La fiesta es lo contrario del trabajo. No puede ser de otra forma. Una fiesta es una celebración sagrada de la Naturaleza, consagra la alineación de los seres humanos con un comportamiento instintivo. El baile, el consumo de sustancias psicotrópicas que van desde el vino a las drogas. La cercanía de los cuerpos, la sinceridad de la carne y el espíritu saliendo en continuos movimientos acelerados por la disminución del oxígeno en sangre. Cuando vemos a la Ménade de Scopas agitar su cuerpo movido por una espiral violenta entendemos que las bacanales tenían un fin encaminado a la religación con lo animal y brutal de todos nosotros.

menade scopas

Ménade, por Scopas. Sí, tener ese nombre ya predispone un poco

 

 

 

¿Cuándo empezó a torcerse todo? Cuando decidimos que de la alineación natural pasaríamos a la alienación del trabajo, la virtud principal en el mundo del capitalismo como nos indicó Bataille:

«Por medio del trabajo, el hombre deja de estar en relación de comunicación o de ‘intimidad’ con el mundo, entra en una relación de extrañeza o de ‘exterioridad’ con respecto al resto de los seres, pero también con respecto a sí mismo, a su propia animalidad».

La fiesta hoy no es más que el día en el que podemos descansar, pero hubo un tiempo en el que la fiesta era una obligación religiosa ya que trabajar era, de hecho, insultar a la Naturaleza. Quizá por eso Grecia siga teniendo tanto paro, son gente muy natural. El caso es que resulta, por tanto, paradójico que hoy tengamos la concepción de un Estado que nos libera de la represión religiosa ordenando racionalmente cuándo debemos contribuir al contrato social mediante nuestro trabajo y cuando podemos hacer uso de nuestro tiempo de fiesta. Somos, ahora, comunidades idénticas donde todos los individuos tienen el mismo estatus.

La orgía, no se engañen, es un acto religioso, no porque se oponga al orden natural de las instituciones civiles, sino porque son su válvula de escape. Igual que nuestra forma desalada y aséptica de hoy, el Carnaval, es el momento en el cual se pueden vulnerar ciertas leyes como las de beber e incluso defecar en la calle. Si volvemos a Bataille, él mismo reconoce que tanto la orgía (dejar más libertad, que no total libertad, al instinto sexual) y el sacrificio (el reconocimiento de lo sagrado) son las fiestas fundamentales. En algunas comunidades ambas tienen lugar con escaso margen de diferencia. Piensen en la sucesión Carnaval-Semana Santa y a veces seguido de ferias o romerías. «Recuérdese que la sacralidad es el sentimiento (no el razonamiento) de la realidad» (Genaro Chic). Y es que, aunque se intente, el ser humano necesita huir de las barreras de la represión cultural recurriendo con frecuencia al consumo de sustancias como el alcohol.

Desde las primeras representaciones en cuevas del Levante hasta las ménades como la de Scopas, el vino estaba presente porque es producto de la Naturaleza, fruto de la agricultura, y llega a estar presente en las escenas de sacrificio que una religión de la Antigüedad como el cristianismo lleva a cabo en cada ritual en cada iglesia. Dionisos, Baco, Líber, Cristo, sea cual sea la forma que adopte el ritual o el amigo imaginario borracho del que hablemos, implica el consumo de vino (orgía) y carne del dios en forma de cereal (sacrificio). No es casualidad que todas estas formas de culto acabaran siendo las preferidas por el Estado y las aristocracias dado que permitía controlar los momentos y espacios tanto de represión como de escape. Se cuentan por cientos los mosaicos que tienen a Baco por protagonista en todo el Imperio Romano, unas elites que luego asumirán el Cristianismo de forma tan natural a como fue asumido por el Estado. Del mismo modo, el Cristianismo siempre estuvo restringido a las mujeres igual que las orgías tuvieron al consumo de vino como una parcela masculina, tratando de reducir su consumo en las mujeres hasta llegar a prohibírselo. Esto también tiene un sentido divino: el hombre no debe retar a los dioses entrando en su plano mediante la «ebrietas» o «hybris», ya que podría suscitar la envidia de éstos y provocar su ira. De ahí el consumo de vino rebajado con agua como sucedió luego en las misas cristianas. La borrachera, la «ebrietas», estaba condenado socialmente si llegaba al extremo ya que podía llegar a provocar abusos involuntarios de carácter violento y/o sexual más allá de lo permitido por la fiesta de los dioses. Plutarco, por ejemplo, habla de beber para animar al espíritu creativo pero no tanto como para ahogar la mente.

mosaico baco écija

Triunfo de Baco, mosaico rormano de Écija. Las fiestas se saben cómo empieza pero no cómo acaban

