Como decían los hippies de los Simpson, los años 60 acabaron el 31 de diciembre de 1969, al vender su furgona Volkswagen. Podría parecer una exageración propia de una serie cargada de estereotipos. Nada más lejos de la realidad. Los 70 fueron un contrapunto de su década precedente desde el pitón hasta el rabo (que diría un taurino).

Los años del flower power, el baby boom y el guaperas de Kennedy, basados en un optimismo sin límites que cabalgaba a lomos del LSD y la salud del dólar dieron paso a una concepción de la vida muy diferente en pocos años.

El buen rollo de los hijos de papá metidos a golfos y pellejos, vulgo hippies, que querían cambiar el mundo (¡podemos!, ¿les suena?) se acabó cuando cumplieron los treinta y pocos, entraron a trabajar en la empresa de papá y se compraron un Magnum 357 con el que defender su propiedad privada.

El varapalo de Vietnam, la crisis del petróleo y los primeros escarceos del SIDA hicieron el resto. La juventud creativa y solidaria de los 60 se transformó en una serie de personas pragmáticas, desencantadas y propensas al “todo vale”. Como si Cat Stevens (apodado “el hippie bueno”) se levantase una mañana convertido en un yuppie al estilo de “El lobo de Wall Street”.

El cambio afectó también a la música americana, verdadero motor cultural e industria pujante de los EE. UU. con una atomización de estilos representativa de un sistema en crisis: el sonido hippie de grupos como “Mamas and the Papas”, ya considerados ñoños fue superado por la hortera moda disco y la irrupción del funky y sus combinaciones imposibles de plataformas, lentejuelas, pelo afro, solapas gigantes y pantalones de campana. Un icono como Elvis, obeso y sudando tranquilizantes, se subió al carro a 1000 dólares el pase.

El rock se resquebrajó y, fruto de ese desencanto generacional nació un hermano bastardo, macarra, inadaptado y de clase media baja: el punk.

Dentro de ese estilo, “Ramones” iban a convertirse en santo y seña y, con el tiempo, en una máquina de hacer dinero.

Hacia 1974, un grupo de chicos del barrio de clase media de Queens, Nueva York, hartos del rock psicodélico de grupos como Iron Butterfly y el cuarto de hora largo de su “In the Garden of Eden” decidieron formar un grupo propio.

Recogían influencias de diversos grupos, especialmente británicos, como The Who y, sobre todo, The Kinks, considerados los “abuelos” del punk.

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El cuarteto original de Ramones. De izquierda a derecha, Johnny, Tommy, Joey y Dee Dee

Componían un cuarteto realmente curioso: Jeffrey Hyman, de origen judío, sólo estaba interesado en tocar la batería y comprar discos, al tiempo que ignoraba a sus padres sobre tomarse la vida más en serio. John Cummings, de ideología tremendamente conservadora y fiel votante republicano, había estudiado en un prestigioso colegio militar. Douglas Colvin, un peluquero hijo de un militar, había nacido en Alemania al estar su padre destinado en las fuerzas de ocupación tras la II Guerra Mundial. Finalmente, Thomas Erdelyi, un húngaro que había emigrado de niño a EE. UU. con su familia huyendo del comunismo.

Copiando a Paul McCartney, todos adoptaron el apellido Ramone como seudónimo, usando el mismo apelativo para el grupo.

Originalmente Erdelyi se ocupaba de las tareas de mánager y el resto tocaba.

Tras un desastroso concierto en el que el vocalista, Douglas Colvin, no fue capaz de cantar y tocar al mismo tiempo, el grupo se reestructuró y quedó conformada la formación clásica de Ramones:

Joey Ramone (Jeffrey Hyman) como vocalista, Dee Dee Ramone (Douglas Colvin) al bajo, Johnny Ramone (J. Cummings) a la guitarra y Erdelyi (Tommy Ramone) a la batería.

TRAYECTORIA Y ESTILO

Con un estilo calificado por algunos pedantes musicólogos como “minimalista”,que haría escuela, poco a poco irían conformando sus señas de identidad.

Cómodos en pequeños clubes neoyorquinos ante sólo unas decenas de espectadores, sus composiciones eran, por decir algo, primitivas. Sólo unos acordes simples y canciones de poco más de minuto y medio.

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Ramones en concierto

Tampoco eran virtuosos de los instrumentos como hemos podido comprobar: al igual que otros grupos del punk, marcaban los trastes del bajo o la guitarra para recordar el orden en que debían tocar las notas. Su manera de abordar los directos siempre fue la misma y se convirtió con los años en marca de la casa: a una indicación de Joey, Dee Dee gritaba su famoso “one, two, three,four” y comenzaban a “tocar” siempre con Joey delante y Dee Dee y Johnny más retrasados sobre el escenario. Nunca miraban hacia el batería y, cuando les llegaba el subidón, realizaban saltos y cabriolas varias. Johnny se hizo famoso por tocar la guitarra (siempre la misma hasta la disolución del grupo) casi en cuclillas y a una velocidad de vértigo, errores aparte.

En la labor de composición siempre destacó Dee Dee Ramone, con mucho el más creativo del grupo. Sus letras, a menudo repetitivas o directamente sin sentido, se hicieron populares entre una juventud desclasada de extrarradio cansada ya de tanto amor y paz de boquilla. Aquellos melenudos hablaban su mismo idioma, se peinaban igual que ellos y vestían del mismo modo (camiseta, chupa de cuero y vaqueros rotos).

