo modo que disfrazarse de jedi no te permite mover objetos a voluntad.
La nostalgia de lo que no se ha vivido está en la re-creación simplista que los fans han hecho en su cabeza de “lo que debe ser una película de Star Wars”. Por eso “El despertar de la fuerza” no es mal intento de resucitar la trilogía original porque, en realidad, es lo único que hace. Solo que hay una cosa que no pueden hacer ni Lucas ni Abrams: la emoción de descubrir Star Wars por primera vez. Eso solo puede pasar cuando se estuvo en un espacio y tiempo determinado y asumir eso es también darse cuenta de que aquel crepúsculo ya casi es noche.
Aarón Reyes (@tyndaro)
Señor Reyes: criticas que da gusto. Dejas al lector tan aburrido y mareado, que no puede ni estar a favor ni en contra de lo que escribes. Has escrito otra trilogia, a lo G.Lucas. Qué facil es opinar usando el «sinónimos.org». Qué fácil es usar adjetivos para no decir nada. Me esperaba otra cosa. El peor artículo sobre «El despertar de la fuerza» que he leído este mes.
Os seguire leyendo.
Te felicito por el título escogido para este artículo… ha sido muy acertado… Has escrito sobre STAR WARS y no creo que hayas hecho ningún nuevo amigo… Afortunadamente me encuentro entre los que ya te conocíamos antes de escribir este artículo y aunque creo que lo has intentado, no has sido lo suficientemente corrosivo como para que te disparare bajo la mesa con mi blaster… y ahora en serio, aunque comparto algunas de tus observaciones tras ver la película de El Despertar de la Fuerza o sobre la figura de G. Lucas y J.J Abrams creo que escribir un artículo sobre STAR WARS confesando que la Trilogía Original te parece «insufrible y superflua» es como escribir un artículo de la Semana Santa de Sevilla confesando en la primera línea que no entiendes por qué la gente se da de tortas por ver unos muñecos en la calle, cuando están expuestos en su respectivas iglesias todo el año… (pido disculpas a todos los amantes de la Semana Santa en general, por este comentario que no comparto y que lo mismo podía haber dicho del fútbol, los carnavales o el esquí de fondo…).
Por su puesto yo esperaba mucho más del DESPERTAR DE LA FUERZA…quizás quería lo imposible, volver a sentirme ese niño que vio la Trilogía Original por primera vez. Ese niño que soñaba despierto con recorrer la galaxia, vencer a DARTH VADER y salvar a la Princesa. Pero creo que esa sensación no volverá (aunque gracias a Disney podré seguir intentándolo durante al menos los próximos 6 años…). Bueno a estas alturas de la película solo quiero decirte que para mí y creo que para muchos, STAR WARS es una fuente de ilusión y añoranza a partes iguales…un sueño, un deseo o quizás solo una esperanza, pero ¿no pasa lo mismo con el fútbol, la Semana Santa, los carnavales o el esquí de fondo?… y seguro que cuando uno paga una entrada de fútbol sabe que es un negocio que mueve millones y que en el fondo da igual que vayas disfrazado de Jedi al estreno o pintado con los colores de tu equipo al partido del domingo… pase lo que pase, al día siguiente será lunes y tendremos que volver a la rutina, aunque nadie nos quitará lo vivido o en el caso de STAR WARS lo soñado…
De verdad, qué fácil es criticar (y más aún criticar por criticar). Desarrolle algún proyecto literario, cinematográfico, teatral, lo que sea… Y verá señor Reyes lo fácil que me es tirarselo por tierra. Lo único que sacó en claro en su artículo es que le gusta mucho el término «simplista», lo acaba de descubrir y a decidido exprimirlo al máximo. Mire, está claro que ya nunca vamos a sentir la ilusión de ver por primera vez Star Wars, ni comer por primera vez una pizza, ni escuchar por primera vez a Beethoven, pero y qué? Qué pretende demostrar con este artículo lleno de confusión y descalificaciones… Siempre he dicho que la labor de los críticos es de lo más detestable, todo el día con la escopeta cargada y dispuestos a vender humo para dárselas de iluminado, y echar por tierra el trabajo de los demás.