No puede extrañarnos, por tanto, que el consumo de alcohol fuera de la mano de la difusión del Cristianismo. Las primeras representaciones de monjes en miniaturas británicas nos muestran los barriles de malta destilada que acaba convirtiéndose en whisky. Pero donde el consumo de alcohol siguió teniendo representación fue en los capiteles de las iglesias medievales. Cuestión de tiempo. Dentro de ellas tenía lugar el consumo controlado, en forma de sangre divina, mezclada con agua. Fuera, todas las perversiones que nos proporciona el mundo al alejarnos de la Iglesia. En los capiteles románicos se cultiva y vendimia, para Dios o para el Demonio, y son los seres humanos los que eligen el camino hacia el interior de la iglesia siguiendo el ejemplo de los Apóstoles en la última cena o, por el contrario, no pasan del pórtico donde vemos escenas de sexo perverso. Teniendo en cuenta que para la Edad Media la masturbación, la lubricación femenina o la felación eran perversiones similares al bestialismo o la autofelación (ambas hoy reunidas en Marilyn Manson).

Fue imposible, como vemos, desvincular al alcohol y su consumo de cualquier representación artística que no tuviera al componente religioso de por medio. Lo sigue siendo, de otro modo, como veremos. Durante el Renacimiento y el Barroco el movimiento vintage y retro de los pintores permitió que volviéramos a ver a mujeres desnudas junto a Baco, gracias a Tiziano, o directamente rodeado de taberneros de tasca, como hiciera Velázquez. La borrachera empezaba a tener algo más de libertad y, Lutero mediante, podías ser alcohólico si luego no escandalizabas por ahí. Poder salvarte por tus propios méritos y no si te lo autorizaba ninguna divinidad hizo que en los Países Bajos, además de ponerse hasta arriba de vino y cerveza, lo representaran.

Bacanal de los Andrios

Bacanal, por Tiziano. O cómo tu amiga borracha da el cante en una esquina

 

La Bacanal de los Andrios de Tiziano es un muestrario de soluciones totalmente artificiosas. Cuando siglos después Manet haga lo mismo en El desayuno sobre la hierba se le criticará porque ninguno de los personajes pareciera en una pose natural. Natural, natural, lo que se dice natural el desnudo de la esquina no es. Por muy borracha que la criatura se pusiera. Lo cierto es que en el cuadro parece estar borracho hasta el niño que está junto a ella. Y es que el auténtico centro del cuadro si se fijan es la jarra de vino medio vacía (soy un pesimista, lo siento) que se alza mientras otro personaje se moja el gaznate a la izquierda del todo con un botijo entero. Después de todo es un encargo de Alfonso D’Este a Tiziano para una cámara donde iban también dos pinturas más sobre Venus y Baco y Ariadna. Así que la intención del que paga, que aquí como en Holanda es el que manda, era clara. Eso sí, Tiziano se encargó de dejar claro que perdía los sueños por Violante, la mujer desnuda de la esquina, en cuyo escote puso su firma. Un señor de los que se visten por los pies. No contento con ello, en la partitura junto a ella puso «Quien bebe y no vuelve a beber, no sabe lo que es beber«.

No es casual que fuera en los Países Bajos donde Frans Hals abriera la veda a representar los estados del alcohol y sus manifestaciones en hombres y mujeres. Los tratos comerciales hay que cerrarlos brindando con algo, y en Holanda (donde el que paga es el que manda, insisto) hay que comerciar para sobrevivir. No pretendan ni ahora ni en el siglo XVII sobrevivir cultivando (salvo tulipanes que fueron usados como activos financieros, ojo). Progresivamente la religión iba a ir cediendo su paso a la razón del trabajo, ligada a la ética del Protestantismo. El alcohol ya no iba a ser coto exclusivo de la religión espiritual sino que cada vez más iba a formar parte de la religión del dinero. Y aún así, los borrachos de Rubens como su Hércules, o los de Ribera mostrando al propio Baco, son ya un muestrario de alcoholismo puro y duro donde lo divino no es más que un adorno.