Asimismo, se metían las mismas drogas. El ácido, la coca y, sobre todo, la heroína chutada en vena eran tremendamente populares.

Algún iluminado dirá que los beatniks y los hippies precedentes también usaban drogas a tutiplén. Es cierto. Pero con la crisis moral de los 70, los sicotrópicos no se usaban para expandir la mente, sino para meterse un viaje y huir de un mundo de mierda que los rechazaba. Un grupo de marginados para marginados. Y eran felices.

Tras varios años tocando en clubes y antros más o menos limpios, Ramones dieron el salto y desde 1977 se convirtieron en un icono y comenzaron a hacer giras y más giras.

Hacia 1979, Tommy Ramone, cansado de las giras y la tensión interna en el grupo, derivada del abuso de las drogas y la mala relación entre algunos miembros (especialmente entre Johnny y Joey), abandonó el grupo.

Fue sustituido en la batería por Marky Ramone (Mark Bell), con graves problemas de alcoholismo y que no tardaría en implicarse en las disputas internas del grupo. Esta época coincidió con un abandono del punk más ortodoxo y la adopción de un estilo más comercial. Esta estrategia se debió a los malos resultados de ventas del grupo (ya se sabe la potencia económica de los jóvenes punkies) en un intento de ampliar su base de fans, aunque sus directos siempre fueron muy concurridos.

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El logo diseñado por Vega

Por esta época, el artista Arturo Vega, amigo de la banda, diseñó el logo de Ramones que todo aficionado a la música debería conocer (y si no mejor no haber nacido), parodiando el gran sello del presidente de los EE. UU.

Convenientemente impreso en camisetas y chapas, fue todo un éxito de ventas y la principal fuente de ingresos del grupo, por encima de las escuálidas ventas de sus discos. Esto daría pie a numerosas discusiones entre Ramones por repartirse los “royalties” de la venta de camisetas.

Una vez expulsado Marky por sus problemas de bebercio, ficharon a Richard Reindhart, alias Richie Ramone para la batería. Al reclamar más dinero de los royalties de las camisetas, abandonó el grupo, propiciando la vuelta de Marky Ramone, tras un breve paréntesis ocupado por “Elvis” Ramone.

Sumidos en una crisis creativa y de identidad, debatiéndose entre el punk más ortodoxo y gamberro y nuevas propuestas de la mano de Joey Ramone, a fines de los 80 Dee Dee, el letrista del grupo, se hizo rapero, abandonó Ramones y lanzó una breve carrera en solitario. C.J. Ramone ocupó su puesto de bajista hasta la disolución de la banda.

Esta se produjo tras una multitudinaria gira mundial con el título de “Adiós Amigos” en 1996, tras la cual cada uno tomó su rumbo y pagó sus facturas de una vida de excesos, como buenos punks. En un lapso de pocos años, Joey, Johnny y Dee Dee murieron. Los dos primeros, de cáncer, el bajista, de una sobredosis de heroína. Con la muerte este julio de Tommy, que nunca dejó sus labores de producción y siguió colaborando con el grupo, se cierra la historia de una de las bandas de punk más longevas (22 añazos) y que no vio morir a ninguno de sus miembros en activo. Algún listo dirá que por eso no eran punkies, que se vendieron. A lo que habría que decirle ¿y tú que hubieses hecho?

RAMONES POR DENTRO

Como dijimos antes, Ramones estaba formado por un cuarteto atípico. Muchos de sus biógrafos coinciden en que se trataba de un grupo de jóvenes de clase media, marginados de instituto y desclasados. Si a eso se le añade el abuso de las drogas, principalmente la heroína, el alcohol y los sicotrópicos de laboratorio ya tenemos el cirio montado. Del cuarteto original, Johnny y Dee Dee consumían heroína en una proporción mayor, lo cual no fue muy bueno para el trastorno bipolar de Dee Dee ni para el conjunto del organismo de ambos.

Sin embargo, lo que realmente trastocó la vida de la banda fue la mala relación existente entre Johnny y Joey, derivada de una concepción de la vida muy diferente.

Joey era de origen judío e ideología liberal, Johnny procedía de un ambiente conservador cristiano. Joey, partidario de investigar y experimentar con nuevos sonidos, Johnny, del punk más ortodoxo, de la música de garaje.

Ante la superioridad argumental de Joey, que tenía una personalidad más compleja, Johnny respondía con bromas y chistes antisemitas que Joey no soportaba.

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Linda y Johnny Ramone

La guinda del pastel fue el triángulo amoroso establecido entre Joey, su novia Linda y Johnny. Finalmente fue el guitarrista el que se llevó el tirón: “robó” la novia a su compañero, el cantante y desde ahí todo fue a peor.

Despechado, Joey escribió una de las canciones más célebres del conjunto “The KKK took my baby away” (El Ku Klux Klan se llevó a mi chica), en clara alusión a la ideología republicana de Johnny, quien sin embargo tocaba la canción sin ningún problema, probablemente porque disfrutaba con la coyunda.

Estuvieron 20 años sin hablarse, hasta que Johnny llamó a Joey el mismo día de la muerte de éste. Genio y figura. GABBA GABBA HEY¡

 Ricardo Rodríguez (@ricardofacts)