Hércules ebrio, de Rubens. La culpa es del hielo del cubata

Hércules ebrio, de Rubens. La culpa es del hielo del cubata

El alcoholismo iba introduciéndose como un problema que, incluso, preocupaba en lugares como las Indias hispanas. El consumo de pulque, obtenido del maguey, aparece ya representado en esta época como un vicio inherente a los indígenas, vicio que, como era de esperar, ha sido achacado a los malvados españoles que fomentaron su uso para tenerlos controlados. Con lo bien que se controla a un borracho que lleva un machete gigante, como todo el mundo sabe. En realidad, como apunta Núñez Roldán, los que estaban interesados en el fomento de esta bebida eran los comerciantes y productores de la misma. Lo que vieron mestizos y españoles en ello fue una oportunidad de negocio, y al producir más bajaron los precios y los indígenas pudieron acceder a más cantidades de pulque de forma asequible. Que fuera asequible es lo mismo que hizo que a finales del siglo XIX, en España, el vino y el alcoholismo se extendieran como una plaga debido a algo que se cumple en ambos lugares: el emprendedorismo salvaje español. Consiste en que si a mi vecino le va bien con un negocio, yo pongo dos, tres o cincuenta si hace falta, saturando el mercado hasta que haya tanto stock que sobrepase la demanda y tenga que cerrar el negocio. Nos pasó cuando los franceses tuvieron su plaga de filoxera. Todos a producir vino a mansalva a un precio elevado para vendérselo. Cuando ellos pasaron la plaga, teníamos tanto vino que no tuvimos más remedio que bebérnoslo a precio de risa. Resultado: un montón de desempleados borrachos.

La Revolución Industrial lo cambió todo para siempre. El alcohol era la válvula de escape para una religión que ya no estaba presente únicamente en los días de fiesta sino que, ahora, formaba parte de la vida diaria. Esa religión nueva, racional, llamada trabajo, ya no alineaba como decíamos antes sino que alienaba. Las únicas formas de supervivencia a esas largas jornadas laborales las encontraban los obreros fabriles en los pubs y tabernas a la salida de las mismas. Piensen en este dato: antes de la Revolución Gloriosa de 1688 la ley impedía que hubiera más de un pub por población. Claro que, después de matar al rey, y luego al dictador que le siguió, cualquiera prohibía nada. La generalización de la ginebra en Inglaterra acabó provocando que las Casas Públicas (posadas, no existían en realidad tabernas pensadas solo para consumo de bebidas) se transformasen en Casas de Cerveza (alehouses) para combatir la nueva bebida clandestina. Aun así, la ginebra se extendió por doquier y en los momentos previos a la Revolución Industrial el alcoholismo ya era frecuente en el pueblo llano como muestra la aparición por primera vez de su representación en los cuadros de Hogarth. Otro dato: para combatir el alcoholismo el gobierno inglés subió los impuestos a la ginebra pero tuvo que retirarlos por el amotinamiento del pueblo. El propio Hogarth empleó su arte para mostrar cómo los lugares de consumo de cerveza eran espacios ordenados, en barrios prósperos y alegres, mientras que donde habían lugares de consumo de ginebra sólo había peleas callejeras, suciedad y violencia. Quién le iba a decir a él mientras pintaba Gin Lane que ahora consumir ginebra es casi un acto vegano.

Hogarth Beer Street

Beer Street / Gin Lane. Recuerden: beber gin-tonics no les hace vegetarianos

Esa religión del dinero trajo que la orgía y el sacrificio se racionalizaran en forma de porciones consumibles. La cada vez más frecuente presencia de la economía de mercado por encima de cualquier otro modelo de intercambio de bienes llenó, con más o menos cantidad, los bolsillos de fichas y papeles llamados monedas y billetes que podían permitir a todos tener su parte de orgías y sacrificios cuando quisieran siempre y cuando pudieran pagarlo. Prostitución y alcoholismo.

El problema no era solamente una cuestión que preocupara en la América Hispana, donde el Estado seguía interviniendo en la venta de alcohol gracias a los pingües beneficios que le reportaba en forma de impuestos (como hoy, poco ha cambiado). En los momentos previos a su Revolución Industrial, Francia vivía con cierta preocupación el asunto del alcoholismo aunque desde el Estado (en Francia el Estado es el Rey, y si no es el Rey es París, el resto es campo salteado con casas e hijos bastardos del Rey) se dijera que permitía de ese modo socializar a las clases populares.

La industria trajo la destilación, y con ella el aumento de la graduación de las bebidas. El vino y la cerveza tenían un componente sagrado, agrícola, que les daba una cierta simpatía. Las bebidas destiladas se relacionaron pronto con el aumento de casos de locura, como hizo el Dr. Lunier, que llegó a hacer un mapa de Francia donde se decía que las regiones vinícolas tenían un índice de locura menor. Al parecer, según Lunier, los suicidios, criminalidad, mortalidad, aumentaron por culpa del alcohol. A Lunier y al senador Claude des Vosgues no se les ocurrió cruzar los datos con la industrialización. Para qué, claro, para qué. A lo mejor en el campo se suicidaban menos y se robaba menos porque el grado de miseria de la ciudad industrial no les había llegado.

Ensor, borrachos

Borrachos, de Ensor. Los parroquianos habituales

Sin embargo, la vida que refleja Ensor en Los Borrachos no es desde luego de una gente de vida muy feliz. Miren detalladamente la luz, fría, de Bélgica que ha pasado en esas tierras de iluminar inocentemente a una lechera en Vermeer a simplemente despojar de humanidad a dos trabajadores fabriles. La botella en medio desdibuja sus vidas como lo hace la pincelada suelta que emborrona las impresiones. Ensor, maestro en las máscaras que le obsesionaban en su obra, profundiza en los tonos fríos y apagados para resaltar una composición cruel.

La vida en la ciudad industrial que Baudelaire nos refleja en su figura del flanêur es sórdida, alumbrada por farolas de gas que arrojan sombras de personas desvaídas como los bebedores de absenta que nos pintan Degas o Viktor Oliva.

Degas absenta

Bebedores de absenta, Degas. Ambientazo de sábado noche

Si dividimos el cuadro en tercios hasta Hopper se acabaría cortando las venas. La mirada de una mujer perdida, ensimismada, con una violenta composición en diagonal marcada por la mesa que atraviesa el centro del cuadro y sólo se parte para dejar la botella a un lado y la copa a otro. Acompañada de un señor que la ignora y a la derecha de ella lo único que le presta atención: el vacío, la soledad, la misma que inspira unos tonos parduzcos y grises como el limbo de sus pensamientos.

Algo ha cambiado para que el mundo que reflejaba Johann Hamza apenas un par de décadas antes, donde un hombre contempla ensimismado a la mujer que está sentada en la mesa, se convierta en un universo de soledad. La alegría de los músicos del fondo, bebiendo alegremente, no sin cierta melancolía en los gestos y la luz, se transforma en los cuadros de Béraud en una incomodidad artificial.

johann hamza

Taberna, de Hamza. Sigue echando vino que ya te veo guapa

Como en el cuadro de Degas, ya no hay ningún tipo de bucólica evocación de la bebida. La mujer parece servir sólo de complemento a un hombre que bebe, con aspecto hastiado, sirviéndose una copa más. Ella no es el centro del cuadro, sino su inclinación, y al hacerlo, al dejar el centro vacío, reivindica la futilidad del momento, del aburrimiento, el tedio y la ausencia. Esa misma soledad, la del alcohol, se va haciendo más frecuente y Picasso la refleja con bebedores, a veces él mismo, siempre solitarios, meditabundos, en la esquina de un local o en su propia casa. Lo inquietante de todos estos pintores es que reflejaron siempre entornos inquietantes de la vida burguesa, descargándola de sentido. Frente a los textos científicos de la época, que recomendaban a los obreros el consumo de alcohol fermentado, encontramos una realidad que echa la vista hacia quienes más criticaban la forma de vida del proletariado: la burguesía.

alcohol

Bebedores de absenta, de Béraud. Ya sabemos a quién miraba la de Degas

Todos los pintores de finales del XIX y comienzos del XX retratan la decadencia de una forma de vida, la burguesa, entregada a la soledad de los cafés donde la vida transcurre entre el vacío y el alcoholismo. Al igual que sucedía con la prostitución, Manet o Degas mostraron aquello que se solía hacer, tal y como se solía hacer. El zapato en incesante equilibrio en el pie de la Olympia es la mirada perdida de la bebedora de absenta. Son un espejo de un mundo en el cual los médicos burgueses desaconsejaban a los obreros el consumo de aguardiente, pernicioso para sus estómagos decían, aunque recomendable para aliviar las flatulencias tras la comida.

Como sucedió con la prostitución, la llegada de las guerras mundiales, la Gran Depresión, los campos de concentración, hizo que los artistas plásticos desviaran la atención hacia otras menudencias. El horror de Auschwitz, por ejemplo. Fueron los escritores los que siguieron manteniendo y mostrando que el alcoholismo había ganado definitivamente su batalla al ser humano. Hemingway retrató un París de fiesta continua, y entre sus líneas subyace el mismo espíritu que en los cuadros de Degas. Toda aquella alegría no era más que una impostura que fue filtrándose por la tierra como los tóxicos de cualquier industria, hasta llegar décadas después a Bukowski. «Me gusta cambiar de licorería con frecuencia porque los empleados aprenden tus hábitos si vas día y noche y compras en gran cantidad. Puedo verlos peguntándose porque todavía no estoy muerto, y eso me hace sentir incómodo. Probablemente no piensen nada de eso, pero un hombre se vuelve paranoico cuando tiene 300 resacas al año».

300 resacas al año. Echen cuentas. Ustedes no podrían. Yo tampoco. Sólo uno podría, Silvio, que estás en los cielos.

Aarón Reyes (@tyndaro)